En  un artículo publicado en 1949, en la revista The Nation, el escritor británico  Stephen Spender afirmó que los intelectuales estadounidenses eran los más  aislados del mundo. Ya habían transcurrido los años treinta durante los cuales  la política del New Deal de Roosevelt  había atraído a las clases cultas. Fue el momento en que John Dos Passos, John  Steinbeck y Ernest Hemingway, entre otros,  adoptaron posiciones muy politizadas y activas en los asuntos públicos de  la nación.  
 Entonces vinieron los años de la Guerra Fría y el macartismo sembró el  terror. Algunos, como Arthur Miller, tuvieron la valentía de escribir Las brujas  de Salem, pero fueron los menos. Se desató una inquisición encarnizada contra  todo aquél que demostrase inclinaciones liberales, un pensamiento independiente  o simpatías hacia las causas del progreso social. El famoso proceso de los Diez  de Hollywood instauró el pánico y la intelectualidad estadounidense se replegó  hacia un aislamiento y un mutismo que duró varios años. 
 El  síndrome macartista duró hasta la guerra en Vietnam, cuando toda una generación  fue triturada por aquella guerra imperial injusta y los jóvenes regresaron  mutilados o sumidos en el vicio del consumo de drogas. Los muchachos renunciaron  a ser reclutados y en las universidades los estudiantes fueron nervio y médula de las protestas  antibélicas.
La  derrota de Estados Unidos en aquella guerra dejó una profunda sensación de  frustración nacional, de  fracaso de los  objetivos políticos del país y deprimente decepción del orgullo patrio. Ello  agudizó el alejamiento de los intelectuales de la dinámica ideológica. Hubo  excepciones como Gore Vidal, Susan Sontag y Noam Chomsky, pero la mayoría se vieron embargados por las  universidades, los medios masivos, la industria del entretenimiento. La apatía y  el desinterés invadieron el vasto campo del pensamiento independiente.  
 Al  faltar los intelectuales a su deber de guía doctrinaria, la opinión pública  comenzó a ser penetrada por la tergiversación alentada desde las tribunas  públicas, orientadas por el estado y  controladas por las grandes corporaciones económicas. Así se expendieron los  embustes sobre la revolución cubana, sobre el proceso bolivariano de Venezuela,  sobre las armas de destrucción masiva de Irak. Gracias a ese distanciamiento de  los intelectuales, a su renuncia a desempeñar el papel orientador que les  corresponde, se pudieron efectuar las invasiones coloniales e Afganistán e Irak,  el genocidio israelita contra el Líbano, las amenazas a Irán y Corea del Norte.  Son pocos los que se lanzan a la palestra y tratan de ajustar los hechos a su  dimensión real. 
 Cuando se compara el papel de los intelectuales norteamericanos con lo  que ha sido la actuación de los franceses en las guerras de Argelia y de  Vietnam, contra el peligro fascista de  Le Pen, se advierte una notable diferencia. El final del gobierno de Chirac ha  estado marcado por motines, levantamientos y revueltas. Tras los tumultos  provocados por el maltrato a los inmigrantes vinieron los disturbios por la ley  del primer empleo y los desajustes causados por el exiguo mercado laboral ante  las demandas de una juventud en expansión. Los hombres de la cultura han  intervenido activamente en Francia, de una manera enérgica y decidida. Vale recordar solamente el affaire Jeanson y  el Manifiesto de los 121 como un ejemplo de activa participación social de los  letrados. 
 El  gobierno de Bush ha rematado esta corriente negativa propagando una obsesión con  la seguridad nacional, la manía del  acatamiento y la traición, el arrebato del patrioterismo y con ello han  aislado aún más a los intelectuales. La despolitización y  el asentimiento a las operaciones de  tergiversación, tan frecuentes en la televisión y la prensa de hoy, son una  consecuencia de este repliegue.
 El  libro sobre el «Salvador» de Joan Didion y «Los ejércitos de la noche» de Norman  Mailer son paradigmas de tentativas de encaminar la opinión pública por los  senderos de la verdad, apartándola del ultraje de la detracción. La nueva  derecha norteamericana ha hecho todo lo posible por destruir el pensamiento de  izquierda y por generar una adhesión fanática a las falacias del bushismo, que  disfraza de lucha por la libertad sus intentos de apoderarse de los recursos  energéticos del Oriente Medio. 
 Comparados con los intelectuales europeos la neutralización de la fuerza  ideológica de los intelectuales norteamericanos ha sido una de las operaciones  más acreditadas de la reacción encabezada por Cheney, Rumsfeld y Wolfowitz.