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El entusiasmo y el pensamiento revolucionario

Fuentes: Rebelión

La teoría no es para los entusiastas, pensaba Hegel. Si eso se asume de mecánica y automática, terminará derivando en pensamiento elitista y discriminador. No propongo hacer la oda a la frase del filósofo alemán. Sino en clave leniniana, pensar en ella. Por tanto, extraer lo que pueda ser útil hoy a más de un […]

La teoría no es para los entusiastas, pensaba Hegel. Si eso se asume de mecánica y automática, terminará derivando en pensamiento elitista y discriminador. No propongo hacer la oda a la frase del filósofo alemán. Sino en clave leniniana, pensar en ella. Por tanto, extraer lo que pueda ser útil hoy a más de un revolucionario.

La práctica lleva consigo en todo momento, una teoría detrás. Cada movimiento, cada acción, lleva implícita una lógica, un orden, organización; sea quien lo haga consciente o no. Así, podemos comprender racionalmente, o hallar una explicación al movimiento de la tierra alrededor del sol, aunque sea este planeta claro, no consciente de la forma en que pensamos dicho movimiento. Lo mismo puede hacerse con el devenir de los seres humanos.

Téngase en cuenta que los movimientos -los que realizan los hombres y se pueden entender en relación con otros hombres-, tienen su particularidad: están mediados por la subjetividad. En esta última, se desarrolla -sea el individuo consciente de ello o no- el esquema que produce y auto-produce esas relaciones -intersubjetivas-.

Así que en el estudio de las subjetividades, también permite comparar estas con teorías, o pensamientos repetidos y devenidos en métodos. Esto conduce a que los hechos en la sociedad tiene una estructuración que se corresponde con las formas de las subjetividades que en ella intervienen, por lo que tiene en sí implícita una teoría, al menos, reproduce un comportamiento semejante a alguna.

Por ello, cada práctica social, aunque se piense quien la haga que es pragmática, o que no va de ninguna teoría, siempre está reproduciendo alguna -aunque no lo note-.

De ahí que deba prestarse atención a la subjetividad, porque lo que se procese en esta, y cómo es producido, es muy importante para la vida en sociedad, -por el papel en la actuación de los hombres-.
Es necesario aclarar que no se trata de un subjetivismo, sino de un hecho objetivo: es a través de la subjetividad que los hombres pueden intercambiar la información con todo lo diferente de él, incluyendo a otros hombres, por tanto, a la sociedad. Claro está que no existe la subjetividad pura, aislada, por sí sola. No es esa de la que se habla aquí. La subjetividad de la que se trata aquí es aquella que comprende al hombre como inseparable de su medio, condicionada por este y como ese medio se relaciona con la propia corporeidad del hombre, es decir, se trata aquí a la subjetividad como momento en el que hombre produce su realidad y se produce así mismo. Y es eso, otra de las razones por las que se debe prestar atención a lo que ocurre en ella, por su vulnerabilidad a ser permeada por el contexto.

Ya algunos como Nietzsche se preocuparon por esas cosas oscuras que pueden habitar en la mente humana, pero aquí nos toca otro asunto más puntual de ese proceso: la forma en que visualizamos el futuro, y específicamente, la forma de soñar una sociedad mejor.

Como la subjetividad no es pura, arrastra experiencias, juicios de valor, teóricos, pasiones, y hasta frustraciones ¿hasta qué punto arrastramos eso en nuestro pensamiento político? ¿Hasta qué punto el entusiasmo daña nuestros mejores deseos pueden alejarnos del mejor de los mundos posibles?
Para un revolucionario, esto no es un problema menor. La forma en que entendemos la realidad del hoy, condicionará como vemos o queremos el mañana; este porvenir deseado, el por qué se luche; y este los métodos; y estos, a donde se llegará realmente. Cerrando la cadena, la forma de pensar la realidad en la que vivimos, condiciona a la que se puede llegar en el actuar sobre esta. Por ello, es muy importante la objetividad del análisis.
Una de los errores más comunes del pensamiento teórico, o simplemente del que piense su realidad, es el uso de lógicas trascendentales. Muchas veces se asume de antemano cuál es el problema de la sociedad en la que se vive, y a dónde se quiere llegar. Por eso, no se sabe si eso a lo que se quiere llegar es algo a lo que se puede, o que sí ciertamente corresponde.
La historia da un sinnúmero de ejemplos sobre esto. La aplicación de un modelo de socialismo resultante de las dinámicas soviética, a un campo socialista. El intento de eso mismo por parte de algunas guerrillas estalinistas en América Latina. Incluso el señor Peel (1 pág. 957), quien intentó traer a América su dinámica de vida de la Europa capitalista. Este último, impuso un régimen laboral resultado de la evolución capitalista correspondiente a un espacio geográfico, a otro al que no había llegado a ese nivel de desarrollo. Por eso, al imponer una lógica que no se ajustaba las condiciones en las lo intentaba hacer, la sociedad volvió a la forma que sus condiciones le permitían.
Esa lección nos deja Marx, y es una forma aplicada de aquella idea de Hegel. La realidad hay que estudiarla, pensarla con respecto a sí misma, a su momento y contexto, y no con respecto a lo que se ha generado en otras realidades.
No sé trata entonces de ver si es mejor ciertas maneras de repúblicas, la estructura del poder, formas de participación, y trata menos, de una fija identidad política como capitalismo y socialismo.
En cada una de esas prácticas en las que no se debe incurrir va implícita una noción teleológica de la realidad, donde todo se basa en el punto a dónde se debe llegar, es decir, en cuál es el destino de la sociedad. De esa pensar, se hace todo en la práctica política por llegar a esa finalidad, y en nombre de este, se trazan tareas de lucha revolucionaria.
Estos destinos prefijados me pregunto ¿son el resultado de la comprensión de la propio realidad?
Es muy difícil lograr comprender la verdadera dinámica social, más si se vive en ella, y en momentos cambiantes. El hecho que Smith y otros tantos pensadores no pudieron comprender el capitalismo porque lo vivieron en un momento donde era muy difícil hacerlo, y otros porque no tenían las herramientas para pensarlo, lo prueban.
Pensemos en ello. La realidad tiene muchas determinaciones. Comprender las más importantes, influyentes, es algo que depende mucho de la posición que ocupa el observador, y de cómo procesa esa realidad. Así, el estrato social, el instrumental de análisis -explicito, o implícito en su pensamiento-, y todos los sentimientos resultado de lo anterior, van a jugar un papel importante en cómo se hace el pensamiento. Eso se puede notar en las múltiples lecturas a los acontecimientos, y posturas que se asumen respecto al mismo hecho.
Así, puede tomarse en muchos casos el problema que no es, además se le pone al objeto que se estudia, las teorías resultantes de otro. En cualquiera de los casos, la comprensión del objeto social, será equivocada, como quien intenta medir algo con la herramienta que no le toca.
De la misma manera, la teleología de los estadios sociales se usa frecuentemente, y se termina invirtiendo la cadena que se mencionaba al inicio.
Por eso, para muchos revolucionarios, cuando asumen que el final de la sociedad es el socialismo, o el comunismo, empiezan a ver los problemas de lo que entienden como la idea universal del socialismo o del comunismo, es decir, de su edificación, y hasta se olvidan los problemas reales- respecto a sí misma- que puede tener la sociedad. Con ello, la práctica política puede convertirse en un resultado de un termómetro que no le toma la temperatura al momento y lugar donde este se usa.
Esto no quiere decir que se deba perder el horizonte, sino todo lo contrario. Lo que no debe tenerse como horizonte propio, no el de otro. Tal vez coincidan estos, pero no debe ser el punto de partida de la práctica revolucionaria.

Justo para no perder el horizonte lo que debe hacerse es uno que resulte de la lógica de la realidad en la que se vive. De esta, comprender sus problemas a partir de burlar la enajenación de la teoría (1), y de ahí, no suponer o imponer un rumbo, sino ver a dónde se puede llegar. Así se podrá comenzar a construir la mejor sociedad posible, y luego -si se quiere- póngasele el nombre que se desee.

De eso va lo revolucionario, de ese sentido del momento histórico, no de ponerle un entusiasmo excesivo que intenta imponer algo, que a lo mejor es dañino por no corresponderse con los problemas propios, sino con los que se creen respecto a una hipotética y trascendental finalidad. Vuelvo a Hegel, no solo la teoría, sino que el pensamiento verdaderamente revolucionario, capaz de subvertir el orden existente, no puede ser tan entusiasta.

Bibliografía
1. Marx, Carlos. El Capital I. México : Siglo XXI, 2002.

2. Hayes Martínez, Miguel Alejandro. La ciencia enajenada. La Trinchera. [En línea] [Citado el: 18 de 01 de 2019.] desdetutrinchera.com/marxismo/ciencia-enajenada.

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