Están teniendo lugar en Europa acontecimientos que parecen inexplicables, máxime si se tiene en cuenta el bagaje intelectual de esos cerebros que conducen su marcha, porque ahora, con ocasión de la crisis bélica, parecen haber sido privados de sus virtudes y entregados a una dinámica de sumisión, que a cualquier persona no manipulada pudiera resultar inexplicable. No obstante, si se prescinde de la apariencia, promovida y difundida en interés del negocio de unos y otros a través de los medios llamados de comunicación, el tema empieza a cobrar cierta coherencia, máxime si se entra en el fondo de la cuestión, cuando en el asunto viene a coincidir con poder, dinero y burocracia. Aunque para el sentido común, y en lo que afecta a las masas, o sea, a las sufridas víctimas en general, es sencillamente demencial.
En el centro de la tempestad está la que se ha acabado por llamar Unión Europea, un producto político resultado de pegar con cola en un mosaico lo que fueron Estados soberanos y hoy han pasado a ser fieles, es decir, súbditos del imperio, y para mejor entendimiento, una colonia USA. Sus comienzos económicos, evidentemente convincentes, eran el pequeño cebo para definirse más tarde políticamente, pero no como entidad autónoma, sino como avanzadilla de la política comercial americana. Se vino construyendo desde esa base económica utilizando un elemento clave de persuasión, cuando no de simple sometimiento, tal instrumento de convicción para ganar adeptos había venido siendo el dinero ofertado a gran escala, sembrado luego con profusión en los Estados pobres para deslumbrarlos con el oropel del mercado. Hoy, su producto estrella —el euro— empieza a estar de capa caída y enfilando la bajada a los infiernos, animado por una inflación previamente calculada y provocada por los soberanos del imperio, aprovechando el virus, las escaramuzas comerciales prefabricadas y finalmente la guerra, sin pasar por alto todas esas generosas políticas, apadrinadas por la izquierda capitalista, basadas en el reparto de fondos y acogimientos desinteresados, siguiendo, de otro lado, los intereses del mercado.
La segunda parte que permite mantener a flote el edificio construido es el enorme aparato burocrático. La burocracia estable, la que entiende y atiende al negocio, se arropa en la burocracia móvil, elevada a esa condición por los manejos de la partitocracia y refrendada por las urnas locales, cuyo papel es hacer lo que se le manda, aunque jugando, a veces, a ejercer la diversidad en el foro. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la burocracia está a los suyo, a lo demás, basta con atenerse a que lo operado sirva de justificante para seguir cobrando el salario fijado en nómina y los complementos anejos.
Esto solamente es lo que se observa simple vista, pero hay que ir al fondo de la cuestión, ya que todo en ella funciona así para goce y disfrute del mercado, y de esta manera contar con el apoyo de la superelite, que opera desde el otro lado del océano poniendo de pantalla al imperio, mientras toma las grandes decisiones en todos los frentes de actividad y cosecha los beneficios. Sustancial en este asunto es tomar con referencia la existencia de una superelite del poder capitalista. Lo que implica adentrarse en el terreno de las teorías de la conspiración o simplemente del bulo, al menos para los defensores de la ortodoxia sistémica, Sin embargo, con ello, lejos de confirmarse su inexistencia, sin ningún argumento válido que tampoco la desvirtúe, lo que se hace es alentarla, a poco que se quiera abrir los ojos a la evidencia. La hipótesis parte de un supuesto elemental, quienes disponen de las claves que les permiten dominar el mundo, contando para ello con el poder del dinero, pueden comprarlo absolutamente todo, incluso ocultar su propia presencia, por razones de operatividad y como una estrategia más de dominación, puesto que, desde la sombra, es posible manejar los hilos que mueven el mundo con total discreción. El hecho es que, más allá de posibles especulaciones, de un lado, y de verdades, de otro, lo trascendente no marcha solo y, pocas veces, interviene el azar, máxime de forma continuada, tal como se aprecia en este sistema de orden global capitalista. Identificar la dirección de la marcha del mundo con personas concretas, sería una pérdida de tiempo, porque en el panorama dominado por la apariencia siempre está presente la tendencia a quedarse con la imagen para impedir que se llegue al fondo. El proceso de control del nuevo poder mundial parte de la formación de la inteligencia, que viene a ser la síntesis de las aportaciones de la superelite capitalista, en la que se diseñan las políticas a seguir por los operarios económicos y políticos del sistema global.
Quienes controlan el flujo del dinero, un instrumento que más o menos crea riqueza, empleo, bienestar y compra voluntades personales, se encuentran en disposición de hacer cuanto convenga a sus intereses, porque nadie puede oponerse a sus determinaciones. De otro lado, lo socialmente dominante es que en la sociedad de mercado global están presentes la oferta y la demanda, con lo que todo tiene un precio, determinando la existencia de vendedor y comprador. Al fondo, el asunto se desvía en la dirección de lo que se ha llamado poder, basado en el reconocimiento de la fuerza del que se ve afectado por la voluntad de otro Para darse a conocer, la fuerza del dinero, por si misma, cuenta con un efecto limitado, por lo que precisa ser auxiliada, y más en un sistema global, al objeto de darse a conocer en todo el mundo. Con esa finalidad operan los medios de información, comunicación y difusión, hoy dispuestos para llevar a cualquier punto la determinación de la voluntad del que ejerce el poder.
En la época en la que el interés, tal como observa Hirschman, ha venido a sustituir a la violencia física, al menos en sus comienzos, la apariencia, que no pasa de ser una estrategia del poder, con lo que sigue siendo el dogma dominante operativo, pero perfeccionado. La tapadera es el medio para adecuar la realidad a la estructura formal del sistema, procurando que no queden resquicios por los que se pueda infiltrar la realidad, cuyo conocimiento se ha reservado a una minoría, que reparte en pequeñas dosis a su personal de confianza. Motivo por el cual, hay que guardar las formas para dejar a salvo el fondo de posibles interferencias. De ahí las estrategias, una operativa al margen de los cauces de la oficialidad, para hacer pasar por formal la dirección a seguir por el sistema; en este caso, para que la fuerza del capital continúe presente, reservando sus efectos, traducidos en privilegios para unos pocos, a los que se define como la superelite del poder capitalista. Por lo que, en todo lo que se viene cociendo y se cuece actualmente, puede observarse una estrategia más, en la que los llamados europeos están destinados a sufrir sus perniciosos efectos.
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