Con el salubre pero hasta el presente vano intento de concitar la atención sobre el peligro del empleo de energía derivada de combustibles fósiles, en primer término el petróleo, los funcionarios, empresarios, ecologistas reunidos en Doha, capital de Qatar, se esforzaron en la tarea de acelerar las negociaciones con miras a un tal vez decididamente […]
Con el salubre pero hasta el presente vano intento de concitar la atención sobre el peligro del empleo de energía derivada de combustibles fósiles, en primer término el petróleo, los funcionarios, empresarios, ecologistas reunidos en Doha, capital de Qatar, se esforzaron en la tarea de acelerar las negociaciones con miras a un tal vez decididamente iluso, al menos a corto plazo, acuerdo vinculante para la reducción de los gases de efecto invernadero (GEI).
¿Escepticismo encabritado, el del escribano? Quizás, mas recordemos que los 17 mil participantes en esta Conferencia de las Partes de la Convención de la ONU sobre Cambio Climático (COP 18) se insertaron en una tradición -17 citas anteriores- que no ha conseguido el manifiesto propósito de convencer a los gobiernos del orbe de embridar las emisiones al punto de constreñir a dos grados Celsius el calentamiento global, según algunos situado hoy en un rango de entre cuatro y seis grados.
Insisto: a este servidor le seguirá pareciendo vislumbrar una arremetida contra molinos de viento si no se acaba de encarar la lógica de una formación socioeconómica que entraña la contradicción de un crecimiento contra sí misma, por culpa de la maximización de las ganancias, de una eficiencia perseguida a toda costa. Y a todo costo. Al decir del pensador Renán Vega Cantor, «la expansión mundial del capitalismo a partir de la explotación intensiva de materiales y energía, destruye las bases que posibilitan la reproducción del sistema o, en otros términos, ponen en cuestión su misma reproducción». Y la existencia de la especie íntegra.
¿Comprenderán los poderosos que «ya no hay reservas posibles en el mundo? «Las grandes selvas del planeta están siendo destruidas de manera acelerada, empezando por la selva amazónica, o por las de Borneo en Indonesia, que también es un lugar de biodiversidad muy importante. Todo eso está siendo colonizado y destruido y, entonces, emergen esos problemas ambientales, que no son en realidad nuevos. La única novedad radica en que ahora son de una magnitud inédita [pues] las transformaciones climáticas están relacionadas con los efectos nefastos del modelo energético basado en el petróleo, que produce gases de efecto invernadero y han trastocado el clima planetario como nunca antes había sucedido en la historia humana».
Conforme al entendido Stephen Leahy (Tierramérica), el planeta experimenta una subida del calor de ocho décimas de grado en relación con la era preindustrial, y el ascenso llegaría al menos a 1,6 grados incluso si cesaran ya las emisiones de cientos de millones de toneladas de GEI. «Como el sistema climático responde con cierta demora [la actual situación] es resultado de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) de las décadas 1950-1970.»
No en balde un informe conjunto de la Organización Internacional de las Migraciones y el Instituto de Desarrollo Sustentable y de Relaciones Internacionales arroja que los desplazamientos poblaciones originados por los desastres climáticos y ambientales han sobrepasado a los causados por los conflictos armados. En 2008, mientras unos 4,6 millones de personas tuvieron que moverse dentro de sus países a raíz de un encontronazo bélico, unos 20 millones lo hicieron por una catástrofe natural. Pero las cifras se disparan aún más. En 2010 fueron 38 millones.
Lo peor es que los datos científicos apuntan a que la meta de permitir «solamente» la subida de dos grados podría ya resultar inasible; por tanto, analistas como Amy Goodman (Democracy Now) se decantan por transformaciones radicales en el funcionamiento de la economía universal: la rápida adopción de fuentes de energía renovable, la consiguiente disminución drástica en el uso de combustibles fósiles (una tonelada de CO2 equivale a tres barriles de crudo, y «vive» en la atmósfera por un siglo), o la aplicación a gran escala de la captura y el almacenamiento de carbono, la supresión de las emisiones de la industria y la detención de la deforestación.
Sabias sugerencias. Pero el escribano no llega a aplaudirlas. Se lo impide la imagen vívida de la obcecación de los mandamases en la explotación a ultranza del petróleo, cuyo precio, por cierto, podría proyectarse hasta los prohibitivos 200 dólares el tonel, merced a las guerras desatadas contra los mayores exportadores, el consumismo enraizado en Occidente y la especulación endémica. ¿Qué hacer entonces? No hay opciones. Planificación, racionalidad, trueque del paradigma energético… o muerte. Pero no como dádivas. Habrá que ganarse el cambio, en el espíritu de una conocida divisa. La de socialismo o barbarie. Barbarie que derivaría en el fin de los tiempos. De tirios y troyanos, de los humanos todos.
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