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El fin de la alquimia financiera

Fuentes: Clarín

Hay cambios estructurales que perdurarán por generaciones. La globalización financiera, de corte transnacional privado, está en proceso de desintegración, mientras crece la influencia de la globalización petrolera, de corte estatal y geopolítico. Nuestro mundo evidencia desde hace algunos años una serie de cambios estructurales cuyo alcance habrá de sentirse por generaciones. Podríamos decir que asistimos […]

Hay cambios estructurales que perdurarán por generaciones. La globalización financiera, de corte transnacional privado, está en proceso de desintegración, mientras crece la influencia de la globalización petrolera, de corte estatal y geopolítico.

Nuestro mundo evidencia desde hace algunos años una serie de cambios estructurales cuyo alcance habrá de sentirse por generaciones. Podríamos decir que asistimos al fin de una era.

No obstante, su modelo omnipotente de globalización financiera ya venía averiado desde años atrás: para los técnicos, desde la quiebra del fondo de inversión LTCM en 1998; para los leguleyos, desde 2000, con el desplome bursátil del índice tecnológico Nasdaq.

Tal como vine señalando en diversos artículos publicados en el periódico La Jornada de México, la alquimia financiera, manejada estupendamente por la dupla anglosajona -Estados Unidos y Gran Bretaña- que controla los mercados de la globalización desregulada, sólo podía pervivir gracias a la eventual transmutación del «oro negro» en «papel-chatarra», concretamente el dólar.

Un virtual triunfo militar de Estados Unidos en Irak -con el consiguiente control petrolero- hubiera prolongado la alquimia financiera otra década más. No sucedió así.

La derrota de Estados Unidos en su aventura militar en Irak, que no pocos analistas lúcidos de su establishment catalogan de «catástrofe», enterró el proyecto fantasioso de la unipolaridad con su política de «guerra preventiva» que pretendía cambiar los regímenes sentenciados de «enemigos» bajo el mote teológico de «Eje del mal».

En 2003, después de haber literalmente pulverizado a la antigua Mesopotamia desde los cielos, el Ejército más poderoso del planeta con sus 150.000 efectivos no pudo derrotar a 20.000 insurgentes sunnitas ni controlar sus pletóricos yacimientos petroleros. Fue justamente el año siguiente, cuando emergió lo que podríamos denominar «la ecuación del siglo XXI»: declive del dólar y auge de dos binomios tangibles, el petróleo/gas y el oro/plata.

Las consecuencias geoestratégicas de la derrota militar de Estados Unidos en Irak son infinitamente superiores a su descalabro en Vietnam, crisis de la que la URSS no supo sacar provecho. La dupla Nixon-Kissinger reaccionó rápido y reequilibró sus posiciones mediante tres movimientos exitosos en el tablero de ajedrez mundial: 1) el viaje a China (seducida como nueva aliada frente a la URSS); 2) el golpe de Estado pinochetista contra Allende en Chile (ese otro «11 de setiembre», de 1973); y 3) un mes más tarde, la victoria de Israel en su guerra contra los países árabes limítrofes.

Hoy, a más de tres décadas de esos acontecimientos, el cuadro es bien diferente. La derrota de Estados Unidos en Irak exhibe cinco consecuencias mayúsculas:

Se derrumba la «contención de China» -estrategia delineada en 1992 por la Guía de Política de Planificación del Pentágono bajo la firma de Paul Dundes Wolfowitz, subsecretario de Dick Cheney-; al revés de lo planeado, Beijing se asienta actualmente como una nueva potencia de primer orden;

Se sacude la globalización financiera, abriendo paso al proceso de «desglobalización»;

El dólar pierde su hegemonía y desnuda la vulnerable realidad geofinanciera y geoeconómica de Estados Unidos, el único imperio deudor en la historia de la humanidad;

La multipolaridad, que a nuestro juicio se expresa en un «nuevo orden hexapolar»;

Emerge la teocracia de los ayatolás de Irán como la nueva potencia regional en el Golfo Pérsico: un efecto totalmente indeseable para el trío conformado por Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel, derrotado por la «guerra asimétrica» desde de la frontera china con Afganistán, pasando por los países ribereños del Golfo Pérsico, hasta la costa oriental del mar Mediterráneo.

Actualmente es más diáfano el trayecto del nuevo orden multipolar: la globalización financiera, de corte trasnacional privado, se encuentra en proceso de desintegración (o de «desglobalización»), mientras crece la influencia de la globalización petrolera, de corte estatal y geopolítico. ¿Se trata de una revancha de la química petrolera contra la alquimia financiera?

Alfredo Jalife-Rahme PROFESOR DE RELACIONES INTERNACIONALES, UNIV. AUTONOMA DE MEXICO. Acaba  de publicar en Buenos Aires «El fin de una era» (Libros del Zorzal).