Frecuentemente, personas críticas con el sistema capitalista, escriben artículos que, por su compleja redacción, resultan de difícil comprensión y, en consecuencia, sólo llegan a un sector minoritario de la población. En la sociedad actual, la mayoría de ese sector mantiene prejuicios antipopulares o está al servicio del imperialismo; por tanto no le interesa aquello que […]
Frecuentemente, personas críticas con el sistema capitalista, escriben artículos que, por su compleja redacción, resultan de difícil comprensión y, en consecuencia, sólo llegan a un sector minoritario de la población. En la sociedad actual, la mayoría de ese sector mantiene prejuicios antipopulares o está al servicio del imperialismo; por tanto no le interesa aquello que cuestione su forma de vida. Teniendo en cuenta lo expuesto, resulta probable que, en más de una ocasión, estos progresistas eruditos acaben leyéndose a sí mismos, lo cual es una lamentable pérdida de tiempo.
Creo que lo más importante de los términos de cualquier texto, no es la etiqueta que otros puedan colocarles, sino su contenido. Incluir en ese texto, expresiones y palabras que, además de ampliar el sentido de los términos ya existentes, resulten familiares y comprensibles para la mayoría de la gente, no es empobrecer la calidad del mismo.
Sin embargo, se están considerando panfletarios a todos los escritos o comunicados de denuncia que utilizan un lenguaje revolucionario sin matices ni florituras. Paradójicamente quienes los critican llevan razón: son panfletarios. Pero si la critica está relacionada únicamente con el desprecio y la poca estima que les merecen, se equivocan. Tildar de panfletarios a los que defienden una idea justa y tienen la valentía de exponerla sin andarse por las ramas-, a pesar de que ello pueda traerles graves consecuencias-, es propio de acomplejados y temerosos.
Sin ir más lejos, los enemigos del presidente venezolano Hugo Chávez tratan de ridiculizarlo, acusándolo constantemente de utilizar un discurso panfletario y populista porque, con un lenguaje fácil y sencillo llega profundamente al pueblo, lo cual resulta muy peligroso. El Diccionario de la Lengua Española define al panfleto como libelo (libro pequeño) utilizado para difamar a alguien. Pero cuando al imperialismo se le califica de asesino- y basurero maloliente a su entramado político-, se está constatando una realidad; por tanto no existe difamación alguna.
Como género literario, el panfleto consiste en un estilo llano y directo, encaminado a tratar de convencer a los demás sin adornarse. Se dirige a su destino- las capas populares- sin rodeos y no acepta filtros elitistas. Su herramienta es el lenguaje panfletario que, contrariamente a lo que podría pensarse, al ir destinado a un público heterogéneo, es mucho más exigente que cualquier otro y obliga a una transparencia absoluta. Sin embargo, detrás de una pomposa redacción es posible ocultar dudas, contradicciones e incluso ignorancia.
De la misma manera que el lenguaje panfletario debe evitar la grosería y lo chabacano- porque nada tienen que ver con él-, quienes apuestan por una redacción más elaborada deben evitar la construcción de interminables escritos, monótonos e ininteligibles para el gran público, que sólo provocan aburrimiento. Para aburrir a la gente están los diputados y senadores de la democracia burguesa, y su fingida solemnidad de los grandes días de «debates» parlamentarios. Hay que conectar con los combatientes, con los que siempre dan la cara de verdad, aunque utilicen vestimentas variopintas, luzcan aretes o lleven el pelo pintado de colores. Si por algún prejuicio, subestimamos a quienes forman parte de nuestra misma clase, estaremos asumiendo actitudes idénticas a las de la burguesía.
Un entrañable amigo (ya desaparecido), ex preso político de la «democracia» española, muy aficionado a representar obras de teatro, decía que al finalizar una representación en los barrios populares, se desarrollaban coloquios entre actores y el público asistente que no trataban sobre la obra en sí misma, sino de los problemas que los vecinos tenían y que aquella les había hecho recordar. Sin embargo cuando la misma representación se realizaba en lugares de «mayor nivel», era considerada, inmediatamente como un panfleto, porque- según decían los eruditos- se entendía todo. Al respecto, este amigo, reflexionaba lo siguiente: «Se entendía todo sí señor, ése era el gran problema. Había que elaborar un lenguaje oscuro y cerrado al que no tuvieran acceso más que las minorías exquisitas.»
Para concluir, entiendo que si el panfleto tiene alguna acepción peyorativa, ésta sólo sería válida para calificar a los medios de propaganda que magnifican, elogian y bendicen las cloacas donde se revuelcan el capitalismo y su «democracia», y no a quienes lo vapulean en sus escritos.