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El euro, adalid del liberalismo más radical

Fuentes: Rebelión

En los últimos meses estamos asistiendo a una nueva fase de la crisis del orden hegemónico de posguerra liderado por EE.UU. que, lejos de superar la crisis económica, está pasando por una fase de canalización política del descontento de las mayorías sociales, algo que podemos observar en hechos concretos como la victoria de Syriza, de […]

En los últimos meses estamos asistiendo a una nueva fase de la crisis del orden hegemónico de posguerra liderado por EE.UU. que, lejos de superar la crisis económica, está pasando por una fase de canalización política del descontento de las mayorías sociales, algo que podemos observar en hechos concretos como la victoria de Syriza, de Trump, el Brexit o el auge de la extrema derecha en Europa. El liderazgo hegemónico estadounidense, desde el Plan Marshall, siempre fue de la mano de la subordinación de Europa a los intereses de la potencia americana. Así, todo el proceso de construcción e integración europeo, viene configurado por la afirmación de Zbigniew Brzezinski en su obra El gran tablero mundial [i] , de que a mayor integración europea, mayor dominio de EE.UU.

Más concretamente, la última fase expansiva del ciclo hegemónico estadounidense, de globalización financiera [ii] , entre 1980 y el 2008, se construyó alrededor de tres pilares: la ruptura del patrón oro-dólar, la financiarización de la economía y las políticas neoliberales, todo ello como salida a la propia crisis de rentabilidad del capitalismo mundial de los años setenta. En Europa, después del thatcherismo, el neoliberalismo se institucionalizó de la forma más radical posible con el Tratado de Maastricht y la implantación de la moneda única. De este modo, se imponían de forma canónica los planteamientos del giro ochentero: privatizaciones, control del déficit público por debajo del 3% y deuda pública por debajo del 60%, liberalización del comercio y las finanzas, etc. Para este proyecto, el BCE se constituyó como máximo exponente, con un mandato claro en favor del control de los precios por debajo del 2% anual. En efecto, tal y como afirman incluso autores de la escuela austriaca [iii] , el euro entraña grandes paralelismos con el patrón oro, ya que los estados pierden la soberanía en favor de los mercados, dejando a los gobiernos sin margen de actuación, lo que se transforma, de facto, en una notable pérdida de democracia.

La traducción práctica de esta estructura monetaria sin soberanía nacional implica la restricción de cualquier política monetaria y, en gran medida, también fiscal, quedando a merced de la ruta establecida por el BCE. El férreo control del déficit público, sumado a las sucesivas reformas fiscales regresivas (utilizadas como único elemento competitivo entre países en política industrial) y a un contexto donde se hace cada vez más latente la caída de la recaudación, conlleva necesariamente a la reducción del gasto público. En consecuencia, la política económica de los estados queda reducida a la liberalización económica y a la disciplina salarial como único elemento de ajuste (y como única herramienta para mejorar su competitividad), es decir, el marco de la zona euro implica inexorablemente flexibilidad laboral y de precios.

Además, toda esta estructura supranacional se compone de un conjunto de estados con enormes disparidades en su tamaño, en sus modelos productivos y en su desarrollo socioeconómico. Este hecho no resulta baladí, pues el BCE necesita implementar medidas para países con distintas características, por lo que, en última instancia, el desequilibrio de poder en la eurozona conlleva al dominio de la potencia hegemónica interna. En efecto, el dominio germano, ha incurrido en una política favorable desde el primer momento a sus intereses económicos, lo que ha conformado una división europea del trabajo, con un centro y una periferia diferenciados. En esta línea, los desequilibrios entre los países miembros y dentro de los mismos no es una causa inmediata de la crisis del 2008, sino que es algo que está inserto en la dinámica de la moneda única desde su introducción. Concretando esta afirmación, hemos vivido un ajuste salarial permanente y un desequilibrio continuo, materializado en las balanzas de pagos de los distintos países y en la relación deudor-acreedor que esto ha provocado.

Consecuencias de la implantación del euro

Uno de los argumentos más citados como causa de la crisis por los economistas neoclásicos es el desmesurado aumento de los salarios en la periferia europea con respecto a Alemania (en términos nominales). Sin embargo, como podemos observar en el gráfico 1, si analizamos los costes laborales en términos reales (es decir, teniendo en cuenta los precios), la caída de los mismos ha sido una tendencia común en la eurozona, incluso antes de la crisis del 2008, algo que ejemplifica claramente que el euro funciona como una herramienta de contención salarial. En consecuencia, si todos los países tuviesen un mismo modelo productivo y un nivel de productividad similar, los países periféricos habrían sido los vencedores en la batalla competitiva vía precio.

 

[iv]

 

De este modo, las diferencias sustanciales entre el centro y la periferia europea las encontramos en el modelo productivo y, en consecuencia, la productividad, base sobre la que se sostiene la ventaja competitiva de los países centrales, encabezados por Alemania. Así, un buen ejemplo de las diferencias en los modelos productivos, viene explicada en el gráfico 2, que muestra el empleo en sectores de alto desarrollo tecnológico. Además, esta tendencia ha sido acentuada por los tipos de cambio reales, que han perjudicado todavía más la competitividad de los países periféricos, pues el tipo de cambio real no correspondía con sus niveles de productividad. En efecto, el tipo de cambio alto socavaba todavía más las diferencias competitivas entre la periferia europea y el centro, pues el nivel de apreciación de la moneda era muy superior a los niveles requeridos para equilibrar la balanza por cuenta corriente de dichos países. Por ejemplo, en el caso de España, antes de entrar en el euro, cada cierto tiempo se devaluaba la peseta para equilibrar la balanza comercial, algo que resulta imposible sin soberanía monetaria. Como consecuencia, la economía española llegó a tener el mayor déficit exterior del mundo después de EE.UU.

 

 

Así, la evolución de la moneda única ha tenido dos implicaciones fundamentales. En primer lugar, ha provocado déficits y superávits exteriores en la periferia y en el centro respectivamente, ya que acentuaba las diferencias de productividad iniciales. En segundo lugar, el tipo de cambio alto con respecto a las necesidades de la periferia, incentiva el consumo de productos importados, lo que provoca, además de un déficit en la balanza comercial, el deterioro del tejido productivo interno, el cual es incapaz de competir con los productos externos dado el tipo de cambio. Por el contrario, en los países centrales, la apreciación de la moneda ha beneficiado a las empresas exportadoras, centrando el crecimiento en el mercado externo. Así, el modelo productivo de la periferia ha estado totalmente condicionado por los intereses del modelo alemán.

Como es evidente, los déficits en la balanza por cuenta corriente (ver gráfico 3) no son sostenibles en el tiempo sin una contrapartida o ajuste, por lo que, al no existir un presupuesto común para la zona euro que equilibrase dichos desajustes (como ocurre en cualquier unión monetaria) y no disponer del tipo de cambio como herramienta, los continuos déficits en los que incurría la periferia eran financiados en su mayor parte por el capital financiero de los países centrales (ver tabla 1). La necesidad del sector bancario de los países centrales de invertir las reservas bancarias crecientes, las cuales provenían de los superávits estructurales, hacía incrementar la dependencia (vía endeudamiento privado) de los países del sur de Europa.

 

 

                                   Tabla 1. Relación entre los países acreedores y deudores en el año 2008. En millones de euros.                                                                        

 

Acreedores/deudores

 

 

            Greece

 

 

      Ireland

 

 

     Italy

 

 

      Portugal

 

 

    Spain

 

 

Austria

 

 

5501

 

 

5231

 

 

17782

 

 

2373

 

 

7883

 

 

Belgium

 

 

10045

 

 

78210

 

 

50314

 

 

9275

 

 

47294

 

 

France

 

 

71946

 

 

78384

 

 

468729

 

 

29406

 

 

186581

 

 

Germany

 

 

38389

 

 

202202

 

 

207194

 

 

44492

 

 

253676

 

 

Greece

 

 

532

 

 

224

 

 

9

 

 

237

 

 

Ireland

 

 

8349

 

 

46790

 

 

5536

 

 

31916

 

 

Italy

 

 

8142

 

 

24772

 

 

6019

 

 

28320

 

 

Netherlands

 

 

12616

 

 

38359

 

 

69243

 

 

11774

 

 

127399

 

 

Portugal

 

 

6308

 

 

14828

 

 

3369

 

 

29367

 

 

Spain

 

 

1036

 

 

15378

 

 

48617

 

 

78502

 

Los desequilibrios mostrados hasta el momento se tradujeron en una crisis de deuda pública, derivada en primera instancia de la crisis de deuda privada. En el año 2007 la deuda pública no suponía un grave problema para el conjunto de las economías de la eurozona (en España significaba el 36% del PIB, frente al 64% en Alemania). En cambio, en los años posteriores a la crisis, la deuda soberana se disparó en los países periféricos debido en gran parte a la caída de los ingresos por la recesión económica y al aumento de los gastos por el desempleo y los rescates bancarios. Como sostiene Michel Husson [v] , la crisis de las deudas soberanas es consecuencia de una crisis particular del sistema euro, lo que contradice claramente el argumento de que la crisis en los países del sur tiene que ver con el excesivo gasto público.

En este punto, la configuración del sistema euro se mostraba totalmente perversa, ya que, debido a las directrices de la eurozona, el BCE no puede financiar a los estados de forma directa. De este modo, estos deben acudir al mercado privado, lo que, en épocas de recesión, supone un coste cada vez más elevado de financiación. Así, la escalada de las primas de riesgo llegó a un punto insostenible a mediados del 2012, llegando a poner en entredicho la continuidad de la moneda común, algo que hizo intervenir al BCE el 26 de julio de ese mismo año, cuando Mario Draghi declaró: «El BCE hará lo necesario para sostener el euro. Y créanme, eso será suficiente». A partir de esas declaraciones, la escalada de las primas de riesgo se frenó en seco y con ella el problema de financiación de los estados, al menos temporalmente. Sin duda, la actuación del BCE demuestra de forma tácita que la crisis de deuda soberana es totalmente provocada por la estructura del euro y, por tanto, tiene una solución estrictamente política.

En este contexto de ajuste, el problema de las balanzas de pagos en los países del sur se ha mitigado por el momento (como se observa en la gráfica 3, después del año 2008), lo cual no tiene relación directa con el sostenido argumento de «ser más competitivos y exportar más». De forma contraria, los altos niveles de paro, las sucesivas reformas laborales y los altos niveles de precariedad han provocado una disminución de las importaciones, lo que ha equilibrado la balanza comercial [vi] , esto es, para solucionar la crisis estructural de la balanza comercial dentro del marco del euro es necesario un alto nivel de precariedad laboral y de paro en los países del sur.

Desde el año 2015, como medida desesperada para frenar la deflación e intentar reactivar el crédito, además de mantener la crisis de deuda soberana encauzada, el BCE ha implementado un programa masivo de compra de activos (por valor de hasta 80.000 millones de euros) conocido como expansión cuantitativa (renovado y ampliado para todo el 2017 [vii] ). En términos menos abstractos, este hecho implica, fundamentalmente, la compra por parte del BCE, de la deuda pública que tiene la banca privada en sus balances, sustituyendo así deuda pública por dinero líquido. Lejos de los argumentos en defensa de la expansión monetaria, la «impresión» de dinero no tiene por qué acabar en circulación si la propia actividad económica no demanda liquidez, es decir, el proceso es inverso al que sostienen las autoridades monetarias: si no existen espacios de rentabilidad, las empresas no invierten y, por tanto, no demandan crédito, inutilizando cualquier aumento de la masa monetaria. En efecto, incluso informes de la OCDE [viii] sostienen que la expansión cuantitativa es una huida hacia adelante que puede ser incluso peligrosa, ya que, en países como EE.UU., puede estar incentivando una burbuja de activos financieros. Al fin y al cabo, el capital financiero fluye hacia dónde se pueda generar rentabilidad, sea en la economía productiva o en la financiera mediante la creación de burbujas.

Conclusión y perspectivas de futuro

Con su actual configuración, la evidencia histórica de la moneda hace pensar que, en caso de restablecerse un período de expansión, necesariamente se incurrirá en las contradicciones del ciclo 1999-2008, es decir, un crecimiento totalmente desigual entre centro y periferia, en base a desequilibrios en la balanza comercial y el endeudamiento privado de los países periféricos. De todas formas, en el corto plazo y con la composición institucional actual, resulta complicado pensar que esta coyuntura derive en un periodo de expansión, dados los niveles de endeudamiento (público y privado) de la mayoría de las economías de la eurozona, sobre todo las periféricas (solamente la suma de la deuda pública y privada de la economía española ronda el 400% del PIB). No obstante, las conclusiones que subyacen del análisis de la evolución teórica y empírica de la crisis del sistema euro non son nada halagüeñas, pues debemos tener en cuenta que, aunque España saliese de la crisis, supongamos con pleno empleo y sin deudas, en el marco del euro se gestaría una nueva crisis de balanza de pagos y de endeudamiento externo en unos años. Esto implica algo muy simple: cualquier perspectiva de mejora de las condiciones de vida de la mayoría de la población es totalmente imposible dentro del marco del euro.

La dicotomía a la que nos exponemos en el futuro la resume muy bien Joseph Stiglitz en las conclusiones de su último libro [ix] , afirmando que solamente hay dos soluciones: caminar hacia una unión monetaria y política total al estilo de EE.UU. o la ruptura del euro, pues la actual configuración es insostenible en el tiempo. Obviamente, caminar hacia lo que habitualmente se llama «más Europa», una unión monetaria completa con mecanismo fiscales redistributivos, es impensable en términos políticos, puesto que Alemania tendría que ceder su puesto de privilegio como potencia hegemónica, renunciando entre otras cosas a su superávit comercial, sostenido precisamente gracias a la configuración actual.

Aunque a día de hoy, pese a todos los problemas económicos, políticos y sociales, el euro siga siendo un tema tabú (sin presencia en los espacios mediáticos en España), parece que asistimos a un pequeño avance del debate sobre la moneda única. Así, la propia publicación del libro de Stiglitz, en el que el autor señala la imposibilidad de que la actual estructura del euro sobreviva (algo que autores españoles como Juan Francisco Martin Seco o Pedro Montes llevan señalando desde años antes de la entrada en vigor de la moneda [x] ), tiene implicaciones ideológico-culturales significativas, ya que amplía el espacio del debate y lo visibiliza más allá de posiciones heterodoxas y/o marginales. A pesar de esto, en el imaginario colectivo, el euro sigue siendo sinónimo de Europa, con la perspectiva ochentera de la entrada en la modernidad y en la prosperidad que supuestamente ofrecía el europeísmo a un país del sur que recién estrenaba su sistema democrático. Así pues, por el momento, una destrucción del euro (piénsese en cualquiera de sus formas) no pasa por la esfera de lo posible dentro del sentido común dominante español.

En definitiva, las implicaciones políticas que subyacen a este análisis son claras, pero la mera demostración teórica no delimita las posibilidades prácticas. Debemos tener en cuenta otros aspectos, como el marco geopolítico, ¿alguien se imagina que EE.UU. permitiría una fácil salida del euro de Grecia, por ejemplo? Es cierto que en términos puramente económicos no debería haber duda en que la ruptura es siempre mejor que la línea actual y que hay muy poco margen para cualquier tipo de reformas que puedan funcionar en el contexto de las relaciones de fuerza actuales, en las que el dominio alemán es apabullante. Más todavía, como muestran varios análisis que estudian las rupturas monetarias que ha habido en la historia del siglo XX, ninguna de ellas ha provocado una crisis mayor [xi] , por lo que nos encontramos ante un problema puramente político. En conclusión, la crisis del euro y de la UE no es más que la representación en Europa de una crisis estructural más grande, la de la globalización financiera y, de forma más amplia, la del modelo hegemónico de posguerra liderado por EE.UU. La próxima fase de la crisis económica mundial que viviremos a medio plazo y que, con alta probabilidad, tendrá su epicentro en la economía estadounidense, forzará hasta el límite las estructuras de la unión monetaria. Sin duda alguna, el futuro de Europa está en disputa.

 

Notas:

[i] Brzezinski, Z. (1998): El gran tablero mundial. Paidós, Barcelona.

[ii] Para profundizar en este aspecto, ver el artículo «Caos sistémico. La disputa por un nuevo orden global» en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=218462

[iii] Este aspecto aparece argumentado en Huerta de Soto, J. (2012): «En defensa del Euro: Un enfoque austriaco» en http://www.jesushuertadesoto.com/articulos/articulos-en-espanol/en-defensa-del-euro/

[iv] Todos los datos han sido extraídos de EUROSTAT, BIS y AMECO.

[v] Husson, M. (2012): «Economía política del «sistema euro»», Viento Sur n°125, págs. 5-28.

[vi] Rísquez, M. (2016): «Estrategia de devaluación interna y su impacto en la competitividad: España, 2008-2013»

Investigación Económica, vol. LXXV, núm. 297, julio-septiembre, 2016, pp. 125-154

[vii] http://economia.elpais.com/economia/2016/12/08/actualidad/1481199957_796900.HTML

[viii] OCDE (2015), Business and Finance Outlook.

[ix] Stiglitz, J. (2016): El euro. Cómo la moneda común amenaza el futuro de Europa.

[x] Ver por ejemplo Martín Seco, J. F. (2013): Contra el euro: historia de una ratonera,Península, Madrid. O https://www.youtube.com/watch?v=2SvFiegc54w

[xi] Véase http://blogs.publico.es/juantorres/2015/03/19/se-puede-salir-del-euro-que-pasaria-despues/

 

Juan Vázquez Rojo, diplomado y graduado en Ciencias Empresariales por la Universidad de Coruña.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.