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El asesinato de Fernando Villavicencio, lo siniestro

Fuentes: Rebelión - Imagen: "Estragos de la guerra", Goya.

LO SINIESTRO, UNHEIMLICH

El acontecimiento

Cuando la realidad se vuelve caótica y necrótica no hay camino seguro hacia la verdad, y también el refugio en la frontera entre el bien y el mal se vuelve confusa. La acumulación de muertes violentas salta a un nuevo espacio cuando la dominación llega al recurso de los asesinatos políticos. Quizás el único camino para no perder el sentido en la humanidad es buscar abrigo en la estética, mirar la Cosa desde el borde, olvidar los significados agotados, para sostener en las manos apenas el lado misterioso del acontecimiento, renunciar a las palabras, a las verdades heredadas, regresar en silencio a las raíces. Salirnos de la Cosa y del Lenguaje, entrar en el mundo recóndito de lo oculto, en la trascendencia a la realidad dada. Y entonces es posible cortar el gusano del tiempo, saltar al origen, coser lo que estaba desgajado, mirar la luz inenarrable.

El asesinato de Fernando Villavicencio nos perturba. Más allá de la aceptación previa o el rechazo a la persona, el asesinato político deja en el ambiente un sentido siniestro que penetra el estado de ánimo de la gente. Las evidencias inmediatas, la impericia-confabulación de la policía y de la guardia de seguridad, la muerte del sicario detenido, la detención inmediata de la banda de sicarios colombianos, tratan de ocultar las responsabilidades de los autores intelectuales, los circuitos del poder y el capital criminal.

En este ambiente ominoso, circula una preocupación difusa, el sentimiento de que algo siniestro pende sobre todos, el fantasma de una violencia incontrolable que nos amenaza a todos. Y entonces, buscamos refugio en la figura paterna autoritaria, para poder expulsar el miedo, estamos dispuestos a canjear libertad por seguridad. El asesinato político ya no es sólo la muerte de una persona, sino la mancha que señala el carácter necrótico de la política, del poder. El asesinato de Villavicencio no es tanto el símbolo de las otras muertes, sino la mancha de una realidad que nos amenaza a todos, desata nuestros temores arquetípicos a la muerte, a disolvernos en la obscuridad; el mensaje no es para los muertos, sino para los vivos.

La posibilidad de que se repita el crimen, y que nos involucre a nosotros, produce el sentido siniestro (Unheimlich) de algo oculto que está allí: “el retorno involuntario a un mismo lugar, aunque difieran radicalmente en otros elementos, produce, sin embargo, la misma impresión de inermidad y de lo siniestro. (…) el factor de la repetición involuntaria es el que nos hace parecer siniestro lo que en otras circunstancias sería inocente, imponiéndonos así la idea de lo nefasto, de lo ineludible, donde en otro caso sólo habríamos hablado de «casualidad».” (Freud, 1919, pág. 9)[1]

El asesinato político desata un movimiento inconsciente colectivo que actúa por contagio masivo, una especie de mecanismo ritual, mimético; ya no opera la verdad, sino la coincidencia inercial en el relato, aunque puede diferir en el señalamiento del culpable. Un retorno a los relatos primitivos cruzados por fuerzas extrañas, misteriosas, mágicas; la regresión al animismo. La descarga pulsional combina la compasión con la víctima, homenaje póstumo, con el miedo ante una amenaza difusa.

La violencia es la continuación de la política por otros medios, por la coacción física. El asesinato político es planificado, hay un centro de mando, aunque sus efectos no pueden ser controlados en su totalidad. Atrás del asesinato de Fernando Villavicencio hay diversos actores: la banda de sicarios, los autores materiales, los empresarios contratistas, las fuerzas políticas interesadas, los autores intelectuales.

La primera mirada se centra en los autores materiales, el relato de la responsabilidad de las bandas criminales, refrendado por la verdad policial de las detenciones de seis sospechosos colombianos. La escena del crimen arroja su verdad inmediata, la impericia-complicidad de la guardia policial y de seguridad. Las investigaciones pueden insinuar los vínculos políticos y las hipótesis de los autores intelectuales, aunque progresivamente las responsabilidades se irán diluyendo, el primer capítulo es la muerte del sicario detenido; y luego vendrán otras muertes o desapariciones, el silenciamiento.

Los asesinatos políticos se mueven en la opacidad de los conflictos, la polarización de fuerzas y los velos de las instituciones encargadas de investigar la verdad. Por ello, terminan en la incertidumbre de las responsabilidades finales, en teorías y relatos. Los cadáveres de las víctimas siguen insepultos: Antonio José de Sucre, Eloy Alfaro, Jaime Roldós, Abdón Calderón Muñoz, al igual que las víctimas internacionales, Abraham Lincoln, Eliécer Gaitán, John F Kennedy, Luis Carlos Galán, Luis Donaldo Colosio, rondan aún en búsqueda de justicia.

Raíces psico-políticas y proyecciones políticas

Por ello, hay que rebasar el ámbito policíaco del caso, para ver las raíces psico-políticas y las proyecciones políticas. Todo asesinato político pasa por la criba del Estado, pone en ejecución dispositivos para disolver las responsabilidades personales, en un desplazamiento que remite a una representación abstracta-fantasmagórica, con momentos de concreción individuales desacopladas del funcionamiento del aparato en su conjunto.

El Estado moderno opera como un aparato burocrático, en donde el individuo opera como ejecutor de las disposiciones de la máquina normada previamente, en modo que el individuo que acude a su ámbito queda encerrado en una maraña incomprensible que se agiganta cada día hasta copar toda la habitación. Esta situación es la que nos muestra Kafka en La Metamorfosis, la transformación de Gregorio Samsa en un monstruoso insecto bajo la mirada del aparato burocrático. Y también en Ante la Ley: el campesino no puede entrar en el misterio del templo de la ley, resguardado por un guardián que termina envejeciendo junto al demandante. El misterio del poder de un aparto anónimo diluye las responsabilidades en circuitos que parten desde abajo, la posibilidad de ubicar a los autores inmediatos, para dejar en la distancia, sin posibilidad de mirar al Leviatán, al poder que domina, so pena de caer en la inermidad, una sensación de indefensión ante quien le ofrece protegerle.

En la modernidad tardía este funcionamiento del Estado se vuelve más extremo, pasa de la disciplina sobre los individuos al control sobre las multitudes, ya no hay un gregorios samsas, todo se disuelve en el número, en la ficha, en el dato virtual, en el registro en la video cámara, en el algoritmo de los bigdata, en una muestra de un target; el lugar ya no es la habitación y la familia, ni siquiera la puerta del templo, sino un territorio anónimo, bajo amenaza permanente, el paso del pueblo a la ciudad, de la ciudad a la urbe, el paso de la cárcel-panóptico al campo de concentración.   

El Estado de derecho que sustentaba el Estado burocrático, es suplantado por el Estado policíaco, que oferta una seguridad manejada por operadores que actúan en el límite de la asignación de roles burocráticos del Estado y de la vinculación con los poderes obscuros o criminales. No sólo el momento del asesinato, sino el momento posterior, el proceso de investigación, queda en manos de la policía, que relata la verdad que servirá de base al proceso jurídico.

El recurso se vuelve un círculo cerrado y vicioso. Los asesinatos políticos tienden a darse en público, en medio de las multitudes, el objetivo es producir caos, confusión y terror. El asesinato de Agustín Intriago, el Alcalde de Manta, se da sin protección policial, a pesar de los riesgos anunciados. Posteriormente la policía señala que el asesinato fue ordenado desde la cárcel de Guayaquil y detiene a tres sospechosos. Los autores intelectuales y las responsabilidades de la policía se disolverán en un caso jurídico prolongado.

La trama del asesinato de Fernando Villavicencio es más evidente. Las órdenes contradictorias de los jefes de inteligencia, los fallos sucesivos en las normas de seguridad, la conducción forzada de Villavicencio hacia la parte frontal, la ausencia de un vehículo de seguridad, la escena del hecho, la muerte del sicario-autor material, todo ello bajo la responsabilidad de la policía y de la guardia de seguridad muestra el engranaje de una confabulación, una crimen de Estado. Posteriormente la policía y la actuación sobre todo de la Fiscalía, permiten detener a seis sospechosos, sicarios colombianos. La verdad jurídica queda subordinada a la verdad policial. Las investigaciones y el proceso jurídico tenderán a alejar la responsabilidad de los autores intelectuales y de los actores estatales, nacionales y transnacionales. La tesis policial busca centrar la atención en un problema de pandillas, aunque se mencionan vínculos con políticos.  

Los intereses políticos, ante la urgencia de la campaña electoral, se apuran en levantar las hipótesis dirigidas a la captación emocional del apoyo electoral. Pasamos de los hechos a la disputa del sentido del acontecimiento. La primera reacción emocional puso en marcha el dispositivo de la polarización correismo-anticorreismo, y atribuye la responsabilidad al adversario de Villavicencio, con el efecto del desgaste de la candidata de la Revolución Ciudadana. Del otro lado, se acentúa un clima siniestro, el miedo a algo difuso, el desate de reacciones primitivas de miedo y rabia, para impulsar una figura dura que gane el apoyo electoral, el rambo que ofrece seguridad por balas. Fluye también el interés del voto de solidaridad, la posibilidad de recoger el legado de Villavicencio a través del amigo sustituto.

El relato puede poner en juego dispositivos de amplificación, de desplazamiento o de deformación. El asesinato de Villavicencio pone en funcionamiento el dispositivo de lo siniestro, un temor masivo, que se basa en la movilización de tendencias profundas del inconsciente colectivo: “lo siniestro en las vivencias se da cuando complejos infantiles reprimidos son reanimados por una impresión exterior, o cuando convicciones primitivas superadas  parecen hallar una nueva confirmación.” (Freud, 1919, pág. 12) El proceso se intensifica y retroalimenta al pasar de lo individual a la masa. El márquetin electoral, las redes y los mass media juegan un papel clave en el contagio.

La estética

¿Cómo superar el contagio, el control? Quizás es posible regresar a la reflexión de Freud, para descubrir que la estética, el arte, la literatura, la pintura, la música, la poseía, tienen otros cauces para tratar lo siniestro, “merece un examen separado: (…) mucho de lo que sería siniestro en la vida real no lo es en la poesía; además, la ficción dispone de muchos medios para provocar efectos siniestros que no existen en la real.” (Freud, 1919)

Hechos siniestros comunes pueden volverse comunes en manos del poeta, para entrar en el campo de misterio, en el poder del símbolo. “Las ánimas del infierno dantesco o los espectros de Hamlet, Macbeth y Julio César, de Shakespeare, pueden ser todo lo truculentos y lúgubres que se quiera, pero en el fondo son tan poco siniestros como, por ejemplo, el sereno mundo de los dioses homéricos. Adaptamos nuestro juicio a las condiciones de esta ficticia realidad del poeta, y consideramos a las almas, a los espíritus y fantasmas, como si tuvieran en aquélla una existencia no menos justificada que la nuestra en la realidad material.” Y del otro lado, la literatura puede convertir en una situación siniestra hechos comunes de la vida real, mediante dispositivos de intriga y suspenso. (Freud, 1919) El Péndulo de Edgar Allan Poe se convierte en una amenaza insufrible.

Ante la imaginación creadora del arte se modifica nuestra respuesta: “Frente a las vivencias reales solemos adoptar una posición uniformemente pasiva y nos encontramos sometidos a la influencia de los temas. En cambio, respondemos en un forma particular a la dirección del poeta: mediante el estado emocional en que nos coloca, merced a las expectativas que en nosotros despierta, logra apartar nuestra capacidad afectiva de un tono pasional para llevarla a otro, y muchas veces sabe obtener con un mismo tema muy distintos efectos.” (Freud, 1919)

Allí hay una diferencia con la relación de poder que busca someternos a un sentido interesado. La disputa por la hegemonía procede por el vaciamiento del significante para llenarlo de nuevos sentidos, adheridos desde el interés del poder. (Laclau & Mouffe, 2021) En esta transposición se produce una pulsión delegada, conecta el tiempo primero, formas arquetípicas, fijaciones infantiles, complejos reprimidos, con la oportunidad del tiempo político. En tiempos electorales se intensifican y aceleran los procesos. El temor ancestral a la muerte puede ser orientado al interés político. Se genera una estrategia de dominio de masas, la creación de ondas de opinión y de adhesión. Los manuales de márquetin político están llenos de recursos de este tipo. Las campañas electorales se han transformado de presentación de propuestas o al menos de ofertas clientelares, al manejo de ataques al enemigo, el descrédito del mensajero, a la difusión de fake-news, al destape del rechazo y el odio.

En la obra estética hay una inversión de la mirada: “no es el sujeto que contempla la obra, sino, es, la exterioridad de la obra que aferra al sujeto que (…) «me aguijonea», (…) como una experiencia estética de abandono, pacificación, como una deposición de la mirada. «Esto es el efecto pacificante, apolíneo, de la pintura. Algo es dado, no tanto a la mirada, sino al ojo, algo que comporta un abandono, depósito de la mirada.» (Lacan, 2003, págs. 100, citado en Recalcati, M. 2006 ) (Recalcati, 2006, pág. 23) Y entonces el cuadro puede acercarnos a la Cosa a través de la “función mancha”, (…) ya no es el sujeto el que mira, es el Otro que mira al sujeto, que se siente caer en su “vida desnuda”, como un exceso que no puede ser representado. (Recalcati, 2006, págs. 23-27)

Cuando adviene la violencia de la muerte podemos sentir nuestro límite como sujetos, no se trata de buscar símbolos, héroes ni víctimas, sino acercarnos en silencio a las manchas que abren la puerta a la realidad. La mano del guardia de seguridad que empuja a la víctima dentro de la jaula-auto, y cierra la puerta ante el fuego, para impedir la salida; la seguridad convertida en el cerco. Queda el absurdo de todo lo que no se hizo, o más bien de todo lo que se hizo para desembocar en la muerte. Aunque ya no es la mano, sino la mente siniestra la que queda fuera del cuadro. El sentido de un asesinato político está en el exceso, en su imposibilidad de explicar, de ubicar a los autores finales, pues entra en juego la máquina, el autómata que mueve todos los hilos. En una salida lateral, el hecho puede ser el asiento de la política, el acontecimiento en que milita una comunidad.

La tragedia es que la máquina de poder puede descubrir nuestros deseos y miedos, maneja los bigdata y convierte a la política en función de un algoritmo, la transforma en administración de quien vive y quien muere para que siga el movimiento del autómata. La macha es la autoseducción que nos devuelve el marketing político, averigua nuestros deseos, los vacía, y nos los devuelve como el móvil del acto compulsivo, homogéneo, el movimiento de la masa, para sostener el movimiento de la Mátrix.

Podemos aún escuchar en la voz de las hijas, Dice mi padre que ya llegará desde el fondo del tiempo otro tiempo. O quizás resta sólo la desconexión, el grito, “no me toques, aún no he recorrido los infiernos”.


[1] Heimlich, en relación con el conocimiento, significa místico o alegórico. Significa también sustraído al conocimiento, inconsciente… impenetrable; cerrado a la investigación. El sentido de escondido, peligroso, oculto se destaca aún más, de modo Unheimlich. Unheimlich sería todo lo que debía haber quedado oculto, secreto, pero que se ha manifestado. (Freud, 1919)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.