Lo peor del circo, al margen del megáfono anunciando el mayor espectáculo del mundo, no es que al aprendiz de pájaro, de improviso, se le acabe el trapecio y se estrelle en medio de la pista; o que al contorsionista se le rompa la estampa sin nadie que la encuentre o la distinga; o que […]
Lo peor del circo, al margen del megáfono anunciando el mayor espectáculo del mundo, no es que al aprendiz de pájaro, de improviso, se le acabe el trapecio y se estrelle en medio de la pista; o que al contorsionista se le rompa la estampa sin nadie que la encuentre o la distinga; o que al ilusionista se le pierdan los trucos en sus mangas de seda y el conejo se asfixie en la chistera; o que los payasos muevan más a la pena que a la risa.
Lo peor no es que, en un descuido, el elefante aplaste la cabeza de la hermosa mujer de lentejuelas; o que siga borracho el fiero oso de la estepa siberiana; o que al malabarista se le caigan, uno detrás de otro, los alardes de su inagotable repertorio; o que rebuznen los salvajes caballos y se queden dormidos en la jaula los tigres de Bengala.
Lo peor tampoco es que los acróbatas padezcan de lumbago y que los chimpancés no aprendan las piruetas; o que al certero lanzador de cuchillos le falle el pulso y termine matando a su pareja.
Lo peor no es la insoportable bulla de los grandes medios, los amañados debates, las infalibles encuestas y sondeos a la carta, el fraude…
Lo peor es que, cuando se levante la inmensa carpa de colores que cubre el espectáculo, todavía haya gente que vote por los dueños del circo.
(Euskal presoak-Euskal herrira)
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