Mi artículo anterior sobre el impuesto a la herencia no fue bien recibido por algunas personas. Este lo será menos. Esto no es una crítica al impuesto a las herencias por ‘confiscatorio’, es una crítica al impuesto por tibio. Porque el impuesto a la herencia no parece buscar la generación de ingresos, sino la redistribución […]
Mi artículo anterior sobre el impuesto a la herencia no fue bien recibido por algunas personas. Este lo será menos. Esto no es una crítica al impuesto a las herencias por ‘confiscatorio’, es una crítica al impuesto por tibio.
Porque el impuesto a la herencia no parece buscar la generación de ingresos, sino la redistribución del capital. La recaudación prevista a partir del impuesto es de $ 50 millones, según la directora del SRI, o algo así como el 0,05% del PIB. Las críticas al impuesto como una ‘metedura de mano’ al bolsillo del ciudadano ecuatoriano ‘para enriquecer a los funcionarios de AP’, que es el resumen de la crítica genérica y vehemente, pero una crítica válida al fin, no tienen mucho sustento. Tampoco la amenaza del alcalde Nebot y esa figura trágica «y no extraña» del «hijo que herede una casa, tenga que venderla porque no tiene liquidez y deberá pagar el impuesto a la herencia». También según el SRI, 97% de las personas que reciban una herencia seguirán sin pagar impuesto (el 1% pagará menos y el 1% pagará igual). Menos del 1% pagará más impuesto a la herencia. Entonces sí, señor Alcalde, sí será extraño, por pura probabilidad, el hijo que caiga en esta «esclavitud económica», usando sus palabras.
El problema, sin embargo, es precisamente ese: el impuesto solo recaudará $ 50 millones. Y por $ 50 millones no se redistribuye riqueza, no se cambian las estructuras de acumulación, no se modifican las relaciones de poder que nacen de las dinámicas del capital. No queda claro si esta previsión toma en cuenta los mecanismos de anticipación de los actores en el mercado -si previendo el impuesto se modificará la manera en transferir las herencias- o la motivación que puedan tener a partir de las propias excepciones al impuesto -las reducciones que nacen de la donación de paquetes accionarios a los trabajadores-. O, por lo contrario, si la tasa calculada es una previsión directa de lo que se recauda ahora. Si es lo primero, no es mucho. Si es lo segundo, no es nada. Especialmente cuando la ley que condona intereses por deudas al Estado significó exenciones mucho más cuantiosas a los bancos (y si hay un lugar donde se acumula riqueza es en los bancos).
En todo caso, estas son especulaciones. Mis especulaciones. El Gobierno deberá articular mejor el tema, aunque últimamente ha tenido dificultad para articular cualquier tema (véase ‘La dictadura del amor’). Y deberá proporcionar un poco más de información: ¿Qué porcentaje de la riqueza viene de las herencias? ¿Qué porcentaje de los recursos de los hogares viene de la herencia? ¿Qué porcentaje de los herederos recibe el equivalente de los ingresos de una vida de trabajo del 50% de los trabajadores más pobres? Es decir, ¿qué tan redistributivo va a ser el impuesto? Esto solo ventilando algunos puntos tocados por Piketty y que tanto se ha mencionado desde ciertos sectores del oficialismo.
Lo que sí logró hacer el impuesto fue sacudir el avispero. Transparentó ciertos marcados entendimientos de lo que buscamos como sociedad y lo que creemos como justicia (o la falta de esta). Creó, lo que parece, una lucha de élites, donde se termina haciendo el juego a la derecha a través de mucho odio e incongruencias (de ambos lados), y una lucha que no es lucha de clases, que no es reivindicativa, y que, aunque válida (como toda lucha ciudadana), es una olla de visceralidades en donde lo que falta es más ‘pueblo’, ese que no llora porque medio le modifican el derecho a una propiedad transgeneracional y aleatoria.
Fuente: http://www.telegrafo.com.ec/