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El dilema recurrente del mundo sindical: «posibilistas» versus «ideólogos»

Fuentes: Rebelión

El poder social que la carrera por la reducción de costes está po- niendo en manos de segmentos tradicionalmente débiles del proletariado mundial no es más que el preludio de estas luchas. En la medida en que estas luchas triunfen, el escenario estará listo para una transformación socialista del mundo. Arrighi, G. «Siglo XX: siglo […]

El poder social que la carrera por la reducción de costes está po- niendo en manos de segmentos tradicionalmente débiles del proletariado mundial no es más que el preludio de estas luchas. En la medida en que estas luchas triunfen, el escenario estará listo para una transformación socialista del mundo.
Arrighi, G. «Siglo XX: siglo marxista, siglo americano»

A menos que les vaya en ello una «identidad», esa discutible y monoteista cualidad, ropaje no siempre libremente elegido de los «nosotros», no pocos de estos constructos sociológicos toman nombre impuestos por sus adversarios, así pues ni en el mundo sindical ni en ningún otro nadie admitiría ser llamado «posibilista», por mas que en tantos que hacen abierta aseveración de «realismo», por la vía negativa de descalificar a los que verdadera o supuestamente se hallan «fuera de la realidad» , un observador crítico no vería otra cosa que adecuacionismo o aclimatación al rol o papel o regla del juego que el conjunto de poderes económicos, políticos, fácticos, es decir «el Sistema», les tiene asignado, a la voluntad de moverse dentro de él sin recurrir a estrategias impugnadoras o cuestionadoras del capitalismo de especie alguna, por mas que, en teoría, debiera venirle de oficio, en lo que los estatutos, principios, actas fundacionales, etc., de los que un dia se llamaron «sindicatos de clase» debiera ejercer, todavía, alguna influencia.

Del otro lado están los que le pusieron nombre – que mas que «posibilistas» le llamaran «reformistas» y aún en los años finales del franquismo algunos fueran calificados de «sindicaleros» -, aquellos que se tenían por militantes obreros, comunistas abrumadoramente aunque ya de tendencias diversas, como es sabido, en ese tiempo lejano cuando aún el Movimiento Obrero no se llamaba sindicalismo, y el único movimiento realmente existente, las Comisiones Obreras, se llamaba asímismo, «Movimiento sociopolitico». Esta especie de militantes obreros, agitadores anticapitalistas para los que cada huelga o cada oportunidad de ella representaba una expectativa de acorralamiento al capitalismo, de acrecentamiento de la conciencia de clase y del peso específico de la clase obrera es hoy una especie en extinción, jubilados o prejubilados, quemados, bastante de los cuales dieron el paso de CCOO a CGT, aunque no solo ni mayoritariamente ellos, también la generación siguiente que nació a la lucha de clases a principio de los 80, – si bien mayoritariamente desde la órbita de anarcosindicalismo – en algún momento debieron optar entre la acción sindical «posibilista» y la dificil y denostada proximidad a los «fundamentos» , al cabo, «fundamentalistas», «ideólogos», en ocasiones con la dolorosa sospecha de que no haber sabido pasar el testigo a las nuevas generaciones de sindicalistas.

En una época en que el retroceso del sindicalismo, de perdida de peso específico de la clase obrera alcanzó tales cotas como para no reconocer los planes del enemigo, el nuevo paradigma del capitalismo asilvestrado, bajo su forma neoliberal, hasta bien entrado los 90 y ello solo a través de la influencia – externa al sindicalismo, en España al menos – del movimiento antiglobalización, tal parece que se halla perdido la brújula como para hacer necesaria poco menos que una casuística acerca de que reivindicaciones – al cabo, reformas, en eso reside la tarrea del sindicalismo – son de recibo plantear por un sindicato de clase, que cantos de sirenas de las empresas y las administraciones debemos desoir y en su caso denunciar, sobre que es factible transar y firmar y sobre que no y aún todavía nos quedará la duda acerca de si no estaríamos exponiendo otra cosa mas que una panoplia de impedimentos, obstáculos, dificultades a los compañeros delegados, miembros de los comité de empresa ya suficientemente abrumados por la agresividad de las empresas, las amenazas de rebajas salariales a cambio de reducciones de plantilla o directamente de deslocalización de las factorías hacia Polonia, Rumania o el Magrheb, la duda, finalmente, sobre si no estaríamos dirigiendonos a alguien que ha perdido los valores, la determinación anticapitalista que alguna vez tuviera, instalado en ese marear la perdíz, en ese ir tirando que poca cosa mas supone el posibilismo.

Alguien dirá que la explicación a las derivas «reformistas» se hallan en la aceptación de la participación en las eleccciones a comités de empresa, y es bien cierto que por ahí se genera una nefasta división en el seno de la vida sindical: entre los miembros liberados 40 o mas horas y el resto de afiliados, pero no se trata de una división insalvable o imposible de neutralizar: la revocabilidad frecuente y la rotación, inherente a una vida sindical activa, bastaría para cegar esa fuente de burocracias, pero la burocracia, como los líquenes donde hay humedad y los piojos donde la hay escasa, anidan en casi cualquier parte, quien no confia en la naturaleza humana hará bien en dotarse de mecanismos, estatutos y normas que la dificulten.

La voz sindical que acusa de falta de realismo debe ser atendida, – tanto como vigilada – porque no carece de razones ni de argumentos: sin duda instalados en la minoría se está cómodo, el «dontancredismo» sindical – a uno le han dicho de todo – tiene las piernas cortas, el testimonialismo ético no le dice casi nada a trabajadores que no dudarían en aceptar una oferta de la empresa para hacer horas extras a mitad de un conflicto, no es tan raro que la mitad de una plantilla secunde paros parciales mientras la otra mitad hace horas extras – el cáncer del sindicalismo – , es bien cierto que hay también elecciones sindicales, con su servidumbre, y por aquí la voz realista se vuelve esténtorea y «patriótica»: ¿como oponerse a firmar un convenio que es el menos malo de los sufridos en los ultimos años, cuándo además, la Empresa, nos va a dar un reconocimiento, unas facilidades de las que hasta ahora solo gozaban «sus» sindicatos reconocidos y adoptados como interlocutores privilegiados?, no son razones facilmente desmontables, y sin embargo siempre podrá medirse, pesarse, calcularse las contrapartidas, los costos a pagar, los beneficios para los trabajadores en relación con la teórica traza, gráfica o tendencia prosocialista, liberadora, fortalecedora o por contrario castradora de su apoderamiento y fortaleza, debería bastar mencionar que existen reformas «no reformistas» pero uno se teme que nada le diríamos a la voz posiblista: esta no dudaría en atender una reclamación de la empresa interesada en reducir o eliminar el tiempo legal de bocadillo – en jornadas continuadas – a cambio de dos o tres dias menos de trabajo al año, quizás tampoco se negaría a atender las demandas de otros sindicatos para rapartirse entre todas las secciones sindicales las horas legales de asamblea, aún cuándo ello signifique el entierro de la soberanía de las asambleas, su privatización, pues sin duda nos ahorraremos conflictos y enfrentamientos intersindicales.

Contra lo que algunos piensan, «buenismo» candoroso aunque de larga tradición en cierta izquierda, y que imaginan un mundo sindical de afiliados de base honestos y tal y direcciones vendidas al capital, mejor sería recordar que la acción sindical mayoritariamente al uso ha devenido a configurarse como una especie de profesión, bien integrada socialmente que para nada se cuestiona no ya el orden capitalista, sino ni siquiera la variante actualizada postfordista o postkeinesiana inserta firmemente en el código genético de la globalización neoliberal, el margen de maniobra que les queda a quienes piensan y actúan así ha llegado a ser tan reducido que no tienen nada serio que oponer a los proyectos empresariales que en procura de la sacrosanta competitividad deslocalizan empresas o partes de ellas, exigen abaratamiento del despido y facilidad absoluta para contratar y despedir, simplemente no cuestionan su lógica, se limitan retóricamente a proclamar que la competitividad deba conseguirse en exclusiva recurriendo al dumping social, cómo apoyándose en la I+D+i, que por lo demás queda fuera de su alcance cuántificar y menos aún tratar de negociar o exigir al gobierno: a este respecto la ultima palabra la tiene el comisario político Sr. Solbes/Rato cuya representatividad democrática es tan opaca que se pierde entre los lobbyes y patronales que pululan por Bruselas. Poco a poco admitirán, porque está en la lógica de la cosas, que lo que meramente sucede es que nuestros salarios no son competitivos, al lado de los de Bulgaria, Marruecos o China. No es seguro que a continuación e inmediatamente Fidalgo, Mendez, se suiciden y cierren el chiringuito.

En ocasiones, cuando les afecta, los trabajadores afiliados o no a los sindicatos institucionales adheridos a la CES, pueden percibir con nitidez que CCOO y UGT parecen sindicatos de la patronal, amarillos directamente, pero mientras vayan tirando, pueden percibirlos como un hibrido entre MAPFRE y la Cruz Roja, a medias entre una ong y unas agencias del ministerio de trabajo. Enmedio todavía les queda dejarse atrapar sin demasiada convicción en las redes clientelares, a ver si pueden hacer algo por los chicos, ahora que empiezan a controlar tantos cursos y escuelas de formación ad hoc en las empresas.

Queda claro que lo que postulamos está bien lejos de una satanización del posibilismo sindical, pues permanecerá, al satanizarlo, intacto y a salvo de la crítica pormenorizada, malignidad por lo demás en demasiadas ocasiones atribuida en exclusiva a CCOO, UGT, ELA: se trata de una actitud semiprofesional que reporta algunas ventajas a quienes la tienen por tarea y que todo el mundo conoce por lo que podemos ahorrarnos su descripción, muy generalizada a todos los niveles de responsabilidad o cargo y para nada limitada a los sindicatos mencionados, que se blinda con un discurso supuestamente realista, convertido en el «librillo» o «gramática parda» jerga profesional al cabo u ideologemas oficiosos entre los que ocupa lugar preferente la descalificación de los «ideólogos», de su propio sindicato o del competidor por mas que en ocasiones se avengan a utilizarlos en las asambleas, a la hora de la huelga o movilizaciónes

Querer ver divisiones o disyuntivas distintas a las que aquí glosamos es autoengañarse: ni al interior de cada uno ni entre uno y otro sindicatos las viejas y en su origen legitimadoras ideologias de la división sindical de la clase obrera, llamense comunistas, socialistas u anarcosindicalistas son factores de división activos o que expliquen nada: existen activistas sindicales para los que la esperanza de una sociedad que una vez se llamó Socialismo, así como la convicción de que cualesquiera que fuere la forma que de llegar a existir – y no es seguro – esta revistiera, habría de tener como factotum fundamental, principal hacedor, a la clase obrera, anhelo que informa y justifica todas y cada una de sus actuaciones, y existen, abrumadoramente, trabajadores y ex-trabajadores que se dedican al sindicalismo, actividad que al día de hoy ejercen sin riesgos, y que les reporta ciertas ventajas, oportunidades de hacer carrera politica, parabienes y hasta prestigio social en según qué medios.

«Realos» y «fundis», «apocalípticos» o «integrados», «posibilistas» e «ideólogos» uno se teme que tales disyuntivas serán barridas por la nuevas exigencias de los trabajadores que están a extramuros – hijos del apartheid laboral y sindical – de los territorios donde es mayoritario el empleo fijo y bajo las condiciones adversas de las prácticas empresariales y gubernamentales neoliberales – de la globalización – se intenta o se simula defender el poder adquisitivo de los salarios y la seguridad en el empleo, únicos lugares donde florece el sindicalismo, los trabajadores precarizados de la industria, la construcción, la agricultura y el sector servicios, los que trabajan en las contratas y subcontratas, los jovenes científicos y licenciados con contratos y vida precarizada, los «mileuristas», se organizan y al hacerlo ponen en cuestión la mera existencia de los sindicatos posibilistas mayoritarios, así como la idoneidad de las estructuras organizativas destinadas a acogerlos de aquellos minoritarios mas sensibles y preocupados por la precariedad rampante.

La absoluta ausencia de solidaridad efectiva, espontánea, se halla institucionalizada en la misma concepción organizativa de los sindicatos, las federaciones de ramo, los convenios colectivos de empresa, son ámbitos donde cada uno hace la guerra por su cuenta, no digamos cuando el tajo, poligono o factoría vecina es asunto de la «competencia»: quemaran neumáticos en la carretera, los machacará la policia y aunque el estallido de las descargas de los botes de humo y balas de goma nos inquieten algo a la hora del bocadillo, no lo haran lo suficiente como para animarnos a unirnos a ellos, a sacar una pancarta improvisada para hacer meramente visible una voluntad solidaria. Cierto es que la organización formal de la solidaridad y la puesta en común de acciones de protesta compete a instancias superiores a la sección sindical es decir a las uniones o federaciones locales, cuándo lo hagan no será una mancha de aceite, ni una llama la que se extienda, sino mas bien una valvula que afloja presión, un grifo que deja salir caudal controlado, apenas un ritual preludio del final pactado de una nueva derrota y de nuevas traiciones. Sobran los ejemplos. Y la pregunta es: ¿con estos mimbres hay algo que decirle, ofrecerle, a los precarios?

Sin duda construir la solidaridad exige reconstruir instancias unitarias, apoderar y desprivatizar las asambleas de fábrica, olvidar sectarismos y doctrinarismos, tanto como las pretensiones hegemonistas de estos o aquellos, iniciar la aventura obligada de la unidad de acción por objetivos concretos tanto locales como generales, identificar e incorporar a nuestra reivindicaciones la lucha contra la precariedad y el desempleo como cosa propia -¿acaso no lo es? ¿quien no los sufre en las propias familias? – denunciar el clientelismo, las practicas mafiosas y la subordinación a las empresas y a los gobiernos, la vergüenza de la pérdida de todo referente de clase, prosocialista,.

Se trata de poner en valor la Libertad, de aprender a vivir con la maxima libertad que el sistema permite, unica manera de que nos sepa a poca y de que visualicemos las cadenas: que existen.

* José María Delgado, miembro de Re(d)forma en Serio