Edwin es moreno, cuelga melena profusa hasta los hombros, recortada, sobre espalda que amenaza chepa. Es ágil, se mueve bien. Fuerte, se atreve con todo. Salvo los domingos, cuando la noche y los tragos se mezclan en la infinitud de la soledad. Vino a España hace seis años, con esposa e hija menor -sigue sin papeles, no sé ni como-, y reside en una desvencijada casa del casco viejo del pueblo monumental, uno de tantos que construyeron sobre lo alto de las rocas en las guerras contra los árabes que nos trajeron a los griegos los soldados de las órdenes de Santiago y Calatrava, los siervos de la gleba atemorizados por todos; ese del que descuellan torres macizas de piedra caliza de iglesias descomunales que asustan, que hablan, que dicen: Estos son mis poderes; ese en el que se mezclan los palacios abandonados del privilegio con las infraviviendas de los vasallos de nuestro tiempo; ese en el que hoy sólo habitan viejos, pensionistas pobres y emigrantes sin trabajo. La ciudad vieja, como Edwin y su familia, vive en un lugar que fue bello pero que cada día que pasa se va agrisando en páramo prohibido, en barrio de exclusión, en gueto al que ni los turistas más curiosos osan subir. Y no es que pase nada en el viejo barrio ancestral, simplemente, los de abajo, los de la ciudad nueva, los nuevos ricos, las «buenas gentes» han decidido darle a la lengua y repetir hasta la saciedad que allí vive la pobreza y el peligro, aunque no dudan en recurrir a ellos, a los pobres, a los segregados, cuando han de cortar el césped, acarrear piedras para delimitar los setos de evónimos y baladres o cuidar a sus viejos. Y es que, aunque vivan en el gueto, en la ciudad prohibida que antes fue la única ciudad y hoy está dejada de la mano de Dios y de los hombres que deciden, Edwin y sus amigos cobran menos.
Me dice Edwin que él no es un emigrante como los demás… Sus dos apellidos son españoles, apenas está cruzado con indígenas, que los españoles y ellos son hermanos, que nos tendríamos que haber fijado en gente como él a la hora de admitir emigrantes, que los del Este y los moros son mala gente, mafiosos, poco de fiar, que proviene de la provincia de Santa Cruz, esa cuyos oligarcas han puesto en pie de guerra contra Evo Morales: «Un indio que no sabe lo que se hace, que anda peleándonos con nuestros amigos del Norte…». Presume de sus orígenes hispanos, de su tierra, una vaca por hectárea, el paraíso terrenal. Le digo, ¿una vaca por hectárea?, ¿cuánta gente en Santa Cruz tiene una hectárea de tierra? ¿Y quienes no tienen una hectárea, con lo fértiles que son aquellos campos, no pueden tener una vaca? Ocurre entonces -argumento- que sólo los terratenientes pueden tener vacas, que toda la tierra, por tanto, es de los terratenientes, de los oligarcas, de esos que combaten al presidente electo Morales y, gracias a la ganadería extensiva obligatoria que genera muy poco trabajo, te han obligado a ti a cruzar el Atlántico hasta la «madre patria» como si fuera la tierra prometida. Si bueno, puede ser, pero yo no me he preguntado nada. Vine en busca de fortuna, todavía no la he encontrado, trabajo a salto de mata y voy por libre. No quiero juntas, aquí cada cual tiene que buscársela como pueda. Yo estoy muy agradecido a quien me da trabajo, para mí es como mi padre. Algunos paisanos hablan de sindicatos, dicen que debemos asociarnos para vender mejor nuestro trabajo. Yo no entro en esas cosas, unos días trabajo, otros no, voy sembrando, soy trabajador y acepto lo que me den. Ya le digo, quien me da trabajo es como mi padre, me tiene para lo que mande. Esa es mi ley.
Edwin, entiendo lo que me dices, sé que pasas por una situación muy difícil, que no has encontrado la tierra prometida cuando lo parecía, pero ahora la situación económica es mala, cobras muy poco por trabajos duros, mucho menos de lo estipulado, de lo que se usa y no tienes quien te defienda. Deberías hacer caso a quienes hablan de sindicatos, de asociaciones, tendrías que olvidarte de que eres diferente, aquí lo único que vendes, como los demás, es tu fuerza de trabajo, nadie te va a preguntar si eres de la provincia de Santa Cruz ni cuantas vacas por hectárea permiten las leyes ni siquiera si tus orígenes son españoles. Cuanto más te agaches, más se te verá el culo.
Edwin, meneando la cabeza, con unas deportivas gastadas y un chándal ajado, coge la carretilla cargada de aperos y sale camino abajo para proseguir su tarea. Durante siete horas acarrea piedras, arranca malas hierbas, poda árboles, hace cemento para afirmar hormas. ¿Has pensado en lo que hablamos? Si, si, baje usted al tajo ya verá que lindo lo he dejado. Si no le gusta dígamelo y hacemos lo que falte. Ya lo he visto, está muy bien, pero después de siete horas de trabajo me pides veinticinco euros, me parece que de poco ha servido nuestra conversación anterior: El trabajo que has realizado vale -es lo que cobran habitualmente- sesenta euros en esta tierra, si cobras la mitad puede que encuentres trabajo de vez en cuando, pero también enemigos y desde luego te haces un flaco favor a ti y a los que trabajan en lo mismo que tú. Mire Pedro, yo se defenderme, entre los míos me respetan, saben que no soy persona de paso atrás, de modo que no se preocupe. Llámeme cuando tenga más tajo.
Edwin es uno de tantos, un inmigrante latinoamericano que vino a España en busca de El Dorado, como antes fuimos nosotros a América con el mismo objetivo, sólo que su Dorado depende de sus manos. No tiene conciencia alguna de clase, sabe leer pero no lee, cree en Dios y en la Iglesia, espera que las plegarias cambien su suerte algún día. Entre tanto, atrapado por la educación no recibida, por el oscurantismo católico, piensa que Dios le ayudará a él antes que a los demás, que Dios está de su lado, que sus paisanos de allá y de aquí son sus enemigos, que sólo a quien le da trabajo, en las condiciones que sea, debe pleitesía. Sólo los sábados, al caer la tarde, acude al gueto, se encierra en una taberna repleta de latinoamericanos y de litros de cerveza. Apura los culos de los vasos, ríe y vocifera. Al día siguiente la duerme. El lunes a andurrear por las calles y campos de Dios a ver si algún privilegiado quejoso le da un jornal miserable para llevar unos euros a su maltrecho hogar.
¿Quieres regresar a tu país? Todavía no, todavía espero que la gracia de Nuestro Señor, todo bondad, caiga sobre mí. Edwin no quiere saber que Dios está muy ocupado hablando con Sarkozy, Georges Bush, Berlusconi, José María Aznar, Emilio Botín, Rouco Varela y Benedicto XVI, que no tiene tiempo para él, que aunque lo tuviera jamás se ocuparía de él. Dios no pierde el tiempo en menudencias. Estragos del criollismo dominante, estragos de la caverna, estragos de las tinieblas, estragos del neoliberalismo castrador: Mientras Alan García mata a decenas de indígenas en Perú, Europa vota racismo y xenofobia. A mi amigo Edwin no le importa, la cosa no va con él, ni con nosotros. Todos tranquilos, como decía aquella magnífica canción cantada por un pulcro joven nazi en Cabaret, el mañana les pertenece, entre todos se lo estamos entregando en bandeja. No tienen más que echar un ojo sobre los resultados de las elecciones en la mayoría de los países de la Unión Europea. El mañana es suyo, no les quepa la menor duda. Siempre ha sido así cuando los pueblos se han dejado llevar por la indolencia: