¿Qué significa tener un derecho si no existe un sistema sociopolítico que lo respalde y lo garantice? Esta es una pregunta que ha marcado gran parte de la reflexión filosófica y política del siglo XX y que no ha perdido su vigor en lo que llevamos de siglo XXI. Prueba de ello ha sido el modo en que se ha constituido en el eje vertebrador de lo que podríamos llamar el último acontecimiento político del año. Un acto que no ha involucrado directamente a ningún gobierno, pero que ha sacudido, desde los cimientos a la cúspide, las estructuras de poder que conforman nuestra sociedad: el asesinato de Brian Thomson, director ejecutivo de UnitedHealthcare.
Trasladémonos a la mañana del 4 de diciembre de 2024, a las afueras del hotel New York Hilton Midtown en Manhattan. Un joven espera junto a las puertas de cristal preguntándose si las zapatillas no le fallarán en el momento clave, haciéndole resbalar sobre la acera húmeda por el rocío y la niebla. Las luces azules de las inmediaciones del hotel no hacen más que aumentar la sensación de impersonalidad y frialdad de la escena. El murmullo metálico de los coches es lo más parecido al silencio que podría esperarse de una ciudad como Nueva York. Las puertas se abren y el chico sujeta con fuerza el arma que porta en el bolsillo de la sudadera. Nota la textura estriada de la empuñadura, grabada en un perfecto patrón geométrico con la impresora 3D de última generación con la que fue fabricada. El gatillo oscila ligeramente al tacto, ansioso. Solo es una mujer. La mira ligeramente mientras nota el aliento caliente sobresalir de la mascarilla, cada vez más acelerado. Vuelven a abrirse las puertas y esta vez sí es él, al que esperaba. Comienza a caminar acera abajo. Una punzada en las lumbares le recuerda por lo que está aquí: una espondilolistesis que no resulta rentable tratar. Saca el arma, se aproxima por la espalda. Un paso. Dispara y amartilla. El primer casquillo cae al suelo: retrasar. Otro paso, el hombre retrocede. Un nuevo estallido contenido por el silenciador y casquillo al suelo: negar. Dos pasos más, la mujer se ha marchado mirando de reojo, con miedo. Está a salvo. No como el hombre que yace en el suelo. Tercer casquillo: deponer. Destituir. Eliminar. No hay tiempo para palabras, ni sentencias. El hombre asesinado no las escucharía, pero el mundo sí iba a hacerlo. Tres hojas escritas a mano, un manifiesto cargado de rabia y resentimiento. Tan furioso que ardería, si las metáforas pudieran tomar cuerpo e irrumpir en el mundo sensible.
Luigi Nicholas Mangione, de 26 años, es el joven al que se acusa de este asesinato, también llamado ajusticiamiento por algunos y magnicidio por otros (si es que lucrarse con la salud puede hacer magno a alguien). Mangione fue detenido el 9 de diciembre en un McDonald’s de Altoona, en Pensilvania. Habría quedado fuera del radar de las autoridades si nunca hubiera deseado sonreír a aquella recepcionista en el albergue de Nueva York, en el que se registró con una identidad falsa. Tuvo que bajarse la mascarilla, aunque no se quitó la capucha en ningún momento. Todos los jóvenes de 26 años convendrán en que seguramente aquella sonrisa mereció la pena. Cuando le detuvieron en el McDonald’s llevaba consigo un arma compatible con la del crimen, con un silenciador también compatible y un manifiesto contra la sanidad privada y el abuso de las grandes corporaciones de la salud que no solo es compatible con el asesinato, sino que lo explica, al igual que explica su sonrisa y la de todos los que han salido a la calle a defenderlo.
“Liberad a Luigi”, claman las redes. La lucha de Luigi es la lucha de la clase obrera, aunque ya no se hable de esas cosas. La falsa sensación de movilidad social unida a todos los discursos del sueño americano, la tenacidad, los burpees a las cinco de la mañana que te harán millonario y otras tantas ocurrencias similares, han matado la conciencia de clase e, incluso, la sensación de necesidad de lucha. Ni siquiera podría llamársele a esto indefensión aprendida. Pero los casquillos en el suelo grabados con las palabras “retrasar, negar, destituir” aludiendo al lema que siguen las empresas de seguros de salud para negar coberturas a sus pacientes (¿o tal vez sería más adecuado decir clientes?) han despertado al espíritu dormido, del que ya solo oíamos lamentos apagados y confusos en los pasillos de los hospitales, las colas del paro y de los comedores sociales. Algunos hasta han diseñado camisetas con estas palabras imitando la tipografía del conocido videojuego Super Mario (protagonizado por otro par de valientes italianos), también pegatinas donde se puede leer “Free Luigi”, rótulos con ilustraciones románticas de Luigi sin camiseta en la montaña, llaveros, colgantes y chapas. Trataron de vender este merchandising en Amazon, pero no le pareció una buena idea a Jeff Bezos y las retiró casi al mismo tiempo que el CEO de GoFundMe retiró la colecta que se había organizado en su red para pagar la fianza de Mangione, que ahora se organiza de forma extraoficial e ilegal. También retiraron en esos días las fotos de los presidentes ejecutivos de las grandes empresas de seguros de todo el mundo. Los movimientos están siendo rápidos y estratégicos, aunque insuficientes. El pueblo se pregunta qué sentido tiene defender la vida de Thomson mientras él le ha privado de forma legal de su derecho a la vida, y a la vida digna, a millones de personas desde que puso en marcha su nuevo algoritmo para la inteligencia artificial utilizada por UnitedHealthcare. Desde 2022 este algoritmo ha rechazado la cobertura sanitaria a más de un 22% de los pacientes de dicha compañía, basándose en una estricta lógica de beneficios económicos y nunca sanitarios. Tanto el personal sanitario como los pacientes coinciden en una misma pregunta: ¿Qué legitima negar su derecho a la vida a estas personas? ¿Es el dinero? ¿Las leyes? El camino pacífico para dar solución a asuntos sociales cada vez se encuentra más cuestionado, porque resulta difícil imaginar un escenario de justicia social cuando las empresas aseguradoras han financiado con más de 60 millones de dólares las campañas de uno y otro bando político en las últimas elecciones estadounidenses. Como dijo Chomsky en Understanding Power (2002): «El mundo está dirigido por grandes instituciones financieras y corporativas, que tienen más poder que cualquier estado individual. Estas instituciones no están sujetas al escrutinio democrático, pero influyen profundamente en las políticas gubernamentales y en el destino de millones.»
Así, volvemos a la pregunta planteada al comienzo de este artículo, a saber: ¿Qué significa tener un derecho si no existe un sistema sociopolítico que lo respalde y lo garantice? Mangione nos señala, sonriente y con sus manos presuntamente manchadas de sangre, un objetivo tangible al que dirigirnos. No una estructura, ni un sistema. Personas de carne y hueso que toman decisiones que nos afectan en el corazón mismo de los Derechos Humanos, a saber, en el derecho a la vida. Personas que, como Thompson, hacen clic con su ratón y eliminan coberturas sanitarias tan esenciales como la anestesia, la quimioterapia o las transfusiones de sangre. Son algo material, tangible, algo que en España damos por sentado pero que con cada hospital concertado y privado que instala sus habitaciones en suite en pleno Madrid Río, nos están queriendo arrebatar.
Ojalá reaccionemos a tiempo y sepamos defender lo que es nuestro derecho y las estructuras políticas que lo garantizan. Ojalá nunca necesitemos un Luigi, ni tener que convertirnos en Luigi nosotros mismos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.