Propongo dignificar a la Diosa Productividad tal como se merece. La tenemos presente todos los días frente a nosotros, el jefe nos exige productividad, el Estado quiere ser más productivo, las instituciones internacionales alaban la eficiencia para alcanzar las máximas cuotas de productividad y nosotros, y nosotras, apenas le mostramos nuestra devoción. Por ello planteo […]
Propongo dignificar a la Diosa Productividad tal como se merece. La tenemos presente todos los días frente a nosotros, el jefe nos exige productividad, el Estado quiere ser más productivo, las instituciones internacionales alaban la eficiencia para alcanzar las máximas cuotas de productividad y nosotros, y nosotras, apenas le mostramos nuestra devoción. Por ello planteo a quien corresponda datar el 26 de junio de cada año como Día Mundial de la Productividad.
Tal día de 1972 se celebró – seguramente sin ser conscientes- uno de los homenajes más emotivos al productivismo insensato impulsado por el naciente neoliberalismo. Aquella mañana llegaron al puerto de Balao, en Esmeraldas, Ecuador, helicópteros cargaditos de dirigentes del consorcio Texaco-Gulf, de altos cargos del Gobierno ecuatoriano y de buena parte de la cúpula militar y del palio católico para observar cómo, abriendo una llave mágica, emanaba de una cañería el primer petróleo extraído de la selva amazónica, a 500 kilómetros de distancia. Llenaron 20 barrilitos de madera y la gente que llegó a la ceremonia se untaba las manos y la ropa con el soñado aceite. En el estrado, primero intervino un directivo de la compañía extranjera, a continuación el obispo de Esmeraldas, monseñor Ángel Barbisotti, bendijo las instalaciones, para dar paso al discurso del presidente de la República, el general Guillermo Rodríguez Lara -‘el Bombita’, le llamaban- que unos meses antes había accedido a dicho cargo por el habitual conducto (para los militares, digo) del golpe de Estado. Su misión era controlar los ingresos de los futuros negocios del petróleo, por eso estaba allí, a perro puesto. Ante la población habló del fin de la pobreza, del oro negro que llegaba para asegurar el progreso y un desarrollo acelerado. Al final de cada frase ‘el Bombita’ se ponía de puntillas para dar más alcance a su voz. Sus mentiras sonaban fuertes y amplificadas. La altísima merecía más honores. Así que mandaron un barril a cada una de las provincias ecuatorianas, para gloria de la unidad nacional, dijeron, como si ésta se anudara con oleoductos. Para uno de los barrilitos guardaban un destino de máxima notoriedad. En helicóptero y luego en el avión presidencial de ‘el Bombita’ llegó hasta Quito, capital del Ecuador, donde organizaron un desfile militar en su honor. Sobre un tanque de guerra, acomodado en un cojín de plumas de ganso y funda de seda de India, el barrilito presidió el desfile. A su lado, protegiendo tan preciado tesoro, cuatro oficiales bajo un casco de enorme plumero. Detrás soldados y cadetes marcando el paso, comparsas de música militar y majorettes agitando banderas. La escena de Balao se repetía, los militares permitían a la población mancharse con el petróleo recién cosechado. Desde entonces el barrilito se conserva con todos los honores en el Templete del Colegio Militar Eloy Alfaro en Quito. Desde entonces las promesas son la fruta estéril de cualquier economía extractivista y exportadora. La pobreza no ha disminuido, sino al contrario; las regiones petroleras en la selva amazónica ecuatoriana padecen los peores índices de desarrollo humano del país. A la extracción del recurso va asociada la contaminación de sus tierras, de sus medios de vida y la destrucción de la naturaleza, de la que -aunque tanto hagamos por olvidarnos- somos parte. Una pequeña parte que juguetea con arriesgados diosecitos.
Nadie, o muy pocos, cuestionan frente a la crisis en la que estamos el modelo productivo del sistema capitalista. La acumulación del capital requiere la explotación sin límites de cualquier bien posible, y ahí estamos con una agricultura intensiva que agota manantiales y vacía lagos enteritos. Con una explotación de minería a cielo abierto, foco de grandes problemas ambientales y también sociales. Y -desde luego- la extracción de gas y petróleo. Sí que existe un amplio debate sobre el control de los recursos. Es decir, que estos recursos naturales sean explotados por las propias poblaciones locales y algunos países han recuperado la soberanía de los mismos. Pero, ¿quiénes cuestionan el porqué de tanta explotación? Gestiones capitalistas al margen de la Naturaleza del petróleo, gas, litio o construcción de megarrepresas son simplemente nuevos espejismos. Un dictador gordito y bajito nos lo enseñó.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.