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El cuento de la lechera

Fuentes: Rebelión

Se acordarán ustedes de aquella fábula que nos contaban de pequeños nuestras madres, y que tantas veces habremos recordado después en diversas circunstancias de la vida cotidiana de cada cual. Aquel cuento que empezaba así: «Iba alegre la lechera camino del mercado. Con paso vivo, sencilla y graciosa, sostenía sobre su cabeza un cántaro lleno […]

Se acordarán ustedes de aquella fábula que nos contaban de pequeños nuestras madres, y que tantas veces habremos recordado después en diversas circunstancias de la vida cotidiana de cada cual. Aquel cuento que empezaba así: «Iba alegre la lechera camino del mercado. Con paso vivo, sencilla y graciosa, sostenía sobre su cabeza un cántaro lleno de leche…», y que, tras una serie de especulaciones mentales de ventas y reventas de diversos productos, conseguidos los unos tras los otros por obra y gracia del valor añadido que la avispada lechera sumaba a su cuenta de beneficios con cada nueva transacción, acababa de la siguiente manera: «Al dar el salto, cayó de su cabeza el cántaro que se rompió en mil pedazos. La pobre lechera miró desolada cómo la tierra tragaba el blanco líquido. Ya no había leche, ni habría pollos, ni cerdo, ni vaca, ni ternero. Todas sus ilusiones se habían perdido para siempre, junto con el cántaro roto y la leche derramada en el camino.»

Digo que se acordarán de la fábula porque, hoy más que nunca, el cuento parece que ha comenzado a hacerse realidad. A ver si ustedes lo comprenden mejor así: «Iba alegre el capitalismo camino del libre mercado. Con paso vivo, sencillo y gracioso, sostenía sobre su cabeza un sistema financiero y monetario lleno de créditos…».

Efectivamente, ya lo han adivinado, si algo se ha puesto de manifiesto con la actual crisis económico-financiera en la que viven abocados la práctica totalidad de los países capitalistas del mundo (especialmente aquellos que se creían más invulnerables), es precisamente eso: que el capitalismo es el cuento de la lechera, y que, dentro de tal cuento, el crédito, las deudas, son como la leche que llena el tarro originario, y que, a base de ventas y reventas de los productos monetarios y financieros generados a partir de ello, van engordando especulativamente el sistema económico en su conjunto, hasta que el tarro se rompe, la leche se derrama, y los sueños del sistema se comienzan a esfumar a pasos agigantados.

Ya decía Marx hace más de 100 años aquello de: «los capitalistas harán todo lo posible para ganar dinero sin necesidad de tener que pasar por el turbulento proceso de la producción». Como en tantas y tantas cosas, hoy, casi siglo y medio después, se demuestra cuan razón tenía este hombre. Ya no sólo fue capaz de predecir las famosas crisis periódicas del capitalismo sino que, incluso, fue capaz de predecir los motivos económicos-financieros por los cuales se iban a producir tales crisis.

La clave de todo esto es, en pocas palabras, la dependencia absoluta que todo el sistema financiero y monetario capitalista tiene del crédito. Es el crédito, y sólo el crédito, lo que hace funcionar la economía monetaria y financiera capitalista, sin crédito no hay nada, ni dinero, ni finanzas, ni nada. Es el crédito lo que fundamenta tanto la creación de dinero (vía Bancos centrales y comerciales), como el funcionamiento global del sistema (vía flujos ahorros-devoluciones-intereses). Es el crédito, por tanto, el elemento clave en la creación virtual de riqueza para el sistema. El resultado: que más del 90% del dinero que circula en el ámbito financiero y monetario no tiene respaldo alguno en la economía real, en el sistema productivo. Que es, dicho en plata, papel mojado que se compra y se vende, se cede y se traspasa.

Ahora los analistas capitalistas nos hablan de confianza. Nos dicen que todo el sistema financiero está fundamentado en el principio de la confianza. La primera confianza, por supuesto, la que hay entre el ahorrador que ingresa el dinero en una cuenta y el banco al que se lo deja en ahorro, un banco que, como todos los bancos, llegado el caso, no tendría dinero real para hacerse cargo de la confianza depositada en él por el ahorrador (¡pues menuda confianza es esa, se podrá añadir!). Ya se sabe aquello de que si todo el mundo que tiene dinero en un determinado banco fuese a una misma vez a sacar tal dinero, sería un colapso, una catástrofe, pues el banco no podría hacer frente a tales peticiones. Lo que igual no se sabe es que no haría falta tanto, que no haría falta que todo el mundo que tenga dinero en cualquier banco del mundo fuese a una misma vez a sacar su dinero, sino que, simplemente, con que las personas que tienen el 10% del dinero que hay en las cuentas de los diferentes bancos, sólo con estas personas se pusiesen de acuerdo para sacar de una vez su dinero (el 10% del total que manejan los bancos), todo el sistema colapsaría, se vendría abajo como un castillo de naipes. Es lo que tiene operar con dinero virtual, creado de la nada a través del crédito.

Aún así, el primer paso necesario para poner en juego todo el entramado monetario y financiero capitalista es el ahorro, un ahorro que cuando está respaldado por la existencia de una determinada actividad económico-productiva real, es, como se verá, la única base realmente existente que hay en todo el sistema económico. Pues bien, supongamos una persona que ha generado 1.000 euros en el campo de la economía real-productiva, y lleva esos 1.000 euros al banco, para ahorrarlos. A partir de ahí ocurre que el banco tiene la capacidad de operar con ese dinero, ponerlo a circular. Supongamos, por ejemplo, que de esos 1000 euros el banco presta 900 a otro ciudadano. Ocurre entonces que el banco, aunque en realidad tan sólo cuenta con el respaldo real de esos 1000 euros originales, ya cuenta en sus operaciones con 1900 euros, de los cuales 900 no son dinero real con el que cuente verdaderamente el banco, sino dinero que se supedita a la devolución del crédito por parte del que lo ha recibido, en una cadena que se perpetúa constantemente (pues el dinero prestado y puesto en funcionamiento, por una u otra vía, vuelve a los bancos en forma de ingreso-ahorro, renovando el proceso), pero que a cada nuevo paso va haciendo que el sistema financiero sea más ficticio y tengo menos respaldo real por la base productiva de la sociedad.

Ocurre además, que los bancos centrales, una vez los bancos comerciales han concedido una cantidad tal de créditos, se ven capacitados para comprar la deuda de tales bancos, emitiendo nuevo dinero (según se genera por los intereses que el banco cobrará al ciudadano en cuestión). A raíz de tal mecanismo, los bancos comerciales se ven capacitados para generar, por vía de nuevos créditos, cantidades cada vez mayores de dinero. De los 1000 euros nombrados con anterioridad provenientes del ahorro, según el coeficiente de caja que se aplique en cada caso, los bancos comerciales podrán prestar cierta cantidad de tal dinero ahorrado. Supongamos, por seguir con el ejemplo anterior, que una persona ingresa 1000 euros en un determinado banco, y que se aplica un coeficiente de caja del 10%, lo cual equivale a que el banco en cuestión tendrá la capacidad de prestar el 90% restante del dinero ahorrado, es decir, los mencionados 900 euros (en realidad el coeficiente de caja que se aplica en mucho menor, en torno al 2%). A partir de ahí los bancos comerciales tienen capacidad para crear nuevo dinero de la nada. Dando por hecho que el dinero circulará por el sistema y que nadie (o casi nadie) lo guardará, como se suele decir, debajo de una baldosa, los 900 euros prestados, como ya dije antes, vuelven nuevamente a posesión del banco emisor inicial o de algún otro banco comercial operativo en el sistema, reiniciando así el ciclo, en el cual ese nuevo banco tendría la capacidad de prestar nuevamente el 90% del dinero (810 euros), y así sucesivamente en progresión geométrica hasta alcanzar los límites que tal progresión determine. Esto quiere decir que, quitando el dinero creado por el banco central en base a la existencia previa de los intereses, hasta un 90% del dinero puesto en funcionamiento sería dinero creado por los bancos comerciales, es decir, dinero «virtual» que no ha sido emitido por el Banco Central en cuestión. Un dinero, por supuesto, sujeto en su valor a la devolución de los créditos emitidos en las diferentes fases del proceso.

Pero ahí no se queda la cosa. Además de esto, los bancos hacen diferentes paquetes con los créditos y los insertan en los mercados financieros internacionales. Es decir, de esos prestamos de 900 euros, suman unos cuantos y los meten en un mismo paquete que es vendido en el mercado financiero. Supongamos, por ejemplo, que el préstamo inicial que ha sido estructurado en el paquete es cobrado a los deudores con un 10% de interés, ahora el banco que hace el paquete añade al precio de la deuda una parte de ese interés (supongamos un 2%), y traspasa los derechos sobre la deuda al nuevo comprador (que gana el 8% de interés todavía), que a su vez vuelve a hacer lo mismo quedándose también con un parte del beneficio generado por el interés, y así sucesivamente hasta que sea posible estirar la cadena. ¿Qué ocurre? Pues que, al final, de la deuda inicial que tiene que ser devuelta por las personas que han recibido los créditos, en base a la venta y reventa de los paquetes, se ha generado un negocio que mueve miles y miles de millones de euros, pero cuya única base real acaba por ser la devolución del dinero por parte de esas personas. Es decir, que mientras ese dinero no sea devuelto, los miles y miles de millones que se han puesto en juego posteriormente entre los diversos agentes que han intervenido en el proceso de venta y reventa, no valen nada, no son nada, pues lo que se vende y revenden son simples papeles, derechos sobre la deuda emitida. Es decir, que al final del proceso que se inicia con el crédito que proviene del ahorro real del ciudadano, hay un mercado financiero en el que circulan un montón de dinero que no existe, que no vale, y que sólo en el momento que la deuda es devuelta adquieren verdaderamente algún valor.

Así que, sumando todas estas cosas, ocurre que en el momento en que las personas de a pie dejan de pagar sus deudas, toda la falsa capitalista se viene abajo, porque todos esos supuestos billones de euros que circulan por el sistema monetario y financiero capitalista, tanto el dinero emitido por los bancos comerciales como el dinero circulante por la cadena financiera, pasan a tener el valor real que siempre han tenido, es decir, nada, cero, ni un euro, papel mojado (lo que siempre fueron en realidad).

Claro, como se puede suponer, en un mundo financiero tan globalizado, ese dinero que no vale nada, que no es nada, está presente en todos los países del mundo, y especialmente está presente en los bancos de inversión, pues son estos bancos los que menos relación tienen con el ahorro real de las personas, y, por tanto, los que están más contaminados por el «papel basura» sin valor alguno que circula por los mercados financieros internacionales. A medida que las operaciones financieras de venta y reventa de deudas se van sucediendo, el nivel de créditos va en aumento, pues las sucesivas operaciones requieren de la oportuna financiación que, a su vez, es una vuelta a empezar con el renovado ciclo del negocio vía emisión de créditos. Pero en el momento en que las deudas originales (las que tienen su base en la economía real-ciudadana) dejan de pagarse, se genera una crisis de liquidez que, a su vez, lleva consigo una crisis de desconfianza interbancaria, y, con ello, aquellos bancos que cuenten entre sus activos con mayores cantidades de este dinero ficticio generado de manera especulativa, irán paulatinamente perdiendo solvencia, encontrando cada vez mayores dificultades para poder financiarse en los mercados financieros internacionales.

Conclusión: toda la cadena depende, en primera y última instancia, del pago de la deuda por parte de los ciudadanos de a pie. A medida que los impagos se vayan generalizando, tanto el valor real del dinero «virtual» que hay puesto en funcionamiento a través del sistema monetario, como los paquetes de deuda estructurada circulantes por el sistema financiero, irán perdiendo valor, tendiendo cada vez más hacia su valor real: nada.

Es por ello que el capitalismo es el cuento de la lechera, porque, como en la fábula, nada ni nadie puede dar garantía plena de que las deudas emitidas por los bancos a los ciudadanos, vayan a pagarse. A poco que la crisis se vaya haciendo más profunda a nivel de la economía real de las personas, el peligro para todo el entramado monetario-financiero irá en aumento, pues una vez estas personas dejen de abonar lo que deben a los bancos, todo el proceso de creación virtual de riqueza que hay montado en torno a ello, tenderá a desaparecer. Como la pescadilla que se muerde la cola, aún el sistema da visos de poder sostenerse algún tiempo más en sus prácticas, pero nadie puede garantizar que, una vez se ha abierto la caja de los truenos con las famosas hipotecas subprime, a no mucho tardar toda la leche que hay en el cántaro acabe por derramarse.

Lo llaman confianza, pero en realidad a nadie se le ocurriría confiar todo su futuro a sueños de grandeza como los que tiene la lechera del cuento. Y, sin embargo, todo el sistema capitalista funciona así. Pero no se engañen, no es confianza, es necesidad: la necesidad que tienen los bancos de conceder el mayor número posible de créditos para generar el mayor número posible de dinero y de riqueza virtual. Los bancos seguirán obligados a «confiar» aun cuando se den las condiciones más nefastas para la emisión de tal «confianza». Es eso, o el colapso. Es eso, o parar la maquinita que genera la mayor parte de la «riqueza» en el sistema capitalista. En definitiva, es prestar o morir.

Así que la paradoja está servida; los bancos se verán obligados a confiar en la gente, en otros bancos, aun cuando todo haga indicar que tal confianza no podrá ser correspondida. Si no lo hacen todo se paralizará, pero, si lo hacen, como deberán hacerlo por obligación, el peligro real de que la leche se acabe por derramar a borbotones, irá en aumento, pues el peligro real de que los impagos se disparen será cada vez más evidente en un contexto así. Contradicción dialéctica en estado puro.

Veremos que pasa, pero ya se va oliendo más cercano el día en que tengamos que poner fin al cuento: «Al dar créditos cuando era evidente que no podrían ser devueltos, cayó de su cabeza el cántaro que se rompió en mil pedazos. El pobre capitalismo miró desolado cómo la tierra se tragaba todo el dinero ficticio. Ya no había crédito, ni habría inyección de liquidez por los bancos centrales, ni paquetes estructurados, ni financiación internacional, ni planes de rescate. Todas sus ilusiones se habían perdido para siempre, junto con el cántaro roto y los impagos sucedidos en el camino.»

Aunque con ello, hemos de decirlo, después de algún tiempo de desconsuelo (a nadie se le escapa la situación catastrófica en la que quedarían tantas y tantas personas que ahora creen que viven en el mejor de los mundos posibles), lo que renacerían serían las ilusiones de todo un mundo entero, de toda una humanidad en su conjunto. ¿Soluciones a partir de ahí? Pues la única posible, es decir, ajustar la realidad financiera y monetaria a la única y verdadera raíz sobre la que ha de descansar la economía: la producción. Mientras eso no ocurra, el cuento se reproducirá una y otra vez ante nuestras consciencias. Y eso sólo es posible con el socialismo. Váyanse a dormir tranquilos….