Para superar las amarguras del pasado -y, más que nada, los obstáculos balcanizadores y vulcanizadores de la dupla anglosajona de Estados Unidos y Gran Bretaña (GB) plantados a los dos lados del Himalaya-, el primer ministro chino, Wen Jiabao, profirió una frase metafórica muy ingeniosa durante su significativa visita a India (con una extensión a […]
Para superar las amarguras del pasado -y, más que nada, los obstáculos balcanizadores y vulcanizadores de la dupla anglosajona de Estados Unidos y Gran Bretaña (GB) plantados a los dos lados del Himalaya-, el primer ministro chino, Wen Jiabao, profirió una frase metafórica muy ingeniosa durante su significativa visita a India (con una extensión a Pakistán, donde descolgó relevantes acuerdos bilaterales): el elefante indio y el dragón chino deberían ponerse a danzar tango.
Pues, mientras sopesa la monumentalmente indecorosa propuesta del dragón chino, el elefante indio se ha puesto a danzar con el oso ruso un tango muy bien sincronizado.
La visita del presidente ruso, Dimitri Medvediev, cierra los asombrosos periplos consecutivos de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU a India, que se ha vuelto el mayor polo seductor de inicios del siglo XXI debido a la trascendencia geoestratégica del océano Índico, donde, a juicio del almirante Alfred Thayer Mahan (padre de la marina estadunidense y su dominio global, como sucesora de Gran Bretaña), se definiría el destino del planeta (ver Bajo la Lupa, 19/12/10).
Nadie como la añeja y la moderna Rusia conoce la valía de la salida a los mares calientes, en particular al súper estratégico océano Índico, por la que ha luchado a lo largo de su historia.
El elefante indio y el oso ruso han redescubierto las ventajas de su estrecha colaboración durante la guerra fría, interrumpida por la balcanización de la URSS, y que ha sido reanudada intensamente por el zar geoenergético global Vlady Putin, quien, con el brasileño Lula, a nuestro humilde entender, representan dos de los óptimos geoestrategas de inicios del siglo XXI por haber ponderado el valor singular de la carta petrolera, la cual, lastimosamente, no saben jugar ni entienden los mediocres neoliberales mexicanos: de allí, en gran medida, la grandeza ascendente de Rusia y Brasil frente a la caída libre del México neoliberal.
¿Se trató de un efecto BRIC (acrónimo de Brasil, Rusia, India y China), rebautizado como BRICS después de la incrustación de Sudáfrica (ver Bajo la Lupa, 26/12/10)? No necesariamente en su totalidad, porque las relaciones bilaterales siempre fueron muy fructíferas (tomando en consideración el hiato enunciado), pero sí contribuyó en forma decisiva al tango muy bien sincronizado del oso ruso y el elefante indio cuando se empieza a desglosar que el BRICS constituye un laxo bloque de corte economicista, con un epifenómeno de silueta inocua, pero que también comienza a exhibir sus tentáculos marítima y subterráneamente geopolíticos.
No fue gratuito que el premier británico, David Cameron, y los presidentes de Francia, Nicolas Sarkozy, y de Estados Unidos, Barack Obama, se hayan apersonado consecutivamente en India con masivas comitivas de empresarios. Como tampoco fue casual que Medvediev haya pisado los talones al premier chino cuatro días mas tarde.
Inmediatamente, dos días después del tango del oso ruso y el elefante indio, el dragón chino invitó a Sudáfrica a formar parte del BRICS.
Tales son las tendencias de la dinámica de la nueva geopolítica a comienzos del siglo XXI, cuando los otrora dormidos gigantes planetarios expanden sus esferas de influencia, como consecuencia de la decadencia de EU. Son tiempos de regionalizaciones creativas concomitantes a la desglobalización.
Una característica de los tiempos posmodernos la constituye una patología que los endocrinólogos conocen como acromegalia: el gigantismo corporal de los países y sus intercambios, como consecuencia de la multidimensionalidad (territorio, habitantes y economía) de los principales actores globales. ¿Qué advendrá de los países pequeños y medianos?
Mediante el triángulo trilateral global de India, Brasil y Sudáfrica (IBSA, por sus siglas en inglés) -que conecta el Atlántico Sur al océano Índico-, Rusia y China pueden navegar con mayor comodidad y menos obstáculos en los mares dominados durante tres siglos por las marinas de Gran Bretaña y EU.
Si la agenda del G-7 está bien coordinada -con la notable excepción de Alemania, que cada vez depende más de los hidrocarburos de Rusia y el comercio de China (ver Bajo la Lupa, 24/12/10)-, aflora también la sinergia de los cronograma y flujograma del BRICS.
En la posmodernidad, las transacciones metamercantiles, es decir, estratégicas, van acompañadas de transferencia de tecnología -en lo que se refiere al BRICS- entre sí, como con el G-7: los casos de Francia, con Brasil y Rusia, y de Alemania, con Rusia y próximamente con China.
Los avezados analistas han detectado que Rusia ha sido muy generosa en su transferencia de tecnología con India. Como la venta de sus aviones furtivos supersónicos de quinta generación.
El tango del oso ruso y el elefante indio se manifiesta en su complementariedad: de parte del primero, hidrocarburos y energía nuclear (un tema espinoso debido a que Delhi no firma el Tratado de no Proliferación); de parte del segundo, tecnología informática, biotecnología y farmacéuticos.
Mas allá del establecimiento de un centro tecnológico conjunto y la profundización de las relaciones bancarias, Ilya Kramnik, comentarista militar de RIA Novosti (21/12/10), coloca en relieve el renacimiento de la cooperación tecno-militar entre Rusia e India: del portaviones Almirante Gorshkov al supersónico avión furtivo de combate T-50.
El premier indio, Manmohan Singh, elogió la estratégica asociación privilegiada y especial de India y Rusia, la cual exaspera a Stratfor, centro de pensamiento texano-israelí.
Con mentalidad lineal nostálgica de la era unipolar, Stratfor (23/12/10) considera que India usa a Rusia para contrabalancear a China y asevera que Moscú ha retrasado la entrega de sus mayores ventas de armas a India, diluyendo el optimismo sobre el acuerdo que Medvedev y Singh firmaron el 21 de diciembre para desarrollar en forma conjunta un avión furtivo de combate de quinta generación y para construir entre 250 y 300 aviones en 2030, un trato con valor teórico de 30 mil millones de dólares. ¡Les dolió!
La fraudulenta empresa de contabilidad global KPMG, que no ha cesado de hacer cuentas ajenas, reporta que de aquí a 2016, se espera que el sector de Defensa de India invierta 112 mil millones de dólares en adquisiciones, uno de los mayores ciclos de ofertas en el mundo (Afp, 21/12/10). Por lo pronto, India desea 125 jets de combate por 12 mil millones de dólares y los Mig-35 de Rusia se pelean el contrato con los gigantes aeronáuticos de Europa (Dassault) y de EU (Boeing y Lockheed Martin).
Con todos los coqueteos multipolares de India con EU y Europa, no hay que perder de vista su complementariedad tecno-militar con Rusia en los sectores de la aviación y la marina, dejando el abastecimiento de tanques terrestres a la industria militar india y a otros proveedores foráneos.
Sin soslayar la alta vulnerabilidad energética de India (una ventaja competitiva de Rusia como valor agregado en sus tratativas militares), la aviación y la marina constituyen la columna vertebral de la asociación cooperativa del oso ruso y el elefante indio, como aduce el comentarista militar Kramnik.
http://www.jornada.unam.mx/2010/12/29/index.php?section=opinion&article=010o1pol