En noviembre de 1936 un bombardeo de la coalición nazi-franquista alcanzó un ala del Museo del Prado, reventó numerosas ventanas y dañó un bajorrelieve italiano. No hubo daños mayores porque, por fortuna, las joyas de la pinacoteca habían salido días antes en camión hacia Valencia, sede provisional del Gobierno de la República en retirada. La […]
En noviembre de 1936 un bombardeo de la coalición nazi-franquista alcanzó un ala del Museo del Prado, reventó numerosas ventanas y dañó un bajorrelieve italiano. No hubo daños mayores porque, por fortuna, las joyas de la pinacoteca habían salido días antes en camión hacia Valencia, sede provisional del Gobierno de la República en retirada. La peripecia de esos camiones que trasladaban obras capitales de Velázquez, Goya, Rubens y Durero, por carreteras atestadas de tropas y a menudo bajo el fuego enemigo, de Madrid hasta la mina de talco de La Vajol, en Girona, se cuenta en la película documental Las cajas españolas, que se estrenó el viernes en los cines Verdi.
Concebida y dirigida por el escritor y guionista Alberto Porlan, Las cajas españolas resume en una hora y media de metraje una de las peripecias más angustiosas de la historia reciente de España. «Es un documental de 1939 hecho en el 2004», asegura Porlan.
TIMOTEO PÉREZ RUBIO
Por iniciativa de José Bergamín, intelectual católico y comunista, el Gobierno del presidente Giral organizó la salvaguardia del patrimonio artístico, que peligraba a causa del vandalismo que existía en aquellos momentos de zozobra. Timoteo Pérez Rubio, pintor y marido de la escritora Rosa Chacel, lideró con extremo rigor la operación, en la que también participaron inicialmente María Teresa León y su compañero, Rafael Alberti.
Porlan ha utilizado los pocos fragmentos de película de la época que se conservan y ha dado movimiento con imágenes actuales en blanco y negro, protagonizadas por actores, a antiguas fotografías que documentaron la monumental evacuación. Entre las sorpresas de este filme destaca el hallazgo de unos minutos rodados por los camarógrafos soviéticos Roiman Karmen y Boris Makassiev en las torres de los Serranos, en Valencia, convertidos por la República en un búnker seguro a prueba de ataques de la Legión Cóndor. Estas imágenes inéditas se guardaban en una lata mal archivada, al parecer porque los camarógrafos escondieron así su valor estratégico.
Las cajas españolas concluye que la actuación de los técnicos de la Repú-
blica fue tan honrada como impecable. No se perdió nada y 2.000 cajas llenas de obras de arte valiosísimas quedaron intactas. Tan sólo hubo que registrar un daño: el que sufrió el lienzo de Goya La carga de los mamelucos al caerle encima un balcón tras un bombardeo en Benicarló. Aún emociona ver hoy en el Museo del Prado el retal ocre de la restauración, en un extremo del lienzo goyesco de tema bélico.
UNA PRIORIDAD
Esas 2.000 cajas, transportadas en 36 camiones, realizaron un penoso itinerario que iba desde Valencia a los castillos de Figueres y Peralada y a la mina de talco de La Vajol. El contenido de las cajas, lo más granado del patrimonio español, incluidos los cuadros del duque de Alba, embajador de Franco cómodamente instalado en Londres, fue una prioridad para un Gobierno que se desmoronaba. «La salvación del Prado es más importante que la salvación de la República», llegó a decir el presidente Manuel Azaña, un intelectual superado por los acontecimientos pero que mantuvo hasta el final su compromiso con la cultura.
La película termina con el episodio de la devolución del tesoro nacional, vía Sociedad de Naciones de Ginebra, al régimen de Burgos; un retorno cuyo protagonismo se disputaron curiosamente dos catalanes agentes de Franco, Eugenio d’Ors y José María Sert. Ambos se odiaban ferozmente, tanto que D’Ors acusaba al muralista de pintar «con colores de mierda y purpurina».
Para los interesados en ahondar en esta apasionante peripecia dra-
mática, el historiador Arturo Colorado publicó hace unos años El Museo del Prado y la guerra civil, editado por la pinacoteca, donde figura toda la documentación respecto a la la Junta de Salvación del Tesoro. También aquí la conclusión es rotunda: la República salvó el Prado para las generaciones sucesivas.