Aquí hay una palabra que corre el riesgo de disuadirlo de seguir leyendo, a pesar de que puede ser la clave para comprender por qué estamos en un lío político, económico y social tan terrible. Esa palabra es «externalidades».
Suena como una definición de economía, un pedazo de la jerga económica. Pero también es la piedra fundamental sobre la que se ha construido el actual sistema económico e ideológico de Occidente. Centrarse en cómo funcionan las externalidades y cómo han llegado a dominar todas las esferas de nuestras vidas es comprender cómo estamos destruyendo nuestro planeta y, al mismo tiempo, ofrecer el camino hacia un futuro mejor.
En economía las «externalidades» generalmente se definen de manera indiferente como los efectos de un proceso comercial o industrial sobre un tercero que no se incluyen en el costo de ese proceso.
Aquí está lo que debería ser un ejemplo familiar. Durante décadas los fabricantes de cigarrillos obtuvieron enormes ganancias al ocultar evidencia científica de que, con el tiempo, su producto podía resultar letal para los clientes. Las empresas se beneficiaron al externalizar los costos asociados con los cigarrillos, de muerte y enfermedad, a quienes los compraban y a la sociedad en general. La gente dio su dinero a Philip Morris y British American Tobacco, ya que estas empresas hicieron que los fumadores de Marlboro y Lucky Strikes estuvieran cada vez menos saludables.
El costo externalizado fue pagado -todavía es pagado- por los propios clientes, por las familias en duelo, por los servicios de salud locales y nacionales y por el contribuyente. Si las empresas hubieran tenido que hacerse cargo de estas diversas cuentas habría resultado totalmente infructuoso fabricar cigarrillos.
Inherentemente violento
Las externalidades no son incidentales en la forma en que funcionan las economías capitalistas. Son parte integral de ellas. Después de todo es una obligación legal de las empresas privadas maximizar las ganancias para sus accionistas, además, por supuesto, del incentivo personal que tienen los jefes para enriquecerse y la necesidad de cada empresa de evitar hacerse vulnerable a competidores más rentables y depredadores en el mercado.
Por lo tanto las empresas están motivadas para descargar en otros tantos costos como sea posible. Como veremos, las externalidades significan que alguien que no es la propia empresa paga el verdadero costo detrás de sus ganancias, ya sea porque esos otros son demasiado débiles o ignorantes para defenderse o porque la factura vence más adelante. Y por esa razón las externalidades -y el capitalismo- son inherentemente violentos.
Todo esto sería muy obvio si no viviéramos dentro de un sistema ideológico, la cámara de resonancia definitiva impuesta por nuestros medios corporativos, que es cómplice de ocultar esta violencia o de normalizarla. Cuando las externalidades son particularmente onerosas o nocivas, como invariablemente lo son de una forma u otra, se hace necesario que una empresa oscurezca la conexión entre causa y efecto, entre su acumulación de beneficios y la acumulación resultante de daño causado a una comunidad, a un país lejano, al mundo natural o a los tres.
Es por eso que las corporaciones, aquellas que infligen las mayores y peores externalidades, invierten una gran cantidad de tiempo y dinero en gestionar agresivamente las percepciones públicas. Lo logran mediante una combinación de relaciones públicas, publicidad, control de los medios, cabildeo político y la captura de instituciones reguladoras. Gran parte del trabajo de los negocios es el engaño, ya sea haciendo invisible el daño exteriorizado o ganando la aceptación resignada del público de que el daño es inevitable.
En ese sentido el capitalismo produce un modelo de negocio que no solo es rapaz sino que también psicopático. Aquellos que buscan ganancias no tienen más remedio que infligir daño a la sociedad en general, o al planeta, y luego encubrir sus acciones profundamente antisociales, incluso suicidas.
Exigencias psicopáticas
Una película reciente -del año pasado- que alude a cómo funciona esta forma de violencia fue Dark Waters, sobre la batalla legal de larga duración con DuPont sobre los productos químicos que desarrolló para hacer revestimientos antiadherentes para ollas y sartenes. Desde el principio la investigación de DuPont mostró que estos químicos eran altamente peligrosos y se acumulaban en el cuerpo. La ciencia abrumadoramente sugirió que las personas expuestas estarían en riesgo de desarrollar tumores cancerosos o tener hijos con defectos de nacimiento.
DuPont obtendría enormes beneficios de su descubrimiento químico siempre que pudiera mantener oculta la investigación. Entonces eso es exactamente lo que hicieron sus ejecutivos. Dejaron de lado la moralidad básica y actuaron de acuerdo con las demandas psicopáticas del mercado.
DuPont produjo cacerolas que contaminaron la comida de sus clientes. Los trabajadores estuvieron expuestos a un cóctel de venenos letales en sus fábricas. La empresa almacenó los productos de desecho tóxicos en tambores y luego los eliminó en secreto en vertederos donde se filtraron al suministro de agua local, matando ganado y produciendo una epidemia de enfermedades entre los residentes locales. DuPont creó una sustancia química que ahora se encuentra en todas partes de nuestro medio ambiente, poniendo en riesgo la salud de las generaciones venideras.
Pero una película como Dark Waters necesariamente convirtió un caso de estudio sobre cómo el capitalismo comete violencia al externalizar sus costos en algo menos amenazante, menos revelador. Repudiamos a los ejecutivos de DuPont como si fueran las hermanas feas de una pantomima en lugar de personas comunes y corrientes, no muy diferentes de nuestros padres, nuestros hermanos, nuestra descendencia, nosotros mismos.
En verdad no hay nada excepcional en la historia de DuPont, aparte del fracaso de la compañía para mantener su secreto oculto al público. Y esa exposición fue anómala, ocurrió solo tardíamente y contra grandes probabilidades.
Un mensaje importante que el final agradable de la película no logra transmitir es que otras corporaciones han aprendido del error de DuPont, no el “error” moral de externalizar sus costos, sino el error financiero de ser atrapados haciéndolo. Los cabilderos corporativos han trabajado desde entonces para capturar aún más a las autoridades reguladoras y enmendar las leyes de transparencia y descubrimiento legal para evitar cualquier repetición, para garantizar que no se les considere legalmente responsables en el futuro, como lo fue DuPont.
Víctimas de nuestros bombardeos
A diferencia del caso de DuPont, la mayoría de las externalidades nunca se exponen. En cambio se esconden a plena vista. No es necesario ocultar estas externalidades porque no se perciben como externalidades o porque se las considera tan poco importantes que no vale la pena tenerlas en cuenta.
El complejo militar-industrial, sobre el que nos advirtió hace más de medio siglo el presidente Dwight Eisenhower, un exgeneral estadounidense, sobresale en este tipo de externalidades. Su poder deriva de su capacidad para externalizar sus costos a las víctimas de sus bombas y sus guerras. Son personas que conocemos y que nos importan poco: viven lejos de nosotros, se ven y suenan diferentes a nosotros, se les niegan nombres e historias de vida como las nuestras. Son simplemente números que los señalan como terroristas o, en el mejor de los casos, como daños colaterales desafortunados.
Las externalidades de las industrias bélicas occidentales nos resultan opacas. La cadena de causa y efecto se oculta hoy en día como «intervención humanitaria». E incluso cuando las externalidades de la guerra golpean nuestras fronteras, cuando los refugiados huyen del derramamiento de sangre, o de los cultos nihilistas succionados por los vacíos de poder que dejamos atrás, o de los escombros de la infraestructura que causan nuestras armas, o de la degradación ambiental y la contaminación que desatamos, o de las economías arruinadas por nuestro saqueo de los recursos locales, aún así no reconocemos estas externalidades por lo que son. Nuestros políticos y medios de comunicación transforman a las víctimas de nuestras guerras y nuestros recursos que se convierten, en el mejor de los casos, en migrantes económicos y, en el peor, en invasores golpeando a nuestras puertas.
Instantáneas de la catástrofe
Si ignoramos por completo las externalidades infligidas por el capitalismo a las víctimas más allá de nuestras costas, estamos despertando gradualmente y muy tarde en el día a algunas de las externalidades del capitalismo mucho más cercanas a casa. Partes de los medios corporativos finalmente están admitiendo lo que ya no se puede negar de manera plausible, lo que es evidente para nuestros propios sentidos.
Durante décadas los políticos y los medios corporativos lograron ocultar dos cosas: que el capitalismo es un modelo de consumo sin fin, totalmente insostenible y con fines de lucro. Y que el medio ambiente se está dañando gradualmente de formas perjudiciales para la vida. El daño estaba en las sombras, al igual que el hecho de que los dos están conectados causalmente. El modelo económico es la causa principal del daño ambiental.
Las personas, especialmente los jóvenes, están despertando lentamente de este estado forzado de ignorancia. Los medios corporativos, incluso sus elementos más liberales, no están liderando este proceso, están respondiendo a ese despertar.
La semana pasada el periódico The Guardian publicó de manera destacada dos historias sobre externalidades, incluso si no las enmarcó como tales. Una trataba sobre la filtración de microplásticos de los biberones a los bebés y la otra sobre el peaje que la contaminación del aire está cobrando a las poblaciones de las principales ciudades europeas.
Esta última historia, basada en una nueva investigación, evaluó específicamente el costo de la contaminación del aire en las ciudades europeas -en términos de “muerte prematura, tratamiento hospitalario, días laborales perdidos y otros costos de salud”- en 150.000 millones de libras al año. La mayor parte de esto fue causada por la contaminación de los vehículos, el producto rentable de la industria del automóvil. Los investigadores admitieron que su cifra era una subestimación del verdadero costo de la contaminación del aire.
Pero, por supuesto, incluso se llegó a esa subestimación únicamente sobre la base de métricas priorizadas por la ideología capitalista: el costo para la economía de la muerte y la enfermedad, no el costo incalculable en vidas humanas perdidas y dañadas, y mucho menos el daño a otras personas, especies y el mundo natural. Otro informe de la semana pasada aludió a uno de esos muchos costos adicionales, mostrando un fuerte aumento en la depresión y ansiedad causadas por la contaminación del aire.
La otra historia, sobre los biberones, es parte de una historia mucho más grande de cómo la industria del plástico, cuyos productos son derivados de la industria de los combustibles fósiles, ha estado llenando nuestros océanos y suelos con plásticos, tanto visibles como invisibles. El informe de la semana pasada reveló que el proceso de esterilización en el que los biberones se calientan en agua hirviendo provoca que los bebés ingieran millones de microplásticos cada día. El estudio descubrió que los recipientes de plástico para alimentos arrojaban cargas de microplásticos mucho más altos de lo esperado.
Estas historias son instantáneas de una catástrofe ambiental mucho más amplia que se desarrolla en todo el planeta causada por una sociedad industrializada impulsada por las ganancias. Además de calentar el clima, las corporaciones están talando los bosques que no se queman primero, despojando al planeta de sus pulmones, están destruyendo hábitats naturales y la calidad del suelo y están acabando rápidamente con las poblaciones de insectos.
Las externalidades de estas industrias están, por el momento, impactando más severamente en el mundo natural. Pero pronto tendrán efectos más visibles y dramáticos que nuestros hijos y nietos sentirán. Ninguno de estos electores tiene voz en la actualidad sobre cómo se manejan nuestras “democracias” capitalistas.
Gerentes de la percepción
El capitalismo no solo nos está perjudicando, nos está facturando dos veces: primero sacando de nuestras billeteras y luego privándonos de un futuro. Ahora hemos entrado en una era de profunda disonancia cognitiva.
A diferencia de hace unos años, muchos de nosotros ahora comprendemos que nuestro futuro está en grave riesgo por los cambios en nuestro entorno, el resultado. Pero la tarea de los actuales administradores de la percepción, como los de antaño, es oscurecer la causa principal, nuestro sistema económico, el capitalismo.
El esfuerzo cada vez más desesperado por disociar el capitalismo de la inminente crisis ambiental, para romper cualquier percepción de un vínculo causal, se destacó a principios de este año. Se supo que la policía antiterrorista del Reino Unido había incluido Extinction Rebellion, el principal grupo de protesta medioambiental de Occidente, en una lista de organizaciones extremistas. Bajo las regulaciones relacionadas de «prevención», los maestros y los funcionarios gubernamentales ya están obligados por ley a denunciar a cualquier persona que sospechen que está «radicalizada».
En una guía que explica el propósito de la lista, se pidió a los funcionarios y maestros que identificaran a cualquier persona que hable en «términos fuertes o emotivos sobre temas ambientales como el cambio climático, la ecología, la extinción de especies, el fracking, la expansión del aeropuerto o la contaminación».
¿Por qué Extinction Rebellion, un grupo de desobediencia civil no violento, se incluyó junto con los neonazis y los yihadistas islámicos? Toda una página está dedicada a la amenaza que representa Extinction Rebellion. La guía explica que el activismo de la organización tiene sus raíces en una “filosofía antisistema que busca un cambio de sistema”. Es decir, el activismo ambiental corre el riesgo de hacer evidente, especialmente para los jóvenes, la conexión causal entre el sistema económico y el daño al medio ambiente.
Una vez que se conoció la historia, la policía se apresuró a remar de regreso, alegando que la inclusión de Extinction Rebellion fue un error. Pero, más recientemente, los esfuerzos del establishment para desacoplar el capitalismo de sus catastróficas externalidades se han vuelto más explícitos.
El mes pasado el departamento de educación de Inglaterra ordenó a las escuelas que no usaran ningún material en el plan de estudios que cuestione la legitimidad del capitalismo. La oposición al capitalismo fue descrita como una «postura política extrema», la oposición, recordemos, a un sistema económico cuya búsqueda incesante de crecimiento y ganancias trata la destrucción del mundo natural como una externalidad sin costo.
Paradójicamente, los funcionarios de educación equipararon la promoción de alternativas al capitalismo como una amenaza a la libertad de expresión, así como un respaldo a la actividad ilegal e, inevitablemente, como una prueba de antisemitismo.
Trayectoria suicida
Estas medidas desesperadas y draconianas para apuntalar un sistema cada vez más desacreditado no están a punto de terminar, al contrario, empeorarán mucho.
El establishment no se está preparando para renunciar al capitalismo, la ideología que lo enriqueció y empoderó, sin luchar. La clase política y mediática lo demostró con sus implacables y sin precedentes ataques durante varios años contra el líder de la oposición laborista Jeremy Corbyn. Y Corbyn estaba ofreciendo solo una agenda socialista democrática reformista.
El establishment también ha demostrado su determinación de aferrarse al statu quo en sus implacables y sin precedentes ataques contra el fundador de Wikileaks, Julian Assange, quien está encerrado, aparentemente indefinidamente, por revelar las externalidades, las víctimas, de las industrias de guerra de Occidente y los psicópatas comportamientos de los que están en el poder.
Los esfuerzos para poner fin a la trayectoria suicida de nuestro actual sistema de “libre mercado” sin duda pronto serán equiparados con el terrorismo, como ya ha insinuado la estrategia Prevent. Deberíamos estar preparados.
No puede haber escape del deseo de muerte del capitalismo sin reconocer ese deseo de muerte y luego exigir y trabajar por un cambio total. Las externalidades pueden parecer una jerga inocua, pero ellas y el sistema económico que las requiere nos están matando a nosotros, a nuestros hijos y al planeta.
La pesadilla puede terminar, pero solo si nos despertamos.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión.org como fuente de la traducción.