Es inútil; no es posible encontrarlo en otras geografías sociales o físicas. A lo largo de toda la modernidad el Demonio siempre ha residido en comisión de servicio en las negras tierras tercermundistas, sea en el tercer mundo periférico -convertido ya en el cuarto- o en el tercer mundo interior que malvive en las naciones […]
Es inútil; no es posible encontrarlo en otras geografías sociales o físicas. A lo largo de toda la modernidad el Demonio siempre ha residido en comisión de servicio en las negras tierras tercermundistas, sea en el tercer mundo periférico -convertido ya en el cuarto- o en el tercer mundo interior que malvive en las naciones tenidas por desarrolladas. El Demonio pudre el alma de los trabajadores, se apodera del espíritu de los negros, tienta el alma de los comunistas, desalienta a los críticos y adormece a los que se sublevan en la calle. El Vaticano no ha tenido que exorcizar jamás a un banquero, a un presidente de multinacional, a un político poderoso, a unos críticos sensatos o a un experto cualificado con cuatro masters en Harvard. El Demonio se abastece con los fondos de la Fundación Ford y ayuda a los gloriosos, a los que han convertido la bola del mundo, a fuerza de estrujarla, en una roca con forma de pera. El Demonio pertenece al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y gobierna el derecho de veto musitando al oído de los prepotentes los mantras que consagran su poder. De la misma manera que no existe más que el holocausto judío, tan celado a lo largo de los años, y que ha desconocido siempre que la mitad de sus víctimas fueron gitanos, eslavos o comunistas, el holocausto actual de los que mueren por hambre, por enfermedad o bajo el fuego indiscriminado de las grandes potencias no ha sido nunca reconocido como tal holocausto ya que pertenece a la lógica de la existencia y no hay siquiera asociaciones de víctimas que reclamen contra esas muertes terribles. Unas asociaciones que acudieran al Tribunal de la Haya para pedir justicia a los solemnes jueces que manejan las leyes tan cortadas a medida. Leyes que inspira obviamente el Demonio -¿quién otro podría ser?- y que tienen el destino del «pret-a-porter», es decir, que están hechas deprisa para endosarlas con urgencia y sin posibilidad de reclamación por sus consumidores, ahogados por tanta perfección legal para distinguir a los buenos de los malos, a la cizaña del trigo. ¡Ah, el Demonio!
La historia del Demonio siempre ha sido una historia complicada. Habría que escribir una buena historia del Demonio, que manipula el sistema hormonal y las capacidades de la inteligencia para que los seres humanos practiquen el onanismo, los hambrientos quebranten criminalmente la paz y los desolados tengan siempre fe en los próximos presupuestos públicos.
¿Y cómo distinguir donde habita el Demonio, que estaba otra vez preso por el Papa Juan y cuya redoma han abierto los dos últimos pontífices asistidos en el santo oficio por organizaciones como el Mossad o la CIA? Es importante saber donde habita el Demonio, celestial patrono de la globalización. Últimamente el Demonio se ha sentado en la mesa de la Ronda de Doha que ha tenido por escenario Japón. Y allí ha exigido la derrota de los países que podrían liberarse del hambre y de la muerte si los poderosos se abasteciesen en sus exhaustos mercados, y a precio honrado, del trigo o del algodón, de los aceites y las frutas,en vez de subvencionar los propios en contradicción con su propia y exquisita doctrina de la libre competencia.
-Hombre, don Rubén, recuérdenos usted el poema.
«¡Ya viene el cortejo!/ Ya se oyen los claros clarines./ La espada se anuncia con vivo reflejo;/ ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines».
Ya ve usted, don Rubén, siempre estamos en el mismo sitio. Nunca me gustó su poesía, pero ¡es tan útil! Ahora su «Marcha triunfal» constituye el himno de la Escuela de Chicago, tan bien parida por el Sr. Friedman, Nobel de premio y economista del Diablo. Fíjese, don Rubén: el Sr. Friedman ha dicho que la libertad sin trabas del mercado traería la felicidad al mundo; pero sus Estados Unidos no se fían de tanta libertad y mantienen sus altos aranceles y las subvenciones a sus cerealistas. ¿Y qué me dice de las normativas de patentes? ¿Qué puede descubrir de útil una cabeza tercermundista que no acabe de patente del poderoso, que se queda con la patente y el patentado? Todo finaliza en la mano férrea de los mismos, «que el paso acompasan con ritmos marciales/¡Tal pasan los fieros guerreros/debajo los arcos triunfales!». ¡Qué sí, don Rubén, que lo había previsto usted, ya que la verdad sólo pertenece a los poetas cuando les da el arrebato y deciden creer en la Anunciación!
O sea, que de Ronda de Doha nada, que ahora hay que manipular el trigo al precio alto de las multinacionales para que anden los automóviles, que esto del petróleo no acaba de estar claro y lo han escondido en los zulos de los ricos para suministrárnoslo con gotero, ya que no va a durar siempre en las gasolineras, a no ser que tipos como el Sr. Chávez lo consigan o acaben tocando el arpa con el pesado del rey David y el ingenuo del Sr. Allende.
¿Qué nos costaría creer algo más en el Demonio? Pues nada. Ya sé que Cristo acabó con él, pero quedó lo demoniaco, lo satánico, esa huella del mal que está impresa en el poder y los poderosos; el ADN de Lucifer, que dura como las bombillas de bajo consumo con que ahora nos obsequiará el Sr. Zapatero para que veamos su alma, que es como el peine de los vientos, pero en plexiglás ¡Gran idea del Gobierno de Madrid! Nuestro tercer mundo interior espera esos gestos amables que demuestran que no todo está perdido. Un euro por aquí, dos bombillas por allá, un beso para una viuda, tres leyes los viernes de ayuno y abstinencia…
Pueden hacerse muchas mercedes desde el sistema sin necesidad de liberar el comercio de granos recolectados en el tercer mundo con tanto daño para los sembradores estadounidenses, los terratenientes argentinos o los petroleros acampados en Indonesia y Arabia. Todos ellos necesitan un trigo sensato y ordenado ya sea para alimentar su ganadería exquisita, sus biocombustibles con futuro o su Bolsa en equilibrio. Porque la economía, no nos engañemos, sigue teniendo su base en algo tan antiguo y tan poco sofisticado como la tierra. Todo eso de la electrónica, de los audiovisuales, de las navegaciones por el espacio ayuda a que los pocos traguen a chorro el dinero público, pero cuando llega el drama, cuando los números se conmueven, cuando las cuentas se tiñen de rojo al primer rayo de sol, queda únicamente la tierra como valor real y arca de Noé. Y la mayoría de la tierra sigue habitada por los que mueren de hambre, sed o enfermedad. De esa tierra surge la espiga. Y eso es lo que hay que controlar porque la informática pasa, pero el rico permanece y el rico quiere yate y tierra, que es donde al final amarra el yate. ¿Está claro? Pues si está claro ¿qué cabía esperar de la Ronda de Doha, esa literatura parida por los cien mil economistas que se sientan a la mesa del sistema? ¿Acaso alguien ha liberado a los pobres si los pobres no se liberan por sí mismos? ¿Acaso hay ejemplo en la historia humana de un poderoso que bajase a la calle para escuchar su voz? Digamos estas cosas simples con la mayor simpleza posible. Porque la verdad es la simple expresión de la necesidad del hambriento. Lo demás es vaga, confusa y deplorable literatura. Hubo un tiempo en que los reyes aún recibían a los profetas, ahora sólo los dejan pasar a su cámara cuando llegan con papeles. Son los nuevos profetas, que viajan en limusina y leen al amo lo que el amo les ha escrito previamente. Y los demás a chuparse el dedo en Doha, a sentarse con paciencia junto al campo inválido por la plaga de la desesperanza y a esquivar jueces y tribunales, porque el Diablo ha decidido que los que no se resignan a morir son unos terroristas. Lo bueno, don Rubén, son «los timbaleros/ que el paso acompasan con ritmos marciales».