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El Buen Vivir: Entre el folklore progresista y la revolución traicionada

Fuentes: Rebelión

El folklore es a las culturas indígenas lo que el marketing es a las empresas: una estrategia de mercadeo. En Ecuador el gobierno correista, con mucha astucia juntó en su sistema comunicacional folklore y marketing para vender un producto político-ideológico: el Ecuador del Buen Vivir. La propuesta del Buen Vivir, es sin duda una construcción […]

El folklore es a las culturas indígenas lo que el marketing es a las empresas: una estrategia de mercadeo. En Ecuador el gobierno correista, con mucha astucia juntó en su sistema comunicacional folklore y marketing para vender un producto político-ideológico: el Ecuador del Buen Vivir.

La propuesta del Buen Vivir, es sin duda una construcción paradigmática alternativa al desarrollo convencional, a la globalización capitalista, al extractivismo, a la cultura del consumismo, al centralismo y democracias autoritarias, al antropocentrismo y al patriarcado.

Es un sistema interactivo y complementario de armonías ecológicas y sociales, de soberanías, de diversidades y de otras economías, cuyo objetivo estratégico es garantizar la vida entera a los seres humanos y a la naturaleza con sus ecosistemas y biodiversidad; es crear las condiciones para el despliegue y expansión de una sociedad sustentable y de derechos, con capacidad de acogida y equidad social, económica, cultural y ambiental en el marco de democracias abiertas y participativas.

Se sustenta ciertamente -pero no exclusivamente- en la filosofía ancestral del Sumak Kawsay o Ally Kawsay referidas a la vida plena y a la armonía y unidad entre ser humano y naturaleza; pero además incorpora el pensamiento de los movimientos globales anti-sistémicos por otro mundo posible; recupera un conjunto de planteamientos que corrientes críticas al mal-desarrollo han formulado desde hace décadas sobre sustentabilidad, equidad, participación, economía solidaria, soberanía alimentaria, etc; y se inscribe en las corrientes más actuales de Postdesarrollo que advierten sobre el crecimiento económico infinito y su inviabilidad en un planeta de recursos naturales finitos.

En el 2008, en Ecuador se diseña una nueva constitución donde se eleva a categoría de norma constitucional la mayoría de estos conceptos innovadores para las sociedades del siglo XXI. Se establecen como premisas básicas del Buen Vivir, el Estado Plurinacional, los derechos colectivos, los derechos de la naturaleza, la democracia participativa, las soberanías (política, económica, territorial, energética, alimentaria), la descentralización territorial entre los pilares relevantes de esta nueva perspectiva.

Sin embargo, Correa y el sector denominado progresista de su movimiento político portaban un proyecto democrático-liberal que nunca fue puesto al debate en la fase de construcción del movimiento ni de la elaboración del programa político-electoral que resultó ganador en las urnas en noviembre del 2006 con el 56% de votación; fue paulatinamente imponiéndose en el período postconstitucional (2008) hasta el fin de la bonanza petrolera en el 2015. El afán del proyecto denominado «progresismo» o del «Socialismo del Buen Vivir», -entelequia ideológica como los shamanes gubernamentales prefieren nombrar a su régimen-, hace referencia a cerrar la agenda inconclusa del liberalismo en el Ecuador, es decir la modernización del Estado y la sociedad para compatibilizarla con la globalización capitalista e insertarla en el mercado mundial en mejores condiciones de competitividad.

Esa perspectiva implicó poner en escenario un alucinante liderazgo de corte populista y autoritario, capaz de enfrentar al «viejo país» oligárquico, fragmentado económica, regional y culturalmente; desestructurar movimientos sociales históricos y contestatarios de indígenas, trabajadores, maestros, estudiantes, intelectuales; implicó esta tarea desembarazarse de la estructura política partidaria desde las derechas tradicionales hasta las izquierdas ortodoxas y promover partidos modernos, menos extremistas y menos competitivos a su propia organización, como si las tendencias políticas fuesen tableros virtuales de ajedrez y la gobernabilidad se construyese desde una sola voluntad y un solo proyecto político.

Reformó toda la institucionalidad del Estado creando nuevas instituciones con la finalidad del control estatal-gubernamental en todas las instancias de la sociedad consolidando un súper Estado de corte absorbente y autoritario que literalmente se «tragaba» a la sociedad civil hasta reducirla a un ente pasivo y receptor de la política pública; su capacidad de movilización, respuesta y maniobra construida desde la década de los ochenta con las grandes movilizaciones que derrocaban gobiernos de turno y en seguidilla, se redujo a su mínima expresión.

Un indicador claro sobre la orientación de la gestión de este gobierno es la inversión pública, el grueso del presupuesto nacional en estos años, se fundió en esa gigantesca estructura burocrática y en la inversión pública alrededor de grandes proyectos de infraestructuras como la reconstrucción de carreteras, de hospitales, escuelas, edificaciones para la institucionalidad pública, construcción de megaproyectos hidroeléctricos, universitarios, petroleros. Se sostiene que en estos años de correismo, el gobierno manejó alrededor de cuatrocientos mil millones de dólares, es decir mucho más de lo que se invirtió en reconstruir Europa luego de la guerra; más de lo que le costó a Alemania refundarse con la unificación, o más de lo que costó la modernización de la Europa oriental en su integración con la Unión Europea.

Desde aquí salta la contradicción originaria del progresismo: o el Buen Vivir o el desarrollo convencional tercermundista; contradicción resuelta por el correismo a través de una original estrategia comunicacional de populismo mediático: se ha bombardeado la atmosfera social con mensajes directos y subliminales sobre la «obra transformadora» del gobierno donde priman las infraestructuras, endosando todo eso como Buen Vivir; y para ensamblar ideológicamente la propuesta desarrollista, se institucionalizó en un ministerio la responsabilidad de difundirlo como un concepto folklorizado de tradiciones de las culturas originarias y de la cultura popular castrándolo maquiavélicamente de su contenido original, transformador, alterativo y revolucionario.

Se desata entonces y abiertamente la pugna de sentidos por el Buen Vivir. Una amplia gama de organizaciones de estudiantes, trabajadores, indígenas, campesinos, de mujeres, de ecologistas, y en general de los sectores populares se ubican en la oposición al gobierno bajo argumentaciones de rechazo a leyes que se dictan en la Asamblea Nacional y de las políticas públicas del ejecutivo, ninguna de las cuales va en concordancia con el espíritu constitucional del Buen Vivir. Académicos e intelectuales nacionales y de otras latitudes toman distancia con el progresismo correista y retoman la plataforma originaria por un proyecto civilizatorio.

Efectivamente, en un balance de la actuación del gobierno, no se observa evidencias de congruencia constitucional ni huellas de haber caminado hacia el Buen Vivir: el Estado Plurinacional no existe, es más, toda la institucionalidad orientada hacia pueblos y nacionalidades como aquellas que organizaban la educación intercultural, la salud o los programas de desarrollo, simplemente fueron eliminadas; en su lugar quedaron las instituciones generales del Estado monocultural y uninacional, en donde se incorporó como funcionarios a un considerable número de profesionales indígenas, para que en idiomas nativos pongan en «territorio» las políticas emanadas desde la visión desarrollista del gobierno.

Sobre los derechos de la naturaleza, las políticas y acciones gubernamentales van en absoluto contrasentido: se ha priorizado el extractivismo en importantes áreas de conservación, alta biodiversidad y patrimonio de pueblos originarios con concesiones a transnacionales petroleras y mineras principalmente de origen chino.

En materia de democracia, la participación ciudadana es considerada patrimonio del Gobierno y la protesta popular, judicializada; los llamados poderes del Estado, todos, operan bajo el control y paraguas político del ejecutivo donde resalta el rol de la Asamblea Nacional como eco acrítico y pusilánime del ejecutivo; el control social se convirtió en caricatura y cuando no, en procesos judiciales a fiscalizadores de la sociedad civil; la transparencia en la gestión pública se redujo a sabatinas donde el presidente cual sumo sacerdote, señala lo que es bueno, lo que es malo, bendice, maldice y pone a los medios y a la sociedad los temas para hablar la siguiente semana, montaje mediático, que le cuesta al país millones de dólares por año; mientras tanto, el endeudamiento externo con China, la venta anticipada de petróleo, las concesiones mineras y petroleras, los millonarios contratos para obras civiles, quedan en la opacidad.

En descentralización y autonomías, los gobiernos locales, universidades y en general la institucionalidad pública local ha quedado nuevamente maniatada al asfixiante centralismo de la burocracia capitalina y a los controles político-administrativos de las instancias modelo «Gestapo» del ejecutivo.

En desarrollo económico y bajo otra argucia mediática se habla de «Cambio de la matriz productiva» (la sustitución de importaciones de los años sesenta), concebida y gerenciada por el vicepresidente Glass, para cuya aplicación se habla de miles de millones de dólares con inversión privada y transnacional en áreas petroleras, petroquímica, metalmecánica y otras propias del capitalismo marrón que ningún país industrializado quiere ya.

Para los pequeños y medianos productores, del campo y la ciudad, el cambio de la matriz productiva les dará cabida sólo si se ubican en alguna cadena productiva como oferentes de materias primas en función de la gran empresa. En turismo, «All you need is Ecuador» es la gran campaña internacional para las grandes empresas turísticas transnacionales; sólo en Galápagos se conoce de más de una veintena de concesiones a resorts nacionales e internacionales. En síntesis y como lo dijo el propio presidente, en su gobierno los que más se han beneficiado -y como nunca antes- son los grandes empresarios y banqueros.

En este escenario, políticamente el programa del Buen Vivir, quedaría intacto como posibilidad y plataforma para movimientos sociales en su lucha por mejor vida, sin embargo, en el imaginario popular y ciudadano en general, ya está encapsulado como una superficialidad folklorica, desvalorizado políticamente y con fuertes desconfianzas por ese tufo político impregnado por el correismo.

Esta disyuntiva que enfrenta el Buen Vivir, lo ubica en el momento crucial de su desarrollo: si es capaz de sobrevivir apoyado en la fuerza milenaria del Sumak Kawsay, en la crítica estructural al desarrollo convencional y sustentado en la razón ecológica contra él extractivismo y la cultura del consumo, y por supuesto en la activación de los movimientos sociales, entonces habrá pasado a la madurez como nuevo paradigma civilizatorio para el siglo XXI; por el contrario, si nadie lo considera como programa político para el ejercicio del poder entre Estado y Sociedad y desaparece de la agenda y el imaginario colectivo, entonces habrá sido un intento, nada más que un intento de quienes impulsamos la necesidad de caminos alternativos, quizá planteado tempranamente, en un momento equivocado.

Dados los nuevos escenarios en América Latina y las perspectivas en Ecuador, recuperar el sentido histórico y programático del Buen Vivir, es una tarea necesaria en la medida que el avivamiento del neoliberalismo implicará intensificar todos los procesos que condujeron al incremento de brechas de inequidad, pobreza y entrega de recursos de nuestro continente a las corporaciones transnacionales y al capitalismo del norte. La experiencia progresista en nuestros países debe ser denunciada como un proceso rimbombante y mediático de cambios de formas y paisajes en infraestructuras, para que al fondo, en las estructuras sociales y económicas, nada cambie. La baja en los precios en el mercado internacional del petróleo nos demuestra la naturaleza de nuestra dependencia: «si China estornuda, nosotros con pulmonía», efectivamente, el fin de la bonanza petrolera, ha sumido a nuestro país en una profunda crisis económica que sumada al desastre natural en la gran parte de la costa norte del país, ha desnudado el sin sentido obsesivo de la lógica correista por las obras civiles, pues el pleno empleo ha caído, el subempleo bordea el 50% de la PEA, los índices de pobreza no muestran cambio sustanciales, la producción nacional enfrenta escenarios de incertidumbre, y las privatizaciones de áreas estratégicas ya están en la vitrina del mercadeo estatal; se suman las denuncias de corrupción que saltan día a día.

En síntesis inversiones y cambios para mantener el desarrollo del subdesarrollo tercermundista y alentar el desarrollo ajeno; un neoliberalismo de Estado, disfrazado de progresismo y al ritmo de música foklorica, ni más ni menos.

El Buen vivir desde la perspectiva popular debe en este escenario de crisis económica y política, re-posicionarse como alternativa, para lo cual es fundamental retornar a la comunidad, a las organizaciones populares, al barrio, al sindicato, a las asociaciones, en las aulas universitarias, en los medios de comunicación, y en todo los espacios de deliberación será pertinente, ubicar en la mesa las opciones que nos quedan, demostrando justamente que el Buen Vivir nunca fue traducido a políticas, planes ni programas, por lo tanto está ahí, vigente y alternativo.

El autor es profesor en la Universidad de Cuenca y director de la fundación OFIS-Ecuador.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.