Mariano Rajoy ha podido mirar cara a cara a su doble. Esta visión del doble, que el presidente experimentó durante su viaje a Chile, siempre ha provocado en el inconsciente un extraño vértigo. Es un temor atávico que tal vez se remonta, al menos, al día en que nuestro imaginario fue capaz de pensar a […]
Mariano Rajoy ha podido mirar cara a cara a su doble. Esta visión del doble, que el presidente experimentó durante su viaje a Chile, siempre ha provocado en el inconsciente un extraño vértigo. Es un temor atávico que tal vez se remonta, al menos, al día en que nuestro imaginario fue capaz de pensar a un dios como Zeus dispuesto a transformarse en toro, cisne o lluvia de oro con tal de gozar de los placeres presentidos en sus amantes. No extraño por ello que la literatura, con su aproximación a nuestros fantasmas, se haya asomado a este miedo en numerosas ocasiones: de Poe a Maupassant, de Dostoievski a Cortázar, de Hoffmann a Borges. El escritor argentino Leopoldo Lugones, por ejemplo, abordó el tema en su cuento Un fenómeno inexplicable donde el protagonista debe resignarse a convivir con la presencia de su «otro yo» que le observa desde las esquinas bajo la grotesca apariencia de un simio.
El doble de Rajoy, está de más señalarlo, no es ningún mono, ni evoca la perversa duplicidad de Jekyll y Hyde en el relato de Stevenson o la putrefacta descomposición que Dorian Gray proyecta sobre su retrato en la novela de Wilde. No, el doble de Rajoy se llama Gastón Cruzat, es empresario y padre de una de las asesoras del presidente chileno, Sebastián Piñeira, que fue quien se lo presentó. Así pues, su cara a cara nada tuvo que ver con esa presencia de lo siniestro que tanto atrajo a Freud, sino que estuvo revestido con las ropas simpáticas de los ecos de sociedad.
Por otro lado, resulta curioso comprobar como en los últimos tiempos se ha producido una edulcoración de la figura del doble. Así al menos parece ocurrir en los otros casos que estos días hemos conocido y que como el otro yo andino de Rajoy, también han tenido alguna vinculación con la realidad política española. Dobles, todos ellos, que lejos de encarnar la angustia, la zozobra o los deseos reprimidos, han resultado ser alter egos aplicados y laboriosos dispuestos a conseguir para sus escindidos propietarios pingües beneficios en sus cuentas corrientes.
El caso de Amy Martin resulta en este sentido paradigmático. Su existencia lejos de generar problemas existenciales a Irene Zoe Alameda, le ha proporcionado la nada despreciable cifra de 60.000 euros por los catorce artículos y algunos trabajos de documentación que su otro yo escribió para la Fundación Ideas del PSOE que dirigía su ex marido Carlos Mulas. Unos 2.000 euros por artículo, cantidad que sin duda ha hecho anhelar el encuentro con uno de estos dobles a no pocos de los 9.751 periodistas que desde noviembre de 2008 se han visto afectados por despidos o restructuraciones de plantillas, según los datos de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España. Y las ganancias podrían incrementarse en las próximas semanas después de que Zoe Alameda haya anunciado la inminente aparición de una novela en la que se recrea los avatares de una escritora y su fantasma columnista.
Como no menos lucrativa resulta la dualidad de personalidades demostrada por su ex esposo. Más de 125.000 euros anuales podría estar cobrando el ex presidente de la Fundación Ideas gracias a la recomendación de despedir a 120.000 funcionarios portugueses y bajar el sueldo a los demás, hecha por su doble como asesor de Fondo Monetario Internacional. Unas recetas que contrastaban con las recomendadas que el «otro» Carlos Mulas redactaba para los socialistas españoles en su programa para rescatar el estado del bienestar.
Claro que, en última instancia, tampoco hay que sorprenderse con este tipo cosas. Al fin y al cabo, hasta en la siniestra dimensión de los dobles acaban saliendo a relucir las diferencias de clase. Por eso, no hay nada de extraño en el hecho de que mientras unos pocos pueden permitirse el lujo de unos «otros yo» expertos en finanzas, el resto, la mayoría, tenemos que conformarnos con la espeluznante mirada de un peludo macaco que nos observa desde las esquinas mientras nos dirigimos a la oficina del paro.
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