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El debate por la cultura y el rol del feminismo letrado en Ecuador

Fuentes: Rebelión

Es reconfortante constatar que en el Ecuador de hoy hay intelectuales, universitarios, periodistas y escritoras que reclaman diálogos intelectuales abiertos sobre la literatura del país, y se muestran dispuestos a participar en los que se produzcan. Quienes lo piden expresamente son las escritoras, aunque ahora mismo solo tengo en mente a Daniela Alcívar y Mónica […]

Es reconfortante constatar que en el Ecuador de hoy hay intelectuales, universitarios, periodistas y escritoras que reclaman diálogos intelectuales abiertos sobre la literatura del país, y se muestran dispuestos a participar en los que se produzcan.

Quienes lo piden expresamente son las escritoras, aunque ahora mismo solo tengo en mente a Daniela Alcívar y Mónica Ojeda; me da la impresión de que ellas elevan su voz enarbolando la bandera del feminismo. Por otra parte, el escritor Leonardo Valencia, el crítico Wilfrido Corral y los profesores Antonio Villarruel y Carlos Burgos han hecho intervenciones apuntando a blancos específicos propuestos por las mismas escritoras, y han avivado las llamas.

Hasta donde he podido ver, la discusión parece centrarse en la existencia o no de la discriminación positiva, las llamadas «cuotas», a favor de las mujeres en la actual cultura literaria ecuatoriana, y si esa tal discriminación, si la hubiere, es legítima o no. Las implícitas acusaciones que se derivan de ello son numerosas y graves y, al mismo tiempo que se pide un debate, se ha llegado al punto de calificar y descalificar sin respeto, dando paso, en ocasiones, a la mera propaganda y al eslogan.
De lo poco que conozco de la generación que hoy está en primera línea, es decir, de las escritoras que andan entre los 30 y 45 años de edad, me parece que todas poseen una dignidad literaria fuera de duda. No necesitan de ninguna ayuda para que sus obras se presenten sin cohibición ante buenos lectores de cualquier parte del planeta. Igual cosa puedo decir de los escritores de la misma generación que he leído, de Esteban Mayorga, Andrés Cadena y Álvaro Salvador, por ejemplo. Digo esto al margen de cualquier consideración cuantitativa, sobre la circulación, el consumo o la presencia mediática, consideraciones que no forman parte del ámbito de la crítica sino de la sociología y hasta de la economía de la literatura y la cultura.

Confieso que he decidido intervenir sin ánimo alguno de incidir en esos temas. Me interesan aspectos más generales, de mayor influencia en la vida del país, las que nos determinan de modo más profundo en cuanto escritores y ciudadanos: no me convocan especialmente las diferencias entre escritores fuera de ese marco.
Dentro de este, y con la confianza que me da la apertura de las escritoras al debate y la disponibilidad de sus colegas masculinos, quisiera expresar dos reservas acerca de las acciones y pronunciamientos del feminismo letrado en el país: el gremialismo y la asocialidad. Lo hago con la esperanza de que alcancemos un acuerdo, o al menos pongamos las bases para este, en relación con lo que pide de sus intelectuales la situación actual del país.

El GREMIALISMO
El gremialismo -y ni hace falta mencionar el individualismo extremo- de los escritores y artistas es uno de los grandes males de la cultura en todas partes. Un ejemplo: un grupo de artistas convoca en la capital una marcha en protesta por el manejo que se hace de la cultura del país, y sus consignas son todas reivindicaciones: el seguro de salud, los insumos, los impuestos, el registro de artistas, las subvenciones, los subsidios: las necesidades materiales para el desempeño de su oficio, para su vida laboral y sus satisfacciones profesionales.
Ese gremialismo parece inspirar el accionar del feminismo letrado ecuatoriano, que reclama por mayores facilidades para la publicación de libros, mayor presencia de mujeres en ferias y en toda clase de eventos, en jurados, premios, antologías, y mayor ponderación ante lo masculino en los juicios críticos pasados y presentes. Y, sobre todo, partición igualitaria del poder literario, actualmente en manos masculinas, aunque últimamente dos escritoras han accedido a máximos cargos en importantes instituciones de la cultura.
Es así como en los gremios de artistas y escritoras, como quizá, por la misma naturaleza de lo gremial, en todos los otros se desestiman los problemas generales de la cultura y la literatura del país, los que demandan de una participación responsable de la ciudad letrada.
Pongo ejemplos, simples bagatelas que de cualquier modo nos interpelan a todos:
1. El comportamiento del feminismo letrado respecto a la nefasta administración anterior del ministerio de Cultura fue de tolerancia, si es que no de connivencia. Se abstuvieron de la crítica, aceptaron sus invitaciones y se quejaron cuando no fueron invitadas. Que yo sepa, la única escritora que rechazó invitaciones fue Gabriela Alemán, que además dejó claro que de ninguna manera aceptaría invitaciones de aquel grupo de poder de entonces. Me gustaría estar equivocado en esto. Tengo una razón para temer que no sea el caso: cuando en mayo de 2018 hice yo mi crítica abierta a todo aquel mundillo capitaneado por un antiguo escritor que había cambiado la literatura por la burocracia (http://www.paralaje.xyz/por-una-cultura-de-lo-pequeno-no-mas-clientelas-ni-cortesanias-entrevista-con-mario-campana/), hubo reacciones de profesores universitarios y secundarios, artistas, periodistas, críticos de arte, estudiantes… pero no recuerdo muchas -ahora mismo no me viene a la mente ninguna, en realidad-, reacciones de las escritoras feministas. Tampoco de los escritores, por supuesto.
2. Otro ejemplo es la indiferencia con que afrontaron el despliegue insolvente y a veces amoral del Plan de lectura; solo reaccionaron, en algunos casos, cuando fueron afectadas personalmente, porque no les pidieron autorización para publicar sus obras y no les pagaron derechos de autor.
3. Y el silencio inicial, y la tímida protesta final, estampando su firma en una carta que solo reclama por ellas, cuando el mismo ministro de Cultura anterior fue a una feria del libro en que Ecuador era el país invitado e hizo un discurso inaugural narcisista, exponiendo una visión atrasada, mezquina y tergiversada de la historia cultural y literaria del Ecuador de las últimas décadas. Algunas de las feministas escucharon presencialmente el discurso, como invitadas.
4. Y el mutismo total cuando el mismo infausto ministro de Cultura declaró ante una Comisión de la Asamblea Nacional que violó la ley al no aplicar, deliberadamente, el reglamento de la ley de cultura, perjudicando gravísimamente a todos los núcleos provinciales de la Casa de la Cultura, al aplicar un método de reparto de recursos ilegal, que tanto daño ha hecho y hace a la cultura del país.
5. Y la impasibilidad con que reciben la noticia de que el gerente del Plan de Lectura declara públicamente que ha violado la ley que obliga a todo funcionario público a sujetarse al principio de imparcialidad y neutralidad, al contratar el gerente consigo mismo la publicación de uno de sus libros dentro del Plan.
6. Y la indolencia con que aceptan la confesión del presidente de la casa de la Cultura así llamada Matriz, que dice lo mismo que el ministro, o sea que ha violando la ley en el reparto de recursos en perjuicio de todos los núcleos provinciales del país: hoy el ‘presidente’ sigue en funciones, sin que nadie le pida la renuncia.

LA ASOCIALIDAD

En cuanto a la ASOCIALIDAD, quiero demostrar esta con algo que dista mucho de ser una bagatela. Con algo que me hace lamentar profundamente la asocialidad proveniente, cómo no, del gremialismo de las escritoras. Es un caso que todos conocemos:
En Ecuador, hasta el día de hoy 17 de agosto, aún está penalizado el aborto en casos de violación. Miles de niñas son de ordinario abusadas sexualmente; el embarazo infantil es un traumático problema nacional, y el 80 por ciento son fruto de violaciones. Más de 14000 mujeres fueron violadas en los últimos tres años; setecientas de ellas eran niñas menores de diez años, de acuerdo con reportes oficiales, según un informe reciente de la periodista e investigadora Zoë Carpenter. Dada la legislación actual (el aborto no es legal ni en casos de violación, excepto cuando se trata de «una mujer idiota o demente»), oprobiosa y violentamente mantenida por el gobierno de Rafael Correa, esas niñas, como toda mujer, son obligadas legalmente a procrear, bajo pena de prisión. Según los últimos datos que conozco hay unos 347 abortos diarios, muchos de ellos infantiles, clandestinos, practicados en condiciones de inseguridad. Hay unas 300 mujeres -adultas y niñas- muertas por esa causa cada año…
Bien, ante esa tragedia, ¿cómo ha reaccionado la conciencia feminista letrada de Ecuador, que se postula más o menos como la vanguardia literaria del país?,¿qué pronunciamientos y acciones han llevado a cabo las escritoras feministas ecuatorianas, a muchas de las cuales admiro y quiero sinceramente? Nada, o más bien nada significativo. Hasta me permito dudar de que muchas de ellas hayan siquiera acudido a las marchas organizadas por organizaciones sociales feministas.
¿El tan proclamado «enfoque de género» nada tiene que decir, tan activo que es cuando se trata de reclamar ediciones, un lugar en la historia literaria, premios o invitaciones?
Con razón o no, las escritoras feministas protestan porque sus obras no son publicadas (tampoco lo son las de los hombres), o su trabajo, su relevancia, su figura, no son objetos de valoraciones semejantes a la de sus pares masculinos, pero tenemos que preguntarnos por qué callan ante la situación de las mujeres analfabetas, las negras, las aborígenes, las campesinas pobres, las niñas violadas y obligadas a procrear.
Por el gremialismo, y por la naturaleza asocial del feminismo letrado, me digo.
(Mejor ni hablar de los hombres, por supuesto, de los intelectuales y artistas, ensimismados en sus carreras personales. Es vergonzosa la abdicación que todos hemos hecho de los deberes de ciudadanos).
Celebramos los nombramientos de mujeres feministas en cargos de responsabilidad cultural, celebramos justamente éxito del movimiento FLEGTB, pero hemos de lamentar que ese mismo éxito nos haga olvidar las tragedias de las otras mujeres, de las mujeres pobres, que son las violadas, cuya suerte se está decidiendo ahora en la Asamblea y ante lo cual nada decimos. Es como si en el fondo, con la ‘perspectiva de género’ cierto feminismo se sintiera concernido solo con problemas que afectan a las aspiraciones personales de sus militantes.

Tengo la impresión de que el Ecuador de hoy se desmorona, se desintegra, que lo que alguna vez nos mantuvo unidos, ha desaparecido, y ofrecer nuestra contribución al análisis de ese gran problema es el desafío mayor que tenemos los intelectuales y escritores del Ecuador de hoy. Ahora mismo, en este momento urgente, el destino del país, la suerte de las violadas y embarazadas obligadas a abortar o ir a prisión, es más importante que si las editoriales ecuatorianas publican o no tal libro, y si los organizadores de la feria de Guayaquil invitan o no a esta escritora o a aquel escritor, o los críticos ponen o no en los altares de la historia a fulano o mengana, ¿o no?

Finalmente, parafraseando a Enrique Lihn, diría: «Si se ha de pensar correctamente en la literatura, no estaría mal bajar un poco el tono.»
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.