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El don Helder Camara que yo conocí

Fuentes: Adital

div id=»mudaFonte»> Tomado de una carta, recién divulgada, de don Helder Camara (1909-1999), arzobispo de Olinda y Recife, fechada el 27-28 de mayo de 1969 y dirigida a sus amigos y amigas, a quienes llamaba «familia messejanense» (de Messejana es el distrito de Fortaleza en el que nació): «De repente, a las 13h30min, me llega […]

div id=»mudaFonte»> Tomado de una carta, recién divulgada, de don Helder Camara (1909-1999), arzobispo de Olinda y Recife, fechada el 27-28 de mayo de 1969 y dirigida a sus amigos y amigas, a quienes llamaba «familia messejanense» (de Messejana es el distrito de Fortaleza en el que nació):

«De repente, a las 13h30min, me llega el rumor de que el padre Antonio Henrique había sido asesinado. Busca por aquí, busca por allá, fue identificado en el necrosomio de Santo Amaro, donde había ingresado como cadáver desconocido.

Tenía señales de sevicias increíbles: tres balas en la cabeza, una metida en la garganta, señales evidentes de que fue amarrado por los brazos y por el cuello y arrastrado… 28 años de edad, tres años de sacerdote. Su crimen: trabajar con estudiantes y ser de la línea del arzobispo.

Tuve que verme con sus ancianos padres y darles la terrible noticia.

En el necrosomio -donde permanecimos hasta las 19 h, en que el cadáver fue entregado por los médicos forenses- viví un adelanto de mi propia muerte. Murmullos en la sala. Gente llegando de todos lados. La prensa escrita y hablada tenía orden de ignorar el acontecimiento, pero dimos avisos a todas las parroquias por teléfono y mensajes personales.

Lo llevé a la iglesia matriz de Espinheiro (…)
En la primera concelebración, a las 21 h., tuvimos más de 40 sacerdotes, y la iglesia, enorme, estaba rebosante de jóvenes.
Di un triple mensaje:

-Palabra de fe, a los ancianos padres, transidos de dolor.
-Palabra de esperanza, a los jóvenes con quienes trabajaba él, y asumí el compromiso de que no quedarían huérfanos.
-A los fieles que llenaban el templo -una vez más la prensa escrita y hablada tenía orden de rechazar incluso el anuncio pagado del fallecimiento-, les pedí que ayudaran a difundir que a las 9 h habría otra concelebración, saliendo el entierro a las 10 h hacia el cementerio de Várzea, que es el cementerio de la familia.

Leí incluso la nota, firmada por el Gobierno Colegiado, nota que la prensa no divulgará, pero que nosotros trataremos de repartir por toda la ciudad, por el país y… por el mundo».

Hace pues 40 años que el P. Henrique Pereira Neto fue asesinado en Recife.

El coordinador

Conocí a don Helder Camara -cuyo centenario de nacimiento habría conmemorado el último día 2 de febrero- cuando era obispo auxiliar de Rio de Janeiro, en los años 60. Hombre de muchos talentos y trabajos, también se encargaba de la Acción Católica, movimiento que también incluía el llamado A, E, I, O, U (JAC, JEC, JIC, JOC, JUC). Yo participaba en la dirección nacional de la JEC (Juventud Estudiantil Católica). Don Helder nos coordinaba, se preocupaba por matricularnos en alguna escuela, con beca, y de asegurarnos recursos para el trabajo, como pasajes aéreos que posibilitaba a los dirigentes del movimiento viajar por todo el país. Gracias a su prestigio se nos abrían las puertas.

Aunque él nos asegurase el «por mayor» a veces padecíamos en el «por menor». Vivíamos en Laranjeiras -12 muchachos de la JEC y de la JUC (Juventud Universitaria Católica)-, en un apartamento de tres cuartos, ¡verdadera república de pobretones¡ Allí se hospedaban con frecuencia los líderes estudiantiles Betinho, de Minas Gerais, y José Serra, de Sao Paulo. Teníamos recursos para viajar y una oficina bien montada en la calle Miguel Lemos, en Copacabana, pero no siempre para la voracidad de nuestro apetito juvenil…

En aquella época el gobierno de Kennedy, preocupado con la penetración del comunismo en América Latina, creó el programa llamado «Alianza para el Progreso»: donaba leche y queso en cajas de cartón para los pobres del Brasil. Parte de la cuota de la Iglesia iba para nuestra alimentación. Como las cajas quedaban por meses en el puerto, se humedecían y el alimento se deterioraba. Tuvimos serios problemas de salud por comer el queso de Kennedy y beber la leche de Jacqueline…

El emprendedor

Además de los dos años que estuve en la dirección de la Acción Católica (1962-1964) conviví con Helder Camara durante el último período de su vida; anualmente participaba yo, en Recife, en la Semana Teológica promovida por el grupo Iglesia Nueva. Nunca dejaba de visitarlo en la iglesia  de las Fronteras, donde residía.

Hombre pequeño y frágil, don Helder tenía unas características curiosas: casi no se alimentaba. Todos decían que comía como un pajarito. También dormía poco, tenía un extraño horario de sueño: se acostaba hacia las once de la noche y se levantaba como a las dos de la madrugada, se sentaba en una silla poltrona y se entregaba a la oración. Era, cómo él decía, su «momento de vigilia». Rezaba hasta las cuatro, dormía otra hora u hora y media, y se levantaba para celebrar misa y comenzar su jornada.

En los años 60 don Helder encabezaba, en Rio, la Cruzada San Sebastián, proyecto de desfavelización creado por él. A pesar de la meritoria intención de facilitar a los pobres condiciones dignas  de vivienda, no tuvo éxito: sin entradas suficientes o desempleados, los habitantes de las favelas eran trasladados a un apartamento que luego intentaban subarrendar, o arrancaban el baño, la pila, los grifos, para lograr dinero para comer.

¿Cómo obtenía recursos don Helder? Había un programa de gran sexito en la televisión, en el que se sorteaba una persona de la concurrencia, la colocaban en una cabina cerrada, a partir de la cual la escogida no conseguía divisar nada de lo que pasaba fuera. El auditorio, repleto de objetos: automóvil, televisor, nevera, reloj, pinzas, cortauñas… una cantidad de objetos.

Don Helder fue invitado por el patrocinador del programa para preguntar al señor Joaquín, obrero que tuvo la suerte. «¿Cambia usted esto por aquello?» Joaquín no tenía ni idea de lo que le estaban proponiendo, sólo tenía que responder sí o no. Eso unas seis o siete veces, hasta que, acabadas las preguntas, el objeto del último cambio era el premio merecido.

El auditorio, tratando de ayudar al obrero, se lamentó cuando Joaquín dejó de ganar un auto por preferir, jugando sin ver, un abridor de latas. El presentador lo lamentó al entregarle el premio. «Usted tuvo la oportunidad de ganar este auto o aquella nevera, pero insistió en el abridor de latas… Queremos agradecer, en nombre de nuestros patrocinadores, la presencia de don Helder, y aquí va un cheque para las obras de la Cruzada San Sebastián».

Don Helder, genio de la comunicación, dio vuelta y propuso: «Señor Joaquín, ¿cambia usted esto (el cheque) por ese abridor?» ¡Y le entregó el cheque al obrero!

Al día siguiente, en la sede de la Acción Católica, comentamos con él: «Pero don Helder, el señor se quedó con el dinero de la Cruzada, ¡una contribución importante! ¿Cómo va a obtener algo semejante?» Y él contestó: «Ah… ustedes no tienen ni idea: lo que perdí en el cheque lo gané en publicidad. Vendrán mayores recursos».

 El articulador

Hombre de mil actividades, dotado de profundo sentido crítico, don Helder tenía el don de dialogar con cualquier persona, de cualquier nivel. Figura muy carismática, era difícil que alguien lo considerara enemigo después de hablar personalmente con él, aunque siguiera discordando de sus ideas.

Espíritu gregario, donde don Helder llegara se juntaba la gente en torno a él. Fue quien creó la CNBB (Conferencia de Obispos del Brasil), inventando las conferencias episcopales, y el CELAM, el consejo de los obispos de América Latina. Todos esos organismos que, en alguna forma, descentralizaron la Iglesia romana, salieron de la cabeza del obispo que, para desgracia de los militares golpistas, fue nombrado arzobispo exactamente en 1964. El papa lo nombró para Sao Luis y días después lo transfirió a la arquidiócesis de Olinda y Recife, en la que permaneció hasta su muerte.

El agitador

Don Helder despuntó en 1972 como fuerte candidato al Premio Nobel de la Paz. Hoy sabemos que no ganó el premio por dos razones: primero, por presión del gobierno de Médici. La dictadura se vería fuertemente sacudida en su imagen exterior en caso de que fuese laureado. Incluso dentro del Brasil don Helder era considerado persona non grata. Censurado, nada de lo que el «obispo rojo» hablaba era reproducido o reseñado por los medios de nuestro país.

La otra razón: celos de la Curia Romana. Ésta consideraba una indelicadez por parte de la comisión noruega del Nobel de la Paz el conceder  a un obispo del Tercer Mundo un premio que debiera ser dado primero al papa.

En los años 70 él era la única figura brasileña que competía, fuera del país, con el prestigio de Pelé. A donde iba llenaba los auditorios. Era tal su carisma que en 1971, en París, invitado a hablar en un auditorio en que cabían dos mil personas, tuvieron que trasladarlo al Palacio de Deportes, donde caben doce mil.

Un día el gobierno militar, preocupado con la seguridad del arzobispo de Olinda y Recife, temiendo que le sucediera algo y recayera la culpa sobre la dictadura, envió delegados de la Policía Federal a ofrecerle un mínimo de protección. Le dijeron: «Don Helder, el gobierno teme que algún delincuente le amenace y recaiga la culpa sobre el régimen militar. Estamos aquí para ofrecerle seguridad». Y don Helder reaccionó: «No necesito de ustedes, ya tengo quien cuide de mi seguridad». «Pero, don Helder, usted no puede tener un cuerpo de seguridad privado. Todos los que tienen servicio de seguridad deben registrarlo en la Policía Federal. Ese equipo debe ser conocido por nosotros, incluso debido a la portación de armas. Usted debe decirnos quiénes son las personas que cuidan de su seguridad». Don Helder respondió: «Pueden anotar los nombres; son tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo»

El denunciador

Don Helder vivía  en una casa modesta al lado de la iglesia de las Fronteras. Con frecuencia las personas que tocaban la campana eran atendidas por el mismo arzobispo. Cierta noche la policía hizo una batida en una favela de Recife, en busca del jefe del tráfico de drogas. Confundió a un obrero con el hombre buscado. Lo llevó a la comisaría y empezaron a torturarlo. La lógica policial era ésta: si el tipo calla y no habla es porque es importante, entrenado para guardar secretos. Los vecinos y la familia, desesperados, se apostaron ante la comisaría y oyeron los gritos del hombre. Hasta que alguien tuvo la idea de sugerir que la esposa del obrero recurriese a don Helder.

La mujer llamó a la iglesia de las Fronteras: «Don Helder, por el amor de Dios, venga conmigo porque en la comisaría del barrio están matando a mi marido a golpes». El prelado la acompañó. Al llegar allá el comisario quedó asustadísimo: «Eminencia, ¿a qué debo el honor de su visita a esta hora de la noche?» Don Helder explicó: «Doctor, vine aquí porque hay un equívoco. Ustedes prendieron a mi hermano por equivocación». «¿A su hermano?»  «Sí, fulano de tal -dio el nombre- es mi hermano». «Pero don Helder -reaccionó el comisario-, discúlpeme, pero cómo iba a adivinar que es su hermano. ¡Ustedes son muy diferentes!» Don Helder se aproximó al oído del comisario y susurró: «Es que somos hermanos sólo por parte de padre». «Ah, comprendo, comprendo», y soltaron al hombre.

Eran jugarretas de don Helder, capaz de atrevimientos proféticos que provocaban cierta envidia entre los obispos. Él tenía muchos aliados en el episcopado, pero también quien envidiase su prestigio mundial.

Durante el tiempo que estuve en la cárcel, don Helder movió una intensa campaña en el exterior denunciando a la dictadura brasileña. El gobernador de Sao Paulo, Abreu Sodré, trató de llevarlo a juicio. Alegaba tener pruebas de que don Helder era financiado por Cuba y Moscú. Algunos obispos se quedaron sin saber qué hacer, como sucedió con el cardenal de Sao Paulo, don Agnelo Rossi, amigo del gobernador y de don Helder. No fue capaz de asumir una posición firme en la contienda. Después la denuncia cayó en el vacío, no había pruebas, solamente recortes de periódicos.

Le incomodaba al gobierno ver desmoralizada, por el discurso de don Helder, la imagen que la dictadura quería presentar del Brasil en el exterior, negando las torturas y los asesinatos. Él siempre hacía resaltar que si el gobierno brasileño quisiera probar que él mentía, pues que abriese las puertas del país a fin de que llegaran a investigar comisiones internacionales de derechos humanos, como hizo la dictadura de Grecia. La dictadura griega era militar, pero abrió las puertas para investigar, lo que el gobierno brasileño, evidentemente, nunca hizo.

Si nosotros hoy en la Iglesia hablamos de derechos humanos, y específicamente en la Iglesia del Brasil, que tiene una historia ejemplar de defensa de esos derechos, a pesar de todas las contradicciones, eso se debe al trabajo de don Helder. Ningún episcopado del mundo tiene una agenda semejante a la CNBB en la defensa de los derechos humanos. Comenzando por los temas anuales de la Campaña de la Fraternidad: enfermos, deficientes, niños, indios, vida, seguridad, etc. Eso es realmente un historial, algo ya sedimentado. También las Semanas Sociales, que las diócesis, cada año, promueven por todo el Brasil, favorecen la articulación entre fe y política, sin caer en el fundamentalismo.

Don Helder decía siempre: «Cuando hablo de los hambrientos, todos me llaman cristiano; cuando hablo de las causas del hambre, me llaman comunista».

Eso demuestra bien la incomodidad que causaba. No era un obispo que hablaba sólo de quien pasa hambre, sino también de las causas del hambre y de la miseria, lo cual incomodaba al sistema que se niega a tratar las causas de la miseria porque forman parte de su propia lógica.

[Autor de «Bautismo de sangre», entre otros libros.
Traducción de J.L.Burguet]