Había que tener un espíritu de niño, o bien el gusto por lo maravilloso, para tomar en serio la postura marcial de las autoridades estadounidenses al afrontar la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers, postura que a la historia no le tomó más de dos días convertirla en un gesto de desesperación. El hecho […]
Había que tener un espíritu de niño, o bien el gusto por lo maravilloso, para tomar en serio la postura marcial de las autoridades estadounidenses al afrontar la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers, postura que a la historia no le tomó más de dos días convertirla en un gesto de desesperación. El hecho de negarse a socorrer a ese banco de inversión en peligro era una apuesta puntual extraordinariamente azarosa y, para decirlo de una vez, insostenible, si lo que se esperaba era que marcara un cambio estratégico.
Es cierto que en los acontecimientos actuales hay elementos como para desorientar y que la sucesión cada vez más rápida de situaciones críticas, cada una percibida en tiempo real como una «cumbre» de la crisis, para ser inmediatamente borrada por otra todavía más grave y todavía más espectacular, es como para hundir a los reguladores en abismos de angustia y desorientación.
Los fines de semana de urgencia extrema prosiguen a un ritmo que se va acelerando – el 16 de marzo, Bear Stearns; el 12 de julio, primer acto de Fannie Mae y Freddie Mac; el 6 de septiembre, segundo acto de éstos últimos (véase el artículo de Ibrahim Warde, y el léxico); el 13 de septiembre, Lehman Brothers y Merril Lynch; el 16 de septiembre (no esperaron ni siquiera una semana), American Internacional Group (AIG)- y el binomio Reserva Federal y Departamento del Tesoro, que cada vez cree haberse superado, descubre que no fue así y que hay que retomar todo nuevamente.
Otorguémosles el haber, hasta ahora, encadenado desempeños espectaculares, aunque perfectamente vanos si se trataba de poner un fin definitivo al derrumbe de las finanzas estadounidenses, y de haberlo hecho a un costo que no es simplemente financiero, porque ni el presidente de la Reserva Federal Ben Bernanke, ni todavía menos Henry Paulson, ex presidente de Goldman Sachs, el florón absoluto del capitalismo absoluto, luego convertido en secretario del Tesoro de una administración de ultra derecha, seguramente nunca imaginaron vivir un día la dolorosa paradoja de verse tratados de «socialistas» cada vez que se ven obligados a aportar sostén público para el salvataje de las finanzas privadas.
Sin duda, fue también para terminar con esta infamia que uno y otro decidieron, desde la semana del 8 de septiembre -en el mismo momento en que agotados por el mega salvataje de Fannie-Freddy parecía necesario seguir con el de Lehman-, bajarle a éste el pulgar e indicar a la comunidad financiera que la próxima etapa se negociaría sin ellos.
Si se dejan a un lado las vejaciones personales, hay razones para comprender la posición del tándem «Fed-Treasury» (Reserva Federal – Departamento del Tesoro). Las autoridades se inquietan, no sin razones, por los precedentes que crean cada una de sus intervenciones, y por el hecho de que los banqueros privados podrían dejarse ir confortablemente a la quiebra, sabiendo que a último momento «será necesario» salvarlos, como ya se lo hizo con Bear Stearns y «Fannie-Freddie». El ánimo se ofusca ante estas facilidades y el hecho es que uno se mantendría difícilmente plácido ante el espectáculo de las finanzas arrogantes y enriquecidas cuando todo va bien, pero refugiándose en el seno del poder público, al que habitualmente tratan como una aberración de tipo soviético, para mendigar protecciones y excepciones.
He aquí cómo, con frecuencia, el estado de ánimo es el medio más seguro de extraviar el análisis, lo que en ningún caso quiere decir que la indignación de la cual procede sea ilegítima ni, todavía menos, que no haya que capitalizarla para acumular recursos políticos que permitan golpear fuertemente más tarde. Pero sólo algo más tarde -sin esperar demasiado- es decir, después de haber puesto en claro analíticamente de qué se trata. Ahora bien, está claro que se trata de un riesgo sistémico, es decir de la posibilidad, por la densidad de los compromisos entre bancos, de que la caída de un solo actor desencadene, por ondas de choque sucesivas, una cascada de quiebras colaterales.
Para posibles liberales que oyen mal, precisemos que en la expresión «riesgo sistémico» está la palabra «sistémico», lo que quiere decir que se trata del «sistema»… es decir, de la totalidad de las instituciones de las finanzas privadas, potencialmente involucradas en un derrumbe global. Y, si verdaderamente es necesario ser todavía más explícitos, digamos que una vez que el «sistema» de las finanzas, por lo tanto del crédito, está en ruinas, simplemente ya no hay más actividad económica posible. En absoluto. ¿Resulta esto suficiente para hacer entrever la enormidad de las consecuencias?
Por más penoso que pueda ser, no hay alternativa a la constatación de que una vez que la burbuja financiera ha explotado y el riesgo sistémico se ha generado, el Banco Central pierde casi todo su margen de maniobra, porque el hecho de que las finanzas privadas tengan la capacidad de vincular su suerte para lo peor a todo el resto de la economía -el derrumbe de las finanzas supondrá necesariamente el derrumbe de la economía- forzando así la intervención pública en su auxilio, es una toma de rehenes sin posibilidad de evitarla en el corazón de la crisis. Por eso, una nueva regulación financiera significativa sólo puede hacerse en torno al objetivo estratégico de impedir que las burbujas se formen (1), porque después es demasiado tarde. Sólo puede lucharse contra el riesgo sistémico erradicándolo; en cuanto se reconstituye, y sobre todo cuando se activa, la partida está perdida.
La Reserva Federal, aunque no ha manifestado ninguna voluntad seria de erradicación, les al menos consciente del grado en que está estratégicamente dominada, en el juego que la opone con las finanzas privadas en crisis, paradójicamente en una posición de fuerza tanto más fuerte por el hecho de estar moribundas. Y entonces se somete, con la muerte en el alma, a las conminaciones sucesivas de los diversos bancos arruinados para venir en su ayuda, con el riesgo de dejar que se produzca una catástrofe irreparable.
En marzo de 2008 Bear Stearns amenazó con dejar impagos 13,4 billones de dólares de transacciones con derivados de crédito (2) – es decir diez veces más que Long Term Capital Managemente (LTCM) que había estado a punto de no cubrir su deuda de 1,5 billones de dólares. Numerosas instituciones financieras de gran calibre han invertido en estos títulos: fondos de pensión -las jubilaciones-, fondos mutuales -ahorro corriente del público-, ¡e incluso bancos centrales extranjeros! Está fuera de la cuestión para la supervivencia del sistema financiero estadounidense en su conjunto que tal acontecimiento se produzca.
Henry Paulson, secretario del Tesoro, no tiene necesidad de que le hagan un plan: el 12 de julio se movilizaron 25.000 millones de dinero público en líneas de crédito e inicios de recapitalización. Y el 6 de septiembre, parece que la recapitalización necesitará más bien… ¡200.000 millones ! Perfecto, los contribuyentes pondrán esos 200.000. «I didn’t want to have to do that», confiesa sin embargo Paulson, asustado de su propio futuro socialista. «No quería tener que hacer eso» pero, de todas maneras, lo ha hecho. Y verdaderamente no tenía opción.
Como Lehman es mucho más chico que la «Fed-Treasury», ésta piensa poder encontrar una ocasión de «tener una opción». Y no quiere perderla bajo ningún pretexto. A este banco se le hará pagar por los otros, y con toda la rabia que tuvo que tragarse al dejarse torcer el brazo las veces anteriores. Pero, sin embargo, para lograr un excelente desprendimiento de la bilis que ofrece, la «oportunidad» Lehman exigía ser cuidadosamente evaluada antes de «dejarlo morir». Teniendo en cuenta su tamaño y la exposición de los demás bancos que son sus contrapartes, ¿una cesación de pagos de Lehman constituye o no un riesgo sistémico?
Es cierto que la exposición de Lehman en productos derivados era infinitamente menor que la de Bear Stearns -29.000 millones de dólares contra 13,4 billones (3)… pero, de todas maneras, Lehman desplazó a Worldcom del primer lugar de la lista, convirtiéndose en la mayor quiebra de la historia de Estados Unidos, con 613.000 millones de deudas. Sin embargo, es evidente que desde el punto de vista técnico no hay una cesación de pagos equivalente, ya que Lehman tiene activos y el procedimiento de liquidación tiene precisamente el objeto de realizarlos.
Pero, ¿cuánto valen exactamente esos activos? Esa es la cuestión. Hay un mínimo de 85.000 millones de títulos variados (entre los cuales 50.000 millones de derivados de subprime) que el plan de recuperación, finalmente abortado, que fue estudiado durante el fin de semana del 12 al 14 de septiembre, preveía contener en una bad bank (sociedad de rescate que se hace cargo de los créditos morosos) ad hoc. Su valor en este momento es de 85.000 millones, pero es razonable preguntarse lo que quedará al término de una venta de liquidación, aun cuando, concientes del riesgo de que sus valores se derrumben todavía un poco más, las autoridades estadounidenses piensan en una liquidación «ordenada», por lo cual debe entenderse una liquidación escalonada en varios meses.
Pero de todas maneras, el quebranto se anuncia severo; y esto no es sólo un problema para Lehman. Porque la norma contable del «mark-to-market», es decir, la contabilización de los activos al valor de mercado instantáneo, obligará a todas las otras instituciones financieras a valorizar, a su vez, al precio de liquidación «especial Lehman» los mismos activos de los cuales sus balances todavía están llenos, sufriendo al final las depreciaciones suplementarias que pueden imaginarse.
Todavía, si el riesgo de desvalorizaciones colaterales fuera el único… Pero a ello se agrega el riesgo de contrapartida ligado al hecho de que las múltiples transacciones en las cuales Lehamn estaba implicado van a quedar no terminadas. Y, finalmente, el riesgo de activación de los CDS (Credit Dafault Swap), esos productos derivados que ofrecen a quienes los compran un seguro contra las pérdidas de valor de sus diversos activos en obligaciones. Si hay asegurados, es porque del otro lado hay aseguradores. Ahora bien, la quiebra desencadena implacablemente la operación de los CDS emitidos como protección de la deuda de Lehamn, y las indemnizaciones a pagar se anuncian importantes.
Esto es algo muy molesto, porque la experiencia indica que el mecanismo securitario de los CDS, impecable en los papeles, ha revelado ser uno de las más dudosos; y el mercado de los CDS es de una extrema fragilidad, que hace temer grandes sacudidas cada vez que se recurre a él, un poco brutalmente, por una quiebra. Desgraciadamente, en el momento en que se produce la bancarrota de Lehman, se acababa de salir de la nacionalización de «Fannie-Freddie», la cual muchos temen que represente ya por sí sola un riesgo importante para el mercado de los CDS…
Ahora bien, seguramente la «Fed-Treasury» contaba con este conjunto de amenazas para desprenderse del salvataje de Lehman y «convencer» a los banqueros de la plaza que lo tomaran a su cargo, ya que era de su interés, en el mejor de los sentidos. Pero nada se hizo y ningún plan privado salió de ese fin de semana frenético. Es que «Wall Street» es una abstracción que abarca una colección de intereses particulares, a veces divergentes. El plan de recuperación cuyo fracaso llevó a Lehamn a presentarse en quiebra preveía la compra del «buen banco» por Barclays y el Bank of America (finalmente éste se dirigirá hacia Merrill Lynch) y la contención del «mal banco» se iba a hacer con un financiamiento colectivo de la plaza.
Pero «la plaza», entendiendo por eso a aquellos que no cuentan con los medios para comprar los buenos segmentos, no por eso fue menos solicitada para enjugar las desvalorizaciones de los malos segmentos, y ha tenido dificultades para aceptar utilizar las utilidades, con grandes gastos, para permitir a dos afortunados irse con las joyas de la corona, dejando a otros las reparaciones del castillo en ruinas.
En verdad, todo el fin de semana del 12 al 14 de septiembre no fue más que una gigantesca partida de póquer mentiroso: entre la «Fed-Treasury», que mostraba su voluntad de no moverse, y Wall Street, que en principio la interpreta, pero equivocadamente, como una estrategia de tensión para hacer aumentar el compromiso de los bancos privados, el conflicto entre esos bancos privados que se dividen entre compradores oportunistas y financistas obligados -que refunfuñan por tener que constituir una flor para los primeros, pero que también saben que su propio interés no es indiferente a la supervivencia de Lehamn-, las condiciones estaban más que reunidas para hacer improbable la coordinación del salvataje.
La «Fed-Treasury» no mentía. Dejó hacer. Ya no era más socialista. Pero – aunque no lo sabía todavía en ese momento- ¡sólo por dos días! Y, sin embargo, ¡tiene tantas ganas de creer en ello! Desde hacía casi una semana se veía fuertemente alentada por todos sus admiradores, un poco desorientados por las sorprendentes vías que se vio obligada a tomar hasta ese momento. El editorialista del Financial Times comenta con satisfacción: «Es hora de que las autoridades se retiren (…) Lo que se hizo hasta ahora debería ser suficiente (4)». Pero no es la «Fed-Treasury» quien decide si «lo que se hizo es suficiente» o no, sino la situación.
Ahora bien, no sólo la situación de Lehman no ha revelado todavía sus verdaderos riesgos, sino que la apuesta de la Fed está lejos de haber ganado en el momento en que creía repudiar su socialismo, porque, por detrás, maduran otras situaciones que amenazan ya con hacer su reverencia a la despedida de los Compañeros de la canción (grupo vocal francés de comienzos de la Segunda Guerra mundial): reversibles y a repetición.
La primera gala de retorno no esperó cuarenta y ocho horas para seguir a la de presentación, ¡y qué fiesta! AIG es elegible como un caso de libro. Todas las aberraciones de las finanzas contemporáneas se concentran en ella y se ofrecen como espectáculo. Como el simple oficio de asegurar era tan monótono, AIG estableció una filial de «productos financieros» y se lanzó de cabeza al mercado bastante especial de los CDS.
Y he aquí a AIG, en pleno período de ruina financiera, comprometida por 441.000 millones de dólares de títulos a asegurar, de los cuales 57.800 millones estaban vinculados a los subprimes (5). Resulta inútil decirlo, sus pérdidas son colosales: 18.000 millones de dólares en los tres trimestres pasados, y el que está en curso se anuncia resplandeciente porque, entre activación de los CDS y desvalorizaciones colaterales, la quiebra de Lehman podría hacer subir la pérdida acumulada de AIG a 30.000 millones de dólares, entre los cuales también se encuentran 600 millones vinculados a la desvalorización completa de las acciones «Fannie-Freddie» luego de la nacionalización.
En estas condiciones, las agencias calificadoras, obnubiladas por la necesidad de reconstituir una virginidad para hacer olvidar tantos errores pasados, no dudan en degradar severamente la calificación de AIG, lo que tuvo como primer efecto el obligarla a satisfacer inmediatamente las provisiones denominadas «apelación a los márgenes» para compensar el deterioro de su calidad de asegurador en los contratos (CDS) en los cuales está implicada. ¿Pero cómo puede AIG sacar inmediatamente 10.000 a 13.000 millones de dólares de «apelación a los márgenes» cuando se encuentra ya en vías de hundirse?
Durante una jornada, la «Fed-Treasury», todavía en la embriaguez de su muy reciente «desocialización», pero de toda manera un poco estremecida por la amplitud de los daños que se anunciaban, imagina coordinar un socorro privado en el cual Goldman Sachs y JP Morgan estarían a la cabeza de un crédito sindicado de 75.000 millones de dólares para AIG.
Si uno recuerda todavía que apenas en la víspera, se les había pedido a los diez principales bancos de la plaza constituir un pool de 70.000 millones de dólares para sostener la liquidación «ordenada» de Lehman… La imposibilidad del socorro privado era previsible, y la necesidad de intervención pública inevitable. Uno no deja de quedar pasmado por la forma extrema que iba a tomar. Por medio de un préstamo puente de 85.000 millones de dólares del Banco Central, el Estado adquiere el 79,9% del capital de AIG.
Aún en su brevedad, el comunicado de la Reserva Federal del 16 de septiembre no deja de ser vertiginoso. ¿Hay algún antecedente del extraordinario hecho de que la «Fed» preste dinero a un «no banco»? Puede medirse aquí la amplitud de las concesiones que le habrá arrancado la crisis. En marzo había decidido, por primera vez desde 1929, admitir a los bancos de inversión en el refinanciamiento (al cual, hasta ese momento, sólo tenían derecho los bancos de depósitos); he aquí ahora una empresa de seguros en la ventanilla…
Pero lo que sigue es todavía más sorprendente. Porque, por un lado, la Reserva Federal y el Tesoro parecen actuar como una unidad orgánica cercana a una fusión pura y simple. Y, por otro, la participación federal del 79,9% en AIG aparece como «la contrapartida» del préstamo de la «Fed». ¿Pero desde cuándo un préstamo es otorgado a cambio de una participación de capital? El préstamo está destinado a ser devuelto, está garantizado con todos los activos de AIG y su tasa penalizadora fue fijada a propósito para incitar a su devolución lo más rápidamente posible. Pero una vez agotado el crédito, el Estado Federal seguirá siendo accionista del 79,9%. Entonces ocurre que ha realizado una toma de control sin desatar, por el momento, el paquete: ¡una expropiación! Tratándose de recaída en el socialismo, ésta es una y bien fuerte.
El New York Times informa que Henry Paulson y Ben Bernanke, al aparecer el 16 de septiembre por la noche, para anunciar su plan, tenían «un aire sombrío». Es fácil entenderlo, porque a su lado el presidente venezolano Hugo Chávez parece un títere liberal vendido al gran capital: ¡él cuando nacionaliza, paga! Pero las acrobacias ultra socialistas de nuestros dos compinches recién comienzan. Porque ahora estamos mucho más allá de las tensiones de liquidez, para hacer frente a las cuales la Reserva Federal está bastante bien armada.
Ahora que las pérdidas extraordinarias han mermado en su núcleo las bases de los capitales propios, estamos ante una crisis de solvencia generalizada, que se ha adueñado del sector financiero. Un frenesí imperativo de recapitalización se declaró desde marzo y, de Bear Stearns a Lehman, pasando por «Fannie-Freddie», todos los momentos críticos han tenido como origen una duda sobre la capacidad de los bancos involucrados para recaudar capitales (6).
Ahora bien, para que haya recapitalizaciones, ¡hace falta que haya recapitalizadores! Pero la gran mayoría no tiene los medios para ese tipo de esfuerzo: los bancos colegas luchan por conservar el poco capital que les queda; los fondos soberanos (7), de los cuales se ha esperado mucho, tal vez demasiado, han meditado sobre sus últimas contrariedades, ya que su sensacional entrada en escena, en marzo, se apoyaba en la hipótesis de que los precios de los activos inmobiliarios y de las acciones habían tocado fondo; pero ya sabemos lo que ocurrió después, y las desvalorizaciones que de ello resultaron los convencieron de mirar dos veces las cosas antes de actuar a partir de ese momento. Queda, entonces, el Estado, el único que puede hacer «la tarea» cuando ya nadie quiere ni puede.
Así es como Karl Bernanke y Vladimir Illich Paulson no han llegado todavía al final de sus penas. La gorra con la estrella roja les va como los tiradores a un cerdo, pero ellos han comprendido, por lo menos, que deberán mantenerla ajustada en la cabeza todo el tiempo necesario, a la inversa de los furiosos locos liberales que apelan a «dejar que ocurran las quiebras» y a la moral del castigo. Sólo hay una lectura de este imperativo de vestidura, y una suculenta paradoja hace que un ex presidente de Goldman Sachs deba hacerla suya: las finanzas liberalizadas son estructuralmente de una inestabilidad explosiva; no sólo es seguro que desencadenarán catástrofes repetitivas, sino que son incapaces de evitarlas por sí mismas; ¡ah, las famosas «soluciones de mercado» a las cuales apelaba el comunicado europeo del 29 de enero (véase el recuadro más abajo)!
Sólo el Estado, mediante un gesto de pura soberanía, absolutamente más allá del derecho común, al permitirse lo impensable -como nacionalizar sin límite para pagar más tarde, y captar unilateralmente todos los dividendos, incluso los de acciones que no poseen (¡)-, puede poner fin a los rendimientos crecientes de derrumbe que alimentan los mecanismos del divino mercado. Entonces, será la gorra o el Apocalipsis.
Más bien la gorra, porque se acerca el alba radiosa que se levanta ante nuestros ojos: el cortejo de los subprime no ha terminado totalmente cuando se anuncia el de los Alt-A mortgages. Intermedios entre los prime (estándar) y los subprimes, los créditos Alt-A fingen haber pedido algunas informaciones sobre la situación de los tomadores de crédito, pero toleran que se haya respondido de manera incompleta o con algunos «errores»: según un estudio del Mortgage Asset Research Institute, la casi totalidad de los expedientes Alt-A (realizados por los corredores para los bancos) exageran los ingresos de los tomadores de crédito en por lo menos un 5%… y más de la mitad ¡los sobrevalúa en más del 50%!
En la categoría Alt-A se distinguen los créditos denominados Option-ARM (Option Adjustable Rate Mortgages), que tienen como característica ofrecer al tomador de crédito varias posibilidades en cuanto al inicio de los pagos. Una de ellas, particularmente tentadora, ofrece no solamente no empezar a devolver el capital durante los primeros años, sino también empezar pagando parcialmente los intereses; de esta manera puede llegarse a comenzar con tasas provisorias del 1%, a las cuales resulta difícil no sucumbir.
Evidentemente todas estas facilidades dan lugar a prórrogas para los años posteriores, y el reset (el reajuste de la tasa) resulta así más doloroso. El tomador promedio de option-ARM ve como sus pagos aumentan de golpe un 63%. La agencia financiera Bloomberg evalúa en 16% los retrasos de pago de más de dos meses en los Alt-A emitidos desde enero de 2006. Estas demoras en los pagos van a acelerarse el año próximo y pueden durar hasta 2011, teniendo en cuenta la duración de los reset, que es de tres a cinco años. Y algo más: ya había 855.000 millones de dólares de subprime, pero hay 1 billón de Alt-A.
«Fannie» posee o tiene en garantía 340.000 millones. Wachovia tiene 122.000 millones de option-ARM. Countrywide, sacada de la quiebra por el Bank of America (el salvador de Merrill Lynch), 27.000 millones. WaMu (Washington Mutual), 53.000 millones, de los cuales el 13% van a reset el año próximo. Y he aquí que Standard&Poor bajó la calificación de WaMu al nivel de los junk bond, el nivel más bajo (bonos chatarra o basura).
No es inocente terminar esta lista, muy incompleta, con WaMu, porque es una caja de ahorro -del ahorro del público, que comienza a sentir el viento de las balas: los money market funds (SICAV monetarios) (8), considerados hasta ahora tan líquidos y seguros como las cuentas a la vista, ¿no fueron acaso desbordados por demandas de retiro después que sus clientes vieron como se derrumbaban sus tenencias como consecuencia de la completa pérdida de valor de los títulos de Lehman, en los cuales esos SICAV se habían invertido ingeniosamente? Una corrida de los ahorristas: he aquí lo que completaría absolutamente el cuadro…
Sin querer proseguir con este escenario catástrofe, pero con más razón si se lo toma en consideración, las necesidades de recapitalización bancaria son tan importantes, tan generalizadas, y ocurren en un contexto de rechazo a compromoterse por parte de aquellos que todavía están a flote, que el Estado, ya no solamente prestamista, sino accionista y recapitalizador en última instancia, se enfrenta a una tarea financiera cada vez menos soluble con recursos estándar. Aun cuando es probable que el Estado Federal terminará, en algún tiempo, por pagar los warrants (9), y luego las acciones que le otorgan la propiedad de AIG, después de los 200.000 millones de dólares de una operación similar con «Fannie-Freddie», no podrá renovar con demasiada frecuencia esas larguezas, porque sus recursos son limitados.
Stándar&Poor’s estima en diez puntos del Producto Bruto Interno (PIB) lo que todo esto podría costar en su totalidad. Ya sea en forma de recapitalizaciones en diversas direcciones o a través de una estructura de contención gigante que podría tranquilizar a las finanzas privadas por todos sus activos averiados, el problema es el mismo. Esos diez puntos de PIB ¿van a salir del bolsillo del contribuyente estadounidense, torpedeando lo que queda de crecimiento? ¿O, por el contrario, se va a permitir seguir inflando el déficit de la deuda pública, con el riesgo de que los títulos del Tesoro y el dólar se vuelvan inmanejables, transformando la crisis financiera privada en una crisis de las finanzas públicas, con una crisis monetaria agregada?
Sólo hay malas soluciones, por lo menos de conformidad con los cánones usuales de la ortodoxia. Por eso nuestros amigos de la gorra irán hasta donde sea necesario para hacer lo que debe hacerse; también es la razón por la cual los dogmas que tantos conversos han adorado estúpidamente, se van a ir rápidamente al tacho de basura. Recapitalizaciones por emisión monetaria, embargos puros y simples, control de cambios… si las cosas van mal, tal vez todavía no hayamos visto nada. La historia avanza por caminos extraños. Abramos bien los ojos, porque entramos en un territorio desconocido.
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(1) Es el principio número uno del texto «Quatre principes et neuf propositions pour en finir avec les crises financières (Cuatro principios y nueve propuestas para terminar con las crisis financieras) «, La nouvelle pompe à phynance, blog de Le Monde diplomatique: www.monde-diplomatique.fr/2007/09/LORDON/15165
(2) No se trata de una exposición neta porque los compromisos de comprar/pagar compensan los compromisos de vender/recibir.
(3) Office of the Comptroller of the Currency, Nueva York, 30-9-2007.
(4) «Decisive inaction», Financial Times, 11-92008.
(5) Tipo de créditos inmobiliarios otorgados a tomadores de crédito de solvencia muy dudosa, e incluso desconocidos del sistema bancario.
(6) El episodio de Lehman se desencadenó a partir del anuncio del fracaso de las negociaciones con vistas a una toma de participación del banco de desarrollo coreano KDC.
(7) Véase Ibrahim Warde, «Des ‘fonds souverains’ au chevet des multinationales (Los ‘fondos soberanos’ ocupan un lugar privilegiado entre las multinacionales)», Le Monde diplomatique, mayo de 2008.
(8) N. de la T.: Las SICAV (Sociedades de Inversión de Capital Variable) son sociedades anónimas que tienen por objeto exclusivo la adquisición, tenencia, disfrute y administración en general y enajenación de valores mobiliarios y otros activos financieros para compensar por una adecuada composición de sus activos, los riesgos y los tipos de rendimientos sin participación mayoritaria económica o política en otras sociedades.
(9) Los warrants son opciones, es decir, derechos a comprar acciones.
(*)Economista, autor de Jusqu’à quand ? L’éternel retour de la crise financière (¿Hasta cuándo ? El eterno retorno de la crisis financiera), Raisons d’agir, París, noviembre de 2008.