La nueva doctrina económica instalada por las corporaciones internacionales y sus gobiernos gerentes, han utilizado desde el comienzo del capitalismo a la propiedad industrial como un mecanismo de protección de sus mercados locales en competencia con otras firmas o en la conquista de mercados extraterritoriales. La constitución francesa plasmó por primera vez en una carta […]
La nueva doctrina económica instalada por las corporaciones internacionales y sus gobiernos gerentes, han utilizado desde el comienzo del capitalismo a la propiedad industrial como un mecanismo de protección de sus mercados locales en competencia con otras firmas o en la conquista de mercados extraterritoriales.
La constitución francesa plasmó por primera vez en una carta magna el derecho de los industriales a ser propietarios de sus máquinas y aparatos como así también de los productos que manufacturaban. A partir de allí, los Convenios, Acuerdos y leyes se propagaron al resto de los Estados para conformar a través de las décadas un bloque europeo en materia de patentes, marcas y derechos de autor y el bloque americano-reino unido de mercaderes globales.
La trampa mundial fue urdidamente construida en paralelismo con las revoluciones industriales capitalistas y en la actual fase de la científico.tecnológica-agro-militar-comunicacional la fuerza de las corporaciones se hace sentir en buena parte de los países en desarrollo del centro y la periferia por el trabajo de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) -controlada por las empresas y el gobierno de los Estados Unidos- como pivote de la cooperación y adoctrinamiento en las universidades, gobiernos y oficinas de propiedad intelectual de África, Eurasia y América Latina en colaboración con la Oficina Europea de Patentes EPO, la Oficina de Administración Internacional de Marcas OAMI y demás organizaciones mundiales y regionales en el marco de los tratados ADPICS.TRIPS y la OMC.
El arma secreta de las corporaciones protege silenciosamente los mercados de los grandes conglomerados, quienes van ingresando a los países que colonizan introduciendo sus solicitudes de marcas y patentes, incluso mucho antes de la comercialización o instalación en un territorio al que van a vender sus bienes y servicios o sus productos manufacturados de alto valor agregado especulativo con precios inflados gracias a estos mecanismos de comercialización que permiten legalmente obtener rentabilidades fabulosas de alimentos elaborados, medicamentes esenciales para la salud, autopartes de vehículos, textiles, bebidas, elementos de la vida diaria (pasta dental, papel toilette, perfumes, jabones, productos de limpieza para el hogar, etc.), al mismo tiempo controlan los mercados de productos electrónicos y nuevas tecnologías, las «industrias culturales» de la cinematografía hollywoodense y los tratados internacionales en materia de comunicación audiovisual que auto regulan y blindan judicialmente a los medios masivos de comunicación ante alguna «amenaza de coartar su libertad de prensa».
La falta de atención sobre estos perversos instrumentos del capitalismo salvaje son parte de las razones que explican las estructuras monopólicas y oligopólicas en las economías locales que no pueden ser reguladas por los Estados a pesar de intentar controlarse la importación, la producción, la distribución y la comercialización, porque las leyes de propiedad intelectual son parte inmanente y oculta de los costos y precios que estas empresas declaran.
Así avanza el capitalismo salvaje en su camino por controlar las economías, desestabilizar los mercados, zozobrar sociedades, cambiar los gobiernos e invadir los países con productos que se adapten culturalmente al consumo sin conciencia de la mano de los medios de comunicación encadenados, inoculando el virus de la alienación y la disociación de los seres humanos: el aterrador encanto de la «propiedad intelectual»
Michelle Marten es Dr. en Filosofía Económica