Traducido para Rebelión por Mikel Arizaleta
Ya al principio de su autobiografía: «La liebre de la Patagonia«, Claude Lanzmann aclara que él se ha alineado con la «interminable columna» de decapitados, colgados, asesinados, ahorcados a garrote y torturados de la tierra. Es sensible a todos los dolores y sufrimientos del mundo, a todas las tiranías; la pena de muerte y la guillotina son tema en su vida. Condena todo uso de la violencia. Aun cuando Lanzmann atribuye a su compromiso con la lucha independentista de Argelia y a su periodo anticolonial sólo una importancia menor, sin embargo exige asumir el papel del intelectual, comprometido siempre y del lado de los condenados de la tierra. Al igual que Lanzmann se posiciona también el sobreviviente al holocausto y premio Nóbel de la Paz, Elie Wiesel, como defensor supremo de los derechos humanos y de los oprimidos de todo el mundo, sobre todo de los niños maltratados.
Sin embargo respecto a Israel el comportamiento de ambos es distinto. El hecho colonial ya no es colonial y Lanzmann no insiste tanto en la condena de la violencia cuanto en la exigencia de una reapropiación de la violencia. Esta contradicción o aplicación de una doble regla produce sorpresa y extrañeza, Pero «La liebre de la Patagonia» sorprende sobre todo por la exagerada adoración que el autor ofrece y siente por las fuerzas armadas. Tanto Lanzmann como Elie Wiesel fueron autorizados a volar en un avión de combate F-16. Recuerda a los oficiales, pilotos y a los técnicos, recuerda la «profundidad humana y honesta de su fuerza; junto a ellos me sentía incluso más invencible que ellos». Mientras rodaba la película «Tsahal»i sobre el ejército israelí Lanzmann pudo, asimismo, medir todo el potencial israelí de infantería, artillería, de la marina y del ejército del aire. Cuenta que los mismos pilotos le condujeron en un «Phantom» y en un F-16, suponiendo el vuelo en el último para él la «coronación», el cénit de su carrera aérea. A bordo del F-16 Lanzmann pudo sondear sus limites, pudo constatar dónde se halla su punto «G», experimentó su resistencia al desmayo. La experiencia y su visión como espectador de un arsenal semejante le deparó un gran placer, como el que siente un niño divirtiéndose en el parque Luna
Pena de muerte sin juicio
¿Pero el F-16 no es un instrumento de muerte bastante más eficiente, si bien más impreciso, que el tajo de la guillotina? Ni una palabra, ni una referencia sobre la pena de muerte sin juicio, que a diario se aplica a las víctimas de los F-16 israelitas, con frecuencia niños, mujeres y ancianos. Lanzmann no se detiene ni por un momento en aquellos que sirven como diana a esta force de frappe, a todo este arsenal. Aun cuando él sería capaz de enfrentarse al desmayo, al «velo negro», no ha sido capaz de ver a través del velo, su mirada no se posó ni una sola vez en el sufrimiento que causa todo ese arsenal, todo ese ejercito, considerado el más potente del Oriente Medio. Mediante el teleobjetivo de las bombas de un F-16 es imposible reconocer de hecho la terrible angustia de la gente. Tan solo se siente «una pequeña sacudida en el extremo», según palabras del entonces jefe del ejército del aire, el jefe del Estado Mayor Dan Halutz. Que era quien ordenaba que un F-16 debía arrojar su bomba de una tonelada de peso sobre Salah Schahade del dirigente de Hamas, causando la muerte de 14 civiles, entre ellos dos lactantes y seis niños entre tres y once años. No se recuerda que Lanzmann o Elie Wiesel hubiesen lamentado el asesinato sin sentido de estos civiles, ni en este ni en ningún otro caso. Lanzmann dirige la mirada del lector sobre la liebre de la Patagonia, atrapada por los focos de un coche allí lejos, en la otra parte del mundo, esta liebre parece causar más impresión que la pérdida de vidas humanas, la de aquellos civiles inocentes muertos y lastimados por los disparos y la metralla de los tanques, aviones y todo ese arsenal atómico de Tsahal, que a él tanto le fascina.
Peculiaridades judías
¿Cómo se debe entender este silencio? En «La liebre de la Patagonia» Lanzmann dedica largos párrafos a la peculiaridad judía del ejercito israelí, cuyos jóvenes combatientes «en su esencia siguen siendo como sus padres», es decir las víctimas judías de la Schoa y de todas las épocas. Sigue escribiendo que «Tsahal» no es un ejército como los demás, y en la relación de los soldados de Israel con la vida y la muerte se puede percibir todavía con gran fuerza el eco, en modo alguno distante, de las palabras de Salmen Lewental (miembro de un comando especial de Auschwitz, L.F.): … «Los soldados israelíes no llevan la violencia en la sangre», los «paracaidistas israelíes no son como los franceses…».
La prueba de todo ello ve Lanzmann en que pueden llevar pelo largo, el pelo garantiza el humanismo y la ética típica de los soldados-filósofos del ejército, que él muestra en la pantalla. Quien ha visto «Tsahal» recuerda sin duda al soldado con gafas, al intelectual en uniforme conduciendo el tanque con un libro en la mano. ¡Y, claro, si Lanzmann le muestra así en su película es que es lo que ocurre en la vida real! ¡Menudo argumento barato! Y lo mismo que Lanzmann también de modo parecido defiende Elie Wiesel el «alma judía» de los soldados de Tsahal, que siguen siendo inmunes y contrarios a la mentalidad del conquistador a lo largo de la larga historia judía de persecuciones. Lanzmann se equivoca al menos en lo referente al pelo. Todo israelí, que ha hecho la mili en Israel sabe que el primer registro, del que ningún recluta se libra, supone inevitablemente el corte de pelo. Quizá Tsahal no exige la cabeza afeitada o totalmente rapada pero se ordena y prescribe el corte de pelo por un tema de uniformidad y no de masculinidad. La única excepción de la regla son los reservistas. Por consiguiente, Lanzmann tuvo que filmar reservistas. Pero con o sin pelo el ejército israelí en nada se distingue de los demás ejércitos del mundo, cuya función es la utilización y el ejercicio de la violencia. Y cabe preguntarse si el crédito moral, que el Tsahal obtiene en nombre de un pasado victimal y de una función intelectual inventada, con sede en París o New York, no les ha animado y lanzado al descarrilamiento. A menudo los analíticos son gente rezagada, renquean detrás de las guerras. En el caso que nos ocupa son rezagados y renqueantes respecto al dolor y sufrimiento.
Un mínimo de coherencia
Elie Wiesel sobrevivió a Auschwitz y desde la publicación de «La Nuit» (1958) ha dado permanentemente testimonio de las víctimas y ha defendido a Israel. Claude Lanzmann ha dedicado su obra como director de cine a la Schoaii y a la defensa de Israel. Ambos unen la Schoa y el destino de Israel. Y aunque ambos fueron embajadores de Israel en el extranjero, han preferido New York y París al borrascoso Oriente Medio. ¡No es para echarles en cara por ello! Pero como intelectuales se les debe exigir un mínimo de coherencia, ya que el respeto de los derechos humanos y el recuerdo de las persecuciones resultan difícilmente conciliables y compatibles con la expropiación y la represión, que se practica en las zonas ocupadas de Israel.
Paradójicamente el recuerdo de la Schoa ha contribuido sin duda a esta situación. En este sentido las revelaciones de Claude Lanzmann en «La liebre de la Patagonia» son ilustrativas. Lanzmann admite que «los israelitas, cuando apareció su película «Por qué Israel«, le ofrecieron rodar un filme sobre la Schoa». Ellos fueron los iniciadores y asumieron la financiación, hasta que decidieron no invertir ni un dólar más después de haber pagado un millón de dólares USA, lo que suponía menos de una décima parte del presupuesto.
La segunda referencia a «Schoa» aparece en el libro luego de una digresión sobre la época de Sartre-Beauvoir, una excursión de 18 años. «Mi amigo Alouf Hareven, director del departamento de Asuntos Exteriores israelí», propuso a Lanzmann llevar a cabo una película sobre la Schoa «desde la perspectiva judía». Cabe preguntarse por qué el Ministerio de Asuntos Exteriores se interesó por la producción de una película sobre la Schoa y no así el Ministerio de Formación o el de Cultura, y también cabe preguntarse qué departamento dirigía Alouf Hareven. Alouf Hareven estaba al frente del departamento de Información en el Ministerio de Asuntos Exteriores, que hoy ya no existe. Este departamento tenía, como tarea, explicar al mundo las razones y fundamentos de la política israelí, en el caso que nos ocupa la controvertida ocupación de los territorios conquistados en 1967.
Pero la contribución institucional de Israel a esta producción de «Schoa» no solo se reduce al Ministerio de Asuntos Exteriores. El gabinete del primer ministro Menachem Begin sustituyó de hecho en 1977 el Ministerio, como escribe Lanzmann. En adelante Lanzmann fue aleccionado y guiado en sus indagaciones por un «comité científico» bajo la presidencia de Yehuda Bauer, profesor de historia judía y entendido en la «Solución final de Checoslovaquia». Era y sigue siendo uno de los historiadores especialistas de la Schoa y reconocido como una de las autoridades israelíes en este campo. Fue miembro del comité histórico de Yad Vashemiii, el Instituto estatal y de la memoria, cuya función es promocionar el recuerdo oficial del país. Yad Vashem puso a disposición de Lanzmann una oficina y un grupo de ayudantes y documentalistas y la ciudad de Jerusalén un piso para facilitarle las largas estancias en Israel.
Recuerdo convenido
Lanzmann transmite al lector una parte de estos datos, pero de manera difusa, sin resaltar la coordinación, esfuerzo y ostentación institucional, que las autoridades israelíes han puesto en la producción. La información transmitida por él tiende a minusvalorar y desleír el aspecto de encargo oficial en el recuerdo del estado de Israel. Este recuerdo queda fijado en el film «Schoa», que solo menciona las víctimas judías y traslada y carga en el haber del estado de Israel lo sacral de los campos de la muerte en Polonia, convirtiendo el estado de Israel en un estado de las víctimas o en un estado-víctima, lo que fundamenta la anormalidad de Israel, reclamada por Lanzmann. La peculiaridad del recuerdo judío de la Schoa subraya la particularidad del estado de Israel, concediéndole u otorgándole a éste el status de inmunidad. Hay que indicar que la creación de un estado soberano en Israel en origen estaba destinada a corregir la anomalía estructural del pueblo judío. La reactivación del concepto de anormalidad del estado hebreo cuestiona la esencia del proyecto nacional.
En el año 1974 se le encargó también a este mismo departamento de Información del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí la divulgación de otra película sobre la Schoa: «El 81 golpe» de Haïm Gouri, David Bergmann y Jacquot Ehrlich, una producción israelita de la Casa de los combatientes del ghetto («Beit Lohamei haGeta´ot»iv). Por consiguiente con la divulgación de «El 81 golpe» y con el apoyo de la producción de «Schoa» el Ministerio de Asuntos Exteriores fue mucho lo que invirtió en el recuerdo de la Schoa, pero con un objetivo que iba bastante más allá que el recuerdo del asesinato de víctimas judías durante la Segunda Guerra Mundial. El recuerdo de la Schoa se implantó y entronizó por razones de estado, por razones de política exterior, para prolongar la ocupación israelí y justificar la colonización de los territorios ocupados. Por desgracia tras la colonización y el rechazo de una solución política se magnifica el instrumento de la represión: el «Tsahal».
Elie Wiesel escribió en sus memorias, «…antes se celebraba el ingenio cultural y científico de los judíos; hoy causa admiración su fuerza». Sólo cabe lamentar que incluso intelectuales, que trabajan por los derechos humanos, no sean capaces de oponerse al poder de admiración de esta fuerza armada y permitan que la violencia sustituya el ingenio y la sabiduría antigua.
* Este artículo ha aparecido en el Jüdischezeitung ,redactado en francés por Levana Frenk, traducido al alemán por Ingrid Galster y al castellano por Mikel Arizaleta.
i Tsahal, acrónimo de Tsva Hahagana LeYisrael, fuerzas armadas de Israel.
ii Shoa, holocausto. El realizador francés, Claude Lanzmann estrenó en 1985 un largo documental de 9 horas de duración sobre la Schoa, que recoge testimonios de víctimas y verdugos del exterminio judío durante la Segunda Guerra.
iiiYad Vashem, es la institución oficial israelí, constituida en memoria de las víctimas del holocausto judío.
iv Das Casa de los combatientes del ghetto, en hebreo Beit Lochamei haGeta´ot, se fundó en 1949 por miembros del kibutz Lochamei haGeta´ot, una comunidad de supervivientes del holocausto.