Las manifestaciones de la crisis del capitalismo se multiplican y agravan cada día. Por ahora, el impacto de los disfuncionamientos -particularmente de los mercados financieros- se centran en los países desarrollados que se descubren, súbitamente, al borde la quiebra. Sin embargo, no cabe la menor duda que, si la cosa sigue así, más tarde o […]
Las manifestaciones de la crisis del capitalismo se multiplican y agravan cada día. Por ahora, el impacto de los disfuncionamientos -particularmente de los mercados financieros- se centran en los países desarrollados que se descubren, súbitamente, al borde la quiebra. Sin embargo, no cabe la menor duda que, si la cosa sigue así, más tarde o más temprano, la crisis va a afectar al resto de los países, incluidos los llamados «emergentes», que hoy parecen estar al abrigo de esas poderosas convulsiones económicas y sociales.
Para algunos, el diagnostico es inapelable: la enfermedad del capitalismo, generada por su propia irracionalidad, ha entrado en la fase terminal. La hora del Socialismo se acerca. Incluso, el libreto de esta transición esta escrito de antemano: la crisis va a provocar, como ya esta ocurriendo en Europa, gigantescas revueltas populares que echaran por tierra las instituciones burguesas. Los nuevos gobiernos, que emerjan de esas grandes conmociones socio-económicas, necesariamente revolucionarios, tomaran las medidas radicales que se imponen y comenzaremos así la marcha triunfal hacia la nueva sociedad.
No se trata de ser pesimista sobre la evolución de la humanidad. No se trata de negar la necesidad de un régimen socialista, despojado de todo lastre burocrático, como ideal revolucionario. No se trata de resignarse a sufrir sin reaccionar la explotación a ultranza que nos imponen las clases dominantes. Se trata, simplemente, de no perder la noción de la realidad, y de encontrar, en estos tiempos de crisis, la mejor manera de actuar sobre ella, para orientarla hacia fines superiores. Porque, en mi modesta opinión, el capitalismo no esta en la víspera de su deceso, ni el Socialismo a la vuelta de la esquina.
– La movilización y la espontaneidad
Para mi, la revolución no es un acto que se reduce a la toma del poder, ni a la declaración constitucional de que el país es socialista. La revolución es un proceso, necesariamente largo, condicionado no sólo por la evolución de la subjetividad interna, y por los progresos socio-económicos que realicen, sino también de la coyuntura internacional.
Para otros, en cambio, la profundidad de la crisis actual, con reacciones vigorosas de grandes capas de la población, puede provocar situaciones revolucionarias. Esta apreciación es profundamente errónea; la revolución no va a surgir nunca de la espontaneidad. ¿Qué hubiera podido ocurrir, en Francia, si las huelgas y manifestaciones recientes, hubieran logrado paralizar durablemente la vida del país? En el mejor de los casos, el abandono de la ley de pensiones cuestionada, la renuncia de Sarkozy, y su inmediato reemplazo constitucional por un Presidente interino, salido sin duda de las filas de su partido. Lo mismo hubiera ocurrido en cualquier otro país europeo, como ocurrió ya en otras latitudes, en condiciones similares, por ejemplo en Argentina, en 2001, con todo un pueblo gritando en las calles la consigna lapidaria «Que se vayan todos»!!!
La hipótesis radical, revolucionaria, de tomar el poder por alguna forma de violencia, incluida la huelga general, y comenzar inmediatamente la instauración del socialismo, aparece para algunos como una posibilidad cierta en la coyuntura actual. Sin embargo, están equivocados, pues en Europa, no existe hoy la menor posibilidad, no digamos de una revolución, sino incluso, de procesos de cambio menos radicales como los que se viven en América Latina. La izquierda que se ilusiona con esta hipótesis y la pregona a todos los vientos, lo hace sin duda para mostrarse más radical que las otras, y para evitar la reflexión necesaria y la elaboración razonada de lo que puede ser hoy una verdadera alternativa socialista. Un alternativa que no se limite a fijar los grandes objetivos, sino también la manera de alcanzarlos, en el ritmo impongan las particularidades del periodo histórico que vivimos.
– Las condiciones externas e internas del Socialismo
El Socialismo no fue, ni es posible hoy, por dos razones esenciales, una de carácter externo, la otra de carácter interno. La primera debido a la mundialización de la economía, lo que hace que la vida de cada país sea estrechamente dependiente del mercado internacional; la otra por la crisis de las ideas de izquierda, consecuencia inevitable del derrumbe los países del llamado «Socialismo real».
En el primer aspecto, vale la pena preguntarse: ¿Qué cabria esperar si alguna vez, por algún inexplicable -e improbable- vaivén de la historia, una de las tendencias radicales de la izquierda se encontrara en el poder?. La respuesta creo que la sabemos todos. Esta tendencia procedería inmediatamente a la estatización de todos los medios de producción (grandes y pequeños), lo que provocaría a término una crisis aguda de la actividad productiva -debido a problemas de inserción en el mercado económico y financiero mundial-, y se repercutiría poderosamente los niveles de vida de la población. Impondría luego la dominación irrestricta del partido único, acompañada de una caricatura institucional de un «poder popular», la prohibición de salir del territorio (para evitar una estampida migratoria), y la creación de cuerpos especializados de represión «contrarrevolucionaria», para preservar el nuevo sistema. Todo, a inspiración (y beneficio) de una burocracia omnipresente y omnipotente, tanto o más dañina que las antiguas clases dominantes.
Esta perversión de las nobles ideas del Socialismo, en las condiciones actuales es, desgraciadamente, una casi fatalidad. Ocurre que, en efecto, el Socialismo en un solo país es un imposible histórico, hoy más que nunca. Ningún país puede llevar a cabo ese tipo de transformaciones, para socializar la producción y la riqueza, si no hay simultáneamente otros países que estén empeñados en el mismo propósito y que, juntos, puedan constituir una entidad económicamente autosustentable. Esto lo demuestra la experiencia cubana, dependiendo en el pasado de la ayuda de la Unión Soviética, en la actualidad de la ayuda Venezolana y que se apresta, en estos días precisamente, a terminar con los pocos y precarios elementos «socialistas» que contenía su estructura socio-económica y política..
– La crisis de las ideas de izquierda
Del lado de la crisis de las ideas socialistas, la importancia del problema se aprecia en el comportamiento de ciertos partidos políticos, que se reclaman de izquierda y que tratan de participar en las elecciones con la voluntad de aprovechar a fondo sus posibilidades. Algunos de ellos han decidido abandonar toda referencia al Socialismo y a sus fundadores, y han adoptado como signo distintivo el «anti-capitalismo», para que no se los vaya a confundir con los que fueron entusiastas partidarios del Muro de Berlín y de los campos de exterminio del Goulag. Aún así, les resulta difícil crecer tanto como quisieran, y conservar una audiencia apreciable en el electorado.
Por lo tanto, todos sabemos, al menos los que nos inscribimos a la izquierda del tablero político, que el Socialismo es, más que una opción estratégica, el futuro de la humanidad. Futuro inevitable si se quiere instaurar en el mundo definitivamente la libertad, la democracia, la justicia social, y proteger al mismo tiempo la vida misma del planeta. De lo que se trata, entonces, es de hacer lo que no hemos hecho hasta ahora, demostrar no sólo en teoría, sino también en la practica -y en la medida de lo posible- la inmensa superioridad de Socialismo, con respecto a cualquier otro sistema.
– La participación en las elecciones
Si no estamos en la víspera de la defunción del capitalismo, y tampoco del advenimiento de la sociedad socialista, ¿qué hacer?. En las condiciones actuales, más precisamente en la coyuntura internacional actual, no queda otra posibilidad que de participar en elecciones, de tratar de ganar margenes de poder en la estructura representativa del país, de alentar y multiplicar toda actividad que represente una evolución de la consciencia social, y empujar todo proceso, donde quiera que se presente, si representa un avance en la lucha contra el capitalismo y por un mundo mejor.
Algunos dirán que eso de «participar en elecciones» ya ha sido intentado, con resultados catastróficos. Es cierto. Lo que ocurre es que hay diferentes maneras de participar. Hasta ahora, en la izquierda radical, la tendencia predominante ha sido la de considerar esta participación como una simple ocasión de popularizar un programa socialista creyendo que, de esta manera, se hace avanzar la conscientizacion de las masas. Lamentablemente, con una cruel terquedad, los resultados obtenidos, en el mejor de los casos del 2 o 3%, vienen a demostrar cada vez que no es eso lo que esperan de un partido que se dicen de izquierda, las masas populares.
Por el contrario, otros partidos o movimientos (particularmente en América Latina), aglutinados en torno a un líder carismático, han adquirido la capacidad de barrer literalmente a los partidos de derecha en cualquier elección y han llegado al gobierno. Partidos o movimientos -dígase de paso- que no se reclaman revolucionarios, y que postulan, en regla general, una refundación del país, la defensa de las riquezas naturales y la lucha contra la pobreza, como objetivos principales. La simplicidad de sus proposiciones, sin alardes ideológicos, parecen más eficaces que los sesudos discursos de los grandes teóricos del Socialismo libresco.
– El problema del partido
Por lo demás, la izquierda radical, y muy particularmente la que viene de los años 60/70 de América Latina -caracterizados por la lucha armada-, sigue siendo una organización con vocación conspirativa, sectaria, vertical y casi clandestina, creyendo que, en cualquier momento, un golpe de Estado, vuelva a convertirla en la victima propiciatoria de la lucha contra el terrorismo. Esta manera de existir le ha hecho perder su implantación en las clases mas desfavorecidas, en el movimiento sindical, en las organizaciones populares, en los medios intelectuales, y la ha privado de toda capacidad ofensiva. Así, sin una organización adaptada a la lucha electoral, sin un programa que recoja las aspiraciones inmediatas de la gente, y candidatos que inspiren confianza en su capacidad de llevar a cabo lo que proponen, el raquitismo de los resultados no es para sorprender a nadie.
Para salir de la crisis, hay que asociarse con los sectores mas modestos de la población, acompañar sus luchas polifacéticas, y recorrer con ellos, al ritmo de la evolución de su subjetividad, el arduo y largo camino al Socialismo. Recuérdese que la revolución la hacen los pueblos, no las élites, por muy ilustradas que sean.
Fuente: http://www.kaosenlared.net/noticia/arduo-largo-camino-socialismo