En los últimos años hay una interesada discusión sobre el fin del llamado ciclo de los gobiernos progresistas en América Latina. El calificativo de interesada viene dado por el hecho de que, en la mayoría de los casos, el objetivo principal posiblemente no sea tanto establecer una discusión válida y necesaria sobre esa posibilidad, sino […]
En los últimos años hay una interesada discusión sobre el fin del llamado ciclo de los gobiernos progresistas en América Latina. El calificativo de interesada viene dado por el hecho de que, en la mayoría de los casos, el objetivo principal posiblemente no sea tanto establecer una discusión válida y necesaria sobre esa posibilidad, sino por el contrario, dejar sentado a priori que ese final es real y que el mismo se viste además de múltiples fracasos. No vamos a alimentar aquí esta cuestión aunque, reiteramos, sería siempre una discusión válida desde los parámetros del análisis político, pero no es ese el objeto de estas líneas.
Por el contrario, mantenemos en este texto que, aunque intencionadamente ocultado, si asistimos en estos años al fin del ciclo neoliberal. Esta afirmación puede resultar sorprendente a muchas personas e incluso ser descalificada automáticamente, ya que bien pudiera parecer que este sistema goza de un inmejorable momento político. Pero trataremos de aportar algunos elementos que demuestren lo arriba afirmado.
Para empezar aclaramos que este fin de ciclo no es algo que se producirá de forma inmediata y en un lapso temporal pequeño. Las fases de la historia se caracterizan, en la mayoría de los casos, por su amplitud y su final también lo es. Como señalara en su momento A. Gramsci e l viejo mundo se muere, el nuevo tarda en aparecer, y en ese claroscuro surgen los monstruos. Esta frase puede definir perfectamente el tiempo que vivimos respecto al fin del neoliberalismo tras su, en este caso histórico, efímero reinado.
Avanzada la guerra fría es el momento en el que las tesis neoliberales, representadas en su máximo exponente teórico por la Escuela de Chicago, con M. Friedman a la cabeza, toman vigor e inician su proceso de implantación y dominio. Será 1973 cuando estos principios, aparentemente solo económicos pero con claro contenido político también, pasan de la teoría a su experimentación práctica. El momento escogido es tras el golpe de estado de A. Pinochet en Chile, cuando la oposición política, sindical y social había sido eliminada, por lo que estas tesis podían imponerse sin temor a una contundente respuesta social.
La década siguiente supondrá su experimentación en sistemas de democracia representativa. Los EE.UU. de R. Reagan y la Gran Bretaña de M. Thatcher ofrecían las condiciones idóneas para dar los primeros pasos en este sentido. Aunque serían países como Bolivia (1985), seguido de otros en ese mismo continente, donde aprovechando las conocidas como transiciones democráticas se aplicarían las nuevas medidas económico-políticas con una ortodoxia extrema. Sometimiento de la política a los dictados de los poderes económicos, privatizaciones masivas de lo público, reducción del estado a un papel de mero administrador, recortes de derechos en todos los órdenes, dominio de los mercados y transnacionales, son en mayor o menor medida la parte sustancial de las recetas neoliberales que ahora se imponen y que hoy son ya ampliamente conocidas. Sus consecuencias inmediatas también son reconocidas fácilmente pues van desde el extractivismo desenfrenado hasta el aceleramiento del cambio climático, del empobrecimiento de las grandes mayorías en favor de las minorías dominantes, pasando por un estrechamiento brutal de los márgenes democráticos, y todo ello incidiendo en un enorme ensanchamiento de las brechas de la desigualdad y del escandaloso y también desigual reparto de la riqueza. Esta situación además acrecentará la inseguridad en la propia vida de las personas, temor necesario para que las clases subordinadas no exijan la recuperación de sus recortados derechos. Se buscará ahora que estas mayorías se conformen, en un marco de precarización no solo del trabajo sino también de la vida, con lo que hay («no hay alternativa» decía M. Thatcher) a mayor beneficio y fortalecimiento del sistema dominante.
Pero esas medidas que fueron aplicándose en los llamados países del sur en las últimas décadas del siglo pasado, no alcanzaron aún en su totalidad al núcleo duro y/o privilegiado del modelo capitalista. Nos referimos de forma especial, aunque siempre hay excepciones, a los mismos EE.UU. y la globalidad de la vieja Europa, donde aún en esos años había importantes resistencias a su imposición. Sin embargo, el momento llegó con la denominada como crisis económica, en realidad civilizatoria, del 2008. Esta crisis, en su estricta vertiente económica pondrá de manifiesto precisamente el fracaso de la mayoría de las recetas aplicadas, así como de la desregulación absoluta de los mercados y finanzas, pues eran estas mismas las que estaban en el origen de la crisis por el desorden y ambición desmedida que supusieron en la búsqueda del máximo de beneficios a cualquier precio. Incluso hubo algún llamamiento, poco sospechoso, a la necesidad de refundar el capitalismo ante esta situación (Sarkozy dixit). Pero, a pesar de esto, el neoliberalismo extremo aprovechó el momento para lo contrario y la vieja Europa sintió los rigores de la ortodoxia neoliberal tras los llamamientos a los recortes, la imposición de las medidas de austeridad y el estrechamiento de los márgenes de la democracia. Precisamente, las recetas ahora aplicadas ya habían ocasionado en los años anteriores la rebelión de gran parte de América Latina y hacían que ésta, en cierta medida, caminara por las sendas posneoliberales aunque no aún poscapitalista.
Así, en los últimos años serán las periferias europeas las que inicien en ese núcleo antes privilegiado del sistema, procesos de crítica y protesta. Éstas crecerán de forma especial en toda la orilla norte del Mediterráneo, desde Grecia hasta Portugal y la oposición política, social y sindical producirá nuevos movimientos y/o renovará alternativas.
Pero la respuesta que inicia el fin del ciclo neoliberal no es solo la protesta encendida, sino también la silenciosa, y ambas denotan el cansancio y hastío ante los efectos perniciosos de este modelo impuesto y ante las acciones del establishment para dirigirlo, muestran el agotamiento de las clases bajas y medias. Se han hecho muchas lecturas, interesadas nuevamente por el sistema, ante los sucesivos castigos electorales a gobiernos diversos, sobre los resultados del Brexit y la reciente elección de D. Trump en EE.UU. Desde luego, que las propuestas racistas, xenófobas, machistas están en la base que explica una parte importante de esos resultados. Pero acusar a la mayoría de ingleses y norteamericanos de misóginos, racistas u homófobos no es sino un análisis que solo interesa al sistema y que queda alejado de entender esa crisis profunda del neoliberalismo.
Lo que se trata de ocultar es, como señalábamos antes, el hartazgo de las clases medias y bajas frente a las medidas neoliberales. Éstas han provocado un paulatino empobrecimiento y deterioro de las condiciones de vida de estas mayorías, agravadas además con los innumerables tratados de libre comercio bilaterales y multilaterales firmados a mayor gloria de los mercados y transnacionales pero que, una vez más, actúan en detrimento de las condiciones laborales, sociales y de vida de dichas mayorías. Por ejemplo, la Inglaterra rural o suburbial de las ciudades industriales, el deprimido medio oeste de los EE.UU. así como los barrios empobrecidos de sus grandes urbes son territorios que también sufren el neoliberalismo. Estos espacios no son la city londinense ni la gran manzana de New York de los folletos turísticos.
Pero cuando una fase histórica cierra, surgen los monstruos y la incertidumbre reside en la orientación que tomará el ciclo subsiguiente. Y eso es lo que ahora está en juego, el problema a resolver es esta fase de agotamiento de ese neoliberalismo que nos dejará demasiados monstruos posibles. Hay una grave posibilidad de que la salida sea hacia un neofascismo que ya se adivina en muchos países con el ascenso de la ultraderecha. Y esto último dependerá de que haya capacidad para articular organizaciones y movimientos sociales y políticos que construyan y pongan en marcha alternativas sistémicas válidas desde otros valores más justos y democráticos, de mayor y mejor redistribución de la riqueza y que cierren las brechas de la desigualdad. En el anteriormente núcleo privilegiado del sistema, los EE.UU. y Europa, se está jugando ahora esta partida y la apuesta es saber si el posneoliberalismo será hacia ese neofascismo posible o hacia sociedades donde la justicia social y la verdadera democracia sean realidades políticas no solo teóricas.
Jesus González Pazos, Miembro de Mugarik Gabe.
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