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Cronopiando

El Cine y los Estados Unidos

Fuentes: Rebelión

La historia, lamentablemente, no siempre es de quien la trabaja sino de quien la cuenta y, gracias al cine, los Estados Unidos han podido contarse y contarnos su más florida antología de miserias como si fueran logros. No importa que tuvieran que salir precipitadamente de Vietnam, queda para la historia un largo centenar de películas […]

La historia, lamentablemente, no siempre es de quien la trabaja sino de quien la cuenta y, gracias al cine, los Estados Unidos han podido contarse y contarnos su más florida antología de miserias como si fueran logros.

No importa que tuvieran que salir precipitadamente de Vietnam, queda para la historia un largo centenar de películas y documentales en las que los Estados Unidos pusieron de manifiesto su triunfal derrota, su heróica retirada.

Gracias a su industria de contar la historia, la propia y la ajena, John Wayne derrotó las incontables hordas de pielrojas que amenazaban interrumpir el progreso de aquella floreciente nación. Y nada amilanó al Séptimo de Caballería que, si en ocasiones pudo extraviar la cabellera, nunca perdió los  ideales que animaban su lucha hasta terminar exterminando a los salvajes y remitiendo a sus jefes a los circos.

Charlon Heston, en apenas 15 días que se pasó en Pekín, además de enamorar, sin pretenderlo, a la bella Natacha, una condesa rusa a la que diera vida y muerte Ava Gadner, todavía tuvo tiempo de organizar las defensas de todas las potencias coloniales europeas sitiadas en Pekín; protagonizar alguna que otra arriesgada misión, por supuesto, vital; derrotar todos los ataques de los maquiavélicos chinos, y asistir a una bullanguera recepción donde bailar mejor que nadie.

Y no voy a ser yo quien se moleste en contar las incontables latas con películas sobre la primera y la segunda Guerra Mundial, todas dotadas de sus correspondientes «macacos amarillos»,  «osos alemanes» y «americanos» galanes, tan parecidos a nosotros mismos, contándonos sus entrañables vidas, tan semejantes a las nuestras, mientras la banda sonora atacaba los últimos compases del melodrama.

Antes de que, felizmente, los extraterrestres se hagan por fin presentes en nuestro planeta, ya centenares de heroes estadounidenses, a veces en pijama, disfrazados de insectos o el mismo presidente, nos han salvado de la furia alienígena tantas veces como hemos sido atacados, evitando que nos convirtiéramos en androides… los que todavía no lo somos, e impidiendo que los extraterrestres aprovecharan sus infernales artilugios de destrucción para secar nuestros ríos, por ejemplo, derribar nuestros bosques, tal vez, o abrir un agujero en la capa de ozono.

No hace muchos años, el propio primer ministro inglés protestó airadamente cuando Hollywood estrenó «U-571», una de sus patrióticas «fazañas» en la que un intrépido comando estadounidense en plena II Guerra Mundial, se apoderaba de la codificadora alemana Enigma. Las quejas de Blair y de algunos medios de comunicación ingleses y veteranos de guerra que pretextaban que el comando había sido inglés y que para la fecha, mayo de 1941, todavía los estadounidenses no habían entrado en la guerra, no impidió el éxito de taquilla de tan bélica patraña.

Y hay que temer lo que pueda resultar de la historia de la caída del V Reich a manos de Chuck Norris y su perro, película que ya debe estar filmándose en Arizona.

En mi archivo de afrentas, recuerdo una joya cinematográfica estadounidense en la que un yanqui aprovecha sus vacaciones en la Marruecos colonial para, no sólo liberar a ese pueblo, sino enamorar, incluso, a la hija de gran jeque alauí. No se casan porque, obviamente, el aventurero yanqui ya tenía una enamorada en Minnesota que lo esperaba, y la beldad mora estaba bien para que le hiciera la danza de los siete velos una noche de despendole en que no tuviera que enseñarles a los moros a pelear, pero no para que le cocinara sus «pankakes» de desayuno.

Yo sólo tengo la esperanza de que algún día, y en eso me afano, alguien filme también la Verdadera Historia de la Independencia de los Estados Unidos que, según he averiguado, fue obra de un tal Pololo Pichardo de Borojoi, un cadenú dominicano que, con la única ayuda de un brujo haitiano, un cocinero chino y un sherpa vasco, sacó a patadas a los ingleses de las 13 colonias, les dio cursos de combate personal y estrategia militar a George Washington y sus muchachos, y todavía tuvo el ánimo y las ganas de redactarles su Constitución, instruirlos en el juego del dominó y enseñarles a preparar el pavo asado, gracias a una receta que Pololo se había llevado de un campo dominicano, Pueblo Viejo, en Azua, para ser precisos. No voy a mencionar, para no herir susceptibilidades, la aventura que se corrió Pololo con la esposa del bueno de George que, estaba tan ocupado aprendiendo a cocinar habichuelas dulces, que hasta descuidó las debidas atenciones con su esposa.

Lástima que Hollywood no se interese por mi película porque iban a faltar Oscar con que pagarla.