Podríamos deducir de todo aquello que está sucediendo en nuestro mundo, porque la mayoría de indicativos así lo confirman, que el peligro nos acecha desde hace tiempo. Y que en vez de procurar reinventarnos para salvar los trastos, estamos activando todos los interruptores que bloquean las alarmas. Son muchos los acontecimientos que podríamos tener en […]
Podríamos deducir de todo aquello que está sucediendo en nuestro mundo, porque la mayoría de indicativos así lo confirman, que el peligro nos acecha desde hace tiempo. Y que en vez de procurar reinventarnos para salvar los trastos, estamos activando todos los interruptores que bloquean las alarmas.
Son muchos los acontecimientos que podríamos tener en cuenta y, tristemente, una sola la conclusión final: han asestado un duro golpe a Europa. Pero claro, lo que con gran esmero y una preparación exquisita ha ido sucediendo, ha contado con la colaboración de ilustres ciudadanos europeos y, como pasa siempre en estos casos, con nuestros mal llamados líderes y una enorme cantera de desinformadores que no para de crecer. Mario Draghi ha sido, por poner un ejemplo, uno de los grandes artífices del robo. Lo saben muy bien en Grecia y en Italia, y España también ha temblado gracias a la orquestada crisis financiera. El dato de la deuda pública hispana dice bastante de lo acontecido (en apenas diez años la deuda ha pasado de 383.798 millones en 2008, a 1,174 billones de euros en 2018).
Tal y como escribe el economista Fernando G Jaén, «…la crisis generada por los deudores, la tienen que pagar los ahorradores, mayor contrasentido imposible… salvo que aceptemos que la economía es manejo de los asuntos por los poderosos, como viene siendo a lo largo de la historia de la Humanidad; eso sí mediante discursitos convincentes y técnica que enmascare la realidad a ojos no avisados…». Pero es mucho más importante entretenernos con banalidades y con nevadas e inundaciones. Europa va a necesitar mucho tiempo para reincorporarse de nuevo, y probablemente eternidades para regresar a la paz social y política que estuvo a punto de extenderse en el continente. Tal y como lo testifica Jaime Richart, la estafa es desoladora.
Pensándolo fríamente, resulta desalentador llegar a la conclusión de que los medios de comunicación tienen tanto poder que nada podemos hacer contra ellos. Y esto no es algo nuevo. Lo escribió Jhon Swinton en 1880… «No existe en América prensa libre ni independiente. Ustedes lo saben tanto como yo. Ninguno de ustedes se atreve a escribir su opinión honestamente y saben también que si lo hacen no serán publicadas. Me pagan un salario para que no publique mis opiniones y todos sabemos que si nos aventuramos a hacerlo nos encontraremos en la calle inmediatamente. El trabajo del periodista es la destrucción de la verdad, la mentira patente, la perversión de los hechos y la manipulación de la opinión al servicio de las Potencias del Dinero. Somos los instrumentos obedientes de los Poderosos y de los Ricos que mueven las cuerdas tras bastidores. Nuestros talentos, nuestras facultades y nuestras vidas les pertenecen. Somos prostitutas del intelecto. Todo esto lo saben ustedes igual que yo«.
Si no, ¿puede alguien explicarme cómo es posible que nuestro continente se haya dejado arrastrar por la deriva de las políticas estadounidenses, favoreciendo plenamente a entidades financieras y corporativas dirigidas por unos pocos para ir amordazando a la población a un capitalismo de lucha y fricción continua, donde millones de habitantes quedan abandonados a la suerte? ¿Puede alguien, por favor, hacernos ver cómo es posible que años y años de barbarie política y bélica han ido imponiéndonos sin que nadie, absolutamente nadie renegara de ello?
La desmantelación de entidades políticas soberanas y el secuestro de la libertad llevan tanto tiempo instalados en nuestras mentes que ya es tarde. Todo un complejo entramado de poder, que instauró vías institucionales a través de un sistema de partidos envenenado, y una perfecta articulación con las élites perforaron hasta el tuétano el esqueleto de las democracias. Pero la labor de la prensa y la televisión y, ahora de las redes sociales, ha sido tan sofisticada que resultaba arduo poder llegar a concluir en debates de sobremesa que no existía tal democracia. Recuerdo muchas situaciones vividas con desconcierto. Casi nadie se hacía eco de esa llamada de socorro, y enarbolados por una sociedad de consumo que podía dispensarnos logros de vida perfectamente materializables, no eran pocos los que respondían que me fuera a vivir a Irán, o a Somalia, a ver si entonces alteraba yo mi discurso sobre el capitalismo. También era común defender que a lo largo de la Historia íbamos en un continuado logro de bienestar en términos generales.
Me temo que el castillo construido, casi siempre sobre ilusorias conquistas, está cayéndose a pedazos, como caen los andamios levantados sin armazón ni sentido. Aquellas lamentables hazañas constitutivas de compra son ahora deuda, o enorme sacrificio de vida. Y bolsas enormes de población son ya pasto de la pobreza, de la desigualdad y del abandono. Ya no hay vuelta atrás. El estado no va a sufragar los efectos colaterales del neoliberalismo. La privatización ya es germen infeccioso, y serán pocos quienes puedan vivir silbando la jubilación. Todo un éxito para los impulsores del sueño americano, ya cimentado en todos los rincones del planeta. Todo un fracaso para la civilización.
Se acabó lo que se daba. Los continuados ataques a Iraq, Libia o Siria, no son sino una parte del juego. Europa sigue en la diana. Había que colapsarla como fuera, aligerar su bienestar y endeudarla, instalarla en un conflicto permanente y no permitir, bajo ningún concepto, su alianza con Rusia. Ello derivaría en una situación catastrófica para los Estados Unidos, y como son éstos quienes nos guían, hemos ido directos al precipicio. Seguimos jugando a las redes, seguimos a Hollywood, seguimos enfrascados en series que nos alivian de la vida cotidiana, seguimos al «me too», seguimos la supuesta línea de flotación de ongs y movimientos poco anti-imperialistas, seguimos los grandes eventos deportivos, seguimos a partidos que hacen de colchón de la protesta y no de detonadores de la explosión, seguimos las consignas… y para cuando nos damos cuenta, el delirio. Vaya, llegó el fascismo a Europa.
No tiene gracia, pero tiene guasa. ¿Qué queríamos? Duros a cuatro pesetas. Creer en su democracia y volar sin alas. La caída va a ser demoledora. La OTAN no se anda con tonterías, y nosotros no solo no nos hemos protegido, sino que proseguimos en la inopia. El gobierno español acaba de aprobar un presupuesto de 7.331 millones de euros para proseguir la guerra. Solo esto ya debería causar una repulsa social sin precedentes, que no debería dejar títere con cabeza. Pero nuestras movilizaciones vienen marcadas, como las cartas que usan los tramposos. Y no hay feminismo mayoritario consciente de desmilitarización, ni Podemos que nos salve de la quema, ni juventud emancipada del capital, ni actores dignos de tener en cuenta, ni protestas por las guerras ni transiciones hacia un nuevo hogar. Tan solo hay adscripción unidireccional, y ésta nos lleva a la continuación del dolor. Curiosamente se rechaza y boicotea a quienes no nos invaden y hay un seguimiento masivo de la incongruencia. La jugada es de tal envergadura que asusta. Millones de personas creen reforzar sus ideas progresistas porque muestran su rechazo a Trump (por poner un ejemplo) y, al mismo tiempo, eso les envalentona para pasar el tiempo en sus perfiles, creyéndose impulsores de alguna extraña revolución. Es un excelente método para desgastar fuerzas, para redirigir el problema a otro lado.
Nadie se acordó de Libia, ni de Siria. De Yemen lo harán dos después de haber dejado al país en la hambruna y la desesperación. Pero ello no importa, porque con 7.331 millones van a dar carga de trabajo a la planta que tiene Navantia en Ferrol, y los trabajadores quedarán contentos, porque lo que importa es el pan y no las armas. Es deplorable constatar que ellos se pueden convertir en «grupo de presión» para que su gobierno les de trabajo a través de la industria armamentística. Raya el delito, y en vez de manifestarse por repudiar las bases militares lo hacen para conseguir un jornal a cualquier precio. Si, a cualquier precio. Nunca la clase política que pretende ser de izquierdas llegó tan bajo. Y ello tampoco es casual. El contexto en el que estamos no solo lo facilita sino que hasta lo fagocita.
Aunque no lo parezca, así es. Estamos en un ataque continuado a Europa, somos el cebo perfecto, y de rodillas nos sometemos y blindamos todas las fronteras con tanques y soldados, porque el «enemigo nos acecha» (Putin). Cuando en realidad el enemigo vive entre Israel y la Casa Blanca, y sus encargos son recibidos sin rechistar y bombardeamos lo que haga falta, hasta en nuestro propio suelo. Y si hay que eliminar Yugoslavia, se elimina, y si hay que activar la política expansionista con el fascismo, se incentiva. Ucrania es un claro ejemplo de ello. Bueno, en realidad Ucrania es el ejemplo más claro y que mejor constata la existencia de todas y cada una de las impresiones que estamos barajando: nos hicieron creer que había una revolución (Euromaidan), y nos la metieron doblada. Se ejecutó un golpe de Estado contra el gobierno electo del 2014, y se puso en el poder a un gobierno fascista, seleccionado personalmente por la subsecretaria de Estado de EEUU, Victoria Nuland, como representante de Obama para la operación de cambio de régimen. Hablamos de un país al que se ha obligado a doblegarse a los intereses de la Unión Europea y de EEUU, recurriendo sin tapujos a grupos violentos nazis e instaurando un clima de tensión que ahora (vaya por dios), nos muestra sus dentelladas. Y, lógicamente, ese clima apuntará a encontronazos con Rusia.
En Estados Unidos los planes de expansión tienen un único objetivo; trasladar las guerras a otros territorios, minar las fuerzas de quienes pueden hacerle oposición, y decapitar a quienes tengan el valor de prometerles desobediencia. Nosotros somos sus vasallos, y terminaremos llenando las calles, como ellos, de huérfanos e indigentes, de desplazados e inmigrantes, de recolectores de sueños y de excombatientes. Los datos asombrarán, pero llegarán aquí con tal rapidez que para entonces ya no habrá tratamiento. Para entonces, tendremos una deuda pública desorbitada, una tasa de paro estructural muy peligrosa, unos salarios aún más constreñidos, una educación y sanidad más privatizada, una oferta cultural elitista (a la que solo podrán acceder las rentas media-altas) y una perversa clase política enmarañada en la más reaccionaria de las etapas hasta ahora conocidas en la modernidad. Pero eso sí, tendremos el honor de respaldar la mejor liga del mundo.
Los peores tentáculos del capitalismo ya nos han abordado. El neoliberalismo y el fascismo van de la mano y les queda un largo recorrido. El uno no se puede entender sin el otro. Y no, no es el nacionalismo el mal que acecha Europa. Son esas políticas degradantes incorporadas en Europa con fuerza desde años antes de que nos inocularan la supuesta crisis. Son los servicios a la banca y los pagos de la deuda. Son la austeridad y la violencia. Son las guerras y un poder centralizado alejado de la ciudadanía. Son los presupuestos insolidarios. Son la oligarquía y la desigualdad. Son la privatización y la prepotencia. Son las miserables condiciones a la que nos someten. Y todo ello, ha venido para quedarse un tiempo.
Estamos en la boca del lobo, y salir de ella va a tener un alto precio. O la revolución, o la más decadente de las fases históricas vividas en Occidente desde la segunda guerra mundial.
P.D. ¡No querías taza, pues toma taza y media!. Y recuérdalo, cuando se vaya Trump, entonces comenzará a llegar la verdadera demolición, porque él está ahí para despistar, para acoger en su seno todas las iras, mientras entre bambalinas, se extiende la peste.
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