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El cine de Kiarostami sigue ahí y está ahí para ti

Fuentes: El Telégrafo

Estoy convencida de que si yo hubiera crecido viendo lo que actualmente muestran las salas comerciales de Ecuador, nunca me habría dedicado al cine. Habría preferido, sin duda, la pintura, la música o la poesía. Pero a los diez años mis padres me llevaron a ver El Globo Blanco (1995), un filme escrito por Abbas […]

Estoy convencida de que si yo hubiera crecido viendo lo que actualmente muestran las salas comerciales de Ecuador, nunca me habría dedicado al cine. Habría preferido, sin duda, la pintura, la música o la poesía. Pero a los diez años mis padres me llevaron a ver El Globo Blanco (1995), un filme escrito por Abbas Kiarostami y dirigida por su discípulo, el realizador iraní Jafar Panahí. Al salir del cine les dije, todavía cautivada por las imágenes y la historia: «Esta película es diferente». Reconocí en ese momento que el cine podía ser poesía, que el cine podía ser arte y que el cine podía ser para mí.

En 2014, cuando supe que Kiarostami daría un taller de cine organizado por Black Factory Cinema y la Universidad Javeriana, en Bogotá, Colombia, no dudé en aplicar. Kiarostami había dictado el taller en distintas partes del mundo; esa sería su primera vez en América Latina (en 2016 volvió, esta vez a Cuba). De los cincuenta y pico de cortos realizados esa semana, Kiarostami seleccionó cinco para ser proyectados en el Festival Internacional de Cine de Cartagena. Fue un inmenso honor cuando mi corto ‘Una diversión curiosa’, sobre un niño que observa un juego de cuyes en la calle principal del centro de Bogotá, fue seleccionado. Pero el honor más grande fue unos días antes del anuncio de la selección, cuando vi el primer corte con Kiarostami y percibí su interés y concentración en lo que le mostraba. Al cabo de los cuatro minutos de duración, Kiarostami me sugirió cambios muy puntuales. Me dijo: «En el cuarto plano necesitas otra toma. En vez de mirar hacia abajo, el niño debe mirar un poco más hacia arriba». Me sorprendió tanto su memoria visual como su poder de observación. Busqué y encontré una toma como la que él había señalado; la cambié y, efectivamente, él tenía toda la razón.

Participar en el taller y conocer a Kiarostami fue clave en mi desarrollo y transformación como cineasta, docente y persona. Intentaré explicar por qué:

Cuando eres un cineasta joven y tienes muchas ideas sobre las películas que quisieras hacer, no hay nada más importante que conocer a un cineasta en el que sientas reflejada tu forma de pensar.

Hay cineastas que hacen «buenas» películas: están muy bien elaboradas, no tienen fallas técnicas, van a festivales, ganan premios. Estos cineastas nos impresionan con su técnica. Como estudiante, puedes aprender de su estilo de hacer películas; intentar replicarlas o decidir que lo que quieres hacer es algo muy distinto.

Pero cuando encuentras un artista con el que compartes una forma de pensar, ya no se trata de la técnica sino de algo mucho más valioso y difícil de enseñar: hablamos de una ética, de una manera de ver, de una sensibilidad ante el mundo. Reconocer esto en quien consideras tu maestro es transformador porque te da la confianza para seguir tu propio camino. Ya no se trata de replicar la técnica (y negar tu forma de pensar en el proceso) para ser aceptado; se trata de encontrar lo que tú quieres hacer, porque sabes que tu forma de ver y de pensar llegará a algún espectador receptivo.

Conocer a Kiarostami reafirmó en mí la idea de que un filme refleja a su autor. Una persona puede mentir, puede fingir ser lo que no es; pero las películas no mienten. Las películas de Kiarostami revelan las reflexiones, las preguntas, los gustos, los deseos, el humor, la gracia de su autor.

El cine de Kiarostami no juzga a sus personajes. Todo lo contrario, nos presenta al otro como a un igual; como alguien con quien podemos conversar sinceramente, incluso a través de la ventana de un auto (a Kiarostami le encantaba filmar en el auto). Es un cine que nos hace ver nuevas perspectivas y cuestionar los clichés que circulan a través de las imágenes. Y, sobre todo, sin dejar de ser totalmente emocionante, es un cine que nos da el espacio para pensar e interpretar libremente.

Kiarostami, como muy pocos, siempre creyó en la inteligencia del público para saber interpretar y sacar sus propias conclusiones. La muerte del maestro abre el camino a un tiempo de reflexión. ¿Qué hemos aprendido de él? ¿Qué haremos a continuación? ¿Qué construiremos para los que vienen?

El día que falleció Kiarostami, vi El sabor de las cerezas con mis alumnos de la carrera de Cine en la Universidad de las Artes. Era la tercera o cuarta vez que veía el filme, pero esta vez lo hice de una forma completamente nueva (pocas películas tienen esa versatilidad). Particularmente después de la última escena que quiebra con la estética del resto de la película, mostrándonos el tras cámaras de la filmación y a Kiarostami mirando el paisaje, rodeado por los miembros de su equipo. Entendí que esta era tal vez la más personal de todas sus películas: Kiarostami habla a través de ella y comparte una lección de vida. Qué alivio saber que aunque él ya no esté, su cine, como sus fotografías y su poesía, permanecen.

Estos días, mis estudiantes se han acercado a compartir unas palabras sobre Kiarostami; agradecidos de haber conocido su obra en estos meses. Sé que continuarán (continuaremos) viendo y aprendiendo de él y que, algunos de ellos, también se sentirán identificados con su obra, y entenderán que es posible hacer un cine diferente. Alguna vez, el maestro dijo: «En la oscuridad total, la poesía sigue ahí, y está ahí para ti». Afortunadamente, nosotros podemos decir: En la oscuridad total, el cine de Kiarostami sigue ahí, y está ahí para ti.

Fuente: http://www.eltelegrafo.com.ec/noticias/carton-piedra/34/el-cine-de-kiarostami-sigue-ahi-y-esta-ahi-para-ti