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La condición de divisa por antonomasia sufre una evidente erosión, en la medida en que los EE.UU. pierden hegemonía

El dólar, un cetro resbaladizo

Fuentes: Rebelión

Nada que ver con alguien imbuido de la concepción marxista, que hubiera concitado ancha suspicacia entre los postores del sistema explayado. Un importante inversor, Jim Rogers, acaba de espetar a la opinión pública, con reflejo en medios avizores, una rotunda enunciación: “No me gusta decirlo, pero me temo que el dólar estadounidense está llegando a su siglo de dominio y algo más lo reemplazará”.

¿Causa de la sustitución? Para el desconsolado testimoniante, la conjugación de la deuda externa de los EE.UU., ascendente a 26, 5 billones de dólares, la mayor en la historia universal, y de las políticas implementadas por la administración de Trump internamente y en contra de China, poseedora en bonos de alrededor de un billón de dólares del débito norteamericano, monto que, alertan expertos consultados por Global Times y citados por Sputnik, el gigante asiático podría reducir a 800 000 millones –con las consiguientes probabilidades de incumplimiento–, en respuesta a los castigos.  De acuerdo con Rogers, incluso si Beijing decide eliminar una quinta parte de esos papeles va a ejercer presión sobre las tasas de interés en EUA y, al mismo tiempo, a contribuir al fortalecimiento del yuan, pues “si venden la deuda estadounidense, venden dólares, por lo que su moneda sube”.

Sangrando por la herida, y aquí nos auxiliamos de una frase no por manida menos elocuente, reconoce que la estrategia ha hecho que la potencia emergente busque otras opciones, mientras la Casa Blanca “no se toma tan en serio este riesgo teniendo en cuenta que el gigante asiático es el segundo país con más bonos estadounidenses del mundo”. Es más: “si Washington se enoja contigo, te impone sanciones. Eso duele a todos. Así que los chinos, los rusos, los indios, los brasileños y otros países están comenzando a buscar una moneda competitiva alternativa al dólar estadounidense”.

Este podría hundirse en 2021 ante al euro cerca de 36 por ciento, lo que lo llevaría a sus peores niveles en más de una década, según pronostica Ulf Lindahl, ejecutivo de A.G. Bisset, compañía dedicada a la investigación del mercado de divisas. La reciente enervación “es el comienzo de un movimiento muy grande que dañaría a multitud de inversionistas a través de sus tenencias en acciones y bonos norteamericanos”, estima el perito –consultado por Reuters–, a quien imaginamos frotándose las manos al aseverar que “nos encontramos realmente ante una oportunidad de abandonar el dólar”.

Bueno, quizás no sea exultación, pero sí clara conciencia de que la tradicional hegemonía se encuentra más amenazada a medida que el “excepcionalismo” gringo avanza hacia su punto de inflexión. Hoy, “la mayoría de los inversores bajistas esperan que el dólar se devalúe debido a las perspectivas de crecimiento económico más sólidas fuera de EE.UU., las tasas de interés más bajas de EE.UU. y la preocupación de que los programas para aliviar las consecuencias económicas de la pandemia de coronavirus estén inflando los déficits fiscales”.

Precisamente la enfermedad está coadyuvando al desplome. Las periodistas Olivia Konotey-Ahulu y Susanne Barton, de Bloomberg, corroboraban que a la altura de agosto pasado el despeñamiento se aceleraba al son de la propagación de los contagios, “aparentemente sin control”, por todo el norteño territorio.

“Gran parte de la ola de ventas se produjo durante las horas de negociación de Nueva York, lo que sugiere que los inversores nacionales están cerrando apuestas sobre la fortaleza y propician nuevas preguntas sobre la supremacía del dólar. Entretanto, un modelo popular que ha guiado a los operadores de dólares durante las últimas dos décadas se ha deformado. Es una inversión rápida de la suerte. Al principio de la pandemia, el dólar se disparó después de que los inversores se refugiaran en activos estadounidenses como los bonos del Tesoro, mientras que el virus arrasaba Europa. Pero con el aumento vertiginoso de los casos a nivel nacional, la ineficaz respuesta estadounidense a la enfermedad se ha convertido en una piedra de molino para la moneda, lo que ha generado preocupación por el daño duradero a la economía estadounidense, que podría mantener bajas las tasas de interés y el crecimiento durante años”.

Ahora, no anotemos toda la culpa al haber de la galopante dolencia. Conocedores encuestados por Bloomberg y aludidos también por RT, remarcan que “el dólar ha estado sobrevalorado durante mucho tiempo, y esto podría finalmente ser un catalizador para una tendencia descendente de varios años”. Jack McIntyre, de Brandywine Global Investment Management, se exhibe taxativo: “Como hemos visto antes cuando las valoraciones se han expandido, un golpe político o económico puede cambiar rápidamente la trayectoria de la moneda y eso es lo que parece estar sucediendo gracias al balance creciente de la Reserva Federal, un aumento de la deuda y la forma en que manejamos la pandemia”. Una suma de fuerzas.

¿Colapso?

Aunque diversos entendidos han subrayado lo prematuro de hablar de un colapso del principal medio de cambio, pues todavía representa más del 60 por ciento de las reservas y sigue siendo el más utilizado en las transacciones internacionales, lo cierto es que a mediano o largo plazo los Estados Unidos podrían perder la supremacía, algo cuya explicación encontramos la mar de nítida en un texto de Pablo Sanz aparecido el 28 de julio pasado en la digital Rebelión.

Como antecedente, recuerda que en mayo de 1971 la economía yanqui experimentaba por primera vez en lo que iba del siglo XX un déficit en la balanza comercial. Para corregir este y la devaluación inherente, la administración de Nixon decretó el abandono de los Acuerdos de Bretton Woods, cerrando “una etapa de 25 años de hegemonía monetaria respaldada por el oro. El denominado Nixon Shock emancipaba al dólar de su convertibilidad al oro, inaugurando la época del dinero fíat (sin resplado).

Aunque el gran aumento de la emisión de la moneda sin un aumento proporcional de las reservas de oro podría haber minado su credibilidad, EE.UU. fue capaz de hacerlo sin costes geopolíticos porque su hegemonía militar mundial ya era incuestionable, incluso a pesar de su derrota en Vietnam. El dólar pasó de este modo a buscar su referencia tangible en el petróleo […] se convirtió en la petrodivisa por excelencia de los países exportadores de petróleo, lo que supuso que el foco geopolítico y el teatro de operaciones militares se centraran […] en Oriente Medio y el Golfo Pérsico”.

Sobrevino una época asentada en “la expropiación del señoreaje monetario a los países dolarizados”. Y en que la clave del imperio de la Reserva Federal radica en que la impresión de papel dinero y de dinero electrónico permite a los primeros receptores de esas nuevas cantidades de activos fíat –principalmente el Departamento del Tesoro– pagar sus instrumentos de deuda pública. “Por tanto, el gobierno estadounidense puede utilizar este nuevo dinero antes de que los efectos de una mayor base monetaria se distribuyan por la economía, es decir antes de que suban los precios. En consecuencia, este efecto del señoreaje se utiliza como una vía más de financiación del gasto público, con la ventaja de que es un impuesto encubierto cuyos efectos se notan con un retardo de meses o incluso años, en función de la velocidad del flujo monetario. La deuda pública emitida luego es subastada y adquirida por inversores internacionales, que son los que acaban sufragando la expansión fiscal de EE.UU.”

Convertido en el amo crematístico del orbe, Washington se erigió en el principal favorecido por el acto de producir su divisa fíat, una liquidez posteriormente inyectada en todo el sistema financiero planetario y usada ampliamente para comprar hidrocarburo, materias primas, o realizar las principales inversiones en los mercados de los cuatro puntos cardinales.

“La pérdida de la soberanía monetaria de muchos países es consecuencia de la dolarización de la economía global, proceso en el que numerosos países van perdiendo de facto el privilegio de obtener recursos de la simple producción de dinero en su moneda nacional cuando esta en la práctica va siendo desplazada por los dólares que pone en circulación la Reserva Federal”. Dinámica que, advierte el analista, entraña una secuela negativa para muchos, obligados a afrontar una inflación importada en caso de que los precios en la Unión aumenten en mayor grado que los de la propia economía.

Con el descrito ardid, los Estados Unidos pudieron consolidarse como la gran potencia en el último tercio del siglo XX. Tal alega Sanz, mediante la hegemonía monetaria y “expropiando el señoreaje”, controlaban de hecho la política económica de sus aliados, a la vez que impedían, retrasaban o condicionaban –aún lo hacen– de forma relativamente fácil el despegue de ellos y los otros subordinados. “Las directrices del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional quedaron además anudadas al dólar, por lo que muchos gobiernos tuvieron que aceptar las condiciones de estos organismos multilaterales (con sede en EE.UU.), pues lo contrario podría significar no recibir más préstamos ni ayudas.”

Así las cosas, el Consenso de Washington trató en los años noventa de eternizar este poderío sobre la economía occidental, perjudicando especialmente a América Latina. Numerosas naciones, rememora el articulista, tuvieron entonces que proceder a franquear las importaciones, con particular énfasis en la eliminación de las restricciones cuantitativas. “La liberalización de las barreras a la inversión extranjera directa y la privatización de las empresas estatales supusieron la dependencia de sus gobiernos y poblaciones a los intereses e injerencias de Washington. Además, como consecuencia de la dolarización, se produjo una falta de demanda de las divisas locales en favor de una mayor demanda del dólar. Como resultado de todo ello, muchos países hasta el día de hoy han quedado a merced de la política monetaria de la Reserva Federal, que responde a los intereses geopolíticos de la Casa Blanca y ésta a su vez a los del complejo militar-industrial, que es el que, a fin de cuentas, financia a los grandes mass media y las campañas electorales de los candidatos demócratas y republicanos”.

Conforme al comentador, con el tiempo se ha ido produciendo una amplísima brecha entre la economía real y la financiera. “La crisis de 2008 y ahora su continuación o reanudación, en 2020, catalizada por la pandemia, muestran que el sistema económico occidental pivota sobre un país donde la cantidad de dinero está creciendo más rápido que su producción. EE.UU. lleva décadas sin producir de forma significativa en relación a las inmensas bolas de deuda, cada vez más grandes, colocadas en los mercados financieros, en el balance de su banco central y en el pasivo de las economías domésticas y familiares. El shock de la pandemia simplemente ha vuelto a mostrar la tremenda debilidad de la gran potencia mundial, que ha tenido que recurrir a la emisión masiva de deuda y a la inyección de liquidez para estimular urgentemente la demanda, mediante subsidios y prestaciones a su población, para que consuma. Incluso con una alarmante tasa de desempleo y un número creciente de insolvencias empresariales, el supremacismo monetario de EEUU ha permitido meter en el sistema tres billones de dólares en un brevísimo lapso de tiempo, para volver a estimular el consumo y la compra de acciones bursátiles y deuda corporativa […], generando una falsa sensación de recuperación y confianza”.

Resumiendo, la actual crisis de la economía mundial resulta fruto de un sistema manipulado por la Reserva Federal y un rimero de bancos centrales, tales como el europeo, el japonés, representantes de la tríada imperialista.

Coincidamos con Sanz asimismo en que imprimir dinero cada vez que la codicia y la mala praxis de los banqueros y financieros causa graves daños a sus países significa la socialización de las propias pérdidas, un autosalvamento con dinero nuevo y gratis que termina empobreciendo al resto de la población, que sufre no sólo el desempleo y la precariedad; igualmente, la devaluación de sus ahorros y el encarecimiento de los productos básicos.

Este panorama trasluce la existencia de una élite parasitaria y enriquecida a costa de una enorme masa precarizada, expropiada, a la que “si se le reparten prestaciones e ingresos mínimos es para que no cese de consumir”. Y que continúe el ciclo del capital. En criterio del observador, quizás únicamente una fase de hiperinflación causada por la creación de tanto dinero sin respaldo pueda próximamente motivar un replanteamiento de las bases de la economía y sobre todo una respuesta de las multitudes encaminada a cambiar de raíz las estructuras de poder regidas por las finanzas mundiales.

Por lo pronto, ante factores como la COVID-19 y el crack de los industrializados, en franca recesión, China, uno de los escasos sitios que registran incremento del PIB, se está erigiendo en el nuevo centro de actividad económica, por lo que, remarquémoslo, el papel del yuan también se está vigorizando. En particular, el “dragón” busca usarlo en las transacciones con participantes en la iniciativa “Un cinturón, una ruta”.

Se sabe que la primacía del dólar estadounidense ha obedecido a las peculiaridades de la antigua estructura del comercio mundial, pero como observa Liu Dian, investigador interpelado por Sputnik, si anteriormente “las industrias de muchos países en desarrollo estaban vinculadas a las cadenas de producción de Estados desarrollados”, y por ende “la producción de baja tecnología con uso intensivo de mano de obra se subcontrataba en los países en desarrollo, y los productos terminados se vendían principalmente en los mercados desarrollados”, hoy en día, “con la crisis de muchas economías desarrolladas causada por el brote del coronavirus, el equilibrio se está desplazando hacia los mercados emergentes. Por lo tanto, un aumento de la participación del yuan en el comercio mundial es natural”.

Liu considera probable que el yuan llegue a ser en un inicio una moneda de comercio regional. Los miembros de la ASEAN se han convertido en el mayor socio comercial de China: el volumen del intercambio mercantil ha crecido anualmente alrededor de seis por ciento, hasta alcanzar los 140 000 millones de dólares, en tanto el trasiego del gigante con EE.UU. y la Unión Europea ha disminuido, debido a la pandemia (y a las sanciones de Washington, ¿no?). Se estima que la demanda del medio de cambio asiático seguirá despegando, pues la COVID-19 ha obligado a Occidente a adoptar políticas de tasas de interés ultrabajas para salvar su economía, mientras Beijing ha logrado una línea monetaria moderada.

Lo cual hace que su mercado devenga atractivo para los inversores, porque el rendimiento de sus valores resulta ingente en comparación con el del Oeste, con un nivel de riesgo similar. Según un serio pronóstico, para finales de la década el también conocido como renminbi podría derivar en “la tercera moneda más grande del mundo”. ¿El futuro? Tal vez no anduvo descaminado Jim Rogers al proferir en voz alta la retumbante queja: “Me temo que el dólar estadounidense está llegando a su siglo de dominio y algo más lo reemplazará”.