Ahora que Fidel Castro Ruz ha muerto, diez años más tarde de lo que los detractores de la revolución cubana hubieran deseado, las preguntas siguen siendo las mismas: ¿Qué pasará en Cuba? ¿Se derrumbará la revolución al estilo de la Unión Soviética en 1991? La burguesía cubana radicada en Miami y los sectores más duros […]
Ahora que Fidel Castro Ruz ha muerto, diez años más tarde de lo que los detractores de la revolución cubana hubieran deseado, las preguntas siguen siendo las mismas: ¿Qué pasará en Cuba? ¿Se derrumbará la revolución al estilo de la Unión Soviética en 1991?
La burguesía cubana radicada en Miami y los sectores más duros de la política exterior del gobierno de los Estados Unidos todavía albergan la esperanza que algún día no tan lejano, la Habana vuelva a ser lo que fue en el pasado antes de la llegada de Fidel Castro al poder en 1959: El centro de operaciones de Charly «Lucky» Luciano, Santo Trafficante Sr., Meyer Lansky y otros mafiosos de poca monta, y el antro de la prostitución.
Obcecados en derrotar a la revolución cubana lo han intentado todo. Absolutamente todo. Empezando por el bloqueo comercial, político y diplomático, pasando por la invasión militar en Bahía de Cochinos hasta conjurar y atentar contra la vida de ciudadanos cubanos con actos terroristas y culminar con los planes de la CIA para asesinar al Comandante en Jefe.
¿Qué ha dejado de hacer la burguesía cubana y el gobierno de los Estados Unidos para derrotar a la revolución cubana?
Nada. Pero ni a las malas ni a las buenas lo han logrado. No obstante, la amenaza es permanente.
«No se puede confiar en el imperialismo, pero, ni tantico así», exclamó categórico Ernesto Guevara en 1961 y mucha razón tenía el Che. No se puede confiar en nada y nadie. Ni en los cantos de sirenas neoliberales ni en las Circes socialdemócratas que prometen el vellocino de oro a cambio de olvidar la epopeya del Pico Turquino, que es el símbolo del esfuerzo y la perseverancia de un pueblo por alcanzar su verdadera independencia. Es el símbolo de la revolución.
Eso lo sabía Fidel y los que lucharon con él. Hay que estar siempre alerta, pues el enemigo brutal no duerme. Por esa razón, el jefe de la revolución cubana fue claro y explícito el 17 de noviembre del 2005 en su mensaje a los estudiantes universitarios de la Habana, cuando apeló a la audiencia ahí presente a reflexionar dialécticamente acerca de las siguientes hipótesis: «¿Es que las revoluciones están llamadas a derrumbarse, o es que los hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben? ¿Pueden o no impedir los hombres, puede o no impedir la sociedad que las revoluciones se derrumben? Podía añadirles una pregunta de inmediato. ¿Creen ustedes que este proceso revolucionario, socialista, puede o no derrumbarse? (Exclamaciones de: «¡No!») ¿Lo han pensado alguna vez? ¿Lo pensaron en profundidad?».
Efectivamente, las revoluciones pueden derrumbarse. Incluso la cubana.
Cuba no es la Unión Soviética
En ese mismo discurso Fidel hace un repaso histórico del desarrollo de las ideas de Carlos Marx, Federico Engels y Lenin vistos desde la perspectiva dialéctica del desarrollo de la sociedad. Con sentido crítico comenta Fidel en su discurso que: «Se pierde todo el sentido dialéctico cuando alguien cree que esa misma economía de hoy es igual a la de hace 50 años, o hace 100 años, o hace 150 años, o es igual a la época de Lenin, o a la época de Carlos Marx».
También habló Fidel de los errores cometidos en la construcción del socialismo, los propios y los ajenos. Explícitamente se refirió a los cometidos por los revolucionarios bolcheviques, sin mencionar nombres, pues, al fin y al cabo, a buen entendedor pocas palabras bastan. Pero el avezado lector sabe a quién se refiere.
La afirmación que Cuba no es la Unión Soviética no es antojadiza ni voluntarista. La historia político-económica, social y multicultural de la Unión Soviética es muy diferente a la de Cuba y, por consiguiente, las características particulares de la revolución fidelista – guerra de guerrillas y toma del poder – son únicas y no pueden compararse con los de la revolución de octubre y su posterior desarrollo. Más allá de lo común – ideología, partido único, propiedad social a través del estado de los medios de producción y la aspiración por construir el socialismo – Cuba no es la Unión Soviética. Cuba es Fidel y además, una isla.
El fracaso del proyecto histórico «revolución socialista bolchevique» o, dicho en otras palabras, el triunfo de la contrarrevolución burguesa internacional en la Unión Soviética, no se debió solamente a la incapacidad política de las máximas autoridades o al «reformismo» de Mijaíl Gorbachov, sino esencialmente a la acumulación de errores político-económicos e ideológicos al interior del partido comunista soviético a partir de la muerte de Lenin en 1924. Errores tácticos y estratégicos que no se supieron corregir a tiempo.
Por otra parte, el derrumbe del «modelo soviético de desarrollo al socialismo», demostró que la teoría marxista, y la leninista acerca del Estado y la Revolución no pueden aplicarse mecánicamente como si se tratara de un recetario de cocina. Tanto la teoría como la experiencia de las revoluciones socialistas son simplemente una guía para la acción revolucionaria, pero no la fórmula mágica para resolver los problemas que genera la lucha de clases a nivel nacional e internacional. Por lo tanto, la aplicación dialéctica de la teoría revolucionaria en los momentos concretos de desarrollo de la lucha de clases no tiene nada que ver con revisionismo político-ideológico, sino más bien con el verdadero quehacer político revolucionario.
¿Cómo evitar un posible derrumbe?
Una de las formas para evitar la involución o reversión de la revolución -así lo postuló Fidel- es la corrección a tiempo de errores en el trabajo de partido y en la administración del estado, la rectificación de tendencias económicas que conducen a modelos de desarrollo capitalistas y la puesta en marcha de medidas adecuadas para evitar la corrupción, el despilfarro, el subterfugio, la mentira, los privilegios y la malversación de los bienes públicos.
Pero, además, Fidel añade en su discurso un elemento esencial en la construcción del socialismo: La ética revolucionaria. Muchos de los abusos de poder, la corrupción y los privilegios derivan de la ausencia de ética revolucionaria y falta de conciencia de clase. Aunque también apostilla que no son solamente problemas derivados de la falta de ética revolucionaria de funcionarios de gobierno y miembros del partido, sino que también son causa y efecto de un problema económico todavía no resuelto. Fidel está consciente que el desarrollo de las fuerzas productivas tiene que corresponderse con un desarrollo económico integral del modo de producción socialista. Pero Fidel también deja claro en su discurso lo que él no quiere para Cuba: Un desarrollo capitalista de las relaciones de producción.
Es precisamente en este punto neurálgico sobre el cual dependen y dependerán todos los acuerdos y tratados comerciales bilaterales con los Estados Unidos y la Unión Europea. Parafraseando a Rosa Luxemburg podría decirse que el dilema de la sociedad cubana en el futuro mediato será elegir entre avanzar hacia la meta socialista o regresar a la barbarie capitalista. Esta será la encrucijada en los próximos años en Cuba: Socialismo o renunciar a la herencia de Fidel y el Che (El legado de Fidel y el Che). En Cuba la suerte todavía no está echada.
En todo caso, sea cual fuera la opción -revolución o involución- que el pueblo elija, lo que sí quedó bien claro en el discurso del 17 de noviembre del 2005 es que el único sujeto histórico que puede hacer sucumbir la revolución cubana es el pueblo cubano. Es decir, que el destino de la revolución solo está en manos del pueblo cubano y de nadie más.
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