Alberto Acosta ha publicado en Brasil este año la traducción del libro «El Buen Vivir«. En esta entrevista, hecho por e-mail, el intelectual ecuatoriano desarrolla una reflexión sobre la actual crisis por la que pasan los gobiernos progresista en América del Sur. La relación entre la bajada de los precios de las materias primas y […]
Alberto Acosta ha publicado en Brasil este año la traducción del libro «El Buen Vivir«. En esta entrevista, hecho por e-mail, el intelectual ecuatoriano desarrolla una reflexión sobre la actual crisis por la que pasan los gobiernos progresista en América del Sur. La relación entre la bajada de los precios de las materias primas y un nuevo tipo de caudillismo son lo que marca este momento. Mirando al pasado, se habla del legado mas que de sus posibilidades de futuro. El concepto de «buen vivir», tal como él presenta, es una oportunidad y una posibilidad de una profunda transformación económica, cultural y social. La tarea es urgente.
Felipe Milanez: En el actual momento de crisis de los gobiernos progresistas en América del Sur, con una perspectiva de retroceso, cual son las alternativas posibles de imaginar?
Alberto Acosta: La actual crisis que atraviesa América Latina debe leerse ampliamente. Si bien hoy vivimos una crisis global multifacética, sistémica y con rasgos civilizatorios, sin embargo, la crisis de la región tiene características propias. Además esa crisis golpea, sin discriminar, a países con gobiernos neoliberales y progresistas. El impacto a estos últimos anticipa su fracaso, pues durante la larga bonanza de precios de materias primas «inflados» (al igual que los discursos soberanistas), poco o nada avanzaron los progresismos en transformar las condiciones técnicas de producción y sus relaciones sociales, las cuales siguen atadas a los vaivenes del mercado mundial y a las demandas de acumulación del capital transnacional.
En lo político, los países «progresistas», con algunos matices, se caracterizan por haber consolidado estructuras gubernamentales caudillistas. No construyeron gobiernos participativos, donde la toma de decisiones emerja desde lo comunitario, impulsando una lógica horizontal de la discusión y el manejo del poder. Nada de eso ha sucedido. En particular Chávez, Evo y Correa devinieron en caudillos del siglo XXI.
El retorno del Estado, que aparecía como indispensable para superar el neoliberalismo, terminó configurando una lógica estatista a ultranza. Lo que antes se presentaba como una recuperación de lo «público» como resultado de la lucha de los movimientos sociales, ha terminado reeditando el Estado de Bienestar en lo económico (modernizador del capitalismo) mezclado en lo político con tintes autoritarios. El estatismo de corte leninista, vertical y autoritario, a más de tecnocrático en algún sentido, cerró la puerta a la conformación de otro Estado, controlado por la sociedad y desde abajo. En Bolivia y, sobre todo, en Ecuador no se plasmó el Estado plurinacional aprobado en sus respectivas constituciones. Al contrario se han profundizado rasgos del Estado colonial, oligárquico y patriarcal. En medio de esto, la transformación cultural quedó en nada. Tan es así que el consumismo exacerbó el individualismo en contra las lógicas comunitarias, que deben ser la base de las grandes transformaciones. Las propuestas del Buen Vivir (sumak kawsay o suma qamaña o ñande reko) se transformaron en simples instrumentos propagandísticos a favor del poder, con los cuales estos regímenes han tratado, además, de disciplinar a sus sociedades.
Como una «triste paradoja» que jamás tendremos que olvidar, vemos que hoy las prácticas represivas de estos gobiernos progresistas marcan su accionar. Algunos personajes que en su momento incluso lucharon contra dictaduras son hoy quienes desde su boca proclaman discursos «socialistas» y «libertarios», pero con una mano restringen la libertad de expresión y con la otra reprimen a los movimientos sociales y criminalizan la protesta popular. Al forzar el extractivismo se profundizaron las violencias estructurales tanto sociales como ambientales, con las consiguientes reacciones políticas de pueblos que llegan a sentirse hasta traicionados. Si bien el «progresismo» inicialmente trajo avances sociales, con el paso del tiempo estos se perdieron en los clientelismos y poco a poco en lógicas inclusive privatizadoras, como sucede con la salud en Ecuador.
Al cabo de una década de progresismos (y algo más en algunos países), cuando estos parecen agotarse, sigue pendiente la tarea de una gran transformación democrática y cultural… No hay duda, el progresismo sudamericano, que todavía podrá estar presente por un tiempo en el escenario político, está enfrascado en una discusión sobre sus legados, es decir sobre su pasado. Ya no representa un futuro o alternativa de cambio para el presente, y menos aún una opción de futuro.
Felipe Milanez: Como es posible avanzar una transformación post-extractivista en un escenario donde con los precios mas bajos, el esfuerzo de los gobiernos es exportar todavía mas recursos naturales?
Alberto Acosta: Brasil es un caso tristemente paradigmático en este momento. El país con mayores capacidades para transformar su estructura productiva y sus relaciones sociales -a partir de construir una economía independiente de la acumulación primario exportadora- fracasó en toda la línea. En los años del gobierno del PT, hay un proceso de desindustrialización y reprimarización, tal como en otros países de la región. Esto explica la enorme fragilidad regional frente a los vaivenes de la economía internacional: Brasil, el Brasil de los trabajadores, tenía el potencial para liderar un proceso integrador con profundas bases transformadoras. No lo hizo. Por el contrario reedito viejas prácticas de su tradicional subimperialismo. Así las cosas, los progresismos en Brasil y en los otros países fracasaron. Tal situación sin duda implica un retroceso y una consolidación del subdesarrollo capitalista hoy vigente en nuestra región, más allá de cualquier propaganda gubernamental.
Es innegable que los problemas económicos en la región están vinculados a situaciones internacionales, como la caída de los precios de las materias primas y la misma revalorización del dólar, en un contexto mundial de pugnas geopolíticas inusitadas. Sin embargo, si los países con gobiernos progresistas se hubieran encaminado a un verdadero proceso de liberación de su dependencia externa, si habrían impulsado una integración autonómica real, hoy viviríamos otra situación. Con el extractivismo exacerbado se ahondaron las modalidades de acumulación primario exportadoras y, por ende, las relaciones de sumisión, reeditando lógicas y prácticas del viejo pasado colonial. Y esto resultó aún más grave porque en estos países los problemas económicos ya estaban presentes antes de la caída de los precios de las materias primas. Es decir, la crisis no se explica solo por factores externos, sino también internos: no hubo la transformación productiva y mucho menos se enfrentó la condición capitalista de nuestros países. Podemos pensar que el gran sistema capitalista mundial, al cual hoy somos más dependientes que antes, se encuentra en crisis, pero al mismo tiempo cada capitalismo doméstico ya vivía sus propias complicaciones.
Y bajo el argumento de una respuesta «pragmática» a la crisis, los progresismos están propiciando directa o indirectamente el retorno del neoliberalismo. El Gobierno neoliberal a ultranza de Macri en Argentina no habría sido posible sin los avances neoliberales y extractivistas del Gobierno de los Kirchner. Y ese futuro es el que le espera a toda la región si no hay un cambio urgente de tendencia…
El caso de mi país, Ecuador, es hasta dramático: con una mezcla de tragedia y comedia como diría Marx. No solo que el Gobierno de Correa enfrenta esta crisis introduciendo la clásica receta neoliberal de la flexibilización/precarización laboral, sino que está a punto de suscribir un Tratado de Libre Comercio (TLC) con la UE, es decir está presto a aceptar una suerte de constitución económica neoliberal, que de eso se trata un TLC. Ningún gobierno anterior «progresó» tanto en este sentido.
Correa impulsa la privatización abierta (gasolineras de Petroecuador, p.e.) y encubierta (salud y educación, p.e.), a más de la entrega de campos petroleros maduros a las transnacionales: ¡traición a la Patria!, decía el propio Correa en los años 2005 y 2006, antes de ser presidente; para consolidar este proceso se aprobó una ley de Alianzas público-privadas, eufemismo que encubre las privatizaciones. Pero sin duda el endeudamiento agresivo -sin transparencia- es la opción más socorrida del correísmo para enfrentar la crisis… deuda para pagar deuda, como en la larga noche neoliberal, e incluso la aberración de deuda para sostener la liquidez, pues recordemos que el Ecuador es un país dolarizado que no puede emitir moneda propia. Así, para colocar bonos en el mercado financiero retornó al redil del Fondo Monetario Internacional (FMI) desde 2014.
Casa adentro propicia la descapitalización de la seguridad social y la eliminación de fondos como el de los maestros: solo falta su privatización… El saldo del correismo es un creciente enriquecimiento de las grandes burguesías del país, como la banca, que ha ganado como nunca en la historia, y que hoy hasta está nuevamente autorizada a cobrar por sus servicios: Correa borra con el codo lo que hizo con la mano al inicio de su gestión. Los oligopolios permanecen intocados. En 2006 las 300 empresas más grandes tenían un ingreso equivalente al 45% del PIB, el año pasado, las mismas 300 empresas aumentaron ese porcentaje al 76%… En Ecuador la crisis se la debemos también a Correa: no fue capaz de impulsar una transformación productiva y de sus respectivas relaciones sociales…Y todo este «retorno al Washington Consensus» se hace con la propia intervención del Estado, por eso podemos ya hablar de un «neoliberalismo transgénico».
Felipe Milanez: Como imaginas el futuro después de estos últimos anos de megaextractivismo, como que puede suceder en Xingu, con la hidroeléctrica de Belo Monte, o Yasuni, en Ecuador?
Alberto Acosta: El extractivismo masivo explica, como ya dijimos, un ahondamiento de las estructuras políticas autoritarias. Y por cierto este extractivismo en creciente expansión, sumado a las lógicas productivistas y consumistas dominantes -propias de la modernización capitalista- provoca un creciente deterioro ambiental, como es el caso de la creciente y descontrolada urbanización, así como la expansión de la frontera minera y petrolera, a la que se suma la bonanza de los monocultivos.
Lo que sucede en Xingú en Brasil acontece en el TIPNIS o en el Yasuní en Ecuador. La lista de atropellos es interminable. Los gobiernos progresistas en general han sido desarrollistas y, por tanto, depredadores de la Naturaleza. El mismo gobierno de Correa en Ecuador, que abrió la puerta a la esperanza con la Iniciativa Yasuní-ITT, para dejar el petróleo en el subsuelo amazónico, transformó la esperanza en un lúgubre futuro al sucumbir a las presiones de los intereses petroleros. Y este Gobierno, del país en donde por primera vez se constitucionalizaron los Derechos de la Naturaleza, se transformó en el mayor extractivista de la historia: amplía la frontera petrolera en el Yasuní y al sur de la Amazonia, abre la puerta a la megaminería, promueve los monocultivos y la producción de los bio o agrocombustibles, al tiempo que amenaza la prohibición constitucional que impide importar semillas transgénicas y, por cierto, cultivos transgénicos.
Felipe Milanez: Cual el papel de las elites locales en el colonialismo interno de los países suramericanos, y esta relación con el sistema capitalista/colonialista global?
Alberto Acosta: A partir de 1492, cuando España invadió Abya Yala (América) con una estrategia de dominación para la explotación, Europa impuso su imaginario para legitimar la superioridad del europeo, el «civilizado», y la inferioridad del otro, el «primitivo». En este punto emergieron las colonialidades del poder, del saber y del ser. Dichas colonialidades están vigentes hasta nuestros días. No son un recuerdo del pasado. Explican la actual organización del mundo en su conjunto, en tanto punto fundamental en la agenda de la Modernidad (que, en esencia, es capitalista). Y eso explica porque la conquista y colonización gozan de buena salud en los gobiernos progresistas, dado que esos gobiernos no buscaron superar al capitalismo, sino precisamente modernizarlo.
En nuestros países se mantiene la modalidad de acumulación extractivista de origen colonial, dominante durante toda la época republicana y siempre funcional al sistema-mundo capitalista. En el núcleo básico desarrollista, que persiste aún en el siglo XXI, se consolida la misma matriz de acumulación colonial de hace más de quinientos años. Y así mismo se mantiene inalterada la colonialidad.
Las manifestaciones de esta realidad son múltiples. Una característica de los gobiernos progresistas ha sido su pretendida aproximación a soluciones tecnocráticas, en esencia atadas a las visiones de los Nortes dominantes, sean los Estados Unidos, Europa o ahora China. Tal situación incluso se observa en los intentos -patéticos- de emular procesos desarrollistas propios del capitalismo desarrollado al cual el progresismo intenta alcanzar. Así mismo vivimos el desprecio e inclusive persecución a los pueblos y nacionalidades indígenas, así como a sus culturas.
Felipe Milanez: Que es el «Buen Vivir»?
Alberto Acosta: El Buen Vivir es una oportunidad para imaginar otros mundos.
El extractivismo no es el camino hacia un imposible desarrollo (eso más, un desarrollo eminentemente capitalista), menos aún hacia el Buen Vivir. La construcción del Buen Vivir, que es la meta que debe inspirar el post-extractivismo, hay que asumirla como una alternativa al desarrollo. Es más, el Buen Vivir no solo critica el desarrollo, lo combate, así como combate a la propia lógica del capital. Esto diferencia al Buen Vivir de muchas de las críticas convencionales a las teorías y prácticas del desarrollo -lo hemos visto a lo largo de las últimas décadas- las cuales concluyen regularmente por proponer otros desarrollos, sin cuestionar su esencia (reiteremos, eminentemente capitalistas, caracterizados por sofocar la vida y todo lo que tiene que ver con la vida: el ser humano y la Naturaleza).
En efecto, no se debe criticar al desarrollo sin caer en su repetición, pues de lo contrario hablamos de una crítica vacía. Polemizando con los argumentos y los conceptos propios del desarrollo no se cambiarán los fundamentos que hacen posible su existencia. Es indispensable quitarle al desarrollo las condiciones y las (sin)razones que han facilitado su masiva difusión e (inútil) persecución por parte de casi toda la Humanidad.
A pesar de estos cuestionamientos básicos, el Buen Vivir -quizá mejor deberíamos hablar de buenos convivires- tendrá que ser construido/reconstruido desde la realidad actual del desarrollo, superándolo desde su interior; es decir, saldremos de él arrastrando sus taras, siempre y cuando haya coherencia entre las acciones desplegadas y los objetivos propuestos.
El verdadero aporte del Buen Vivir radica en las posibilidades de diálogo que propone. Nos abre la puerta a un enorme mapa de reflexiones destinadas a subvertir el orden conceptual imperante. Una de sus mayores contribuciones podría estar en la construcción colectiva de puentes entre los conocimientos ancestrales y los modernos; eso sí, sin transformar a los elementos ancestrales en instrumentos del capital. Hay que asumir, en todo instante, que la construcción de conocimiento es fruto de un proceso social. Para lograrlo nada mejor que un debate franco y respetuoso; debate que aún está pendiente. La descolonización, sobre todo cultural, es una de las mayores tareas.
Lo que interesa es superar las distancias entre los diversos mundos existentes en nuestra región. Obvias por lo demás. En una orilla del camino aparece un concepto, en pleno proceso de reconstrucción (y recuperación), que se extrae del saber ancestral, mirando demasiado al pasado. En la otra orilla del (mismo) camino, el mismo concepto, también en reconstrucción e incluso construcción, se lo asume mirando al futuro. Tal vez el diálogo consista en que los del pasado miren algo más al futuro (y al presente) y los del futuro aporten una visión menos beata del pasado.
La tarea no es fácil. Superar las visiones dominantes y construir nuevas opciones de vida tomará tiempo. Habrá que hacerlo construyendo sobre la marcha, reaprendiendo y aprendiendo a aprender simultáneamente. Esto exige una gran dosis de constancia, voluntad y humildad.
El Buen Vivir, en suma, se presenta como una oportunidad para construir colectivamente una nueva forma de vida, que parte por un «epistemicidio» del concepto de desarrollo y de otros conceptos propios de la modernidad capitalista, como plantea Boaventura de Sousa Santos. Esto demanda echar abajo la propia idea de «progreso». Boaventura nos recuerda en sus trabajos, de forma repetida, «el asesinato» de otros conocimientos despreciados por el conocimiento hegemónico occidental, que hoy cobrarían fuerza con las propuestas del Buen Vivir. Nos toca, entonces, desmontar los conceptos de progreso en su deriva productivista y del desarrollo en tanto dirección única, sobre todo en su visión mecanicista de crecimiento económico, y funcional a la lógicas capitalistas.
Esta superación del concepto dominante de desarrollo, al mismo tiempo que se superan las propias ideas de la Modernidad (capitalista), constituye un paso cualitativo importante. Esta propuesta, siempre que se asuma activamente por la sociedad desde abajo y por la izquierda, en tanto recepta las propuestas de pueblos y nacionalidades, así como de amplios segmentos de la población explotada y marginada. Esta es una lucha presente en diversas regiones del planeta. Es una lucha que puede y debe proyectarse con fuerza en los debates que se desarrollan en el mundo, indispensables para procesar la Gran Transformación.
El Buen Vivir acepta y apoya maneras de vivir distintas, valorando la diversidad cultural, la interculturalidad, la plurinacionalidad y el pluralismo político. Diversidad que no justifica ni tolera la destrucción de la Naturaleza, tampoco la explotación de los seres humanos, ni la existencia de grupos privilegiados a costa del trabajo y sacrificio de otros. En suma, una diversidad que no solo es anti-neoliberal (como intentó ser el progresismo en sus inicios), sino que por sobre todo es anti y post-capitalista.
¡El Buen Vivir es para todos y todas, o no lo es!
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