Ya en vísperas de los encierros nos recordaba el cocinero David de Jorge la composición de uno de los clásicos almuerzos de la vieja Iruña sanferminera: las exquisitas y loadas magras con tomate. De chaval me llamó la atención oír en casa que precisamente los Pitikorena de Aginaga (pueblo de Nafarroa) eran 14 de familia: […]
Ya en vísperas de los encierros nos recordaba el cocinero David de Jorge la composición de uno de los clásicos almuerzos de la vieja Iruña sanferminera: las exquisitas y loadas magras con tomate.
De chaval me llamó la atención oír en casa que precisamente los Pitikorena de Aginaga (pueblo de Nafarroa) eran 14 de familia: doce hijos y los padres. En Navarra el cura y el clero viene entrometiéndose desde tiempos demasiado en la jodienda, más que el médico, el ogino y la marcha atrás. No había pastillas y el invierno era largo, el aburrimiento espeso y los hijos…: «los que Dios mande».
El Gobierno de Nafarroa recalca de nuevo por boca de su consejera de Salud, María Kutz, y a pocos días de los almuerzos en cuadrilla, «que no va a cumplir la Ley del Aborto, que hoy ha entrado en vigor, y por tanto aquellas mujeres que quieren abortar tendrán que hacerlo fuera de Nafarroa, se seguirá mandando fuera del territorio», al destierro temporal, a las mujeres que quieran interrumpir su embarazo voluntariamente. Al igual que las magras, son los denominados abortos a la Navarra.
Cuentan, parece, una historia real, ocurrida a finales de 1960 en la ciudad alemana de Colonia: su obispo y cardenal de la Iglesia católica era Joseph Höffner, erudito, retrógrado, antiabortista de tomo y lomo, pero contemporizador de guerras y luchas anticomunistas. Un día se le acercó una joven creyente, estudiante universitaria, en estado y sin recursos. Le pidió ayuda estable para conservar su hijo, de lo contrario se vería en la necesidad de abortar. Dicen los que la conocieron que tras la conversación con uno de los arzobispados más ricos de Europa su esperanza se trocó en lágrimas y tristeza.
En el Gobierno de Nafarroa, como en la Iglesia, lo que sigue primando es la ley divina y, como se sabe, bajo ella las mujeres todavía deben llevar mantilla. Mujer y ley divina es hierro de madera.
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