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El capitalismo daltónico

Fuentes: CUBARTE

Cuando llega la hora de defender, a como dé lugar, la sacrosanta institución de la propiedad privada sobre los medios de producción y mantenerla alejada de la acción de los gobiernos, aunque estos representen también sus intereses, el capitalismo multiplica hasta el infinito su capacidad para generar esa verdades aparentes, y en el fondo falsas, […]

Cuando llega la hora de defender, a como dé lugar, la sacrosanta institución de la propiedad privada sobre los medios de producción y mantenerla alejada de la acción de los gobiernos, aunque estos representen también sus intereses, el capitalismo multiplica hasta el infinito su capacidad para generar esa verdades aparentes, y en el fondo falsas, que son los sofismas.

Para la lógica del capital, mantener el derecho de propiedad impune e intocable, y rodear a los propietarios de un halo sagrado de intangibilidad capaz de detener en sus bordes, no solo la acción de las leyes, sino también de los principios morales, justifica cualquier argumento, aún aquellos que sean ilegales e inmorales. En el fondo, no hay nada nuevo bajo el sol: el capital solo reconoce las leyes del capital, en primer lugar la de generar ganancias crecientes a cualquier costo. Todo lo demás es irrelevante y prescindible, mojigangas de soñadores, extravíos utópicos y pérdida de tiempo. Y ya se sabe que el tiempo es dinero.

Cuando leo algunos de los argumentos de personas que entre nosotros, en la Cuba de hoy, dicen estar luchando por una completa erradicación de las formas de discriminación racial que sin duda aún perviven, no es raro encontrar cierto tono fundamentalista que excluye el reconocimiento de lo realizado hasta la fecha por la Revolución y el socialismo. De manera sutil se nos introduce el argumento, como de soslayo, de que el capitalismo, a pesar de sus defectos, ha avanzado tanto en este tema que hasta un presidente negro ha sido electo en los Estados Unidos, y que en ese espejo del progreso debemos mirarnos.

Dejemos a un lado, por ahora, el simplismo de que Obama fue electo como muestra del avance de la integración racial del mismo país que ha visto, bajo su presidencia, aprobar leyes excluyentes y racistas en Arizona, y en el que se preparan legislaciones similares en otros 21 estados. Ocultemos bajo un manto de piadoso silencio el carácter belicoso y discriminatorio del Tea Party Movement, el avance de los neo-confederados y de las milicias que se preparan ya para la próxima limpieza étnica en el país que se proclama libre de tales pecados. Solo recordemos que como mismo el capitalismo no reconoce fronteras nacionales en su afán por generar riquezas para unos pocos, tampoco se desgasta ni pierde su tiempo en esas tonterías relacionadas con la pigmentación de la piel, siempre que su tolerancia le reporte ganancias. Ni de nacionalidad, ni de razas: la lógica del capital solo entiende de números, y tanto se codeará con capitalistas negros, chinos o cobrizos, como despreciará a obreros rubios y de ojos azules que solo posean su fuerza de trabajo para vender. Llegar a entenderlo, y empezar a luchar en su contra, tras identificarlo como el enemigo común a combatir, fue lo que costó la vida a Malcolm X. No fue, ciertamente, ni por haberse convertido al Islam, ni por su prédica antirracista radical.

Para los eternos ingenuos que niegan la sal y el agua al socialismo cubano en el tema de la lucha contra el racismo, y que siempre hallan motivos de emulación en los avances del capitalismo, en este terreno, nada mejor que darse una vuelta por las razones y el discurso del neoconservatismo que se ha lanzado a las barricadas para demoler a Obama. Muy especialmente recomiendo la lectura del artículo de Walter E. William titulado «The Right to Discriminate», publicado el 2 de junio en el diario digital Townhall.com, de la circunspecta y siempre políticamente correcta Heritage Foundation.

El Sr William es un articulista negro, pero eso no es suficiente para caracterizarlo y entender la defensa que hace del derecho a discriminar a los demás seres humanos. La tarea encomendada, y de cuyo cumplimiento testimonia su artículo, fue lavar la cara sucia de Rand Paul, candidato a senador por Kentucky. Y bien sucia le había quedado tras admitir en la televisión, entrevistado en el programa «Rachel Maddow´s Show», que los propietarios de negocios privados tienen el derecho a negar sus servicios a personas, a consecuencia del color de la piel, algo que hacía mucho había sido expresamente prohibido por la Civil Right Act de 1964.

La posición del Sr William se resume de la siguiente manera, según sus propias palabras:

«¿Debe la gente tener el derecho de discriminar a los demás por razones de raza, sexo religión u otros atributos? En una sociedad libre, yo diría que sí… Aunque la ley de 1964 prohíbe el negarse a brindar servicios en lugares públicos, por estas causas, eso no cambia el hecho de que los negocios privados se rigen por las condiciones de servicio que establezcan sus propietarios… Lo que decidió la derrota de la solidaridad (racista) blanca bajo las leyes de Jim Crow fue el haber sido confrontadas con la perspectiva de elevadas ganancias (de los negocios blancos) si servían a clientes negros.»

Como diría aquel genial hidalgo llamado Alonso Quijano durante una de sus transfiguraciones en Don Quijote de la Mancha, Espejo de la Caballería: «¡Cuidado Sancho, que con la Iglesia hemos topado!».

Lo que se ha disfrazado bajo raptos igualitarios y evidencias de la madurez libertaria del sistema; lo que se nos ha vendido como superioridad democrática del capitalismo y prueba irrefutable de su aprendizaje constante de la vida y su respeto a la experiencia humana, no pasa de ser puro cálculo empresarial, una ecuación generadora de ganancias en manos de capitalistas daltónicos, o sea, ciegos a los colores de la piel, siempre que predomine el verde en sus billeteras. Para el capitalismo no importa el sacrificio de la vida de Martin Luther King, ni el pacifismo de Gandhi, ni el ejemplo de Mandela; ni Lincoln, ni «La cabaña del Tío Tom», ni la nariz ni el cabello de Obama, sino lo que alimenta sus tarjetas de crédito y lo que eleva el precio de sus acciones en la Bolsa.

El artículo del Sr Williams demuestra que la solidaridad y la lealtad a una causa pasa primero por la clase social y mucho después, por la raza. Hay más en común entre un estafador millonario blanco de Goldman Sachs conocido por Fabulous Fab, de un lado, y Condolezza Rice o el propio Sr William, del otro, que entre estos últimos y los inmigrantes ilegales mexicanos que marchan en Arizona contra la exclusión. Y ya se sabe que el capitalismo levanta o establece leyes racistas y discriminatorias, no por el grado de moral o humanismo que posea, sino por el balance de las ganancias que realice. Porque a fin de cuentas, ni es moral ni es humanista un sistema basado en la explotación de las mayorías para cimentar la bonanza egoísta de unos pocos. Y vista a profundidad esta lógica perversa del capital, si de verdad queremos eliminar el racismo en Cuba hay un solo camino. Y ese pasa por más socialismo, socialismo de verdad, mucho más del que hoy tenemos.

¿O es que alguien de verdad cree que un capitalista cubano se enternecerá ante sus hermanos por el solo color de la piel y elevará su voz para corear aquella frase demagógica de Grau de que «la cubanidad es amor», en vez de buscar, a como dé lugar, la rentabilidad de sus empresas?

Fuente: http://www.cubarte.cult.cu/paginas/actualidad/conFilo.php?id=15118

rJV