Al cumplirse un año de su ascenso a la presidencia de Paraguay, Fernando Lugo ha decidido que ha llegado la hora para poner sobre el tapete el reto supremo de nuestros tiempos: la ampliación y radicalización de la democracia. A esos propósitos ha hecho un llamado para la profundización de la democracia, para hacerla realmente […]
Al cumplirse un año de su ascenso a la presidencia de Paraguay, Fernando Lugo ha decidido que ha llegado la hora para poner sobre el tapete el reto supremo de nuestros tiempos: la ampliación y radicalización de la democracia. A esos propósitos ha hecho un llamado para la profundización de la democracia, para hacerla realmente el gobierno de todo el pueblo, para todo el pueblo y, muy particularmente, por el pueblo.
Ya lo sentenció magistralmente el filósofo ginebrino Jean-Jacques Rousseau, en su histórica obra El Contrato Social: «La soberanía no puede ser representada, por la misma razón por la que no puede ser enajenada. Consiste en la voluntad general, y la voluntad no se representa porque, o es ella misma, o es otra; en esto no hay término medio». Más adelante abunda en una crítica a la llamada «democracia representativa» que el liberalismo burgués pretende endilgarnos a partir de su festinado juicio ideológico acerca de la incapacidad del pueblo para autogobernarse: «El pueblo inglés cree ser libre, y se engaña; porque tan sólo lo es durante la elección de los miembros del Parlamento. Después de que éstos están elegidos, ya es esclavo, ya no es nada. El uso que hace de su libertad en los cortos momentos en que la posee, merece por cierto que la pierda».
Los tiempos dan testimonio de un cambio fundamental: la transfiguración de los sujetos y los procesos políticos. La política adviene crecientemente en un proceso decisional en donde el acto de decidir forcejea por constituirse en un acto común que supere los límites estrechos y limitantes de la llamada democracia representativa, sobre todo ante los inefectivos rituales fundados en el principio elitista de la representación y su incapacitación para realmente expresar la voluntad de la comunidad toda. La política de lo común desborda los marcos estreñidos del Estado burgués para ir potenciando progresivamente, desde las experiencias mismas de las luchas del pueblo, un nuevo Estado de hecho, una gobernanza consecuentemente insurgente, pluralista y revolucionaria centrada en el principio alternativo de la autodeterminación.
En estos días, el mandatario paraguayo emitió unas declaraciones que han sido tomadas como un emplazamiento a las fuerzas políticas de su país, tanto de derecha como de izquierda. En diversos encuentros que ha sostenido con campesinos, obreros y pobladores, ha escalado la apuesta política de su gobierno.
En las grandes decisiones del Estado -ha dicho Lugo- es imperativo que el pueblo participe y se pronuncie, dado que el voto no es el fin de la democracia sino el principio, respetando el pluralismo y las diferencias ideológicas para construir un sistema democrático de calidad, diferente a ese «maquillaje» característico de la llamada democracia representativa que sólo sirve para encubrir el predominio de la exclusión social en el país. En ese sentido, ha propuesto que se celebren regularmente consultas plebiscitarias al pueblo sobre aquellos asuntos que le atañen a partir de su condición de soberano, condición ésta que no puede entenderse nunca alienada en una sociedad verdaderamente democrática, como bien advirtió Rousseau.
«Las cúpulas partidarias deben bajar del pedestal para convivir y debatir política con la gente común. No admitimos como potable ninguna intención de defender el actual sistema partidario y democrático confrontando con la ciudadanía», dijo recientemente Lugo en una de sus habituales informes semanales a la sociedad emitida desde el Palacio presidencial. Aseguró que el ciudadano o la ciudadana común no pueden tener como única forma de participación, «votar una vez cada cinco años en elecciones donde direcciones partidarias presentan listas predeterminadas por ellas mismas».
Sostiene el Presidente que hay que rescatar la participación ciudadana del «abismo de las formulaciones – hasta ahora – vacías». Puntualiza que no puede haber un sistema democrático legítimo, sin esa expresión concreta de la voluntad popular, de esa mayoría olvidada por la llamada democracia burguesa. Lugo propone en ese sentido que la Constitución actual sea ampliada para reconocer, con mayor detalle, un proceso de consultas a la ciudadanía, los movimientos sociales y demás expresiones de la sociedad civil organizada.
Lugo asegura que el debate para la profundización de la democracia en Paraguay apenas ha comenzado y que su gobierno tiene las puertas abiertas para dialogar, «toda vez que la ciudadanía forme parte del proyecto de la democracia paraguaya que pretendemos. Es nuestra única condición. Con la ciudadanía todo, sin ella, nada».
El presidente paraguayo puntualiza que «no le teme a las diferencias ideológicas, ni tampoco a quienes fundieron el país», y ha insistido en que «somos los paraguayos quienes tenemos que decidir qué clase de país queremos, qué tipo de Estado queremos y qué democracia queremos y tenemos que construir».
En respuesta al llamado de Lugo, la oposición de derecha se ha montado en cólera y lo ha acusado de pretender violar el orden constitucional para sumarse a los procesos de refundación democrática que se han estado conduciendo en Venezuela, Ecuador y Bolivia. Producto de ello, la oposición, que cuenta con la mayoría en el Congreso, consiguió que dicho cuerpo aprobase una declaración titulada «Compromiso Democrático» en la que reitera que la única democracia posible es la representativa, de paso rechazando toda posibilidad de una democracia en la que las decisiones se tomen con participación directa del pueblo.
La respuesta obstructora de la derecha ha sido la misma a través del primer año del gobierno de Lugo. Con escaso apoyo congresional -sólo cuenta con 3 senadores de un total de 48 y 2 diputados de un total de 80- el presidente paraguayo ha enfrentado una dura y permanente oposición a su agenda de cambio. Sin embargo, en días más recientes, en lo que algunos analistas asemejan al caso del presidente Manuel Zelaya en Honduras, la oposición ha empezado a arreciar una campaña para que, desde el Congreso, se proceda a ponerle fin al mandato constitucional de Lugo. Incluso, un reciente sondeo que ha circulado en el país del encuestador Enrique Chase, registra una popularidad del 40% para el mandatario, lo que le lleva a vaticinar un fin anticipado de su gobierno. «La percepción de la gente es que no terminará su mandato», declaró Chase.
Entretanto, en abierto desafío a Lugo, el vicepresidente Federico Franco ha apoyado la declaración «democrática» de la oposición y ha asegurado que está «preparado para gobernar» ante los insistentes rumores de que Lugo no llegará el final de su mandato. En una acción propia de un escandaloso oportunismo político, Franco abandonó hace un tiempo la coalición gubernamental para sumarse a la oposición, en particular a UNACE, liderado por el ex general golpista Lino Oviedo.
Consciente de la analogía que sus enemigos pretenden establecer con el caso hondureño, Lugo ha declarado que no permitirá su desplazamiento: «Pueden hacer el juicio político…el pueblo me ha elegido de forma soberana y estamos convencidos de que no habrá interrupción del proceso democrático». Insistió que su gobierno no será derrocado «como el de Honduras».
El autor es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño «Claridad».