Las relaciones ideológicas, como relaciones sociales que son, comportan a un mismo tiempo sus «creaciones» que sus «ocultaciones». A la manera del lenguaje, y como han enseñado los estructuralistas, son al mismo tiempo fundantes de novedades ontológicas, reorganizando estructuras precedentes, como sistemas de ocultación del máximo interés epistemológico. Una ideología, como el lenguaje, dice tanto […]
Las relaciones ideológicas, como relaciones sociales que son, comportan a un mismo tiempo sus «creaciones» que sus «ocultaciones». A la manera del lenguaje, y como han enseñado los estructuralistas, son al mismo tiempo fundantes de novedades ontológicas, reorganizando estructuras precedentes, como sistemas de ocultación del máximo interés epistemológico. Una ideología, como el lenguaje, dice tanto como oculta. Y los modos cambiantes en que se da la producción y el embozamiento de la realidad social son los mismos modos en que se verifica la reproducción social. Cuanto dice una ideología, lo dice por obra de una selección, deformación, substitución, etc. con respecto a una base de referentes anclada en el sistema económico, de la Producción. Cuanto oculta, y que sólo con métodos estructurales sale a la luz, también es lenguaje, es decir, series narrativas y cadenas elaboradas de otras producciones y de otras ausencias.
El sistema de relaciones ideológicas es un entramado funcional, en alto grado interdependiente. Los valores tomados por una parte entran dentro del campo de tensión soportable por las otras partes, y se crean condiciones diversas de lógica soportable por la totalidad social. El método estructural puede rellenar con datos, a la manera de un experimento mental o simulado, una cierta parte de ese entramado, y observar qué sucesos se pueden prever en las restantes. La descripción morfológica marxista, es siempre una anatomía predictiva del sistema disociado/integrado por clases sociales que se solicitan unas a otras por esencia, pero que se enfrentan de manera irreconciliable, es la encarnación evidente de la estructura de la formación económica dada. Elimina las vigentes relaciones de propiedad, y verás lo que pasa. Imagina las condiciones para que dicha eliminación fuera posible, y prevé lo que podría pasar. Organiza la lucha político-sindical para favorecer las condiciones de aquella eliminación, y describe las posibles alternativas. El método de análisis dialéctico es, por esencia, holístico y funcional mal que les pese a los «marxistas» analíticos.
En el transcurso de una edad de hielo para el comunismo internacional, que va desde finales de los 70, y las enteras décadas de los 80 y 90, viene del mundo anglosajón una fría interpretación de Marx, que hace, de su cadáver embalsamado, un muerto dos veces muerto. Fenómeno puramente académico, esta literatura inunda otras latitudes, ajenas por completo al método de los embalsamadores por congelación. ¿Cómo juzgar analíticamente los argumentos y teorías en los que Marx supuestamente «se equivocó», o en los que se «pronunció sin fundamento» ? Pues para los marxistas analíticos es muy sencillo. Todo cuanto hay que hacer es desprenderse de su maldito enfoque dialéctico y quedarse con proposiciones aisladas, sobre las cuales poder meter limpiamente el bisturí o el escalpelo.
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Atacar a Marx por sus afirmaciones faltas de evidencia empírica.
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Mirar las ideas de Marx al través de la «luz»(¡) Popperiana y poner en evidencia su carácter irrefutable, es decir, no científico.
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Denunciar a Marx ante el tribunal de los lógicos formales por su falta de consistencia, incluida la consistencia con otras afirmaciones del propio Marx expuestas a lo largo de su obra.
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Expurgar de la obra marxista, vista como conjunto de contribuciones (proposiciones) aprovechables para la ciencia social positiva, todos aquellos ingredientes de lo que Elster llama «pensamiento desiderativo».
A qué dudar que las pretensiones de Elster y su marxismo analítico1 equivalen a un oxímoron inaceptable siempre que comprendamos bien la primera etiqueta, «marxismo» sin apellidos incompatibles («analítico») con su esencia. Marx fue fundador de un método propio, que nosotros podemos definir como «análisis dialéctico de la totalidad social», y ese análisis debe ser «totalizador» por necesidad.
Las relaciones ideológicas tienen su substrato material en las relaciones que los hombres contraen entre sí a la hora de producir. Estos hombres se escinden en clases, según el grado de control de los medios de producción. La ideología democrática, p.e., otorga igualdad política con independencia de la factual desigualdad económica. La política se muestra, en su análisis dialéctico, como la forma (igualdad formal) ante lo materialmente desigual (desigualdad en la posesión o control de medios productivos). Es evidente que desde su origen como ciencia ideológica, las relaciones ideológicas han aparecido como «mediaciones totales» (y no subconjuntos o partes) de las relaciones productivas. No es desacertado establecer un parangón entre las categorías de la Economía Política, con su trabazón propia más o menos formal (y que actuaron en Marx a manera de malla para la disección de la sociedad capitalista), por una parte, y las difusas constelaciones ideológicas (por no decir categorías sin violar el término) que componen un cierta superestructura social reproducida por todos y en cada uno.
El análisis científico de las ideologías que se reproducen socialmente y que cumplen funciones de mediación total para el funcionamiento del mercado, y de una producción orientada al mercado, debe comprender el otro sentido del vector: que el mercado, y el régimen privado de producción para el mercado se han interpuesto entre los sujetos miembros de una sociedad y desnaturaliza las relaciones ideológicas y todas las demás esferas de la totalidad social reproducida. La relación entre ideologías y producción no es una «cosa» material ella misma, mensurable y empírica. La relación, si cabe, es analógica y simbólica bajo ciertos aspectos. En otros, es una relación abstracta, visible sólo a los ojos de la razón. El propio despliegue histórico del capitalismo se ha encargado de hacer que ello fuese así. De igual manera que los «analíticos» y los marxistas «empíricos» no entienden esa relación salvo en el formato de proposiciones contrastables y verificables, echando a perder el legado genuino de la dialéctica de Marx, en el otro extremo opuesto aparecen los escritores pedantes, burdos fabricantes de metáforas, que propalan sus ridículas expresiones. «Economía política de los sentimientos», «mercado de los símbolos», «modo de producción patriarcal», y otras necedades se han oído en detrimento de una seria ciencia ideológica, en el buen sentido, el marxismo.
1 Jon Elster: Una Introducción a Karl Marx, Siglo XXI Editores, Madrid, 1991.