El terreno abonado por medios privados, periodistas ‘libres’, ONG bien fondeadas desde el Norte y grupos disímiles parecería un buen augurio para las derechas ecuatorianas. Con su intensivo trabajo han intentado desfigurar y hasta deslegitimar conceptos y valores progresistas y revolucionarios. Y, ahora, parecería que lo ‘in’, lo bacán, lo de última moda, es ser […]
El terreno abonado por medios privados, periodistas ‘libres’, ONG bien fondeadas desde el Norte y grupos disímiles parecería un buen augurio para las derechas ecuatorianas. Con su intensivo trabajo han intentado desfigurar y hasta deslegitimar conceptos y valores progresistas y revolucionarios. Y, ahora, parecería que lo ‘in’, lo bacán, lo de última moda, es ser liberal moderno; hasta escuché que hay quienes se declaran liberales comunistas. Esas derechas y sus máximos representantes han creado la ilusión de que, por contar con todo ese apoyo, el Ecuador entero se inclina por el liberalismo más ortodoxo y por dejar de lado toda posibilidad de construir una sociedad igualitaria, equitativa y solidaria.
Por todo lo que ocurre con la situación económica, surgen con más fuerza los lugares comunes usados en su momento contra los países socialistas. Por ejemplo, que no se construía riqueza, sino que se socializaba la pobreza, que la propiedad privada era la única que generaba riqueza real o que el Estado succiona toda riqueza social y todo ello por culpa del ‘modelo’. Algo así también dijeron del gobierno de Salvador Allende y luego se descubrió que la ‘crisis económica’ había sido forjada para crear escasez y restricciones.
Y en todo eso el actor más atractivo para las derechas es la clase media. No son precisamente los pobres. Con ellos asumen otro comportamiento y discurso. Pero con la clase media actúan cooptándola, financiando sus protestas, pero sobre todo gestando una insatisfacción sobre su porvenir. Es más, con ella crean la ilusión de que un día serán como sus clases altas: podrán gastar, consumir, gozar y disfrutar de los bienes y parabienes que da la acumulación de capital, la rentabilidad y el atesoramiento de una riqueza y hasta cierta nobleza.
¿No ocurre así cuando algunas jóvenes de clase media, presentadoras de televisión o bailarinas, se exhiben en la pantalla y luego se casan con hombres ricos, de derecha, bien fondeados? ¿No son ellas quienes luego defienden los valores de la familia, la tradición y la propiedad privada? ¿Y no son ellas las que se erigen en ese modelo de ‘progreso’?
Lo mismo pasa con los ‘intelectuales orgánicos de la derecha’. Claro, surgen de las clases bajas o medias, estudian, desarrollan su talento intelectual, se instalan en círculos donde reciben buenas remuneraciones y elogios desde banqueros, empresarios o de los medios de comunicación privados. Entonces escriben en defensa de los principios liberales, conservadores y del mercado. Claro, con eso pasan muy bien en los cocteles, reuniones y festividades de las clases altas a las que son invitados regularmente y en las que se gastan en vestirse muy bien, tal como sus jefes y anfitriones.
Esos intelectuales orgánicos de la derecha son el sustento teórico y conceptual también del discurso ‘popular’ de las clases altas. Y Ecuador está cargado de ejemplos de esa naturaleza. Pero hoy también esos intelectuales quieren cambiar la historia, interpretar las obras de teatro de clásicos autores que imaginaron su dramaturgia para otros momentos y contextos.
El dramaturgo noruego Henrik Ibsen escribió a finales del siglo XIX una obra no muy conocida, pero muy significativa: Un enemigo del pueblo. Ella es un elemento capital para entender la sociedad de esos tiempos, la relación entre el poder local, la prensa y las clases altas. El personaje principal es el doctor Stockmann, quien descubre que el agua del pueblo está infectada y lo denuncia. A partir de ahí pone en escena una tensión entre las fuerzas sociales, los líderes, el alcalde y el mismo pueblo. Pero Stockmann, más allá de sus razones, está convencido de que, como le dice a su mujer: «Siempre es una satisfacción saber que tengo de mi parte a la prensa liberal e independiente. Además, ha venido a verme el presidente de la Sociedad de Propietarios». Pero en su intento de denunciar semejante peligro -como describe literalmente una de las mejores reseñas de la obra- «se enfrenta a los poderosos de la ciudad, a los periodistas y a los medios de comunicación, incluso a su propio hermano, el alcalde. El doctor combate encarnizadamente contra todos los sectores poderosos de la comunidad, diciendo aquello que nadie desea oír. Se lo señala como traidor y todo el pueblo complota para hacer imposible su vida y la de su familia, llegando incluso a ponerlos en riesgo».
Y ahora, en Ecuador, han surgido unos dramaturgos y actores para interpretar esta obra con un afán político (legítimo), que más huele a un servicio patriótico a la derecha ecuatoriana desde intelectuales de la clase media.
Orlando Pérez es el Director del diario El Telégrafo.