Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
En Colonia (Alemania), en el transcurso de la segunda visita efectuada por un pontífice católico a una sinagoga judía, el Papa Benedicto XVI, hizo un llamamiento en aras de la «confianza y respeto mutuo entre cristianos y judíos». Anteriormente, durante ese mismo día, en un encuentro con dirigentes de la comunidad musulmana en aquel país, «apeló a los musulmanes para que ayudaran a combatir el ‘fanatismo cruel del terrorismo'». Hace unos cuantos años, tras un acto terrorista perpetrado en París por unos musulmanes, el cardenal Jean Marie Lustiger, en aquella época arzobispo de París, invitó a los musulmanes, i.e. a todos los musulmanes, a arrancar el odio que moraba en sus corazones.
Ejércitos cristiano-occidentales invaden países musulmanes y matan por decenas de miles a niños, mujeres y hombres inocentes, ¿y es precisamente a los musulmanes a los que el Papa Benedicto pide «combatir el fanatismo cruel del terrorismo»? ¿Seguimos viviendo aún en la época de las cruzadas? ¿En el tiempo de la «Sagrada Inquisición»? ¿En el período de los pogromos cristianos contra los judíos, quienes, tras ser expulsados de España, encontraron refugio en las comunidades musulmanas por todo el Mediterráneo y Mesopotamia?
El Papa Benedicto quiere que la confianza y el respeto mutuo reinen entre cristianos y judíos. Confianza y respeto mutuo son las características de una relación entre iguales. Sin embargo, cuando habla con los musulmanes, el Papa «les» quiere para que combatan el «fanatismo cruel del terrorismo». En esta ocasión no hay ninguna alusión a confianza, a respeto y a igualdad. Como si el «terrorismo» fuera un hecho endogámico en el Islam. Como si los musulmanes fueran responsables, a nivel colectivo, de los actos criminales perpetrados por una pequeña minoría de individuos con una determinada agenda política.
Al antes Cardenal Ratzinger nunca se le pasó por la cabeza que los católicos fueran responsables, como entidad colectiva, de los asesinatos de los terroristas irlandeses católicos. Nunca «les» pidió que extirparan el mal del terrorismo de sus corazones colectivos cuando el IRA sembró bombas y libró una guerra terrorista que llevó a la muerte a más de 3.500 personas.
Cuando un grupo de fanáticos protestantes blancos anglo-sajones detonaron un camión-bomba que destruyó el edificio federal Murrah en la ciudad de Oklahoma en 1995, matando a 168 personas, con 19 niños entre ellas, e hiriendo a más de 800 y destruyendo y dañando gravemente más de 300 edificios, el Cardenal Ratzinger no apeló a todos los protestantes para que miraran en sus corazones y los purificaran del odio que engendra más odio y que desemboca en la barbarie.
Ante un Estado que se denomina oficialmente a sí mismo «democracia judía», que utiliza la Biblia para justificar su existencia misma, mata a miles de palestinos, les arrebata su tierra, su dignidad y sus medios de vida para poder alimentar a sus familias, al Cardenal Ratzinger nunca se le ocurrió pedir a todos los judíos que limpiaran sus almas de las tinieblas del mal. Ni siquiera sugirió que el judaísmo fuera una religión responsable de la violencia patrocinada a nivel estatal con la que Israel machaca al pueblo palestino.
Desde luego, el Cardenal Ratzinger hizo bien en no culpar a individuos cristianos o judíos o a su religión por las acciones violentas de unos cuantos extremistas. Entonces, ¿por qué cree ahora, como Papa Benedicto, que puede acusar a los musulmanes de todo el mundo haciéndoles cargar con la responsabilidad y la culpa por las inminentes «tinieblas de una nueva barbarie» a menos que «ellos» hagan algo para evitarlo?
Una vez más, un dirigente occidental culpa a las víctimas por los errores de los que les atormentan. Si una persona perteneciente a la fe musulmana comete un acto violento o terrorista, los cristianos señalarán con sus dedos colectivos al Islam o a la sociedad islámica como depositarios de violencia y barbarie. Un temor atávico se apodera por igual de cristianos y protestantes cuando unos terroristas musulmanes causan unas docenas de víctimas civiles en Londres, aunque durante los siglos XX y XXI hayan sido las sociedades musulmanas las que han recogido la mayor cosecha tanto de terrorismo islamista, casos de Argelia y Pakistán, como de terrorismo cristiano y judío patrocinado y ejecutado desde un nivel estatal, casos de Afganistán, Iraq y Palestina.
Al utilizar la reciente violencia islamista como excusa y justificación, los dirigentes occidentales se han embarcado en una revolucionaria transformación social que manda a paseo todos los avances y libertades conseguidos tras duros esfuerzos en el campo de los derechos humanos y por los que gran cantidad de personas pagaron con su sangre y sufrimientos inimaginables. ¿Qué hace que esos mismos líderes, y muchos de sus seguidores, no sean capaces de ver las causas de ese terrorismo «islamista» al que tanto temen? ¿Qué les lleva a creer que pueden, con total impunidad, lanzar brutales ataques que destruyan hasta los cimientos países y civilizaciones sin tomarse siquiera un leve tiempo para ponderar que sus acciones pueden, quizá, según las leyes inexorables de la física, producir una reacción inevitable? ¿Qué les lleva a creer que no son directamente responsables de los actos asesinos y terroristas de unos cuantos fanáticos? ¿Es que los occidentales no pueden percibir que son sus propios políticos quienes están actualmente ayudando y alentando a los terroristas que están escogiendo como objetivos a sus sociedades? ¿No actuarían de forma diferente si se dieran cuenta de lo que sus políticos están haciendo?
Posible respuesta a las preguntas anteriores: No son sólo los musulmanes quienes «viven en el pasado», como muchas críticas occidentales salmodian con frecuencia acerca de las sociedades islámicas. Las culturas cristianas han sido igualmente incapaces de avanzar moral y éticamente más allá de la mentalidad que durante los siglos XVI a XIX produjo la brutal colonización llevada a cabo por las potencias occidentales sobre tantas naciones a lo largo y ancho del planeta. Los judíos sionistas están, de forma similar, atascados en el pasado, utilizando la propaganda religiosa para justificar y apuntalar su agenda política neo-colonialista. Las culturas judía y cristiana no son más avanzadas que las culturas musulmanas, o no están más desarrolladas, si se prefiere considerar así. La única diferencia puede radicar en que la tecnología y el relativo confort y riqueza de que disfrutan han servido para enmascarar el subdesarrollo moral que lleva a los occidentales a creer que sus vidas tienen infinitamente más valor que las de sus hermanos de piel más oscura.
Desde luego, la ironía implícita en estos hechos radica en que ese mismo avance tecnológico contiene en su interior las semillas de su propia autodestrucción. Entre ellas una de las más importantes viene configurada por el proceso acelerado de calentamiento global. Debería denominarse calentamiento a lo Sansón. Igual que Sansón echó abajo el templo sobre él y sus enemigos, así los gobiernos occidentales, que se niegan a reconocer la seriedad del peligro que representa para sus sociedades, basadas en el despilfarro de energías a partir del carbón, estar continuamente provocando que toda la estructura biológica se derrumbe encima de ellas y de toda la vida existente en la Tierra. Otras semillas de destrucción son los ingresos obscenos y las disparidades en la riqueza, la pobreza crónica en tierras de abundancia y los sistemas económicos insostenibles que prosperan sólo a base de consumir y agotar los recursos terrestres.
Ante esa narrativa, hay una moral que se puede anteponer a la actitud implícita en los comentarios dirigidos por el Papa Benedicto a los dirigentes musulmanes en Alemania: «Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo y entonces podrás ver con claridad para sacar la paja del ojo de tu hermano (Mateo, 7:1-5)».
Puede contactarse con Rachard Itani en: [email protected]
Texto original en inglés:
www.counterpunch.org/itani08252005.html