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El estado del mundo

Fuentes: Rebelión

Había pensado publicar ayer este tembloroso escrito, cuando los dioses del viento, de la lluvia y de la tempestad parecen haberse apiadado de mí y han rociado la atmósfera que me envuelve con porciones desperdigadas de infimas gotas de agua que en cierto modo me sobrecogen más, pues confirman mis vaticinios que, como se puede […]

Había pensado publicar ayer este tembloroso escrito, cuando los dioses del viento, de la lluvia y de la tempestad parecen haberse apiadado de mí y han rociado la atmósfera que me envuelve con porciones desperdigadas de infimas gotas de agua que en cierto modo me sobrecogen más, pues confirman mis vaticinios que, como se puede comprender, desearía fuesen erróneos o incluso petulantes…
 
El mundo, las sociedades mundiales, cada una a su manera y todas revueltas siguen el curso de su historia sin preocuparse en apariencia del futuro. Los antiguos griegos sólo vivían el presente, es más, en su conciencia faltan el pasado y el futuro como perspectivas creadoras de un cierto orden, y el «extranjero» empezaba allá donde la vista se perdía en el horizonte. En la Era que vivimos, por el contrario, yo creo que ni siquiera se vive el presente, tan agitada, angustiada, desorientada o enajenada vive la inmensa mayoría; y ya no se habla de «extranjero» pues todas las sociedades están comunicadas y condicionadas entre sí, aunque indudablemente unas estén mucho más condicionadas por otras…

El caso es que el conocimiento generalizado relativo a lo que denominamos globalidad nos pone al corriente a todos cuantos miramos al cielo y lo observamos, acerca del peligro cierto, y cada día que pasa más grave, de lo que en ese futuro en puertas nos espera, y peor aún el que nos espera   mañana; conocimiento que lo agota la especifidad del examen y estudio de individuos aislados, de la comunidad científica y de organismos internacionales no gubernamentales. Observación y conocimiento que, aparte los directos y personales de individuos especialmente sensibles y dada la información hoy día sobre ésta y todas las materias adquirida sin esfuerzo alguno, dan como resultado la percepción del peligro inminente que corren primero la naturaleza y luego la humanidad. Tan inminente que pareciese que en cualquier momento pudiéramos pa¬sar de la tan visible y progresiva degradación global, al súbito cataclismo directo o en cadena.

Y si la causa de las migraciones son y siempre han sido debidas a factores varios que van desde el deseo de una mejora de vida o de aventura, pasando por la huida de guerras o de pandemias, hasta la destrucción completa del hábitat de poblaciones enteras que les expulsa, hoy esta última causa está pasando a ser el primer motivo de la irrupción masiva de individuos en territorios del norte donde se supone que el agua no falta o no ha de faltar… Pero resulta que todo el proceso del cambio climático (a cuyo efecto es indiferente la causa: el ser humano o ciclo natural) y el deterioro del medioambiente (del que lo es exclusivamente el ser humano) consiste en una progresiva pero vertiginosa y exponencial disminución de las precipitaciones, perceptible año a año. Y además, en todo el planeta. De modo que la propia península ibérica, ya sin plazos, pareciera estar ahora mismo abocada a la espera de la hecatombe de una falta de agua generalizada en todas las poblaciones, sólo remediable por una nada probable reversión súbita de la tendencia de las precipitaciones, sea en forma de lluvia o en la de nieve, que vendría a ser la solución escénica del Deus ex machina…

Por el momento, la impresión que nos produce a los observadores profanos en todo esto es que la condensación de la humedad en la nubosidad, antes de convertirse en precipitación debe atravesar una capa de sustrato compuesto de partículas en suspensión que a modo de filtro hace que cada gota de agua al caer sea cada vez más pequeña. Y que cuando la cantidad de humedad condensada es inmensa, ese filtro contiene la condensación hasta que el inmenso peso de la misma atraviesa la cortina desgarrándola y produciendo la lluvia torrencial… El caso es que ya no hay lluvia normal. Ni en España, ni en ninguna otra parte del mundo: o cada gota es menuda como un vahído o es un diluvio que inunda y malogra cuanto toca…

El resumen es que cualquiera que no haya perdido contacto con la naturaleza ha de sentirse afectado en estos momentos por la sensación desgarradora de que sólo alguna vez verá lluvia ocasional y apenas volverá a vislumbrar la nieve…

Jaime Richart, antropólogo y jurista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.