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Palabras del presidente de Ecuador en el acto en ocasión del 50 aniversario de la Revolución Cubana. el 8 de enero de 2009

El combate contra la injusticia, contra el despotismo y contra la corrupción es eterno, y no termina jamás

Fuentes: Cubadebate

Querido Comandante; General de Ejército Raúl Castro Ruz, presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros de Cuba, probablemente el compañero Fidel nos esté viendo, así que un inmenso abrazo solidario y latinoamericano para él ; Queridos comandantes, combatientes de esta gesta heroica: la Revolución Cubana, la liberación cubana, el hito más importante […]

Querido Comandante;

General de Ejército Raúl Castro Ruz, presidente del Consejo de Estado y del Consejo de Ministros de Cuba, probablemente el compañero Fidel nos esté viendo, así que un inmenso abrazo solidario y latinoamericano para él ;

Queridos comandantes, combatientes de esta gesta heroica: la Revolución Cubana, la liberación cubana, el hito más importante en la historia de América Latina en el siglo XX y ejemplo para el planeta entero;

Queridos funcionarios del gobierno cubano;

Ministras y ministros y funcionarios del gobierno ecuatoriano que me acompañan en esta visita;

Señores representantes de los medios de comunicación social;

Queridas hermanas y hermanos cubanos, ecuatorianos, latinoamericanos y planetarios, para todos ustedes un inmenso abrazo (Aplausos):

Hoy, 8 de enero de 2009, cuando, por invitación de la Revolución Cubana estamos presentes en representación del pueblo ecuatoriano y de su Revolución Ciudadana, vale la pena preguntarse: ¿Cuándo comenzó la Revolución Cubana?

¿Quizá el 26 de julio de 1953, cuando Fidel, comandando a la Generación del Centenario, tatuó para la historia el Cuartel Moncada?

¿Fue acaso el 25 de noviembre de 1956, cuando el Granma zarpó de Veracruz con 82 guerrilleros?

¿O mucho antes, la madrugada del 11 de abril de 1895, cuando José Martí y su grupo de patriotas desembarcaron en Playitas de Cajobabo para iniciar la Guerra Necesaria y terminar con el yugo español?

Quizá sea mejor pensar que esta Revolución, esperanza y destino de Nuestra América, empezó en las luchas contra el colonialismo, con el referente mayor de nuestra vocación emancipadora simbolizada por el Libertador Simón Bolívar.

Porque Manuela Sáenz y Antonio José de Sucre; porque José Martí y Emiliano Zapata; porque Eloy Alfaro y Augusto César Sandino; porque Manuel Rodríguez y José Carlos Mariátegui; porque Antonio Maceo y Máximo Gómez, y porque todos los patriotas del continente se consagraron a la liberación de nuestra Patria Grande cobijados por la imagen y la bandera de Bolívar.

Debemos reconocer, entonces, que la Revolución se inició cuando Fidel¼ Raúl, el Che, Haydée, Camilo, y los revolucionarios cubanos siguieron el sendero y las huellas profundas de una lucha histórica.

Seguir esas huellas significaba y significa, en cualquier tiempo, ser honestos, ser transparentes, y decir siempre la verdad, como lo hizo el Libertador, cuando dijo:

«Dichosísimo aquel que corriendo por entre los escollos de la guerra, de la política y de las desgracias públicas, preserva su honor intacto.»

Hace cincuenta años, en este mismo sitio, cobijado por el Libertador, Fidel dijo:

«Creo que es este un momento decisivo de nuestra historia: la tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Y sin embargo, queda mucho por hacer todavía. No nos engañemos creyendo que en lo adelante todo será fácil; quizás en lo adelante todo sea más difícil.

«Decir la verdad es el primer deber de todo revolucionario -manifestó Fidel. Engañar al pueblo, despertarle engañosas ilusiones, siempre traería las peores consecuencias, y estimo que al pueblo hay que alertarlo contra el exceso de optimismo.

«¿Cómo ganó la guerra el Ejército Rebelde? Diciendo la verdad. ¿Cómo perdió la guerra la tiranía? Engañando a los soldados.

(…) «Y por eso yo quiero empezar -o, mejor dicho, seguir- con el mismo sistema: el de decirle siempre al pueblo la verdad» -manifestaba Fidel, en este mismo sitio, hace cincuenta años.

Esa antorcha ética, y la mayor devoción por las legítimas aspiraciones del pueblo cubano y del pueblo latinoamericano, permitieron que esta Revolución esté vigente, con altivez, con dignidad, en la defensa de los bienes más preciados que un pueblo persigue: la libertad y la soberanía.

Este pueblo maravilloso, el pueblo cubano, pueblo heroico, le ha enseñado al mundo que la revolución tiene un destino. Que es un proceso del espíritu, que lo forja la voluntad humana y que, una vez en marcha, no encuentra poder capaz de detenerla, por poderoso que se crea.

Hoy, cincuenta años después, ese lejano 1 de enero de 1959, o aquel 8 de enero de hace medio siglo, ya son fechas gloriosas para todos los movimientos revolucionarios del mundo. Pero no lo serían, si el movimiento que desembocó en ella se hubiese concebido simplemente como el momento culminante de la insurrección contra la injusticia, el despotismo y la corrupción.

El combate contra esa injusticia, contra ese despotismo y contra la corrupción es eterno, y no termina jamás.

Es por esto que el 1 y el 8 de enero de hace cincuenta años son gloriosos. Y son majestuosos, porque a partir de entonces, el pueblo cubano ha instruido al mundo que una revolución se construye desde cada amanecer, y también, a partir de la enseñanza que nos deja cada equivocación.

Este proceso es ejemplar porque fue capaz de conquistar la verdadera independencia nacional, la libertad, la soberanía, y la libre determinación del pueblo cubano.

Este proceso es extraordinario porque logró el restablecimiento de los derechos humanos para todos los cubanos y cubanas. Es el reconocimiento del respeto a la dignidad plena del ser humano como primer derecho constitucional.

La Revolución Cubana hizo realidad la prédica de sus líderes: los cubanos y cubanas saben que ningún compatriota será abandonado a su suerte bajo ninguna circunstancia.

La Revolución Cubana no tiene muertos ocultos en el escaparate de su historia, y jamás practicó ni torturas ni desapariciones.

La Revolución Cubana ha eliminado la discriminación racial y la de la mujer, al tiempo que ha ejercido la defensa de los derechos de la infancia y la amplia protección de los derechos de la familia cubana.

La declaración de Cuba como Primer Territorio Libre de analfabetismo en América, en 1961, sigue siendo un ejemplo para nuestros pueblos, y esa misma convicción convirtió los cuarteles en escuelas, y le dijo a los cubanos: «lean, no crean», democratizando así el acceso al mundo del libro y sus fantasmas.

Cuba multiplicó más de 11 veces el número de médicos. De 6 286 que había en 1958, el país pasó a 72 416 médicos en el 2007, es decir, 1 médico por cada 155 habitantes. Cuba es el país con la mayor tasa de médicos por habitante del planeta, y América Latina ha sido beneficiaria de una política responsable, enraizada en el humanismo y la solidaridad.

Hemos asistido, con orgullo latinoamericano, a la práctica de una política exterior de principios, basada en los pilares del derecho internacional: la igualdad entre las naciones, la libre determinación y el respeto mutuo, así como en la defensa de la justicia social y la dignidad de todos los seres humanos del planeta, en especial, los derechos de los pueblos del Tercer Mundo.

De esta tierra latinoamericana venimos para expresar nuestra más profunda solidaridad con el proceso revolucionario cubano.

Desde la línea ecuatorial, de ese territorio que cobijó las luchas bolivarianas, hemos llegado hasta Ciudad Libertad para expresar nuestro júbilo por estos cincuenta años. Y lo hacemos con la misma convicción que nos llevó a consagrar, en nuestra propia tierra, una de las Constituciones más avanzadas de la América Latina.

Venimos de este continente afianzado y reverdecido por la memoria social que nos permite un ajuste de cuentas con la historia.

Ese ajuste de cuentas empieza por la auténtica reivindicación del pueblo indígena, expoliado, explotado, humillado, ofendido, y, como paradoja, también usado y manipulado. Por eso hoy, el Estado ecuatoriano es plurinacional, es intercultural, y persigue la igualdad en la diversidad, es decir, el más auténtico ejercicio de la verdadera democracia¼ De igual manera con el pueblo afro-ecuatoriano, que como el cubano es tambor y bandera de nuestra Patria.

Hace tantos años, dos demócratas de mi pueblo, Eloy Alfaro y Federico Proaño, fueron destinatarios del homenaje de José Martí.

Alfaro, al decir del Apóstol, era uno de los pocos americanos de creación, y, sus combatientes del litoral, los montoneros, hermanos de los mambises, cimentaron esa tierra ecuatorial que hoy emerge y se levanta.

Sobre nuestro luchador insurgente, Federico Proaño, Martí dijo:

«Para los enemigos del albedrío del hombre, y de su franco empleo en América, Proaño no tenía más que uña y diente. Y su pluma, fina y fuerte, esbozaba de un rasgo, iluminaba de un revuelo, clavaba de un picotazo, se abría, como en dos alas, ante las majestades del hombre y de la Naturaleza.»

Y la historia sigue. La Revolución Cubana contó con un mártir ecuatoriano, el periodista y patriota Carlos Bastidas Argüello, asesinado en mayo de 1958 por los sicarios de Batista.

A Carlos Bastidas rendimos hoy tributo, por ser digno representante de la altivez y sacrificio de nuestros pueblos .

Y, en homenaje a esta Revolución, cimentada en los más nobles principios decantados a lo largo de la historia de la humanidad: solidaridad, universalidad, unidad, independencia y, sobre todo, dignidad, hoy demandamos y exigimos¼ el fin del criminal bloqueo, etnocidio premeditado por los poderes de siempre (Aplausos), esos mismos poderes que han sometido a la más perversa injusticia a René González, Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero y Fernando González, patriotas que, quizá como consuelo, y como lo ha dicho Silvio Rodríguez: «debemos comprender que lo que sufren, son los zarpazos de una bestia, contra una luz insoportable» (Aplausos).

Afortunadamente, América Latina no pertenece hoy a ningún imperio.

Los herederos de José Artigas, José de San Martín, Rosa Campuzano, Miguel de Hidalgo, y también de Rigoberta Menchú, Camilo Torres, Leonidas Proaño, Hebe de Bonafini y Chico Mendes, no creemos en el pensamiento único, porque nuestra identidad tiene el rostro de todos y de todas.

Nosotros honramos la esencia de la Revolución Cubana por considerarla trascendental para la evolución de la Humanidad.

Porque consideramos que sus principios son fundamentales para alcanzar el bienestar de nuestros pueblos.

Al honrar esta revolución, repetimos las palabras pronunciadas hace cincuenta años por el Comandante Fidel Castro, palabras que hoy hacemos nuestras:

«Desde ahora, ya se acabaron los agasajos y las ovaciones; desde ahora¼ a trabajar, mañana será un día igual que otro cualquiera, y todos los demás igual, y nos acostumbraremos a la libertad.»

Nosotros, desde nuestro Ecuador andino, desde el Guayas y el Chimborazo, desde la patria de Alfaro y Manuelita, nos sumamos a este festejo por la justicia y por la dignidad.

Nosotros, en el mayor ejercicio de la soberanía, denunciamos, como ustedes, una deuda externa ilegítima, ilegal e inmoral.

Para nosotros, socialistas de mente y corazón, la revolución jamás será triste, siempre será una fiesta, porque será el festejo de la igualdad entre hombres y mujeres; porque será el ejercicio de la solidaridad entre los seres humanos y la tierra.

Y así, nosotros festejamos la Revolución Cubana con las palabras del poeta Fayad Jamís:

«Por esta libertad

de canción bajo la lluvia,

habrá que darlo todo,

hasta la sombra

y nunca será suficiente».

Con las sombras protectoras de Bolívar y Martí¼

Con esta entrada renaciente de Fidel en Ciudad Libertad¼

Y con la memoria del Che, decimos, con dignidad y corazón¼

¡Hasta la victoria siempre!

¡Que viva Cuba!

¡Que viva Ecuador!

¡Que viva América Latina!