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El filo del abismo

Fuentes: Insurgente

Qué diría el agónico espíritu de Don Miguel de Unamuno si avizorara lo que acabo de leer, apesadumbrado, en un cable de agencia que reseña un artículo de la prestigiosa revista Nature: «A una impactante conclusión llegó un grupo de científicos europeos que determinó que la raza humana desaparecerá de la Tierra en el año […]

Qué diría el agónico espíritu de Don Miguel de Unamuno si avizorara lo que acabo de leer, apesadumbrado, en un cable de agencia que reseña un artículo de la prestigiosa revista Nature: «A una impactante conclusión llegó un grupo de científicos europeos que determinó que la raza humana desaparecerá de la Tierra en el año 2 252 006».

¿Por qué Unamuno?, preguntaría un desavisado. Ah pues porque él, pensador vitalista, irracionalista confeso, estuvo siempre asediado por lo que llamó el sentimiento trágico de la vida, analizado en un ensayo que recomendamos a quienes gustan de la excelencia de estilo y sustancia y se duelen de la levedad, lo light, de cierta literatura contemporánea. Sentimiento que implica la lucha tenaz entre el punzante deseo de «la inmortalidad personal, individual y concreta del alma, o sea, la finalidad humana del universo», y la razón, que niega no ya la inmortalidad, sino «hasta la posibilidad de ese anhelo».

«Pero, estimado comentarista, ¿no habrá confundido usted los términos?; ¿acaso el vasco encrespado, Don Miguel, no discurría acerca de cuestiones escatológicas, de ultratumba?», intuyo que a estas alturas inquirirá algún que otro lector. Bueno, sucede que para mí, temeroso de asomarme a ciertos abismos, el sentimiento trágico de la vida podría ser compartido, a su manera, hasta por los más descreídos. ¿Qué otra cosa sino la sed de permanencia es ese ansia irrefrenable de escribir un libro, tener un hijo y sembrar un árbol que atosiga a muchos? «Quisiera quedarme aunque sea en un estante, que mi nombre apareciera en un librero», clamaba frente a nosotros, en el aula de bachillerato, un profesor de literatura, versificador por más señas.

¿Qué otra cosa sino la resistencia interna, subconsciente, a borrarse de la memoria colectiva son esas heridas cursis que aparecen en todos los idiomas y en todos los muros de este mundo? «Fulano y fulana se aman». ¿Alguna acera recién trazada podría prescindir de la huella fresca de quien, evidentemente, desearía perpetuar sus pasos aquí abajo, de manera ingenua y un tanto ignara, por cierto?

Imagino que toda persona sensible habrá de mostrarse atribulada con esto de que la especie desaparecerá del planeta, por muy lejana que resulte la fecha calculada por geólogos y paleontólogos, los cuales prevén como posible día del Apocalipsis natural el 31 de octubre de dentro de dos millones 500 mil años, «en base al análisis y al procesamiento de información proveniente de millones de fósiles hallados en el centro de España, que datan de hace 22 millones de años».

Los sabios siempre habían estado intrigados por el hecho de que las especies mamíferas tienden a durar una media de 2,5 millones de años, antes de su desaparición o reemplazo por otros animales. (Discurrían también sobre un ciclo paralelo, corto, de 1,2 millones de años, relacionado con cambios de inclinación del planeta en torno a su eje).

Conforme a los expertos, la causa del «círculo de vida» largo -el hombre moderno apareció hace 250 mil años- «es un defasaje en la órbita terrestre, que significa que nuestro planeta no se acercará lo suficiente al Sol, enfriándose rápidamente y provocando la rápida extinción de todo ser mamario». En el próximo período de hielo, cuando la Tierra sufra temperaturas de hasta 50 grados bajo cero, el frío polar destruirá toda forma de vida humana.

Sin embargo, una luz -como la que pedía Goethe en su lecho de muerte- titila en medio de este sombrío panorama. Quizás por ese entonces, si no ha desaparecido mucho antes abruptamente, en andas de los cambios climáticos, el hombre haya logrado establecer colonias en esta nuestra galaxia, la Vía Láctea, o en otra, eludiendo la extinción anunciada…

Pero, para magines febriles o mentes metafísicas, hay otra solución probable. ¿Y si se desencadenara la evolución otra vez? ¿Y si la vida es el eterno retorno que describen teologías y filosofías orientales y algunos meditadores occidentales? ¿Y si llegamos a ser un recuerdo de nosotros mismos proyectados en el tiempo?

Caramba, ya me estoy asomando a las honduras que temo. Parece que yo también padezco en alguna medida del sentimiento trágico de la vida. Y me detengo, porque no quiero contagiar a nadie.