Ocurrió frente a las costas sicilianas, en la madrugada del 25 de diciembre de 1996, mientras las familias de la sociedad de la opulencia celebrábamos la Nochebuena. Doscientos ochenta y tres inmigrantes ilegales se ahogaron, al trasladarse de una nave a otra, tras una odisea, que para algunos fue de meses, en la que viajaron […]
Ocurrió frente a las costas sicilianas, en la madrugada del 25 de diciembre de 1996, mientras las familias de la sociedad de la opulencia celebrábamos la Nochebuena. Doscientos ochenta y tres inmigrantes ilegales se ahogaron, al trasladarse de una nave a otra, tras una odisea, que para algunos fue de meses, en la que viajaron como animales apilados en las bodegas, soportando hambre y malos tratos de los modernos traficantes de hombres.
Fue el mayor naufragio de la historia de Europa tras la Segunda Guerra Mundial.
La noticia se conoció pronto en India, Pakistán y Sri Lanka, de donde procedían las víctimas, pero no suscitó atención en los medios occidentales, a pesar de que hubo supervivientes que denunciaron la tragedia en Grecia.
Poco después los pescadores de un pequeño puerto siciliano, Portopalo, empezaron a pescar restos humanos. Primero eran cadáveres con rostros bien reconocibles, con la piel morena y otros rasgos que delataban su origen. Pero el espanto no interrumpió su tarea. Tras la conmoción vino la macabra reflexión. Decidieron volver a arrojar los cuerpos al agua para evitar que la pesca y el turismo de Portopalo se fueran a pique, como aquellos infelices que se resistían a llevar su secreto al fondo del mar. Más tarde sólo aparecían entre las redes trozos desgarrados de cuerpos y finalmente huesos, además de materiales de lo que alguna vez fue ropa y calzado. Siempre volvieron a donde vinieron.
La pesca humana en Portopalo duró meses. Todo el mundo lo sabía en el pueblo, pero un pacto de silencio, tan siciliano, impidió que el secreto traspasara sus límites. Hasta que un pescador valeroso, Salvatore Lupo, quebró la «omertá» entregando a un periodista el carnet de identidad de uno de los jóvenes naúfragos, Anpalagan Ganeshu, de Sri Lanka. La investigación de Giovanni Bellu aclaró la triste peripecia de Ganeshu y su libro «El fantasma de Portopalo» detalló toda la tragedia. Su publicación en 2004 indignó a los vecinos y a las fuerzas vivas de Portopalo, convirtiendo a Salvatore Lupo en un apestado en su pueblo.
Pero ni siquiera la publicación del libro ha servido para que los ciudadanos del primer mundo, que iba a recibir a doscientos ochenta y tres trabajadores dispuestos a apuntalar El Estado del Bienestar, nos hayamos enterado de su desgracia. No está traducido al castellano y en España conocemos el suceso gracias al filósofo Santiago Alba Rico, que lo cuenta en el prólogo de su libro «Capitalismo y nihilismo». Pero Alba Rico, que es un excelente escritor, apenas aparece en los medios de comunicación porque sus ideas son lúcidas, pero radicales. La historia de Portopalo la contó con gran brillantez recientemente en Oviedo, en «Cambalache», pero como éste es un local alternativo donde reina la creatividad y la rebeldía, sólo nos enteramos los que fuimos a la conferencia.
El pacto de silencio no reina solo en Portopalo. Es uno de los signos de la globalización y de la paradójica era de la comunicación, donde, como bien dice Alba Rico, el mayor naufragio de la historia de Europa no ha ocurrido nunca.