Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Frantz Fanon sólo vio las primeras luces del alba engañosa de las independencias africanas. La enfermedad se lo llevó antes de que las esperanzas forjadas en las luchas de liberación se disolvieran en la noche neocolonial, apenas menos soportable que las tinieblas de la dominación imperial.
¿Le habría sorprendido la situación africana? ¡Nos atreveríamos a decir que no! En efecto, nada de esta historia de impostura y de traición habría sorprendido a quien había comprendido y explicado los engranajes de la dominación, los complejos de la sujeción y la cultura de colonizados de las elites que vinieron a sustituir a los colonizadores.
En este nivel es donde se enuncia la realidad de las independencias africanas: los libertadores, más o menos legítimos, se han transformado en carceleros de sus pueblos, en dictadores al servicio de la antigua potencia colonial. Sus herederos son, en lo esencial, los elementos de redes de depredación de pieles negras pero con máscaras blancas, por retomar el muy explícito título de Fanon.
Cincuenta años después el balance es inapelable: las independencias no han llevado a la liberación de los pueblos oprimidos. De presidencias vitalicias en pronunciamientos militares y de golpes de Estado en guerras civiles, tanto al norte como al sur del Sahara África es, con muy raras excepciones, el continuum de las tiranías. Las sociedades siguen estando huérfanas de Estados que no han podido nacer ya que las redes neocoloniales imponen a unos potentados, los cuales, además, cambian a merced de los intereses y de las coyunturas. Nada ha cambiado de verdad a pesar de que, caída del muro de Berlín obliga, los partidos únicos hayan cedido el paso a las democracias de fachada.
Si bien las estructuras neocoloniales no explican por sí solas el fracaso de las independencias, este medio siglo ha sido la demostración implacable de la eficacia de las bombas de efecto retardado legadas por las potencias coloniales.
Unos cortes territoriales hechos para envenenar de forma duradera las relaciones entre los nacientes Estados, unas elites militares (como en Argelia o en Angola) y civiles (como en el oeste de África) encargadas de administrar la herencia de los antiguos amos por su cuenta y por la de las metrópolis, y unas separaciones étnicas mantenidas si no creadas deliberadamente (como en el África de los grandes lagos) han impedido la formación de Estados independientes dignos de tal nombre al servicio de sus poblaciones.
La violencia colonial ha sido sustituida por una violencia indirecta, la infligida vía africanos. Las tiranías impuestas y mantenidas han servido para liberar un discurso paternalista y racista del tipo «era mejor en tiempos de las colonias». Que una ley que glorifica el colonialismo se haya podido planear en el seno de un parlamento de un país con un enorme pasado colonial casi cincuenta años después de las independencias no es un accidente de trayectoria (1). Esta compulsión de no arrepentimiento o esta reivindicación de un pasado sangriento es la manifestación patente de la vitalidad de la ideología colonial causante de millones de víctimas.
El orden colonial ha contaminado el territorio de los colonizadores. Por una paradoja cuyo secreto lo posee la historia, «el indígena» es hoy omnipresente no sólo en su área de origen sino también en lo que Fanon llamaba las «ciudades prohibidas», las ciudadelas europeas en las que se ejercen las formas renovadas de la discriminación. Se conmina a los descendientes europeos de los pueblos colonizados, estos franceses «surgidos de la diversidad», a aceptar un estatuto de inferioridad.
Así, tanto en África como en Europa, Fanon parece más actual que nunca. Cobra sentido para los militantes africanos de la libertad y de los derechos humanos, también cobra sentido para tantos africanos y árabes de Europa en contra de los cuales a partir de ahora en los medios de comunicación se expresa un racismo sin complejos.
Cobra sentido porque la emancipación sigue siendo el primer objetivo de las generaciones que hoy llegan a la edad de la madurez política. Muchos africanos han aprendido que el combate por la libertad, la democracia y los derechos humanos se lleva a cabo contra los potentados locales, pero también contra los paladines del orden neocolonial que los protegen, les utilizan para saquear los recursos y los echan cuando han cumplido. Así, muchos jóvenes intelectuales pudieron calibrar la actualidad de los análisis de Fanon durante el tristemente famoso discurso de Dakar (2) en el que un jefe de Estado francés ofrecía, entre el desprecio y la vaguedad, una visión fantasiosa del hombre negro fuera de la historia y que daba vueltas en redondo en medio del absurdo y la esterilidad.
En definitiva, estos cincuenta primeros años sólo son el alba de los condenados, un alba dolorosa y trágica. Fanon anunciaba el final de la atroz noche colonial y los combates futuros. El camino hacia la libertad sigue siendo largo…
Notas de la traductora:
(1) Se refiere a la Ley de los repatriados, de febrero de 2005, que en su artículo 4 evoca los «aspectos positivos» de la colonización sin hablar de las páginas más negras de este periodo histórico. En las antiguas colonias, sobre todo en Argelia, fue muy mal recibida. En Francias, por su parte, los partidos de izquierda, las asociaciones y varios historiadores consideran que la formulación del artículo 4 contradice la realidad histórica.
(2) Discurso pronunciado por Sarkozy en la Universidad de Dakar el 26 de julio de 2007.
rCR