PESE A SU NOTORIA decadencia, el unilateralismo bushiano actúa en todos los frentes, desde el militar hasta el financiero, como si siguiese siendo una superpotencia unipolar, sin medir las consecuencias que sus acciones radicales tienen en el planeta globalizado por la conectividad financiera que controlan las plazas anglosajonas de Nueva York y la City. LAS […]
PESE A SU NOTORIA decadencia, el unilateralismo bushiano actúa en todos los frentes, desde el militar hasta el financiero, como si siguiese siendo una superpotencia unipolar, sin medir las consecuencias que sus acciones radicales tienen en el planeta globalizado por la conectividad financiera que controlan las plazas anglosajonas de Nueva York y la City.
LAS TRES REGIONES (Estados Unidos, la Unión Europea y el noreste asiático de China, Japón, Sudcorea, sumados de Rusia e India), que producen más de 80 por ciento de la riqueza mundial, presentan sin excepción graves vulnerabilidades de todo tipo. Nadie es autosuficiente y cada país requiere de los demás para crecer o para no decrecer, ya no se diga para expandir su irredentismo militar o para ser detenido. Por haber sido Estados Unidos la superpotencia unipolar en el lapso de 1991 (fecha del derrumbe del imperio soviético) hasta el empantanamiento de su ejército en Irak, ostensible en la primavera de 2004, se suele detener más en su diagnóstico patológico que en las otras regiones euroasiáticas que no se salvan tampoco de los reajustes geopolíticos, geoeconómicos y geofinancieros que se han desplegado justamente por el inicio del declive estadunidense que no pudo sostener el frenesí especulativo de la globalización financiera ni ha podido propinar una derrota decisiva a sus enemigos en Irak y Afganistán, donde ha «sobrextendido» a su ejército en forma peligrosa.
EN EL SENO DE los creadores de la riqueza mundial, Estados Unidos y China se convirtieron en los principales motores del crecimiento económico global, mientras Japón no sale de su marasmo y la Unión Europea padece un estancamiento que se ha complicado con su indigestión y «sobrextensión» política y geográfica: polémica civilizatoria sobre el ingreso de Turquía, la espada de Damocles de los referendos sobre la Constitución, victoria pírrica de Blair, puesta en minoría del primer italiano Berlusconi, y derrota del canciller alemán Schroeder en el feudo socialdemócrata de Renania del Norte-Westfalia.
EN EL CONTEXTO DEL repliegue geoeconómico (fatiga de la globalización y debacle de la manufactura) y geofinanciero (desplome del dólar y alza del petróleo), como ha sucedido en otros momentos similares de su corta historia, Estados Unidos arría las velas para refugiarse en el neoaislacionismo político y en el neoproteccionismo mercantilista.
LOS DRAMATURGOS GRIEGOS enseñan que cuando los dioses desean acabar con alguien comienzan por quitarle el juicio, cuya óptima manifestación la constituye la soberbia fatua y la pretendida infalibilidad del afectado. Este es el caso manifiesto de la administración Bush que utiliza, como espantapájaros para presionar a China, el proyecto de enmienda de los senadores Charles Schumer (demócrata de Nueva York) y Lindsey Graham (republicano de Carolina del Sur) de imponer sanciones comerciales a China si no revaluaba el yuan en los próximos seis meses (NYT 17/05/05).
LLAMO LA ATENCION que ante el Club Económico de Nueva York, Alan Greenspan haya comentado la futilidad de la revaluación del yuan, aun a niveles de 20 por ciento, lo que no tendría impacto en la balanza comercial estadunidense, ya que los consumidores acudirían a otros mercados para conseguir sus mercancías (Reuters 20/05/05). Al menos que la colisión con el consecuente neoproteccionismo sea el objetivo deseado, la exigencia perentoria de Estados Unidos ha sido contraproducente, pues las autoridades chinas no pueden aparentar que ceden a la voluntad foránea. Jonathan Anderson, jefe de economistas para Asia de UBS, analiza en la revista Far Eastern Economic Review (mayo 05) el «fin de la relación amorosa con China». Después de considerar que la economía china se encuentra lejos del colapso tan cantado por ciertos medios («hay China todavía para los próximos cinco años; (…) una historia de vibrante crecimiento fenomenal») aborda el «abrupto cambio en el ambiente económico chino con tres implicaciones específicas para el resto del mundo»: 1. «Los inversionistas globales ya no obtienen superganancias en China»; 2. «Las importaciones chinas por el resto del mundo ya no están creciendo»; y 3. «La razón por la que las importaciones intermedias todavía crecen es que las exportaciones todavía son muy robustas». El significado de todo ello es que «China aún puede tener una robusta economía, pero dicho crecimiento no parece más amigable para el resto del mundo», y cita a Simon Ogus, de DSGAsia: «el consumidor chino se ha vuelto un competidor». Augura que la ruptura será dolorosa en los dos años que vienen y «por mucho, la principal razón es que el resto de la economía global no se encuentra en muy buena forma». Sustenta que la «fragilidad de la economía de Estados Unidos» es cada vez más notoria y «fuera de Estados Unidos es difícil encontrar nuevas fuentes de estímulos» por lo que el «desvanecimiento tanto de la demanda china como de sus exportaciones no pasará desapercibido», para luego conjeturar las tendencias para los próximos 12 a 18 meses: caída de los márgenes de ganancias; aumento de las tensiones comerciales y mayores presiones para revaluar al yuan. Luego pregunta «¿qué puede hacer China?», y se contesta: «tristemente, muy poco». Considera que «China ha abierto en forma implacable prácticamente todos sus sectores al comercio foráneo y a las inversiones de acuerdo con las reglas de la OMC y solamente falta una buena porción en el sector de los servicios, como los multimedia, las finanzas y la distribución, pero la mayor parte de pesado levantamiento ya fue realizada». En cuanto al sector exportador, «en su mayoría es privado y muy fragmentado, y más de 50 por ciento de las exportaciones provienen de productores foráneos». Sobre la revaluación del yuan aduce que «aunque se fortalezca en forma significativa el día de mañana, dudamos que la economía de Estados Unidos, o la de Europa, o Japón, puedan cosechar beneficio alguno», y concluye que los «beneficios políticos de la revaluación serán efímeros e insuficientes para contrarrestar la mayor desilusión con el crecimiento chino» por lo que «mejor sería ajustarse a una dura cuesta a remontar».
ANDREW BALLS, DE The Financial Times (24/05/05), reporta que la Secretaría del Tesoro estadunidense exigió a las autoridades chinas una revaluación del yuan «por lo menos un 10 por ciento, para prevenir la legislación proteccionista del Congreso de Estados Unidos». Añade que Henry Kissinger se encuentra entre varios enviados oficiosos para presionar a China sobre «lo serio de las amenazas congresistas». Los funcionarios de la Secretaría del Tesoro aleccionaron al polémico ex secretario de Estado, a quien le tocó la reanudación de las relaciones con China, sobre la «necesidad de otras medidas, como el desplazamiento a una banda de intercambio del yuan frente al dólar o una canasta de divisas para sustituir la paridad fija del yuan». Estados Unidos lanzó su batería pesada y Bill Rhodes, vicepresidente de Citigroup, y Brent Scowcroft, consejero de seguridad nacional de los presidentes Ford y daddy Bush, se encuentran entre otros mensajeros especiales. El banquero Rhodes comentó que «era del propio interés de China moverse en los próximos meses a un régimen de tasas de interés basadas en el mercado, acelerar (sic) la apertura a los capitales y moverse a un sistema más flexible de cambio de divisas». ¿No quieren más?
DE INMEDIATO, CHINA rechazó las exigencias estadunidenses (The Financial Times; 24/05/05): el portavoz de la cancillería, Kong Quan, replicó que no aplicarán las prescripciones de Estados Unidos «mientras las condiciones no sean maduras, sin tomar en cuenta lo fuerte de las presiones foráneas». Sucede que el abordaje chino es más gradualista y armónico, y menos impetuoso de lo que exigen en Washington. Una receta gradualista consistiría en ajustar el yuan a una canasta de divisas (dólar, euro y yen, quizá, sumados de oro) con una mínima revaluación de 3 por ciento (o 5 por ciento a lo sumo, pero no 10 por ciento demencial que exigen en Washington). Sea lo que fuere, el ultimátum ha contaminado y minado la situación al haber convertido un asunto económico en político, mucho más difícil de resolver.
EN DOS SENDOS artículos, el muy solvente Stephen Roach, jefe de los economistas de la correduría Morgan Stanley 20 y 23 mayo 05), aborda los efectos del ultimátum financiero y las consecuencias que un escenario de desaceleración de China tendría para el mundo. Pocos conocen como Roach el ambiente chino, donde suele ser un frecuente invitado, y sostiene que el auge ha llegado a su límite: «China implementa ahora políticas destinadas a domar los excesos internos de su economía desequilibrada». En medio del golpeteo contra China de parte de Estados Unidos y Europa, refiere que la dinámica exportadora de China disminuirá en forma significativa en lo que queda del año, lo que mermará su crecimiento, así como el de toda Asia. Reporta los esfuerzos que ha realizado China para «atemperar los excesos de su burbuja de bienes raíces». A su juicio, el doble apretón (impuestos en 74 categorías de textiles en sus exportaciones y las medidas antinflacionarias) retardarán la revaluación del yuan, y destaca que 33 por ciento del total de las exportaciones chinas tiene como destino Estados Unidos, donde no existe una atmósfera favorable a las medidas que ha adoptado China. Resalta la grave carencia de la economía de los asiáticos por la ausencia de un mercado interno que la ha hecho dependiente y «vulnerable» de las exportaciones y las inversiones fijas. La desaceleración china «con toda probabilidad afectará a la baja los precios de las materias primas, petróleo y materias no petroleras», lo que quitará presión inflacionaria en el mercado global de bonos. Pese a que China ha sabido lidiar en forma increíble con problemas severos en los pasados ocho años (crisis asiática de 1997-98, la sincrónica recesión global de 2001, y la epidemia del «síndrome severo respiratorio agudo» de 2003), «en esta ocasión será más duro evitar una desaceleración significativa». Concluye que «es tiempo para el resto del mundo prepararse a tal posibilidad». ¿Formará parte del «mundo» el decadente foxismo neoliberal/gerencial con sus hilarantes «blindajes» de papel?