En algún lugar de Noroccidente de Pichincha, en la noche del 31 de diciembre, un grupo de festejantes del Año Nuevo se aprestaba a quemar al Viejo en la efigie del Vicepresidente de la República Jorge Glas. ¿Por qué él justamente? La respuesta la dio uno de los jóvenes presentes: ‘Porque este sinvergüenza nos robó […]
En algún lugar de Noroccidente de Pichincha, en la noche del 31 de diciembre, un grupo de festejantes del Año Nuevo se aprestaba a quemar al Viejo en la efigie del Vicepresidente de la República Jorge Glas. ¿Por qué él justamente? La respuesta la dio uno de los jóvenes presentes: ‘Porque este sinvergüenza nos robó a todos los ecuatorianos’, a lo cual una mujer de edad agregó: «A este ladrón deberían quemarlo vivo, no en muñeco’, en tanto un hombre maltrajeado remató: ‘todos los políticos son ladrones’.
En estas frases se podría sintetizar un estado de ánimo corriente en los últimos tiempos en el País de la Mitad del Mundo. Un estado de ánimo que refleja una profunda desesperanza, fruto de la campaña de odio que nos inunda, envuelta en una maraña de verdades y medias verdades, rumores y calumnias, acusaciones de traición y deslealtades, descalificación de cualquier logro social o político alcanzado en los últimos diez años, en la que para unos fue una década ganada y para otros todo lo contrario: una década irremisiblemente perdida.
Una de las causas principales para esta situación de amargura sin duda extendida, es la división y drástica ruptura de Alianza País, el movimiento que suscitara tanta esperanza en años anteriores por los avances a favor del país, de su soberanía, de los derechos de la gente, y que comenzó a declinar severamente con la derrota que sufriera la organización en febrero del 2014 durante las elecciones municipales.
Las voces que se alzaron entonces para exigir rectificaciones jamás fueron escuchadas: Sigue campante el sectarismo, la ausencia de autocrítica, la falta de rectificaciones, los compadrazgos. Hasta que llegamos a las elecciones presenciales y enseguida la mencionada ruptura, adobada con el juicio contra el vicepresidente y el tsunami de oportunismo desatado a todos los niveles, con asambleístas que se acostaban correístas y amanecían morenistas por arte de magia (o por arte de maquiavélicos magos).
¿Quiere esto decir que todo está perdido para siempre? No, en modo alguno. Nuestro país es de grandes resurrecciones después de que ha caído en el abismo y en las derrotas. Ahora mismo, en los últimos meses, en varias provincias -cuando menos Pichincha, Guayas, Manabí, Santa Elena, El Oro, Los Ríos, Azuay, Loja, Chimborazo, Tungurahua surgió una corriente de izquierda unitaria en base de movimientos sociales, colectivos culturales, líderes diversos, siempre alejados de cualquier sectarismo y que levantó una inmensa bandera, desgraciadamente abandonada por correistas y morenistas: la Segunda Independencia. Esa bandera flotará en nuevos vientos de esperanza. ¡Éxitos para todos los que seguimos en la lucha!
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