Cuando la política se rinde a los pies del capital y los seres humanos son reducidos a la categoría de consumidores y votantes, cuyos suculentos datos se almacenan en los frigoríficos de las redes sociales, el pueblo es amaestrado e imita, consciente o inconscientemente, al burro de la noria que intenta alcanzar la zanahoria. En […]
Cuando la política se rinde a los pies del capital y los seres humanos son reducidos a la categoría de consumidores y votantes, cuyos suculentos datos se almacenan en los frigoríficos de las redes sociales, el pueblo es amaestrado e imita, consciente o inconscientemente, al burro de la noria que intenta alcanzar la zanahoria.
En su obra Psicopolítica, el filósofo surcoreano de formación germana Byung Chul Han, que concede al «dataismo» la relevancia de una nueva religión, nos dice:
Ya no trabajamos para satisfacer nuestras necesidades, sino para el capital. El capital genera sus propias necesidades, que nosotros, de forma errónea, percibimos como propias (…) La política acaba convirtiéndose de nuevo en esclavitud. Se convierte en un esbirro del capital. ¿Queremos realmente ser libres?
Chul Han, quien afirma que ahora estamos vigilados por millones de ojos que escrutan el panóptico del Big Data y que la estadística ignora -como sabemos todos- el sufrimiento humano, agrega que:
Hoy los políticos acusan al elevado endeudamiento de su enormemente limitada libertad de acción (…) Quizás incluso nos endeudamos permanentemente para no tener que actuar (…) Porque no es posible liquidar las deudas, se perpetua el estado de falta de libertad.
Este filósofo afincado en Berlín que se doctoró con una tesis sobre M. Heidegger, recalca que vivimos en el mundo de las prisas y de lo efímero y que estamos alejándonos de nuestra naturaleza humana, en su vertiente más hermosa, vaciándonos de todo lo que realmente es importante. Respecto a las consultas electorales, dice lo siguiente:
El votante, en cuanto consumidor, no tiene interés real por la política (…) Sólo reacciona de forma pasiva a la política, refunfuñando y quejándose.
En España ya hemos integrado dos palabras que se usan de forma cuasi lúdica: las redes y los caladeros. Yendo al grano se puede decir que los poderosos son los que manejan las redes y que en los caladeros vive una parte importante de la población, que es valorada teniendo en cuenta su docilidad y poder adquisitivo.
Los individuos que coletean en los buenos caladeros -que son los que tienen una nómina guay y consumen como idiotas- son útiles para los intereses de los grandes grupos empresariales. Los pobres, los excluidos y los que sobreviven con un trabajo precario son considerados un cero a la izquierda.
El filósofo surcoreano señala que la empresa de datos Acxiom comercia con información personal de unos 300 millones de ciudadanos estadounidenses, esto es, prácticamente todos. Asegura que esa firma sabe más de los individuos que el FBI. Así explica en Psicopolítica el método de trabajo de la citada compañía:
En esta empresa las personas son agrupadas en 70 categorías. Se ofertan en el catálogo como mercancías. Aquellos con un valor económico escaso son denominados waste, es decir «basura «. Los consumidores con un valor de mercado superior se encuentran en el grupo Shooting Star (…) El Big Data da lugar a una sociedad de clases digital.
El autor de El aroma del tiempo, que está ahora de moda en las universidades occidentales y que se ha convertido en un auténtico best seller, añade que el panóptico digital está especializado, entre otras muchas cosas, en identificar «a las personas alejadas u hostiles al sistema», a quienes se etiqueta de «no deseadas y se las excluye».
Y vuelve a cantar Quiquiriquí el Noble Gallo Beneventano para denunciar la ferocidad de las gaviotas. Aquí, en la costa, han empezado a comerse a las palomas. Las desgarran, las devoran las vísceras y solo dejan sangre y plumas.
Fuente: http://www.elsalmoncontracorriente.es/?El-dataismo-desprecia-el