Anomalía es la incompatibilidad, discordancia o desvío de una norma o de un acontecimiento previsible. Aunque en el lenguaje electoral el término se utiliza como sinónimo de irregularidad, designa en realidad una singularidad, una situación que nos descoloca. Esa situación es la que tenemos en esta segunda vuelta electoral, que se dirimirá el domingo 2 […]
Anomalía es la incompatibilidad, discordancia o desvío de una norma o de un acontecimiento previsible. Aunque en el lenguaje electoral el término se utiliza como sinónimo de irregularidad, designa en realidad una singularidad, una situación que nos descoloca. Esa situación es la que tenemos en esta segunda vuelta electoral, que se dirimirá el domingo 2 de abril próximo.
No es una sorpresa, entendida como un hecho inesperado, pero nos confronta con una situación inédita en mucho tiempo en la vida política electoral: tener que elegir entre dos posiciones incómodas, por decir lo menos. Antes de adelantar el análisis sobre lo que se viene, repasemos lo sucedido.
Una primera vuelta apática y confusa
Las elecciones del 19 de febrero reflejan resultados que bien vale la pena mencionar, pero que tendrán que ser objeto de estudios mucho más rigurosos que los que permite este breve análisis de coyuntura. Entre muchos puntos de una larga lista llena de temas complejos, el amplio triunfo de Guillermo Lasso en las provincias de la sierra central y de la Amazonía, y el triunfo de Lenín Moreno en la Costa.
Para lo primero, una explicación posible es el posicionamiento local de un discurso en favor de la defensa de la naturaleza. Pero, ¿por qué esa posición no fue capitalizada por el Acuerdo Nacional por el Cambio (ANC) y su candidato presidencial Paco Moncayo, y sí por Guillermo Lasso? ¿Hubo acuerdos con líderes del Pachakutik local que ya estuvieron en conversaciones con Lasso anteriormente? Sea como fuere, no se pude afirmar que los sectores indígenas se hayan alineado ideológicamente con la candidatura de Lasso.
Para lo segundo tampoco hay una explicación obvia. Más bien hay interrogantes: ¿cómo un candidato con perfil serrano, y que no es de Guayaquil, alcanza semejante éxito electoral en un bastión con una identidad regional histórica y culturalmente apuntalada por todos los actores políticos indistintamente?
Una explicación puede ser al anclaje de la política clientelar del gobierno a la figura de Lenín Moreno -portaestandarte en esta lid electoral de la derecha del siglo XXI- para superar las dos candidaturas de Lasso y Cynthia Viteri -representantes de la derecha del siglo XX-, ninguna de las cuales ha logrado sintonizarse con las bases sociales del puerto, como sí lo ha hecho permanentemente el alcalde Jaime Nebot. Lasso es un candidato distante de la dinámica cotidiana de la gente; Cynthia lleva muchos años ausente de la política local guayaquileña. ¿Será esta una situación pasajera o se estará produciendo un desplazamiento de la férrea hegemonía socialcristiana hacia el correísmo? El repliegue correísta respecto de asambleístas provinciales (de 16 en 2013 a 10 en 2017) insinuaría, no obstante, un debilitamiento del oficialismo en Guayas.
Dos cosas son ciertas: las izquierdas, confundidas por el discurso correísta, pierden presencia en varias regiones del país en donde antes tenía una mayor influencia; y, una década de clientelismo le ha permitido a Alianza País (AP) generar una base electoral en la Costa, sobre todo en Guayaquil, pero a costa de perder la hegemonía nacional alcanzada en 2013.
Este desplazamiento regional de las adhesiones electorales, que ya se anticipó en 2014, pone sobre el tapete un fenómeno vivido durante los últimos 20 años: la ausencia de un referente electoral quiteño y/o serrano fuerte en el escenario político nacional, una cuestión que trasciende el origen geográfico de las personas involucradas en tanto tiene connotaciones mucho más complejas. Este vacío no podrá ser llenado por Moreno debido a la debilidad intrínseca que lo caracteriza y al lastre que representa su binomio, Jorge Glas. Salvo el breve interregno de Lucio Gutiérrez, la política nacional de las últimas dos décadas ha estado marcada por la presencia e influencia predominante de figuras y partidos guayaquileños. Las fuerzas políticas quiteñas se han enajenado a favor de la dinámica impuesta por los candidatos y partidos guayaquileños.
Lo que interesa resaltar es que esta situación regional plantea una forma particular de articulación de los poderes económicos a la economía global. La posibilidad para el desarrollo de una burguesía nacional, como el que se intentó con el modelo cepalino de la dictadura militar de Guillermo Rodríguez Lara, y que dependía en gran parte de grupos empresariales y lógicas productivas serranos, prácticamente ha quedado desechada. Los distintos poderes económicos afincados en la sierra ya no están para veleidades nacionalistas; prefieren las estrategias de sus homólogos más cosmopolitas y mercantilistas de la Costa. Eso explica la adhesión tan amplia del empresariado al TLC con el Unión Europea.
El fracaso de la candidatura de Paco Moncayo puede relacionarse con esta condición: un discurso y una imagen coherentes, frente a un electorado que responde más bien a pulsiones consumistas, simplistas e inmediatistas como las ofrecidas por los otros candidatos, tenía demasiadas limitaciones. No generaba interés en eventuales apoyos empresariales, ni siquiera de aquellos empresarios medios y pequeños en donde se podría afincar un proceso diferente de renovación de la economía nacional.
Su campaña careció de una estrategia consistente y coherente frente a los sectores sociales que pudo haber representado. Como lo anotamos en diciembre del año pasado:
«La candidatura del general Paco Moncayo, que arrancó con mucha fuerza y expectativa, no ha logrado despegar debido a errores intrínsecos a su estrategia electoral. La pérdida de identidad y coherencia ha derivado en la exclusión temporal de aliados importantes y la pérdida de cohesión de sus propias filas. (…) Una parte considerable del extravío de la campaña de Moncayo radica en su alejamiento de los espacios amplios y diversos que lo auparon durante más de un año, un acercamiento a sectores de la derecha como condición para un triunfo electoral y el consiguiente alineamiento con un solo partido: la Izquierda Democrática (ID).»
Al contrario, la demagogia resultó más impactante. No de otra forma puede entenderse que Moreno haya forzado el umbral de votos casi hasta el 40%, es decir, entre 4 y 10 puntos más de los que se le atribuían en el tramo final de la campaña. Las ofertas demagógicas (casas gratis, becas, incremento del bono de la pobreza) apuntaladas por medidas desvergonzadamente clientelares de última hora (créditos inmediatos en zonas marginales, alza de sueldos a maestros, obras relámpago) sí lograron su cometido. Lo único que le falló al oficialismo fue el empujón final del fraude; no les alcanzó. Lasso, el otro candidato finalista, tampoco escatimó en ofertas demagógicas y clientelares.
El saldo fue una campaña caracterizada por la apatía y la confusión, en la que los temas de fondo no encontraron cabida: ningún candidato pudo explicar cómo financiaría su baratillo de ofertas electorales.
AP: la impudicia total
Algún día se sabrá cuánto despilfarró el gobierno en la etapa final de la campaña a fin de inflar la candidatura de Moreno-Glas. Aunque es evidente que AP ha desarrollado ciertas bases electorales organizadas, prácticamente compró cientos de miles de votos con dádivas y ofertas a los sectores sociales más pobres a fin de alcanzar el umbral del 40%. Lo que no se conoce es el techo de esas adhesiones momentáneas, ni si el dinero alcanzará para repetir la dosis en segunda vuelta, ni si los regalitos operarán en una elección más simple y concreta en abril.
Se supone que una estrategia tan desembozada e inescrupulosa debía asegurarle al correísmo el triunfo en primera vuelta. Pero tal parece que el 39,3% del binomio verde-flex es el tope de adhesiones sumando los incondicionales con los beneficiarios de última hora. En realidad se puede deducir que el voto duro del correísmo estaría por debajo. Esto explica que, con tanto publicidad y clientelismo, Moreno no haya logrado superar el umbral del 40% (e inclusive más). Esto significa, además, que AP tendrá graves dificultades para generar los apoyos necesarios para ganar el 2 de abril. Los sectores medios y los sectores populares en ascenso pueden inclinarse por la imagen más institucional y formal de Lasso.
En efecto, el correísmo ha ingresado en la fase de la aporía del populismo: la autofagia. Solo puede sobrevivir devorándose a sí mismo. Sus apoyos anteriores comienzan a verle con desconfianza, recelo y desaprobación. Por ejemplo, los casos de corrupción en medio de la grave crisis económica y la contracción del consumo constituyen el mejor acicate para la decepción de los sectores medios y populares en ascenso social.
Aquí cabe preguntarse hasta dónde le darán aliento al correísmo los sectores sociales marginales que se han convertido en su base electoral. Se trata de sectores que no se representan autónomamente y que activan sus adhesiones en función de las políticas clientelares, del liderazgo autoritario, de las pulsiones emocionales y de la manipulación publicitaria del régimen.
La otra cara de la aporía tiene que ver con la imagen electoral de Moreno. Para ganar adhesiones tiene que diferenciarse de Correa no solo en su estilo, sino en sus políticas más antidemocráticas e impopulares. Prácticamente tendría que cuestionar las bases del modelo autoritario, caudillista, discrecional, nepotista, corrupto y pomposo institucionalizado en estos años; es decir, tendría que romper con el correísmo en tanto modelo de dominación bonapartista. Algo imposible, considerando que provocaría su propia destrucción. Moreno ni siquiera fue capaz de sacar a Correa de en medio de la campaña pese a las reacciones adversas que provoca. Además, la cuña que le colocaron con la candidatura de Glas constituye un peso difícil de compensar, a tal extremo que está generando conflictos y contradicciones al interior del propio movimiento verde-flex.
CREO y PSC: amor con interés
Ni la perseverancia, ni la astucia política, ni las propuestas electorales encumbraron a Lasso a disputar la segunda vuelta; ha sido el rechazo a Correa lo que empujó a buena parte del electorado (se calcula entre 7 y 8%) a optar por el voto útil. Lo más probable es que buena parte de esta votación provenga de la cantera de la propia Cynthia y de Moncayo. El voto útil es efectivo en la medida en que es un voto negativo incondicional: es intransigente y firme en su rechazo y animadversión hacia el otro candidato.
A diferencia de Moreno, Lasso tiene la certeza de partir con un 28% de votantes; sabe perfectamente cuánto más necesita para inclinar la balanza. Aunque los apoyos de Cynthia y Dalo Bucaram (para considerar únicamente los resultados influyentes) son políticamente significativos, no implican un endoso de votos.
En ese sentido, la estrategia de Lasso se centrará en los votos anticorreístas que, haciendo cálculos equilibrados, deben estar por encima del 50%. Ahí se incluye a las organizaciones de izquierda, los movimientos sociales y los integrantes del Acuerdo Nacional por el Cambio (ANC) que ven al continuismo como la mayor amenaza para su reconstitución. El primer sondeo [1] hecho público a fines de febrero, y que otorga a Lasso ventaja sobre Moreno para arrancar la segunda vuelta, daría cuenta de esta tendencia.
El acercamiento de CREO con los socialcristianos, por su parte, se inscribe más bien en ese plano superpuesto en que, como un teatro de sombras, convierten los grupos de poder al escenario electoral. Aquí cabe perfectamente la vieja admonición de Marx en El 18 brumario de Luis Bonaparte, a propósito de las diferencias entre las frases y figuraciones de los partidos y sus intereses efectivos, admonición que también incluye a AP. Porque lo que ha quedado en evidencia en estos diez años es que los grupos de poder económico han trashumado por esas tiendas políticas en función de sus intereses particulares.
Así se anticipa que no habrá mayores diferencias respecto del modelo económico que aplicarán los dos binomios finalistas. Es más, la presencia de Glas en la fórmula verde-flex asegura aún más esta tendencia. Es la articulación incondicional de nuestra economía a la globalización, en donde la vía china juega un papel preponderante, pero no único. Hay una disputa entre las élites dominantes alentada por el capital financiero internacional y las empresas extractivistas transnacionales que incidirá en las orientaciones que tome cualquier gobierno que se instale a partir de mayo.
Todo queda reducido a una disputa por cortar el queso, no por la composición del queso. Esta queda determinada por lógicas que trascienden el espacio político-electoral ecuatoriano. Los forcejeos por los grandes negocios entre socialcristianos, lassistas y correístas pueden llegar a ser ásperos, como corresponde a la competencia en el capitalismo, pero operarán tras los bastidores electorales. El pacto CREO-PSC parece únicamente para la tribuna.
Acuerdo Nacional para el Cambio: a supletorios
Dos conclusiones pueden obtenerse de la participación el Acuerdo Nacional por el Cambio en las pasadas elecciones. Una, que la diversidad carente de visión estratégica es complicadísima en términos electorales. La multiplicidad de grupos, organizaciones y partidos con agendas y visiones particulares impidieron afrontar la campaña con coherencia, identidad y unidad. Más que una simple miopía política, lo que opera detrás de este comportamiento es una visión fragmentada de la realidad, producto de la propia dinámica social ecuatoriana.
El sistema político, sobre todo durante el populismo correísta sostenido con una enorme cantidad de recursos económicos provenientes de las exportaciones petroleras, ahondó aún más la lógica de negociar por separado, de conseguir respuesta casi al arranche. Existe, además, una desconfianza endémica hacia la representación, sobre todo por la priorización de las agendas de los grupos hegemónicos que logran ejercer esa representación; algo que se refleja en las tensa relaciones entre los grupos inscritos en el Consejo Nacional Electoral y los que no lo son.
No hay que sorprenderse de que el fenómeno de la dispersión y la exclusión en la campaña haya vuelto a repetirse luego de la desalentadora experiencia de 2013, con la Unidad Plurinacional de las Izquierdas. Una de las principales diferencias en relación a la actualidad radica en que entonces no hubo que afrontar una segunda vuelta. Hoy sí. Y esta es una oportunidad para crecer desde la adversidad, si se logra asumir una propuesta que no se sintetice en un apoyo ingenuo a uno de los dos finalistas.
La izquierda, entonces, tiene en el procesamiento de esa diversidad su mayor desafío, para poder constituirse en una alternativa política a futuro. La opción autoritaria, vertical y caudillista con que Correa terminó aglutinando a ciertos sectores de izquierda, bajo un esquema de absoluta subordinación y servilismo, no tenía más salida que la descomposición y el envilecimiento que hoy experimenta AP. Correa convirtió a esos grupos en representantes de una izquierda eunuca.
La segunda conclusión se refiere a la Izquierda Democrática. Su participación demostró que no es lo mismo resucitar que renovar un partido. Apostándole a la nostalgia, la ID no generó nuevas adscripciones ni entusiasmó a sus antiguos seguidores. No logró descifrar los cambios que ha experimentado nuestra sociedad en los últimos años, no tanto por la irrupción del correísmo cuanto por el dinamismo de la globalización. Y a la postre volvió a su tradicional política del avestruz al no asumir posición alguna frente a la segunda vuelta electoral, al dejar en libertad a sus militantes para que escojan entre cualquiera de los dos finalistas.
La alianza con Centro Democrático no solo que no representó ninguna ventaja, sino que generó respuestas adversas en el electorado, especialmente en Quito, bastión histórico de Moncayo que prácticamente quedó abandonado a los otros tres binomios, que ocuparon los primeros puestos. Es inconcebible que Cynthia Viteri haya obtenido mayor votación que Paco Moncayo en Quito y en Pichincha.
Como dijo Bolívar Echeverría hace años, ya es hora de que la izquierda piense en otras formas de organización y acción política.
¡Ecuatorianos, giro a la der…!
Lo que sí quedó claro luego de las elecciones de febrero es que, con una década de caudillismo populista de por medio, la sociedad ecuatoriana ha optado por una deriva más conservadora. Prácticamente el 90% de electores optó por referencias (no necesariamente por propuestas) de derecha. Es decir, por aquellas candidaturas que aseguran el mantenimiento de un esquema basado en el consumo, el libre comercio, la moralidad sexual y la justicia punitiva. Todo un arsenal de contenidos convencionales hábilmente implantados por el correísmo detrás de una retórica de izquierda.
Así las cosas, la oferta de CAMBIO que cautivó a muchos electores no hace referencia a una transformación social, sino a un reemplazo de actores políticos, siempre en la perspectiva de contener una crisis que puede afectar los estándares de consumo alcanzados hasta ahora. Es necesario, no obstante, descifrar los matices que pueden diferencias a estas distintas expresiones conservadora o de derecha, a fin de evitar confusiones y bloqueos a una estrategia de resistencia desde la izquierda.
Esta es la tendencia ideológica que la izquierda ecuatoriana no ha podido revertir. El programa del ANC fue el único que definió algunas líneas estratégicas de cambios estructurales, muy a contramano del pragmatismo y el clientelismo que marcaron la tónica de las demás propuestas, especialmente de aquellas que obtuvieron el mayor número de votos.
Una vez más la izquierda queda desnuda frente al espejo. Peor aún, debe enfrentar el peor de los escenarios: escoger entre un pésimo muy conocido y un malo no del todo desconocido. Si gana Lasso habría la posibilidad de una expresión más clara de las izquierdas, aunque con el riesgo de ser influenciadas y hasta cooptadas por las huestes correístas. Si gana Moreno continuará el desprestigio propagandístico de la izquierda, se ahondará el autoritarismo y la corrupción como cultura de sobrevivencia, y tendremos también a la derecha en las calles.
Poder nuestro, que estás en los cielos…
Luego del fiasco vivido la noche del 19 de febrero en la Avenida de los Shyris (parece que se está volviendo habitual desmontar tarimas en medio de la fiesta, como sucedió el 7 de mayo del 2011), el correísmo puso en evidencia su apetito insaciable por el poder. Quedó claro que harán lo inimaginable para conservarlo.
Cualquier alusión a la transformación de la sociedad, a la defensa de los intereses populares o a la democratización del poder quedó para la imprenta. El correísmo se convirtió en una casta ambiciosa, inescrupulosa y glotona cuya finalidad única es el enriquecimiento personal o familiar. Para esto es imprescindible, vital, decisivo el control del aparato del Estado.
Diez años de concentración autoritaria del poder convirtieron al Ejecutivo en el núcleo del sistema político-administrativo, alrededor del cual orbitan los demás poderes y funciones del Estado. Carondelet es el sol. Perderlo implica desquiciar al resto de planetas. Lasso está consciente de esto; por ello concentra más energía en ganar la Presidencia que en el resto de poderes. Y para escaparse de este entrampamiento ya anuncia la convocatoria a una Asamblea Constituyente, como una suerte de fuga hacia adelante… para consolidar la restauración conservadora puesta en marcha por el correísmo.
En tal virtud, el discurso oficial respecto de un triunfo absoluto en las pasadas elecciones huele más a consolación que a convencimiento. AP sabe perfectamente, por experiencia y mala conciencia propias, para qué sirve el control de gobierno central. Por eso recurrirá a todas las artimañas, trampas, inconstitucionalidades y abusos posibles para ganar el 2 de abril. No desecharán ni el fraude ni la caotización del proceso electoral.
En esta situación de disputa feroz entre dos grupos que no necesariamente expresan antagonismos de largo plazo, la segunda vuelta puede volverse violenta. Las expresiones de los partidarios de CREO frente al CNE luego de la primera vuelta presagian el espíritu que asumirá la contienda.
Incapaces de responder a un escenario anómalo, los dirigentes de AP, especialmente, meten cada vez más las patas. La amenaza de muerte cruzada en boca de Correa tiene más de berrinche desesperado que de respuesta política. Si llega a perder el poder ejecutivo, es muy probable que el correísmo se disuelva como helado en estadio. Ni siquiera su bloque legislativo aceptará hacerse el harakiri una vez instalados para cuatro años de estabilidad. Preferirán la tranza y el reparto a la vieja usanza antes que el riesgo de irse a sus casas.
Acostumbrado a una política básica y elemental, Correa no alcanza a entender la complejidad. Por ejemplo, no incorpora en su visión la capacidad y la iniciativa de Lasso si llega al poder. Por ahora, Lasso ya anticipó la convocatoria a una consulta popular para, entre otros puntos, eliminar la reelección indefinida de la Constitución (y otras linduras de las que todavía no tenemos pistas) e incluso, como ya mencionamos, una nueva Asamblea Constituyente. De darse la prohibición de la reelección indefinida, Correa no tendría más opción que correr por la alcaldía de Guayaquil en 2019 (¿o la de Quito?), si quiere mantenerse activo en la vida política. Tal como hiciera su viejo y admirado referente, León Febres Cordero. La clave, en síntesis, será agarrar cualquier espacio de poder que le permita a la casta correísta mantener una disputa que, desde el principio, dejó de lado cualquier opción revolucionaria.
Lasso, por su parte, hace su negocio. Su ventaja radica en su coherencia: es un oligarca que finge bondad y tolerancia, que ofrece soluciones mágicas y que no disimula su compromiso con un modelo capitalista desbocado. Y que seguramente sacará las garras de llegar al poder. Con toda seguridad, muchos grupos económicos que lo respaldan decidieron asumir directamente el control del Estado; la mediación de Correa ya no les resulta necesaria.
Y en este contexto las izquierdas y los movimientos sociales tendrán que ofrecer algo más que volver simplemente a sus tradicionales trincheras de las calles. Una conflictividad extrema es inconveniente para su estrategia de acumular fuerzas y construir contrahegemonía frente a dos opciones que, invariablemente, actuarán en contra de los movimientos sociales y las organizaciones de izquierda.-
Marzo, 2017
Nota:
[1] Hacemos referencia a esta información considerando que se trata de una encuesta de CEDATOS, la única encuestadora que proveyó información confiable en la primera vuelta.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.