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El economista Juan Francisco Martín Seco participa en las jornadas estatales del Frente Cívico

El euro, historia de una «ratonera»

Fuentes: Rebelión

El problema no es si uno está a favor o en contra de abandonar el euro. Porque a medio/largo plazo, según el economista Juan Francisco Martín Seco (quien desde un primer momento se posicionó en contra del Tratado de Maastricht y de la puesta en marcha del euro), la eurozona se romperá. Lo importante es […]

El problema no es si uno está a favor o en contra de abandonar el euro. Porque a medio/largo plazo, según el economista Juan Francisco Martín Seco (quien desde un primer momento se posicionó en contra del Tratado de Maastricht y de la puesta en marcha del euro), la eurozona se romperá. Lo importante es cómo y cuándo se producirá la ruptura. Así, «nos encontramos en una ratonera», ha afirmado en las jornadas estatales del Frente Cívico celebradas en Valencia.

¿Fue un error la constitución de la unión monetaria? Ésta se configuró desde el primer momento sin unión política ni fiscal, algo que nunca antes se había producido, y que difícilmente podía cuajar. Por los grandes desequilibrios de la eurozona. Además, muchos economistas habían estudiado anteriormente las «zonas óptimas monetarias»: Europa cumplía algunas condiciones, pero otras no. Es cierto que se daban intercambios comerciales importantes entre los países de la Unión, pero -por ejemplo- la libertad de circulación de trabajadores encontraba trabas (diferencias culturales y lingüísticas, entre otras).

Ahora bien, el gran problema reside en que no se estableció una hacienda única y común. Ni un presupuesto único (apenas el 1% del PIB del conjunto de los países), ni una seguridad social europea. «No se daban estos factores, al tiempo que se ponían de manifiesto fuertes desequilibrios regionales; que no se podían compensar mediante transferencias de renta, como sí ocurre en los estados-nacionales», explica Juan Francisco Martín Seco. Por ejemplo, la unificación alemana fue -además de política- monetaria y fiscal, que incluía la transferencia de recursos a la Alemania del este.

«La unión monetaria conducía a un deterioro del estado social, y a una ruptura de la democracia; el estado social y democrático se basa en un cierto equilibrio entre los poderes político y económico; si al área económica se le priva del estado-nación y se le transfiere el poder a instituciones supranacionales no democráticas (con libertad plena de circulación de capitales y para que operen las transnacionales), la democracia y el estado social deviene imposible», explica el economista.

Además de las instituciones europeas no democráticas (por ejemplo un BCE independiente de la política), con la unión monetaria los estados no podían, ante futuros desajustes, efectuar devaluaciones de la moneda; por tanto, los ajustes iban a producirse con desempleo o mediante la devaluación de salarios. Y en los años 90 ya había quien lo anunciaba.

Existía, además, el precedente del fracaso de la Serpiente Monetaria europea (1971), y del Sistema Monetario Europeo, que a principios de los años 90 saltó por los aires (España tuvo que devaluar en cuatro ocasiones la peseta porque el tipo de cambio era irreal; Gran Bretaña e Italia abandonaron finalmente el sistema). A pesar de ello, se construyó la unión monetaria. Según Martín Seco, «fue tal el voluntarismo que se continuó adelante y se dijo: una vez en la unión monetaria, no habrá diferencias de inflación ni de tipo de interés».

El euro dio lugar a grandes desequilibrios en las balanzas de pagos dentro de la Unión. Alemania presentaba unos enormes superávit, mientras que los países del sur se enfrentaban a déficit muy fuertes, que no se podían mantener. Alemania contaba, por tanto, con grandes excedentes de capital, que se prestaban a los banqueros españoles, griegos, irlandeses y portugueses, sin riesgo de alteración en el tipo de cambio de la moneda. Pensaban que no tendrían problemas. Y «enchufaban» el excedente de capital a las economías de los países del Sur, que se endeudaban y financiaban «burbujas» inmobiliarias.

«Todo el mundo estaba encantado», resume Juan Francisco Martín Seco, hasta que surgió la pregunta de si podrían pagarse las deudas (los acreedores pensaban que no tenían riesgo de tipos de cambio ni de inflación, pero sí de solvencia); empezaron entonces a retirarse los inversores (el detonante lo constituyeron las hipotecas «Subprime» en Estados Unidos). Sin embargo, en la raíz del problema se situaban los desequilibrios generados por el euro. En 2008 el déficit de la balanza por cuenta corriente de España se situó en el 10% del PIB (en 1992, cuando los mercados «tumbaron» la peseta, el déficit por cuenta corriente se situaba en el 3,8%). Además, «sin la moneda única no se habría producido la gran burbuja inmobiliaria, en todo caso, una mucho menor como la de 1992», explica el economista.

Ya en 2010, época de austeridad y ajustes, Alemania consideraba a los países del Sur «derrochadores», sin tener en cuenta que los banqueros germanos concedieron los préstamos a los banqueros del Sur sin las suficientes garantías. Y eso dentro de un sistema sin mecanismos para corregir los desequilibrios. Martín Seco recupera algunas reflexiones de Keynes que podrían servir en el presente. Al terminar la primera guerra mundial, el economista criticaba el hecho de que Inglaterra pretendiera volver al patrón-oro con tipo de cambio fijo. Pensaba que con la revalorización de la libra esterlina, Inglaterra se sumergiría en un proceso de fuerte depresión, como finalmente ocurrió. Inglaterra abandonó el patrón-oro y devaluó su moneda en 1931.

Además, tras la segunda guerra mundial, la obsesión de Keynes son los desequilibrios en las balanzas de pagos. Y también que los ajustes se impongan sobre los deudores, pero también sobre los acreedores. Sin embargo, en la zona euro el ajuste recae exclusivamente sobre el deudor. Y si no puede recurrirse a la devaluación de la moneda (como ocurrió en los primeros 90), hay que optar por la reducción de gasto público y salarios, con la idea de que se trasladará a los precios y de esa manera se recuperará la competitividad perdida.

Ahora bien, el argumento falla por diferentes motivos. La reducción de salarios no tiene por qué trasladarse a los precios. Además, en caso de que sí se produzca una disminución de los precios, no tiene por qué afectar a todos los sectores de la economía por igual (unos están más sometidos a la competencia que otros); tampoco se sabe con seguridad lo que ocurrirá en otros países: España ha reducido sus precios, pero Alemania también. Se sabía, además, en el momento de ingresar en el euro, que España cuenta con una estructura productiva más inflacionaria que la de otros países, y no se tuvo en cuenta. Por otro lado, el tipo de cambio del euro viene dado por el BCE, que impulsa una política de moneda «fuerte», lo que puede neutralizar los intentos de ganar competitividad por la vía precios. En definitiva, resume Martín Seco, «ocurre lo mismo que en los países de América Latina durante la década de los 80, que se endeudaron en dólares, una moneda extranjera que no controlaban; el Sur de Europa se endeudó en una moneda nuestra -el euro- pero que controla el BCE. Estamos en la misma situación».

El proyecto de la moneda única está mal diseñado desde el comienzo. Ahora, se pregunta Martín Seco, ¿quién va a obligar a Alemania o al BCE a que lleve a cabo políticas distintas? Por ejemplo, una depreciación del euro para que los países del Sur ganen competitividad; o que Alemania impulse una política expansiva y contenga el superávit. «El diseño de la eurozona es tan defectuoso que no permite un cambio de políticas», concluye Martín Seco. Es más, «suponiendo que Merkel se convirtiera en keynesiana y Draghi pretendiera devaluar el euro, ¿sería eso posible?». Porque el fondo del problema radica, otra vez, en que la Unión Europea la conforman países muy distintos. Alemania cuenta con un 6% de superávit en la balanza de pagos (una «anormalidad» en la eurozona; una eventual moneda propia tendría que apreciarse), mientras que los países del Sur requerirían una depreciación (todo ello, con implicaciones decisivas para la economía: a principios de los 90, con una peseta sobrevaluada, en España se produjo una gran destrucción del tejido industrial).

Más aún, actualmente la unión monetaria europea representa el mayor factor de desequilibrio para la economía internacional, según Martín Seco. La Unión Europea mantiene un superávit en la balanza por cuenta corriente con el resto del mundo, que ha aumentado en los dos últimos años. Además, países como España han acabado corrigiendo (con la crisis) el déficit en la balanza de pagos, pero Alemania no ha hecho lo mismo con su superávit.

¿Qué consecuencias traerá una ruptura de la moneda única? Según Juan Francisco Martín Seco, «lo importante es cómo y cuándo se salga; no es lo mismo que lo haga un país de manera unilateral y voluntaria, que una ruptura pactada». Asimismo, «el problema actualmente es de los países deudores porque pagamos, pero si dejamos de hacerlo el problema lo tendrán los acreedores; tampoco resulta descartable, cuando se agrave la situación, una solución pactada; o puede que Alemania abandone el euro, y se aprecie la divisa germana». En su día se proclamaba, al forjarse la unión monetaria, que no podía «perderse el tren», pero actualmente se dice que no hay posibilidad de marcha atrás.

Pero tanto si se mantiene como si se rompe la eurozona, la deuda es impagable y resultan inevitables las quitas. En el momento de la ruptura habría que establecer controles para evitar la fuga de capitales («las devaluaciones se realizan de golpe»), como las que se han producido en Grecia y España (la fuga de capitales -amenaza que se esgrime- no se produciría después de que se rompiera la eurozona, sino antes). Además, hay un argumento concluyente: «si se rompe la zona euro y a continuación se aprecia/deprecia una moneda, esto deja claro que los tipos nominales no son reales y nos hallamos ante una situación artificial; que no se puede mantener». La burbuja del euro.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.